Melker Garay nació en 1966 en la ciudad de Tocopilla, en el norte de Chile. Llegó a Suecia en 1970 a la edad de 4 años. Actualmente vive en Norrköping. Tiene formación académica y ha participado en amplios estudios universitarios en ciencias sociales y humanísticas.
Ha publicado cinco libros en Suecia. A comienzos del 2011 su novela-debut “Kyrkvaktmästarens hemliga anteckningar” fue traducida al francés y lanzada por una editorial francesa. En el año 2012 la misma editorial publicó el libro en español con el título de “Anotaciones de un sacristán”. Este mismo año fue publicado un extracto de esta obra en la revista Oglinda Literara, en Rumania.
Fotos: Patricio Igor Melillanca
LITERATURA DE IMAGINACIÓN SUECA
Por Omar Perez Santiago
El sepulturero y la muerte de Melker Garay es un libro sobre la espiritualidad, escrito con elegancia, cultura y humor. Creo que el libro está arraigado en una corriente literaria sueca muy principal, la tendencia de la literatura mística, quizá la más poderosa de todas.
Pertenece, entre nosotros, a una corriente literaria onírica, mágica, tal vez real. La corriente que moderniza la vieja escuela de los asuntos existenciales góticos, lo terrorífico, lo mágico, lo onírico o lo diabólico de la cultura popular. Es una literatura fantástica relacionada con la creación de personalidades, de caracteres profanos, con sus tragedias, su memoria, su soledad y con la altura del idioma. Lo que llamamos Literatura de Imaginación. Narraciones que hablan sobre anécdotas supuestamente imposibles, pero que facultan para hablar sobre los límites de la realidad.
El sepulturero y la muerte de Melker Garay contiene un prefacio, un epilogo y 28 capítulos en 200 páginas, traducido de modo muy solvente por Juan Antonio Pérez.
El barbero Nikolai está recién muerto. Y sin embargo, alguien le ha solicitado que escriba la forma de pensar de un sepulturero, llamado Josef Kinski.
Josej Kinski es un enterrador de oficio. En su currículo se cuenta que ha cavado 2.300 tumbas y ha enterrado alrededor de 700 cadáveres. Posee en su escritorio una calavera que compró de ocasión.
El otro día entre amigos hablábamos de con cuantos cadáveres nos hemos encontrado en nuestra larga vida. La mayoría de los que estábamos en la mesa habíamos estado circunstancialmente con solo algunos cadáveres.
Es imaginable, por tanto, que para un sepulturero de oficio como Joseph Kinski, el tema de la muerte sea un asunto muy serio y que está en todas las preocupaciones existenciales de su vida.
Es un personaje notable. Solitario y con aristas. Con un puñado de personas a su alrededor o en su recuerdo, como sus padres, Herman y Elizabeth, su abuelo Gunther, su colega Nestor y sus mascotas, la cacatúa Vicent y el pez Roland.
También es solitaria su hermana Margareta, con quien Josef se relaciona por cartas. Dentro de la cual juega ajedrez con su hermano.
Es un guiño, creo. Este tema de jugar ajedrez en el marco de una conversación sobre la muerte, me lleva inmediatamente a la película de Igmar Bergman, el Séptimo Sello de 1957, donde el caballero cruzado, Antonius Block, para alargar su vida, juega ajedrez con la muerte. Idea que Bergman tomó del pintor medieval sueco Albert Pictor, sobre una imagen que se encuentra en la iglesia de Târby, cerca de Estocolmo. Igmar Bergman tuvo una recepción positiva en América del Sur, cuando presentó Juventud divino tesoro, en el año 1952, en el festival de Punta del Este. El primer libro sobre Bergman fue editado también en el Mar del Plata, lo que refleja una afinidad con cierto espíritu del tango.
A través de los diarios de Kinski y de las cartas con su hermana, Nikolai reconstruye las preocupaciones del sepulturero.
El sepulturero es un lector de la biblia, de Santa Brígida, de John Donne, del simbolista Maurice Maeterlinck, de Hoffman, Rimbaud y naturalmente, de Emanuel Swedenborg. Swedenborg se dedicó durante gran parte de su vida a las ciencias, donde hizo aportes notables. Después se realizó en las reflexiones sobre el cielo, los ángeles y Dios.
Es un autor tremendamente influyente en muchos escritores y le debemos a Jorge Luis Borges son introducción en América latina.
Uno podría imaginarse que el libro de Garay se iría en la línea de los llamados poetas del cementerio, poetas prerrománticos ingleses que abundaron en disgregaciones sobre la nocturnidad y la muerte en los cementerios y que continuó el maestro de lo macabro, el genial Edgar Allan Poe.
El libro El sepulturero y la muerte navega con elegancia en la línea de un cierto espiritualismo racional, con distancia y con ese controlado humor sueco, que siempre nos desconcierta.
Bajo este registro se tocan asuntos claves. Nombraré algunos:
¿Es la muerte buena o mala? ¿Hay que tenerle miedo a la muerte? Hay quienes ni siquiera se atreven a nombrarla. Los padres de Josef, Herman y Elizabeth, inspirados en Swedenborg creen que se abrirá un sello en el cielo, donde todo será bueno. Claro está, todo será bueno si es que uno no va a parar en el infierno.
La muerte de los animales. Dueño de dos mascotas atípicas, un pez una cacatúa, la muerte de los animales es una preocupación para Kinski. El otro día se le murió el perro a una amiga, y le pregunté que hizo con el cadáver. Me dijo que lo había enterrado en al patio. Ah, dije yo. Los patios de los chilenos están llenos de cadáveres de perros. Debí haber guardado mi reflexión. Ella me preguntó: y dónde llevan los perros muertos en otros países? Me sentí raro. Qué sé yo que hacen los chinos o el japonés con sus perros muertos. No soy experto en perros muertos.
El asunto se complica cuando el personaje Kinski tiene un pez muerto.
Para Kinski es un problema. No lo tirará por el desagüe, como yo lo haría.
He ahí un problema.
Ese tema del entierro de mascota es bonito comparado a este otro que aparece en el libro: el asunto de comer cadáveres. Ahora hay un gran movimiento animalista que ha puesto de moda este tema. Pero aquí en el libro se reflexiona, se nos pide reflexionar sobre la idea de alimentarnos de cadáveres.
La resurrección, o no. El misterio expresado por Ezequiel quien creía que adquiríamos nervios, carne, piel, en algún momento. Yo a Ezequiel lo tengo por un profeta juicioso. Pero, Es claro que, como lo expresa Kinski en el libro de Garay, hay varios problemillas. Kinski tiene una calavera cuyo dueño vivió casi 30 años, según él averiguó. Esa es la edad, según los teólogos medievales, sería la edad de la resurrección promedio. Pero el asunto parece risible, pues ahora dentro de poco, la gente va para morirse a los cien años. Las expectativas de vida es uno de los grandes saltos de la humanidad. ¿Entonces? ¿Resucitaremos viejos, viejos?
El libro de Garay no es de lectura rápida, como un best seller. Es de combustión lenta. Pues un párrafo lo detiene a uno en sus propias reflexiones. Por ejemplo.
Cuando yo era joven, empezando la universidad, a los 19 años, tuve un amigo, Mario Canales, de esos amigos que uno no olvida, pues con ellos uno comienza a preguntarse cosas de verdad acerca de la vida. Pero este joven Mario Canales, un día se cayó de la micro y murió. Y cada vez que me acuerdo de él, no puedo dejar de pensar que Mario ha pasado el doble del tiempo muerto, del que vivió. Vivió 20 años y ya lleva muerto 40. ¿Y cuando resucite? ¿Qué tendré yo de común con él? Acabo de publicar mi novela Allende, el retorno. Allende aparece en Santiago, después de 40 años. Igual como estaba antes de morir en La Moneda.
La eternidad. Llegará Dios y el Diablo. Llegaremos los justos y los injustos. Estarán los ángeles y los arcángeles. El día del juicio final ha llegado. Pesarán una a una nuestras almas. Y de modo preciso se sabrá la verdad. Y el resultado será para siempre.
El año pasado organizamos en Santiago un encuentro donde conversamos sobre la muerte y la literatura, a raíz de un homenaje a Edgar Allan Poe.
La sala estaba llena de gente joven a quienes el tema les importaba.
Hay un gran interés por los temas de la espiritualidad.
Estoy seguro que este libro de Melker Garay será interesante para ellos, como lo ha sido para mí.
En la foto Omar Perez Santiago, Melker Garay y Sergio Badilla