Santiago de Chile, 25 de Mayo 2011. (Radio del Mar. Fuente: Agencias). «Podría contestarte que gane el mejor», me responde Eduardo Galeano desde Barcelona. «Pero sería una hipocresía, quiero que gane el Barça». A cuatro días de la final de la Champion’s ante Manchester United, Barcelona distinguió ayer al autor de Las venas abiertas de América Latina con el premio Manuel Vázquez Montalbán. «Por suerte, son cada vez menos los intelectuales que se atribuyen el derecho de decidir cuáles alegrías de la gente son legítimas y cuáles no», me contesta, cuando le pregunto de qué modo recibe un escritor de su talla un premio de periodismo deportivo. Lo dedicó a Josep Punyol, presidente del Barça ejecutado por tropas franquistas. A los futbolistas que se exiliaron tras la Guerra Civil. «A los jugadores del Barça de nuestros días, dignos herederos del Barça de aquellos años». Y a su amigo Manolo Vázquez Montalbán. «Con él -dijo- hemos intentado combatir los prejuicios de mucha gente de derechas, que cree que el pueblo piensa con los pies, y también los prejuicios de muchos compañeros de izquierdas, que creen que el fútbol tiene la culpa de que el pueblo no piense».
El que piensa, y mucho, es el Barcelona de Josep Guardiola. Pep era un niño de piernas de alambre el día que Oriol Tort, «el profesor» lo probó en La Masía. Lluis Pujol, Pujolet, famoso ex jugador y entrenador de las divisiones inferiores, le dijo a Tort que no veía nada especial en el niño. «Ni tiro, ni regate, ni llegada, ni siquiera coraje o despliegue. No sé qué tiene el niño. Yo sólo le veo cabeza». «Justamente, Lluís, el secreto del niño -respondió Tort- está en su cabeza». Tort no había visto nunca antes un niño que anticipara tan rápido la jugada y que tuviese tanta vista periférica. Así juega hoy el Barça de Guardiola. Pensando con los pies. Ramón Besa, que recordó la anécdota de Tort hace unos meses en un hermoso artículo en el diario El País, me cuenta varias anécdotas de la pasión de Manolo por el Barça.
El equipo blaugrana, según Vázquez Montalbán, era el «desarmado ejército simbólico» de Cataluña. Y Manolo fue el cronista por excelencia del «relato» identitario que dio pie a esa frase según la cual el Barça es «más que un club». En «Fútbol. Una religión en busca de un dios», Vázquez Montalbán dice que Guardiola fue un «emblema de la catalanidad en tiempos de excesos de comunitarios y extranjerías». En «Quinteto de Buenos Aires», el detective privado Pepe Carvalho decía que sabía tres cosas de Buenos Aires: «tango, desaparecidos y Maradona». «Manolo -contó Besa hace un tiempo- escribía para todas las secciones, y a partir de sus columnas, la gente de fútbol aprendía historia, la de política sabía de poesía y en cultura se hablaba de la copla y de restaurantes». Hoy, dijo el propio Besa cuando en 2010 recibió él mismo el premio Vázquez Montalbán, «el periodismo se ha empobrecido, se ha vuelto dócil con el poder y por eso resulta relativamente cómodo llenar diarios».
Este Barça, podrían decir muchos de sus nuevos admiradores, sigue siendo «más que un club». No sólo por la Guerra Civil de ochenta años atrás. Sino por su fútbol superior. Solidario, bonito y efectivo. ¿Cómo no va a asombrar en Argentina un equipo que, comenzando por el arquero, hace veinticinco pases seguidos bien y en el veintiséis anota un gol cuando en nuestro Clausura la media es de apenas cinco pases seguidos a un compañero? Su juego de paciencia y elaboración no agrada a todos. Es que «jugar tan bien como el Barça crea ciertas neurosis», como escribió hace un tiempo Enric González. Sin embargo, el «Tiki-tiki», como dicen algunos en tono crítico, ya le dio una lección en semifinales de Champion’s al pragmático José Mourinho. En la ida, hizo 712 pases bien hechos contra 181 del rival, 85 por ciento de efectividad. La posesión disminuyó en la vuelta (de 72 a 69 por ciento) sólo porque Real Madrid cometió una falta cada tres minutos. ¿Y quién fue el jugador del Barça que más faltas cometió en la serie de cuatro partidos contra Real Madrid?: Messi (14). El mismo Messi que lleva esta temporada un record de 52 goles y 23 asistencias. Son apenas datos que explican el sistema de un equipo que, además, juega siempre igual, adueñándose primero de la pelota y luego haciéndola circular por toda la cancha, hasta encontrar el hueco que anime al riesgo.
Manchester United, rival del sábado, sufrió una crisis de identidad cuando en 2005 vendió el club a un magnate de Estados Unidos. La mitad de los clubes de la Premier League están en manos de extranjeros. Un modelo de fútbol-espectáculo, dicen algunos. Una bomba de tiempo, lo llamó en cambio el Parlamento británico. The Guardian informó una semana atrás que 16 de sus 20 clubes cerraron la temporada pasada en rojo, con pérdidas de 780 millones de dólares, no obstante que la Premier League tuvo un ingreso record de 3.400 millones. Los salarios de los jugadores se llevan el 68 por ciento de los ingresos.
La familia Glazer se adueñó de Manchester United en 2005 sin poner un solo peso. Peor, lleva sacados de tesorería 564 millones de dólares. Así pagó los intereses y garantías bancarias de los créditos que contrajo para comprar el club. La operación irritó a miles de socios. Barcelona debe unos 400 millones de euros, pero sus socios eligen al presidente. Los de Manchester United no. Muchos, entonces, se fueron indignados y fundaron un club paralelo (United of Manchester). Pero los Glazer no fueron tontos: Manchester United conserva una de las medias salariales más bajas de la Premier (46 por ciento de los ingresos), sigue ganando campeonatos y respeta el poder de Alex Ferguson, DT desde hace veinticinco años y que ayer, en plena conferencia de prensa, pidió un aplauso para el patrón norteamericano. El United de Ferguson también opondrá este sábado un fútbol más físico. Para ganar, deberá agregarle la audacia que le faltó a Mourinho.
Antes de recibir ayer el premio, Galeano habló para TV3 de Cataluña. Contó su visita a «Los Indignados» que acampan desde hace días en la Puerta del Sol, en Madrid. «Nos quitaron la justicia y nos dejaron la ley», leyó en un cartel. Dijo que él formó parte de la comisión que organizó los dos plebiscitos populares que fueron derrotados para terminar con la Ley de Caducidad que protegió a los militares violadores de derechos humanos en Uruguay. «Perdimos dos veces y seguiría perdiendo un millón. No creo que valga la pena vivir para ganar, sino para lo que la conciencia te dicta». Y dijo que eso vale para la política, el amor y también para el fútbol. Cualquiera podrá ganar el sábado en un proceso que iniciaron casi juntos. Ferguson llegó al United en 1986. Lleva 35 títulos. Dos años después, Barcelona contrató como DT a Johan Cruyff. El holandés ganó once títulos en ocho años. Más importante, inició un ciclo de buen fútbol que hoy se prolonga en Guardiola, jugador símbolo en la era Cruyff y que este sábado irá por su décimo título en cuatro años como DT. Gana, sí, pero juega, como dice Galeano, «con el placer de jugar». Algunos atribuyen la paternidad de la refundación del Barça a Rinus Michels, otro técnico holandés que arribó en 1971. Otros retroceden hasta los tiempos de Joan Gamper.
El suizo que fundó a Barcelona en 1899 amaba el fútbol técnico y el juego de pases y triángulos de equipos centroeuropeos como el MTK o Honved, predecesores de la fabulosa selección húngara que en 1953 goleó 6-3 a Inglaterra. Ese festival húngaro de fútbol colectivo marcó la primera derrota inglesa en Londres ante una selección extranjera. Fue la comprobación de que el comunismo existió, al menos «durante dos tiempos de 45 minutos», como ironizó el cineasta Jean Luc Godard. Sucedió en el viejo estadio de Wembley. Un nuevo Wembley recibirá este sábado al Barça de Guardiola: la comprobación de que el fútbol bonito también puede ser campeón.*****FIN*****