19 - septiembre - 2024

En Inglaterra la monarquía se democratiza para sobrevivir

Santiago 30 de Abril 2011. (Radio del Mar. Fuente: Agencias). Dos imágenes, de las muchas ofrecidas por la que probablemente será la boda real del siglo, entrarán fácilmente en los libros de historia.

La primera es la de los recién casados besándose en el balcón del palacio de Buckingham, con los aristocráticos Windsor compartiendo espacio con los burgueses Middleton, todos aplaudidos por una multitud eufórica en expresiones de patriotismo.

La segunda es la que registra el momento de la partida de los novios, con el príncipe Guillermo al volante del convertible Aston Martin DB6 de colección de su padre, arrastrando globos y chatarra en el chasis, con una letra «L» (por learner , aprendiz) colocada en broma por el príncipe Harry sobre el radiador y la placa que decía «JU5TWED», que en lenguaje de mensajes de texto significa «recién casados».

Frívolas como pueden parecer, estas dos imágenes tienen un profundo significado político y constitucional.

Porque lo que una audiencia global de 2400 millones de personas tuvo ocasión de ver en vivo y en directo fue la señal más contundente de un largo proceso de democratización destinado a preservar la monarquía.

El resultado es que ayer, sin hacer uso de la guillotina, la aristocracia británica perdió su último bastión. Contar con sangre azul ya no es más requisito indispensable para acceder a la plana mayor de la familia real, como dejó de serlo hace ya rato para ingresar en la Cámara de los Lores.

Lo que importa ahora es contar -como los Middleton- con educación, habilidad y dinero.
Pero no hay que creer tampoco que lo de ayer fue una revolución, por más que la presencia de un millón de personas en las calles pueda haber dado esa impresión.

Lo que la monarquía comenzó a hacer es simplemente seguir una de las recomendaciones de la Biblia que el hermano menor de la novia, el repostero James Middleton, leyó ayer desde el púlpito mayor de la abadía de Westminster: «No seas altanero, asóciate con los inferiores».

Y lo que se espera de esa asociación son dos cosas que van mucho más allá de un mero ejercicio de humildad.
Por un lado, que rompa la racha de divorcios, separaciones y escándalos reales de las últimas décadas, y por el otro que permita a la monarquía adquirir el lenguaje necesario para ser comprendida en un mundo donde la popularidad es mucho más importante que la estirpe.

El príncipe Guillermo, un joven desesperado por llevar una vida normal, dio ayer muestras de haber comprendido los ingredientes de esta receta de supervivencia a la perfección.
Cómodo en la pompa y en la circunstancia que forman parte de la herencia cultural de su país, el hijo mayor de Lady Di -la «princesa del pueblo»- demostró con su escapada automovilística saber también cómo crear un incidente con significado para la generación que sigue YouTube.

Los Middleton, en tanto, cuentan ahora con su propio escudo nobiliario y se dieron el gusto de ver a su hija mayor, Kate, agraciada con tres títulos nobiliarios que reflejan, además, la unión que la corona aspira a mantener en las Islas Británicas: duquesa de Cambridge (Inglaterra), baronesa de Strathearn (Escocia) y baronesa de Carrickfergus (Irlanda del Norte).

Cuando el príncipe Carlos ascienda al trono, ella y su esposo se convertirán, además, en príncipes de Gales.
No todo, sin embargo, está resuelto gracias al romance que cruzó las barreras sociales. Ayer, algunos gritos se escucharon en el Pall Mall demandando que la pareja concentre sus energías en producir «un bebe para festejar el jubileo de diamantes de la reina». Es decir, para antes de junio del año próximo.

Un recordatorio de que la función de Kate consiste no sólo en popularizar a los Windsor, sino, ante todo, en garantizar el futuro de la dinastía. La normalidad, cuando se trata de regímenes monárquicos, siempre tiene sus límites.*****FIN*****

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