Santiago de Chile, 11 de Septiembre 2011. (Radio del Mar. National GEographic). En la única entrevista concedida al cumplirse el décimo aniversario del 11-S, el expresidente Bush recuerda ahora lo mucho que sintió aquel día y cómo cambió su mandato.
Gata, pata…». Palabras de niños en el aula de un colegio de Florida, carteles en la pared; en una pizarra, detrás del visitante ilustre, George W. Bush, está escrito: «La lectura hace grande a un país». «Pata, lata…». Y de repente, un susurro al oído. Una frase. «Estados Unidos está siendo atacado». Y todo cambia. El rostro del hombre más poderoso del mundo se convierte en un libro abierto. Por la página Tocado y Hundido, se diría. Un poema. Como el de (casi) todos, en todo el mundo pegados en ese instante del 11 de septiembre de 2001, ante los televisores, viendo desmoronarse una época.
«Recuerdo que con el primer avión pensé que sería un accidente; con el segundo, un ataque. Y el tercero era una declaración de guerra»
Bush aprieta los labios, la mirada se le pierde; le crecen bosques de rabia entre las cejas; océanos de desconcierto le caen por las mejillas. He aquí que la historia le convertía en protagonista (a él, presidente anodino bajo el nombre del padre). Siente enseguida el peso de su cargo. Lo recuerda ahora, desde su condición ya de ex presidente, en la única entrevista que ha concedido al cumplirse el décimo aniversario para hablar de los atentados; dos días de charla en su oficina de Dallas con el periodista Peter Schnall, del National Geographic Channel. «Miles de personas perdieron la vida y yo hice la promesa de que no volvería a repetirse nunca».
Bush hilvana sus recuerdos sin citar guerras posteriores o efectos colaterales, relata cómo vivió y qué sintió desde su puesto y condición de mando esas horas. «No lo olvidaré nunca. Ese día cambió mi mandato», afirma. «Pasé de ser un presidente centrado en asuntos nacionales a uno en tiempo de guerra». O también: «La guerra nos llegó de forma inesperada, y tienes que afrontarla…no piensas en consecuencias ni política. Hay que decidir. Lo hice lo mejor que supe, algunas decisiones fueron polémicas… pero tomadas con el objetivo de proteger a mi país. No tenía una estrategia… vivía el día a día».
Una jornada, comenta, que prometía ser como otra cualquiera. Esa mañana, Bush sale a correr, lee informes de seguridad («Nada fuera de lo normal»), se sube a su coche, y ya ahí sabe del impacto de una avión en Nueva York, pero no le da mayor importancia, va de visita al colegio, para promover reformas, y los niños le cantan palabras. Hasta que su cara se llena de otras que no pronuncia porque decide callarlas: «Me concentré inmediatamente en los niños. El contraste entre el horror del ataque y su inocencia me hizo ver claramente cuál era mi trabajo: proteger a la gente».
Proteger es la clave. Lo repite mientras habla y traga saliva, sus labios se tensan, se le achican los ojos… «Y al momento, los periodistas empezaron a recibir llamadas. Era como ver una película de cine mudo». Todos lo sabían. Todos le observaban. Se movió lento. Demasiado para algunos. «Quería proyectar una imagen de calma». Escribe un primer discurso allí mismo, para los padres y el mundo: «Hoy ha ocurrido una tragedia nacional…». Llega la noticia del tercer avión en el Pentágono: «Con el primero pensé que sería accidente; con el segundo, ataque. Y el tercero era una declaración de guerra». Dijeron también que estuvo escondido durante horas. Él lo desmiente: quiso salir hacia Washington de inmediato, pero su equipo en el Air Force One lo impidió: «Creían que era una irresponsabilidad por mi parte volver a una ciudad que había sido atacada…».
Una jornada cualquiera, escrita con guion insuperable: escenas de rascacielos que se derrumban en segundos; aviones secuestrados cargados de civiles; masas de gente cubierta de polvo huyendo de la muerte en plena City. Un apocalipsis. Un país violentado. «Una de las cosas que cambió el 11-S fue la noción de estar protegidos por los océanos». Sintió horror: «Lo más devastador fue ver a gente saltando al vacío y no poder hacer nada». Y recuerda frases plenas de significado: «¿Quién demonios querría hacer eso a EE UU?». «¿Por qué no lo hemos visto venir?». «¿Estará bien mi esposa?». «Decidí que ya nos encargaríamos de Irak. El primer objetivo era Al Qaeda, en Afganistán». Su tarea era encontrar culpables, aplicar la justicia, implacable, serenar a la población. Fue al Pentágono y a la Zona Cero: «Desde el aire parecía una cicatriz enorme, pero de cerca fue caminar por el infierno». «Atrápalos», le pedían. «Su sed de sangre era palpable».
Él no lo consiguió, pero llegó ese día. Una llamada de Obama el 1 de mayo pasado. Una frase: el fin de Bin Laden. «No sentí nada parecido a felicidad ni júbilo. Simplemente que se cerraba un capítulo. Con el paso del tiempo, el 11-S será una fecha señalada del calendario», dice. Y el libro de su rostro ese día, de lectura obligada en las escuelas.*****FIN*****