09 - noviembre - 2024

Sábato, un intelectual emblemático, atormentado por los problemas de su tiempo

Santiago de Chile, 30 de Abril 2011. (Radio del Mar). Figura clave del siglo XX en Argentina y América Latina, Sábato fue escritor y pintor, después de renunciar a la ciencia porque la consideraba amoral. Su trabajo en la Conadep lo hizo protagonista de la Historia.

Al final de su vida, él decía ser «una especie de anarquista cristiano que sólo cree en la paz y en la justicia social». La vida y la obra de Ernesto Sabato pueden leerse como un viaje hacia lo más íntimo, hacia lo familiar y lo extraño. Una parábola de la clase media argentina, con sus vaivenes políticos, pesadillas, búsquedas de identidad.

Sabato fue un hombre comprometido con el tiempo que le tocó vivir. Más allá de las polémicas con García Márquez, Soriano, Gelman y Bayer por su supuesto apoyo a la dictadura militar de 1976 -un tema aclarado por la investigación de Angela Dellepiane en «El intelectual frente a la realidad argentina», incluida en la edición crítica de «Sobre héroes y tumbas» preparada por María Rosa Lojo para la UNESCO y publicada por Alción- lo cierto es que desde la recuperación de la democracia en 1983 Sabato fue, para muchos, un símbolo. Lo fue por su trabajo en la Conadep, la comisión que a pedido del presidente Raúl Alfonsín investigó los crímenes de la última dictadura militar.

Sabato fue escritor, pintor tardío, físico desilusionado de la ciencia, humanista. El mundo lo conoce por la narrativa de «El túnel» (1948), «Sobre héroes y tumbas» (1961) y «Abaddón el exterminador» (1974). También por el informe de la CONADEP, «Nunca más» (1985). Entre los muchos honores recibidos, España le dio el Premio Cervantes en 1984 y Francia lo nombró comendador de la Legión de Honor en 1987.

Escribió además ensayos filosóficos y políticos, que marcan un itinerario vital: «Uno y el universo» (1945), «Hombres y engranajes» (1951), «El otro rostro del peronismo» (1956), «El escritor y sus fantasmas» (1963), «La cultura en la encrucijada nacional» (1973), «Apologías y rechazos» (1979), «Antes del fin» (1998) y «La resistencia» (2000). Como pintor, Sabato podía imaginar a los personajes de Kafka frente a un tribunal invisible. En 1999 sus óleos llegan a cotizarse a cien mil dólares, que Amalia Fortabat paga con gusto.

Por sobre todo, Sabato fue él mismo, contra los que quisieron etiquetarlo. Había nacido en Rojas, provincia de Buenos Aires, el 24 de junio de 1911. Sus padres, Francesco Sabato y Giovanna Ferrari, venían de Cosenza, Italia. Prosperaron hasta establecer en Rojas un molino harinero y criaron once hijos varones. Ernesto era el décimo varón. La familia Sabato era «clásica y jerárquica», dijo alguna vez. Representaba bien a aquella clase media de provincias. Arturo, el más chico, llegaría a ser director de YPF en tiempos de Frondizi. Juan sería un experto en petróleo, a favor de Illia en la anulación de los contratos petroleros. Otro hermano, Lorenzo, será intendente en Rojas.

«Mi padre era severísimo y yo le tenía terror, mi madre me escondía debajo de la cama matrimonial para evitarme un castigo», admitió el escritor a uno de sus biógrafos, Carlos Catania. Hasta los 13 años tuvo insomnio, sonambulismo, alucinaciones y pesadillas angustiosas. Muy apegado a su madre, Sabato tendrá el primer corte con el mundo familiar en 1924, cuando inicia sus estudios secundarios en el Colegio Joaquín V. González, dependiente de la Universidad de La Plata. Entre sus profesores están Pedro Henríquez Ureña y Ezequiel Martínez Estrada. Se destaca en ciencias: «Todo el orden, toda la pureza, todo el rigor que faltaba en mi mundo de adolescente y que desesperadamente anhelaba, se revelaba en ese orden transparente de las formas geométricas», dirá después.

En 1929 entra en la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas en La Plata y tiene militancia política, primero anarquista y luego comunista. En un curso de marxismo conoce a su futura esposa, Matilde Kusminsky Richter. Se casarán en 1936 y tendrán dos hijos, Jorge Federico en 1938 y Mario, en 1945. Matilde también escribe y será su gran apoyo espiritual. Hacia 1933 Sabato es secretario general de la Juventud Comunista en La Plata, usa nombres falsos y vive en un cuarto de pensión en Avellaneda. Romperá con el PC en 1935 en Bruselas, desconfía de Stalin y de sus sangrientas purgas contra la vieja guardia bolchevique. Decide volver a Buenos Aires, dispuesto a ser un científico. En 1938 ya es doctor en ciencias físico matemáticas por la Universidad de la Plata, Bernardo Houssay, directivo de la Asociación para el Progreso de las Ciencias, lo beca para el Instituto Curie de París. Pero él escribía y pintaba en secreto. En París se reúne en el Cafe de Dome con el grupo de los surrealistas, entre ellos André Breton y Tristan Tzara. Esta marca del surrealismo será profunda, se percibe en el «Informe sobre ciegos», momento clave de «Sobre héroes y tumbas».

Fantasea con abandonar la ciencia y lo concretará en 1943. La ciencia le parece amoral y la deja «porque consideré que llevaría el mundo hacia el desastre». Desde 1941, entusiasmado por «La invención de Morel», de Adolfo Bioy Casares, se relaciona con la revista Sur y el grupo literario cercano a Victoria Ocampo, conoce entonces a Borges. En 1943 escribe los borradores de «Uno y el Universo», con él gana en 1945 el Primer Premio Municipal de Literatura de Buenos Aires. Desde 1944 vive en Santos Lugares, que en esa época era un pueblo de campo. Se gana la vida escribiendo notas de divulgación científica. El golpe militar de 1943 y la llegada del peronismo al poder en 1946 son hechos traumáticos para Sabato, que apoya a Houssay ante la expulsión de profesores en la Universidad. Lo condenan a dos meses de cárcel y pierde sus cátedras en La Plata. En 1948 publica en Sur su novela «El túnel», que deslumbra en Francia a un lector privilegiado, Albert Camus, él recomienda al editor Gallimard la traducción del texto, adaptado al cine en 1952 por León Klimovsky.

Con la caída del peronismo en setiembre de 1955, Sabato es nombrado director de la revista «Mundo Argentino». Pero los fusilamientos de junio de 1956 y las torturas contra militantes peronistas -que denuncia en la revista- lo enfrentan con el interventor de la publicación. Sabato renuncia y publica «El otro rostro del peronismo», donde matiza sus críticas a Perón, actitud que lo distanciará de Borges. En 1961 la publicación de «Sobre héroes y tumbas» lo consagra ante la crítica y el público. Hasta 1967 se suceden siete ediciones con 120.000 ejemplares vendidos. La novela juega con los fantasmas personales del escritor y los desgarramientos de la historia argentina, desde las guerras civiles del siglo XIX hasta 1955.

La espiral de violencia de la década de 1970 será el tema de su novela «Abaddón, el exterminador», consagrada en 1976 en Francia como «libro del año». Al comienzo de esa década vive amenazado por la Triple A durante la debacle del gobierno de Isabel Perón. Sabato escribe un ensayo en 1976, «Nuestro tiempo del desprecio», además de artículos periodísticos donde denuncia la represión militar, que se publican en el extranjero y le traen amenazas aquí.
Durante la dictadura integra organismos de derechos humanos con Adolfo Pérez Esquivel y María Elena Walsh, entre otros. Pero lo que algunos le reprochan es el almuerzo con Videla en mayo de 1976, a pocas semanas del golpe militar, cuando Sabato acompañó a Borges, al sacerdote Leonardo Castellani y al presidente de la SADE, Alberto Ratti. Como anota Angela Dellepiane en su investigación para la UNESCO, el diario La Razón del 20 de mayo de 1976 y La Opinión del 21 de mayo -aún dirigida por Jacobo Timerman- dan el testimonio directo de Sabato sobre lo ocurrido.

«Hay otra cosa que me angustia y que me sentí en la obligación de plantear, la caza de brujas», dice el escritor en La Opinión, agregando que «di nombres de personas que honran al país y que han sufrido expulsión de sus lugares de trabajo y hasta detención», en relación con los casos de Antonio Di Benedetto y el arquitecto Jorge Hardoy. También está el testimonio de la periodista Julia Constenla, que en 1995 contó en la revista La Maga que Sabato había consultado con ella y con otros intelectuales por la invitación: «le recomendamos que fuera. Castellani y Sabato acordaron que el primero pediría por Haroldo Conti y Sabato por Di Benedetto, eso fue así para personalizar el reclamo y evitar que Videla pudiera decir que eran solo rumores».

Ya desde los años 70 Sabato siente que, como escritor, ha dicho «todo lo que tenía que decir sobre los grandes temas de la condición humana: la muerte, el sentido de la existencia, la soledad, la esperanza y la existencia de Dios». Como un epitafio, en 1983, él confesará públicamente: «Soy un simple escritor que ha vivido atormentado por los problemas de su tiempo, en particular por los de su nación. No tengo otro título».*****FIN*****

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