Ahora algunos de los trayectos hubo que modificarlos, porque la línea directa entre Caguach y otras localidades está interrumpida por jaulas de engorda de salmones de empresas nacionales y multinacionales. Junto con los salmones también se instalaron diversos conflictos socioambientales y nuevas formas de trabajo asalariado. Pero también llegaron numerosos afuerinos que viajaron a estos remotos lugares escapando de la miseria de otras regiones del país.
Por: Patricio Igor Melillanca
Julio de 2010
Algunos de los vecinos creen que en la isla hay brujos. Hablar de brujería es una situación potente y masiva en este archipiélago. Pero Don Roberto no le da mucha importancia a estos dichos y frente a estos temas interpone la conversación de las plantas medicinales. ¿Es árbol, planta o pasto? pregunta alguien por ahí cuando aparecen los vegetales frescos, misteriosos y curativos. ¿Cómo se prepara?, consulta otro; ¿se hierve, se tuesta, se muele, se exprime, o sólo se remoja? ¿Con qué se mezcla, cómo, cuánto y cuántas veces se consume? ¿Se bebe, se aspira, se frota…?
Todas estas son preguntas que Don Roberto sabe responder de inmediato con una claridad y simpleza que no la tienen ni brujos, ni muchos doctores de blanco académico.
Pero no sólo de plantas vive el hombre. Don Roberto es chilote y por tanto es lutier, carpintero de ribera, de muebles y de “vivires”, como algunos les dicen a las casas en estos lugares. Es hacedor de bebestibles obtenidos de manzanas, arvejas, maqui y otros frutos silvestres y alguna que otra verdura. Es agricultor, recolector, cazador con onda o guachi, y otros tantos oficios y virtudes que desarrolla en tierra. Y en mar, también tiene varios títulos, porque es pescador, navegante, buzo y mariscador de profundidad y de orilla.
Frente a su casa, en la localidad de Capilla Antigua, en la Isla de Caguach, existen corrales de pesca que son pequeñas murallas circulares que la pleamar cubre totalmente y luego cuando el agua se retira deja varias especies en estos antiquísimos rediles costeros. En este lugar la mar se recoge en una diferencia de unos 5 metros de altura y de casi 100 metros de largo entre la baja y alta marea. Don Roberto y su familia se entienden con el reloj de las mareas.
Su padre fallecido, también chilote, viajó a trabajar a la Patagonia. Cuando volvió trajo consigo un poderoso acordeón y todo el conocimiento de crianza de animales y aprovechamiento de sus productos vivos y muertos, artes de herrería, libros, pericia en navegación costera y de alta mar, cariños varios, oficios de leñador y por supuesto como buen chilote, una más desarrollada itinerancia para emplearse en diversos oficios en este archipiélago y sus profundidades desconocidas. Este chilote murió “de deseo”. Así tal cual como se lee y como nos contó Don Roberto.
“Cuando mi padre llegó de Punta Arenas se fue a trabajar a la cordillera del frente, en la parte continental chilota, y tenía tantas ganas de tomar chicha que después murió de deseo. Estuvo como tres meses cortando árboles arriba en la montaña y por esos lados no había chicha, o no había como la que hacen acá en Caguach. Y cuando volvió pidió que le hicieran una chicha caliente con huevo batido. Pero eran tantas las ganas que había acumulado que luego de tomar esta chichita, se enfermó y no hubo forma de que mejorara y al poco tiempo falleció”.
LA MUERTE ARRIBA DE LA CRUZ SALMÓN
Cuando llegamos a Caguach, inmediatamente asombra la gran iglesia de color anaranjado, completamente cubierta de tejuelas de alerce y frente a ella una gran cancha que al final, casi llegando al mar, mantiene un Cristo crucificado que siempre tiene flores en sus pies y enfrenta los salvajes vientos y masiva lluvia que golpea fuerte por estos pagos.
La iglesia es coronada por una cruz de madera donde se posan pájaros marinos, pero nos extrañó que también varios jotes, carroñeros negros, vigilaran desde las alturas eclesiales. La muerte buscando comida. Lo negro sobre la cruz del Nazareno de Caguach. Potente imagen que luego tendría su explicación.
Aquí se celebra la fiesta religiosa católica más importante del archipiélago. Cada año, el 30 de agosto, peregrinos de otras islas y del continente vienen a adorar al Nazareno, a pagar sus mandas y a pedir las bendiciones del milagroso Cristo chilote. Esta peregrinación ocurre desde el siglo 17 cuando los jesuitas comenzaron a poblar con templos e imágenes los diferentes parajes de Chiloé. Y desde ese entonces lo sacro se ha mezclado con lo pagano, lo Castellano con lo Huilliche y Chono, los santos con curanderos y chamanes, lo pacato con la liberación y picardía, y el agua bendita con las otras aguas más espirituosas y chispeantes.
Según cuentan los libros, por aquel entonces existían conflictos entre las diferentes islas vecinas a Caguach -Alao, Apiao, Tac, Chaulinec y Meulín-, y para enfrentar estas controversias los curas llevaron la imagen del Nazareno a Caguach, como una forma de quitar las tensiones, cuestión que no logró su objetivo. Hubo que realizar una carrera de dalcas – nombre con la que chonos y huilliches conocían a las canoas-, para ver que isla se quedaría con la estatua. Pues ganaron los Caguachanos, la imagen se quedó donde actualmente está y cada año se rememora la competencia cuando equipos de remeros de diferentes comunidades participan en esta carrera marina.
Claro que ahora algunos de los trayectos hubo que modificarlos, porque la línea directa entre Caguach y otras localidades está interrumpida por jaulas de engorda de salmones que desde comienzo de los `90 empresas nacionales y multinacionales han instalado alrededor de estas islas. Junto con los salmones también se instalaron diversos conflictos socioambientales y nuevas formas de trabajo, ahora asalariado para algunos lugareños. Pero también llegaron numerosos afuerinos que viajaron a estos remotos lugares escapando de la miseria de otras regiones del país.
Ahora hay varias jaulas salmoneras abandonadas. Durante dos décadas las compañías acuícolas llenaron de centros de engorda de salmón este archipiélago y exportaron del orden de los 2 mil millones de dólares cada año. Pero a partir de 2008 se cumplieron los anuncios de las organizaciones ambientalistas y de algunos científicos: los bajos estándares ambientales y sanitarios, la casi nula fiscalización estatal y las trenzas de poder y colusión política entre empresarios, legisladores y funcionarios públicos, generaron una crisis sanitaria sin precedentes que obligó a cerrar a casi la totalidad de las empresas salmoneras en Chiloé. Cerca de 25 mil personas fueron despedidas y las florecientes compañías aparecieron con millonarias deudas.
Solución a este aprieto: privatizar las zonas marinas que eran Bienes Nacionales de Uso Público para que las empresas puedan hipotecarlas en los bancos y así pagar sus compromisos financieros y poder optar a nuevos créditos. Además, lograron que el Estado sea su aval para solicitar otros préstamos a la banca privada por un máximo de 450 millones de dólares, que si no los cancelan, todos los ciudadanos chilenos irán en auxilio de esta cuestionada industria transnacional.
La casa de la familia Levín Peranchiguay está en el costado de la isla que mira a la cordillera de los Andes. Para llegar allí lo hacemos en una de las tres camionetas que hacen de taxis y que se enrumban por caminos de ensueños donde bajo la lluvia, el sol y los arcoíris, poco a poco comenzamos a ver las construcciones de madera, los cercos hechos con varillas de arrayan trenzadas en forma horizontal que conforman coloridos corrales de ovejas, chanchos y gallinas. Es 25 de junio y es el veranito de San Juan. Estamos en el Chiloé Profundo y en los caminos y huellas vemos carretas de bueyes, hombres a caballo, mujeres cargando sacos de leña, niños corriendo hacia alguna de las dos escuelas del lugar.
Al volver lo hacemos caminando por la playa y en diversos lugares vemos lobos marinos muertos varados en la costa. Están baleados, se nota por los orificios en la piel. Los lobos marinos son un gran problema para las salmoneras y viceversa. Según las empresas, los lobos rompen las redes y atacan a los salmones. Entonces los guardias les disparan para espantarlos. En diferentes lugares, no sólo en Chiloé, se registra esta forma de matanza de estos mamíferos. Es por eso que en la playa de Caguach, entre la zona de Capilla Antigua y el embarcadero, encontramos cuatro lobos en descomposición.
Es ahora cuando nos explicamos que tal como los jotes estaban encima de la cruz de la iglesia naranja de Caguach, también están sobre los lobos muertos, lobos asesinados por la fiebre naranja del salmón. Los millones de dólares de ganancias de lo que los últimos presidentes denominaban “la estrella de la economía chilena”, ahora se expresan en jaulas marinas abandonadas, caminos estropeados, playas sucias y contaminadas, disminución de los stocks pesqueros silvestres y un marcado des aprendizaje u olvido de las nuevas generaciones de chilotes de la economía tradicional de subsistencia.
LANAS SANADORAS
La Unidad de Salud Colectiva del Servicio de Salud de Chiloé llama “Lanas ancestrales y sanadoras” al encuentro que vienen sosteniendo varias mujeres y hombres, niños y niñas, para recordar los diferentes usos que las antiguas comunidades chilotas le daban a la lana de oveja.
Aquí las familias Unquén, Leviñanco, Vargas, Levín y Peranchiguay, entre otras, están recuperando la memoria histórica acumulada en los telares, en los usos y torteras, en las tinturas naturales y en las nuevas ideas de ocupar la lana. Pero también este concurrido encuentro va sanando los espíritus mediante la conversación. Las mujeres y hombres hilan, tejen, forman ovillos y toman mate alrededor de la cocinas a leña de la casa de don Roberto Levín y Fresia Peranchiguay y miran al mar. Hay ventanas para mirar al mar, al horizonte y al desafío de las cordilleras continentales de enfrente del archipiélago.
Cuando llegamos con Jaime Ibacache Burgos, el médico que coordina esta Unidad de Salud, vamos a visitar a la hermana de Roberto, la tía Ruth, que la encontramos hilando y tomándose unos “buenos mates”, sentada en el “flojero”, que es nada más y nada menos que cómodas bancas apegadas a la pared que rodean la tradicional estufa a leña del sur de Chile. Luego de saludar, inmediatamente pone a calentar chicha que por estos lados cuando hay frio y lluvia, se consume caliente y comenzamos a conversar de nuestras vidas, de lo que cada cual está haciendo.
Ruth Levin tiene un telar enorme, de esos telares chilotes que se faenan en el suelo. Este instrumento ocupa toda una habitación. Cuando íbamos a su casa, unos metros antes de entrar a su cocina, miré por la ventana y vi el telar vacío, sin lanas, sin colores. Pero ahí estaba, esperando que llegaran los hilados y comiencen a fijarse a lo largo y ancho de esta rústica, simple y maravillosa estructura de madera, las lanas que conformarán una manta o una frazada. La tía Ruth dice que va a hacer una frazada, un magnifico manto que es invalorable, pero de precio módico en la concepción urbana de la economía neoliberal chilena del siglo 21.
Aquí se mezcla el saber ancestral con el conocimiento de la Diseñadora que regularmente navega hacia Caguach y otras islas, Paloma Leiva Briceño, quién comparte su arte con mujeres, hombres, niñas y niños del lugar.
El doctor Ibacache afirma que estas mujeres han coincidido “en la necesidad de fortalecer la cultura como factor protector colectivo del bienestar”. Y en este encuentro “vuelven a aparecer antiguos conocimientos transmitidos de fogón en fogón, de mano en mano, de mate en mate”.
Entre las lanas, entre las hierbas medicinales, entre los corrales de pesca, entre las faenas de hacer y compartir la chicha, la memoria colectiva se activa, se fortalece y continúa desarrollándose ahora con nuevas tecnologías, con diversidad de aprendizajes, con más de algún conocimiento de la academia, pero con la potencia de lo comunitario, del compartir, del trabajo cooperativo. “Estamos en un mundo protegido por una cultura ancestral expresada con hibridez, sincretismo y colectivismo que sobrecoge”, explica mejor el médico jefe.
Pienso que este es un proyecto de lujo que de seguro está dejando preguntas en la medicina clínica de punta y una gran fortaleza en la sanación cultural y ancestral de los pueblos originarios y de las comunidades, familias y personas que en los últimos siglos han habitado estos territorios. Pero también interesantes desafíos al sistema de salud chileno que opera en territorios indígenas y en comunidades con una rica cultura ancestral, como lo es Chiloé.
ORGANIZACIÓN PARA FORTALECER LA SALUD COLECTIVA
Mónica Unquén, Antonia Leviñanco, Adriana Unquén, Cecilia Vargas, Ruth Levín, Roberto Levín, Fresia Peranchiguay C., Cecilia Levín, Paula Levín, Blanca Unquén, Delia Unquén, Fresia Peranchiguay P., firman una carta. La han redactado y “pasado en limpio”. Va dirigida al director de salud de la comuna de Quinchao, comuna que tiene jurisdicción estatal sobre esta isla. Demandan al Estado un transmisor radial para en caso de emergencia estar comunicadas con las otras islas y el sistema de atención colectiva. También solicitan una camilla que facilite las labores de atención médica y de masajes de los y las que lo requieran. E invitan al director de salud de la comuna al nuevo encuentro que se centrará en el uso de las lanas.
La joven Paula Levín redacta la carta, la lee en voz alta, mientras las mujeres aprueban comentan y sugieren. Luego en una hoja aparte todas deciden firmar y estampan sus nombres en este documento público que llegará las autoridades fiscales. La carta también es firmada por Erica Viera Pérez, Faciliadora Comunitaria que es parte de la coordinación de este proyecto.
En la cita también está doña María Delia Unquén, ya anciana que vive sola, junto a sus gatos y a los quehaceres diarios que la mantienen ocupada todo el día. Ella vive rodeada de un pequeño bosque, frente al mar, junto a esteros, a arcoíris de sol y de luna, y al trajín del barro, a las casas de tejuelas y a las marisqueadas de malas y buenas mareas.
Doña María Delia tiene artritis y ha pedido que el médico la atienda. Durante la reunión, entonces, el doctor Ibacache junto a la joven Paula, van a uno de los dormitorios a conversar con la abuelita y a tratar su mal. Cuando vuelven, todos vienen con los ojos brillosos y una sonrisa. Doña Delia tiene el rostro más fresco, el doctor sigue dándole ciertas recomendaciones y Paula Levín está agradecida de seguir aprendiendo a colocar inyecciones y las mejores formas de dar masajes.
Luego es el turno de Don Roberto. Pero la atención se transforma más en una buena conversación entre la medicina natural de hierbas y alguna sugerencia y aprendizaje del doctor Ibacache para tratar la dolencia del dueño de casa.
El médico ha escrito en su blog algunas de las palabras y reflexiones de los lugareños del Chiloé Profundo: «estas cosas no la saben los médicos» nos dicen. “Ellos están para otras enfermedades”. Pero en este compartir de saberes la gente de la comunidad reconoce que a ellos también les «gustaría saber de esas enfermedades y tratamientos» que utiliza la medicina clínica.
“Comienza así la construcción colectiva de la autonomía para la salud y el control social en Isla Caguach”, reflexiona el doctor Ibacache.
Estas comunidades saben que la situación actual no es fácil, nunca lo ha sido. Están rodeados de amenazas de industrias extractivas, pesqueras, forestales, acuícolas, todas para exportar los valiosos recursos naturales de estos territorios y de usar la naturaleza de una forma depredatoria. Pero también existe la esperanza que se fortalece con estas reuniones y sobre todo, dice el doctor Ibacache, “dentro de estas personas queda la matriz cultural que es esperanza futura”.
Nos vamos de Caguach. Esperamos nuevamente la lancha del Servicio de Salud que nos traerá a la isla de Quinchao y luego de ahí en camioneta hasta Castro. Pero mientras viajamos, parece que nunca nos vamos de Caguach, que seguimos ahí, quizás es porque traemos hierbas medicinales, papas chilotas, enormes y hermosas zanahorias, zapatos de lana y un gran conocimiento de la vida ancestral de estas comunidades. Algo de esa matriz cultural también se queda dentro de nosotros.*****FIN*****