Por: Gustavo Duch Guillot,
16 de junio de 2011
Escribí de ellos hace varios años, regresando de la Bolivia nueva y orgullosa de un cambio político y de una revolución social. Los leque leque, me enseñaron una familia campesina del altiplano, son pájaros que leen el tarot, adivinadores del futuro. Según el clima tenga que llegar, según venga seco o lluvioso, la familia leque leque anida sobre los surcos o entre ellos, de las papas cultivadas. Así pues para conocer el tiempo de los próximos días, a las y los campesinos no les hace falta parte meteorológico alguno. Se reemplaza el meteosatelite por la observación de los leque leque.
Pareciera un mecanismo antiguo y poco moderno, pero es un sistema exitoso y sostenible. De la misma forma que el gran número de variedades de papas que las familias campesinas poseen, les asegura alimentación independientemente del clima, independientemente de las fluctuaciones del mercado y, sobretodo, independientemente de los caprichos de las multinacionales apropiadoras de las semillas campesinas. Es por eso que todas estas prácticas y políticas encaminadas a la ‘independencia o autonomía campesina’ son un grito internacional tremendamente movilizador: la soberanía alimentaria.
Bien lo sabe el campesinado hindú, por ejemplo, que se ha arruinado con el algodón empresarial transgénico cuyas semillas (y fitotóxicos específicos) deben comprar anualmente. O el campesinado estadounidense que ha visto como su maíz ecológico ha sido contaminado por maíz empresarial transgénico… y eso les ha costado una sanción. O el excampesinado argentino expulsado de sus tierras o huertos ante el avance imparable de los monocampos de soya transgénica.
Bien lo sabe también la y el productor agrícola boliviano, pues desde hace cinco años y de forma ilegal, la soya transgénica se introdujo y expandió por los campos de su país, sin respuesta alguna de su recién formado gobierno. Se echó a faltar una visión de pájaro, de leque leque, de futuro, y ahora, se puede constatar que la soya transgénica es más susceptible a la roya y ha tenido menores rendimientos que la no transgénica; se puede contabilizar un incremento de más del 300% en el uso de herbicidas, fungicidas e insecticidas; y se puede encontrar rastros de soya transgénica en alimentos para el consumo humano.
Bien lo saben también las organizaciones campesinas bolivianas, Sr. Presidente, que se han reunido preocupadas el pasado día jueves 9 de junio en Cochabamba, ante el anuncio de su gobierno de la legalización del uso de transgénicos en Bolivia. La soberanía alimentaria se basa fundamentalmente en el acceso y control a las semillas, base de la producción de alimentos, recurso vital para cualquier país del mundo. Dos formas tenemos de entender esa propiedad: las semillas transgénicas con sello de propiedad privada, peligrosos especímenes irreproducibles ocultos bajo el manto de falsa modernidad y desarrollo tecnológico, o la propiedad social de semillas campesinas que son de todos y son de nadie. Igual que el aire, el oxígeno o el amor.
Por eso, se le manda una postura clara.
No puede un gobierno social como el suyo rendirse a los intereses de las empresas transnacionales de semillas que son también dueñas de los agrovenenos necesarios.
No puede, un país que ha aprobado los Derechos de la Madre Tierra en su Constitución, poner en riesgo uno de los territorios más ricos en biodiversidad , leques leques y muchas variedades de papa, maíz, cereales, frutas, quinua y otros miles de cultivos andinos y amazónicos.
No puede, quien bien lo sabe, aprobar semillas pensadas en la exportación desplazando a los cultivos destinados a la alimentación humana.
No puede, un representante del pueblo, favorecer cultivos que destruirán bosques que son fuente de biodiversidad y hábitat de los pueblos originarios.
No debe, Sr. Presidente.