La Academia Americana de Medicina Ambiental señala que todos los alimentos genéticamente modificados presentan riesgos de salud. Ellos van desde posibilidades de alergias, envejecimiento prematuro, infertilidad y disfuncionalidades causadas al sistema inmunológico.
Un salmón genéticamente modificado es ofrecido para el consumo humano. Se trata de un salmón atlántico, desarrollado por la empresa Aquabounty Technologies, que entraría al mercado una vez que reciba aprobación de la FDA, la agencia de Estados Unidos responsable de los alimentos y las drogas. La industria dice que ha invertido 60 millones de dólares en la última década para poner a punto el pez que llama AquAdvantage. Los medioambientalistas lo llaman “Frankenfish” y se oponen tenazmente a su comercialización.
La FDA consideró la semana pasada la petición de Aquabounty y señaló que no veía inconvenientes a primera vista. En un informe preliminar señaló que el salmón modificado “es tan seguro en cuanto alimento como el salmón atlántico convencional”. Agregó además que no consideraba que la especie causaba daño al hábitat natural. De todas formas no concedió la autorización para su venta. El asunto ha quedado en suspenso sin plazos fijos para la toma de una decisión. Pero una vocera de la FDA avanzó que no habrá una resolución en las próximas semanas pero podría esperarse humo blanco en los meses venideros. La agencia estima que las carnes de animales clonados sean estas vacas, cerdos o corderos no son peligrosos para la salud humana. Para este tipo de carnes se requiere un permiso especial que tampoco ha sido otorgado aún. En el largo plazo, algunos científicos creen que estos insumos serán indispensables para alimentar a una humanidad que contará con nueve mil millones de seres humanos.
El asunto es de la mayor relevancia para Chile, el segundo mayor productor de salmones tras Noruega. Estados Unidos importó 1.053 millones de dólares en salmones, hasta julio de este año, de los cuales 164,7 correspondían a ventas chilenas. El mercado estadounidense podría resultar bastante más difícil para los exportadores criollos si Aquabounty consigue implantar su AquAdvantage que crece en 18 meses en vez de los tres años de las especies actuales. Además, requiere 25 por ciento menos alimento a lo largo de su desarrollo. El secreto está en dos nuevos genes que son extraídos de una anguila y del salmón del Pacífico, también llamado Chinook. Este material genético es transferido a huevos fertilizados de salmones atlánticos. Así, a diferencia del salmón corriente, los peces crecen a la misma velocidad tanto en verano como en invierno.
Entre las ventajas que cita la empresa es que sus peces crecerán en estanques sin posibilidades de escapar de las jaulas hacia mar abierto. Además, las hembras son estériles de manera que no representan un riesgo de mezcla con otras especies de salmones. En cuanto al efecto sobre los consumidores, los productores dicen que sus investigaciones muestran que no se advierte diferencia alguna con los peces actuales.
Esta postura es rechazada por organizaciones ambientalistas. En primer lugar cuestionan las credenciales de la FDA para decidir sobre el asunto. Señalan que la agencia no tiene experiencia científica en modificaciones genéticas. Su enfoque se limita a evaluar con criterios de drogas veterinarias. La muestra presentada por la empresa consistió en 30 AquAdvantage, lo que no permite un juicio amplio. Además, muchos de los antecedentes proporcionados a la FDA por la empresa en el desarrollo genético son desconocidos pues están protegidos por el secreto comercial. La Academia Americana de Medicina Ambiental señala que todos los alimentos genéticamente modificados presentan riesgos de salud. Ellos van desde posibilidades de alergias, envejecimiento prematuro, infertilidad y disfuncionalidades causadas al sistema inmunológico.
Dada la frecuencia con que tardíamente se ha descubierto efectos nocivos o secundarios de remedios es normal que se exija la más rigurosa aplicación del principio precautorio. Esto es que no son los impugnadores, sean éstas asociaciones de consumidores, como es el caso en Estados Unidos, los que deben probar que un producto es potencialmente nocivo. Es quien pretende introducir una nueva sustancia o alimento sobre el que recae el peso de la prueba. Ningún elemento nuevo debe recibir luz verde hasta que haya probado que es inocuo para los consumidores y el conjunto del medio ambiente. En especial, productos destinados al consumo masivo requieren de un control que elimine toda duda razonable. Esto, a menudo, significa procesos lentos y onerosos. Una cosa es experimentar con salmones y otra es hacerlo con seres humanos