Por: Matías Asún
Director de Greenpeace Chile
15 de septiembre de 2011
Un 15 de Septiembre hace ya 40 años un grupo de ecologistas barbones navegó en un pequeño bote pesquero en dirección a las islas Aleutianas. Su objetivo era evitar un ensayo nuclear del ejército de Estados Unidos ante la costa de Alaska.
Si bien no llegaron a su destino, la insólita acción de ir a pararse en el sitio de la explosión con tal de detener semejante acto de brutalidad les dio, nos dio, una gran popularidad como defensores de la vida y la naturaleza.
Hoy, cuatro décadas después, Greenpeace es una organización federada con 28 oficinas que cubren varias decenas de países y que opera bajo la coordinación de Greenpeace International, cuya sede está en Ámsterdam.
Es, sin duda, la organización ecologista más influyente a nivel mundial no sólo por su acción decidida en campañas específicas en temas de conservación, protección de la vida y justicia ambiental.
También porque sólo aceptamos donaciones de particulares sin ofrecer nada a cambio -rechazando donaciones de partidos políticos, gobiernos y muy especialmente de empresas, por razones obvias.
Esta condición ha ayudado a ser una de las organizaciones más creíbles y confiables del mundo. Chile no es la excepción, a nivel nacional somos la segunda “marca” con mayor reputación.
Nuestra coherencia a escala global ha construido una base sólida de 2,8 millones de miembros en el mundo que mantienen vivos y activos. Aún así, nuestros recursos están muy por debajo de los astronómicos presupuestos que sostienen y financian los conflictos y problemas que intentamos resolver.
Nuestros principios fundacionales no han cambiado hasta hoy. Quien hoy trabaja o participa de Greenpeace en cualquier esquina del planeta puede decir, con convicción, que está ayudando a cambiar el mundo hacia horizontes donde la justicia ambiental y la paz sean hechos consumados y no un ideal.
Nuestro “rubro” es la denuncia, es hacer enojar a quienes se lo merecen. No por el arte de hacerlo, más bien porque es el resultado de cambios sociales, ciudadanos y políticos que apuntan hacia un mundo más verde y para todos.
Nuestros principales objetivos hoy son la protección del clima global, el fin del uso de combustibles sucios, la defensa de los océanos y bosques y la vida que de ellos depende, la lucha contra los efectos negativos de la tecnología genética en la agricultura y el consumo humano.
Durante estos cuarenta años hemos pasado de activismos locales a ser una organización que denuncia y afronta los problemas globales, marcando la agenda del desarrollo mundial.
A esta altura los habitantes de esta patria -que también está de cumpleaños- estamos más o menos convencidos de que hay un despertar ciudadano que ha sabido conjugar -no sin conflicto- las demandas más tradicionales de América Latina (justicia, equidad, reducción de pobreza), con los ideales del desarrollo global (sustentabilidad, respeto por el patrimonio).
Por eso, espero, cada vez sean menos quienes abogando por lo primero lo opongan a lo segundo, y que cada vez más rápido abandonen de una vez por todas ese discurso que ya huele añejo de que hay que empezar por superar la pobreza y resolverla “a toda costa”, para luego darse el lujo de ser sustentables y limpios.
Porque en el fondo, a veces pienso, nuestro principal problema no son los litros de tóxicos vertidos a ríos o napas subterráneas, ni las chimeneas que arrojan dióxido de azufre frente a escuelas con niños, ni las industrias que arrastran la pesca de la que viven las comunidades costeras, ni los ingenieros embelesados con el brillo y el calor del uranio.
El problema es que una idea de justicia real, que conjugue desarrollo con sustentabilidad, aún nos parece lejana, inalcanzable, “Europea”.
Por el contrario, vemos con alegría como cientos de comunidades de nuevos ecologistas barbones -o sin barba, da lo mismo- de esta era hoy se están subiendo en sus barcos, organizando sus comunidades, barrios, centros de reciclaje, etcétera, intentando detener lo que parece inevitable.
Los nuestros son 40 años de éxitos a costa de esfuerzo, creatividad, resistencia y encuentro con cientos de miles que nos han apoyado formando redes, comunidades y organizaciones que sintonizan con nuestras causas.
Cuatro décadas de convicción de que otro mundo puede, debe y es urgente hacer posible.
Nuestras puertas están y estarán siempre abiertas a todos, que mientras más seamos, más claras serán nuestras voces.