24 - noviembre - 2024

Japón necesita otro milagro

Santiago de Chile, 22 de Marzo 2011. (Radio del Mar. Fuente: Agencias). Mucho antes de que la crisis diera fama a unos pocos economistas por vaticinar la debacle financiera, un puñado de investigadores armaba, con mucho menos revuelo, la economía de los desastres. Desde la década de los sesenta se afinan modelos no para anticipar lo impredecible -cuándo ocurrirá un terremoto, cuánto durará una sequía, dónde comenzará una epidemia-, sino para dar pistas de cómo ponerse en pie después de golpes tan terribles. Son estudios que hacen parada y fonda en Japón, que se enfrenta estos días a un monstruo de tres cabezas: las consecuencias de un terremoto muy intenso, de un tsunami devastador y de la amenaza de una catástrofe nuclear.

El escrutinio del efecto de los últimos desastres en la economía asiática deja la conclusión unánime de que es uno de los países mejor preparados para encajar el golpe y levantarse con rapidez. Pero esta vez, la incógnita, enorme de qué ocurrirá con los reactores nucleares de Fukushima, gravemente dañados por el seísmo, resquebraja la confianza de los expertos.

La dificultad para acceder al noreste de Japón, arrasado por el tsunami, deja abierta la cuenta más terrible, que apunta a casi 10.000 muertos y más de 10.000 desaparecidos. Son números que suman una vida que termina tras otra. Para los economistas del desastre son, además, una disminución drástica de mano de obra. Igual que los hogares destrozados son viviendas que reconstruir, el desabastecimiento de alimentos se traduce en expectativas de inflación, las fábricas arruinadas en una oportunidad de avance tecnológico y el tejido urbano arrasado se analiza con lupa.

Es una lectura fría, despiadada, pero esencial para hacer preguntas también vitales, de cuya respuesta depende que se limiten daños, personales y económicos, en los desastres que vendrán. ¿Por qué el huracán Mitch hizo retroceder a la economía de Nicaragua dos décadas y Japón se recuperó en apenas un año tras el terremoto de Kobe, en 1995?. ¿Por qué un seísmo menos intenso que el de la semana pasada acabó hace un año con la vida de más de 200.000 personas en Haití?. ¿Por qué Nueva Orleans ha tardado mucho más en recuperarse del huracán Katrina que otras localidades estadounidenses que sufrieron terremotos de alta intensidad?.

El seísmo que acaba de asolar la región noreste de Japón cumple a rajatabla una de las reglas más sólidas de la economía de los desastres. En los países avanzados, los daños económicos suelen ser cuantiosos, y el número de víctimas mortales, mucho menor que en los países en desarrollo. El contraste con el tsunami más reciente, el que sumergió las costas del Índico en 2004, es clarificador: Indonesia, Sri Lanka, India, Tailandia y varios países más, todos pobres o emergentes, sumaron 230.000 muertos.

A las pocas horas del terremoto-tsunami, los analistas de bancos y consultoras en Japón también tenían claro que este será el seísmo más costoso en términos económicos. «Sospechamos que el impacto será, al menos, tan grave como el del terremoto de Kobe, en 1995», aventuró el economista jefe de Citigroup en Japón, Kiichi Murashima, 48 horas después del desastre.

El terremoto de Kobe, que acabó con la vida de más de 6.000 personas, provocó daños valorados entonces en más de 110.000 millones de dólares (unos 72.000 millones de euros al cambio actual), en lo que suponía el seísmo con mayor impacto hasta ahora. Una cifra que, si se pone en relación con la fortaleza de la economía japonesa, da una lectura menos dramática: apenas alcanó el 2% del PIB del gigante asiático. El contraste con los países en desarrollo es, otra vez, elocuente (en aquel 1995, el daño causado por el huracán Louise en Antigua se elevó al 66% del PIB del país caribeño).

Conforme han ido pasando los días, los analistas están cada vez más seguros de que el coste económico de este seísmo será mayor que el de Kobe. A finales de semana, los expertos en Japón de Goldman Sachs, Nomura o Barclays coincidían en evaluar los daños en torno a los 200.000 millones de dólares (150.000 millones de euros), cerca del 4% del PIB actual.

«Es más que probable que haya una drástica caída de la actividad económica a muy corto plazo, pero es muy pronto para establecer cuál será el impacto a medio y largo plazo», explica Mark Skidmore, profesor de Economía de la Universidad de Michigan (EE UU). Skidmore e Hideki Toja, de la Universidad de Nagoya (Japón), que publicaron en 2003 uno de los análisis más completos sobre ese tipo de impacto tras un desastre. Los datos de 151 países desde 1960 corroboran la intuición de los expertos: las economías con mayores niveles de renta, educación y acceso a recursos financieros salvan antes las consecuencias de un terremoto, un huracán o una inundación.

La conclusión del trabajo de Skidmore y Toja se ajusta como un guante a Japón, más preparado además porque afronta con recurrencia erupciones volcánicas y terremotos. «A partir de mi experiencia allí y de mis investigaciones, mi impresión es que los japoneses lograrán restaurar la capacidad económica dañada mucho antes de lo que muchos predicen ahora», añade el profesor de la Universidad de Michigan.

La historia más reciente de Japón da pistas sólidas sobre cómo puede ser la recuperación esta vez. La enseñanza más valiosa se extrae precisamente del terremoto de Kobe, hace década y media. El peso industrial del territorio afectado entonces era mayor (Kobe era el sexto puerto mundial), pero en enero de 1995 no se produjo un tsunami, causante ahora de daños más amplios.

Otro economista de los desastres, George Horwich, de la Universidad de Purdue (EE UU), realizó un exhaustivo examen de aquella reconstrucción. «En los medios de comunicación se publicó que la ciudad tardaría diez años en recuperarse. Pero en apenas 15 meses, la actividad industrial había llegado al 98% del nivel existente antes del terremoto. Y el 79% de las tiendas volvían a estar abiertas en julio de 1996», enumera Horwich en su estudio.

El rastro de la reconstrucción de Kobe se seguía esta semana con nitidez por los servicios de estudios radicados en Japón. «Es lo que se suele definir como una recuperación en forma de V, primero habría una caída económica, que no suele durar mucho, y luego un rebote por las obras de reconstrucción. En algunas ocasiones, el rebote es de mayor intensidad que la caída», sintetiza Amadeo Jensana, director del programa económico de Casa Asia y profesor de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Es precisamente lo que reflejó el PIB de 1995: aquel año aumentó un 1,9%, cuatro décimas más de lo que anticipaban las estimaciones antes del terremoto.

«No solo ocurrió en Kobe, también en Sichuan», señala Jensana. El terremoto en esta localidad china se llevó por delante más de 86.000 vidas en mayo de 2008. El pasado domingo, apenas dos días después del desastre en el noreste de Japón, la oficina gubernamental que coordinaba las tareas de reconstrucción anunciaba su disolución. Según las estimaciones del Gobierno chino, las obras en la segunda mitad de 2008 aportaron aquel año 0,3 puntos porcentuales al crecimiento del PIB.

Los críticos del PIB como medida de todas las cosas tienen aquí un argumento más. En los países avanzados, el producto interior bruto apenas varía en el año en el que se produce el desastre -no así en las economías más débiles: el PIB de Haití bajó un 8,5% en 2010-, pese a la enorme cuantía de los daños en infraestructuras, casas y plantas industriales. El PIB mide la generación de valor añadido, de modo que cuando una vivienda se destruye, ese impacto negativo no se computa; cuando se reconstruye, el PIB sí aumenta.

El uso del PIB como único termómetro de los desastres lleva a conclusiones equívocas, como que la destrucción puede ser buena para la economía. El pensador francés Frédéric Bastiat ya desmontó esta asociación hace siglo y medio, con un escrito luego conocido como la falacia de la ventana rota. En su parábola, el agente destructor era un crío aficionado a tirar ladrillos a las panaderías. Bastiat rebatía que lo que era un negocio para los cristaleros fuera bueno para la economía general. Primero, porque el panadero no podía destinar el dinero de la reparación a consumir, un uso que hubiese tenido un impacto mayor en la economía. Segundo, porque ese dinero podría haber incentivado actividades más competitivas (en la parábola se perdía un sastre innovador). Expertos de la economía de los desastres evidenciaron que el empuje al PIB estadounidense en la Segunda Guerra Mundial convivía con un consumo por habitante similar al de la Gran Depresión. Y la realidad económica de algunas de las ciudades más golpeadas por la guerra y los atentados (Kabul, Bagdad o Beirut) habla por sí sola.

Pero incluso la repetición de una súbita recuperación del PIB como la que se produjo tras el terremoto de Kobe está ahora en cuestión. «Nuestra visión de qué ocurrirá con la economía ha empeorado de forma notable», admitía este viernes Murashima, economista jefe de Citigroup para Japón. En cinco días, los expertos de este banco transformaron una revisión al alza del PIB de 2011 (1,9% frente a la estimación inicial del 1,7%) en una revisión a la baja (1,4%).

Buena parte del devenir económico de Japón para los próximos meses se ventila a 250 kilómetros de Tokio, en la planta nuclear de Fukushima. El pesimismo creciente de los economistas corre en paralelo a la ola de informaciones preocupantes sobre el deterioro de los seis reactores de la compañía Tepco y las fugas radiactivas. Lo que se anticipa ahora es, como poco, mayores problemas energéticos y durante más tiempo.

«Los apagones eléctricos y las interrupciones de suministro a las empresas pueden ser más importantes de lo previsto inicialmente. Puede que la reconstrucción no sea suficiente para contrarrestar el impacto negativo inmediato sobre el PIB», detalla Pablo Bustelo, investigador principal del Real Instituto Elcano para Asia-Pacífico. Los problemas energéticos se ramificarán a través de una mayor desconfianza de los consumidores, de los empresarios y de los inversores. «Algunos analistas pronostican ya que habrá recesión en la primera mitad del año, incluso tasas negativas del PIB para el conjunto de 2011», añade el profesor de Economía de la Universidad Complutense.

El cierre de la planta nuclear de Fukushima y las dificultades para poner a pleno rendimiento otras centrales de generación implicarán interrupciones en la actividad económica y costes energéticos más elevados (más compras de petróleo y gas natural a precios más caros). «Los efectos económicos del desabastecimiento energético pueden ser importantes porque se ha visto directamente afectado al menos un 10% de la capacidad de generación. Especialmente si hay apagones frecuentes en Tokio, que tiene 39 millones de habitantes y aporta el 20% del PIB de Japón», aclara Bustelo.

Pese a que el pesimismo gana terreno, ningún analista cree que un «parón» económico de Japón haga descarrilar la recuperación global. «La economía japonesa se ha pasado buena parte de los últimos 20 años en recesión, y eso no afectó mucho al mundo», recalca el profesor de la Complutense. Eso sí, las industrias del automóvil y de la electrónica tendrán serios problemas para cumplir con los pedidos durante semanas. Y los vaivenes de los mercados financieros serán la norma en los próximos días. Japón, que acaba de ceder a China el segundo puesto en el podio de las grandes economías, apenas representa ahora el 9% del PIB mundial (la mitad que en 1995, cuando ocurrió el terremoto de Kobe). La pérdida de peso es aún más clara en la Bolsa: la capitalización de los mercados japoneses apenas supera el 8% del volumen mundial, cuando en 1995 aún retenían el 30% del valor bursátil global.

Otra consecuencia de las dificultades de Japón para digerir el estallido de la fenomenal burbuja inmobiliaria y bursátil de los años ochenta es el vertiginoso aumento de la deuda pública. En 1995, tras unas semanas de titubeos y pésima política de comunicación, el Gobierno japonés puso en marcha un agresivo plan de gasto público para financiar la reconstrucción de Kobe, sufragada en tres presupuestos consecutivos con casi 30.000 millones de euros (casi el 1% del PIB). Pero entonces la deuda pública era casi equivalente al valor del PIB (95%), mientras que ahora lo duplica de forma holgada (225%). ¿Cómo lograr ahora dinero para financiar una reconstrucción que será más costosa aún?

«La deuda japonesa es diferente. La inmensa mayoría está en manos de inversores japoneses, no hay tanta dependencia del exterior y, por tanto, mucha menos especulación en los mercados», explica Amadeo Jensana, de Casa Asia. «El Gobierno, aún con niveles de deuda muy elevados, ha seguido colocando bonos a tipos de interés relativamente bajos. No es lo mismo financiarse al 1% que al 6%», dice el profesor de la Pompeu Fabra en referencia al coste de la deuda que tienen que soportar algunos países europeos.

«La ampliación presupuestaria para financiar la reconstrucción será mayor que en 1995», anunció esta semana el ministro de Finanzas japonés, Yoshihiko Noda. Un comité de expertos que aconsejan al Gobierno deslizó que la dotación inicial del plan alcanzaría los 60.000 millones de euros, el doble que en 1995. Y varios medios japoneses aseguraron este viernes que el Banco de Japón, que ya anunció el lunes una inyección de liquidez sin precedentes para facilitar las operaciones de crédito, estaría dispuesto a suscribir una inminente emisión de bonos del Gobierno por una cantidad similar.

«Es irónico que el nuevo eslogan de la coalición gobernante, Personas, no hormigón, se desvelara justo antes del terremoto», señaló Richard Koo, economista jefe de Nomura, en un análisis urgente de la situación, publicado el pasado jueves. No solo es que los edificios de hormigón de Sendai, la ciudad más dañada, resistieran el embate del seísmo. Ahora la prioridad es transferir recursos públicos a las grandes empresas de infraestructuras, cuando el discurso del primer ministro Naoto Kan se centraba en privilegiar los programas sociales frente a la inversión pública.

Si otros terremotos desvelaron la necesidad de mejorar la calidad de la edificación para evitar colapsos -y Japón se puso a la cabeza de las buenas prácticas arquitectónicas-, el seísmo de Sendai ha dejado claro que ni la región noreste, que concentra algunas de las mejores defensas costeras del país, estaba preparada para un tsunami como el de la semana pasada. Y no solo las zonas residenciales: como demuestra el fiasco de las plantas de Fukushima, tampoco instalaciones tan delicadas como las centrales nucleares.

Yasuhide Okuyama, otro economista del desastre, plantea que sólo los países avanzados, con grandes bolsas de ahorro y capacidad de innovación tecnológica, son capaces de transformar la reconstrucción de carreteras, industrias y viviendas en una mejora del rendimiento económico, que sólo da la cara muchos años después. A lo que Pablo Bustelo suma algunas de las razones que explican el milagro japonés de la posguerra, aquel que convirtió al país más necesitado de ayuda exterior en el primer inversor mundial en apenas dos décadas. «Capacidad de sacrificio, fuerte propensión al ahorro, responsabilidad social de las empresas, especialmente en mantener el empleo, y eficacia de las políticas públicas», sintetiza el investigador del Real Instituto Elcano.

«Si hay seres humanos formados, con los conocimientos culturales y tecnológicos de una economía dinámica, pueden con casi cualquier desastre», fue la conclusión de Horwitch tras investigar la rápida recuperación de Kobe tras el terremoto de 1995. La hidra de tres cabezas que amenaza al país asiático es ahora una prueba de resistencia gigantesca para otro axioma popular entre los economistas: la materia prima más valiosa de Japón son los propios japoneses.*****FIN*****

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