Por: Dra. Cecilia Castillo
Tomado de ciperchile.cl
02 de junio de 2011
Muchas vueltas, recortes y cambios ha tenido desde 2008 la llamada “Ley del Súper 8”, que regula el etiquetado y la publicidad de alimentos. Según la autora, el veto presidencial es un retroceso en mucho de lo avanzado hasta ahora y nuevamente el lobby ha obstaculizado una regulación que busca combatir la obesidad, una epidemia que tiene a Chile en el tercer lugar del ránking mundial.
El Presidente Sebastián Piñera, en uso de sus atribuciones, ha enviado un veto a la ya aprobada Ley de Etiquetado y Publicidad de Alimentos, conocida coloquialmente como la Ley del Súper 8. Pero, ¿cómo llegamos a este punto?
Es bueno hacer un poco de historia y recordar que Chile es uno de los tres países con más obesidad a nivel mundial, enfermedad crónica no transmisible que es la determinante del desarrollo de otras enfermedades crónicas y de las principales causas de muerte en el país, como son las enfermedades cardiovasculares y algunos tipos de cáncer.
El análisis de la situación epidemiológica y las recomendaciones provenientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) fueron la base para que un grupo de senadores presentara en el Congreso, el año 2007, un proyecto de ley con el objetivo de mejorar el resultado de una serie de actividades que se realizaban en el país para la prevención de estas enfermedades, pero que definitivamente no tenían impacto en la epidemia de obesidad. Se hacía necesario entonces desarrollar y aplicar otras medidas legales como era la calificación de los alimentos en saludables, medianamente saludables y no saludables, a través de una señalética auto-explicativa y la limitación de la publicidad cuando éstos no cumplieran con la calificación de saludables. (Ver informe de la OMS sobre el impacto marketing de los alimentos en los niños)
La iniciativa fue presentada y discutida en el año 2008 en la denominada “Cumbre de Valparaíso” en el Congreso Nacional. En ella participaron connotados expertos internacionales y nacionales, sociedades científicas, asociaciones de consumidores, profesionales y ciudadanos ávidos de ser partícipe de lo que se esperaba fuera la base de uno de los cambios más relevantes en la historia de la salud pública reciente.
Pero la historia de esta ley no podía ser distinta a lo que hemos observado en otros temas. En una sociedad acostumbrada a mirarlo todo desde la libertad y que ha olvidado la importancia y necesidad de otros principios como son la igualdad, la equidad, la fraternidad, la magna reunión tuvo su primera dosis de realidad cuando la industria de alimentos se negó a participar. Los argumentos eran que el proyecto atentaba contra la libertad de las personas a elegir y estigmatizaba los alimentos. Curiosamente los argumentos eran casi los mismos que podemos encontrar en la historia de la discusión del Proyecto de Ley del Tabaco, las frases eran casi iguales. (Ver Ley 19.419-1995)
Pero mientras el Proyecto daba vueltas en el Congreso, con suficientes pausas para largas discusiones y “lobby” empresarial, la cantidad de personas en Chile, niños y adultos con obesidad, seguía creciendo, alcanzando una cifra superior al 22 % en el caso de los niños y una superior en adultos y embarazadas. Éste definitivamente era un tema, la prensa hacia reportajes de lo poco saludable de los alimentos en los colegios, de lo difícil que era controlar la adicción de comer de las personas, los expertos daban clases en los matinales, en los noticieros, las universidades desarrollaban actividades y materiales educativos, pero en definitiva, seamos sinceros, nada ha dado buenos resultados.
El proyecto original en su trámite legislativo fue cambiado, podado, transformado y gran parte del espíritu original se perdió. El lobby es poderoso. En enero de este año, un grupo de senadores en comisión mixta logra reponer parte del articulado que permitía cumplir con los objetivos iniciales del proyecto de ley. Es decir, permitiría a los consumidores chilenos poder elegir de una manera fácil alimentos saludables, que los colegios cambiaran su oferta, que se aumentaran las horas de actividad física y que no se abusara de la credulidad y de la ingenuidad de los niños a través de la publicidad. Tal como el chocolate del Súper 8 cuando está en el bolsillo de los escolares y escurre con el calor, estos articulados se empezaron a esfumar. Sí, porque no todo podía ser tan fácil.
El Ministerio de Salud, escuchando probablemente a las empresas de alimentos, presiona a los parlamentarios para que el articulado del proyecto se cambie. La oposición negocia con el Gobierno un veto, nadie sabe por qué, ni en qué momento, pero negocian y firman un acuerdo para modificar tres puntos del proyecto a cambio de su aprobación: retirar la prohibición de venta de comida chatarra en las universidades; eliminar el artículo que daba sustento a una recomendación OMS para propiciar la lactancia materna exclusiva y que permitía prohibir la publicidad de fórmulas lácteas infantiles y la obligación de incluir la educación nutricional en los curriculum escolares. Al final, acuerdo mediante, la ley es votada favorablemente por ambas Cámaras.
Pero el acuerdo de tres puntos no fue respetado por el Gobierno y el veto presidencial modifica a través de adiciones, sustituciones y supresiones todo el articulado de la ley recientemente aprobada. El proyecto quedó transformado, limitado y cambiado. Mentes y manos expertas en lo legal modificaron con la precisión de un relojero suizo el articulado dejando a la oposición en la dificultosa tarea de tener que rechazar el veto, pero sin la seguridad de poder reponer el articulado original dado la necesidad de un alto quórum. La oposición está en un dilema: lo pierde todo o negocia y acepta parte del veto. El resultado será de todas formas una mala ley, casi decorativa.
Quizás es esta forma de hacer la política, de espalda a la ciudadanía y a los consumidores, la que contribuye a que todas aquellas medidas destinadas al bien común se pierdan en los largos pasadizos del Congreso. Ya no hay vuelta, el chocolate del Súper 8 se ha derretido. Y el chocolate cuando se derrite suele ensuciar, hay que lavar y limpiar, como probablemente habrá que hacer para recuperar una vez más la confianza en la clase política. Pero, por mucha azúcar que tenga el Súper 8, el sabor amargo será difícil de superar. Lo que no cabe duda es que escucharemos muchas declamaciones acerca del éxito de contar con una ley como ésta, pero la realidad será otra: nuestros niños seguirán comiendo Súper 8 y enfermando. Al final de cuentas y al igual que en otros temas, todos habremos perdido algo de la confianza en nuestra clase política y en la forma de gobernar.