19 - septiembre - 2024

Julio Cortázar: «El tango era nuestra música, y yo crecí en una atmósfera de tangos.»

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Julio Cortázar, The Art of Fiction No. 83 Entrevistado por Jason Weiss (1984)

(traducción del inglés de Luis Casado)

Cuando Julio Cortázar murió de cáncer en febrero de 1984 a la edad de sesenta y nueve años, el diario madrileño El País lo saludó como uno de los más grandes escritores latinoamericanos y durante dos días publicó once páginas de homenajes, reminiscencias y despedidas.

Aún cuando Cortázar había vivido en París desde 1951, visitó regularmente su Argentina natal hasta que fue oficialmente exilado a inicios de los años 1970 por la junta argentina que había objetado varios de sus cuentos.

Con la victoria, el otoño pasado, del gobierno de Alfonsín electo democráticamente, Cortázar pudo hacer una última visita a su país de origen. El ministro de la Cultura de Alfonsín decidió no ofrecerle un recibimiento oficial, temeroso de que sus puntos de vista políticos fuesen demasiado izquierdistas, sin embargo el escritor fue acogido como un héroe de regreso.

Una noche en Buenos Aires, al salir de un cine después de ver una película basada en la novela de Osvaldo Soriano “No habrá más pena ni olvido”, Cortázar y sus amigos se encontraron con una manifestación estudiantil que venía hacia ellos y que se dislocó al ver al escritor para amontonarse en torno a él. Como las librerías de los bulevares aun estaban abiertas, los estudiantes compraron apresuradamente los libros de Cortázar para que él los firmara. Un kiosquero, disculpándose de no tener más libros de Cortázar, le presentó una novela de Carlos Fuentes para que lo autografiase.

Cortázar nació en Bruselas en 1914. Cuando su familia regresó a Argentina después de la guerra, creció en Banfield, no lejos de Buenos Aires. Obtuvo un diploma de maestro y fue a trabajar en un pueblo de la provincia de Buenos Aires hasta los inicios de la década de los años 1940, mientras escribía para sí mismo. Uno de sus primeros cuentos en ser publicado, “La casa tomada”, que vino a él como un sueño, apareció en 1946 en una revista editada por Jorge Luis Borges.

No obstante, no fue sino hasta después de su mudanza a París, en 1951, que comenzó a publicar en serio. En París trabajó como traductor e intérprete para la UNESCO y otras organizaciones. Los escritores que tradujo incluyen a Poe, Defoe y Marguerite Yourcenar. En 1963, su segunda novela “Rayuela” –sobre una búsqueda existencial y metafísica de un argentino a través de la vida nocturna de París y Buenos Aires– estableció realmente el nombre de Cortázar.

Aun cuando es conocido sobre todo como un moderno maestro del cuento, las cuatro novelas de Cortázar demostraron una madura innovación de forma mientras, al mismo tiempo, exploran cuestiones básicas sobre el hombre en sociedad. Estas incluyen Los Premios (1960), 62: Modelo para armar (1968), basada en parte en su experiencia como intérprete, y Libro de Manuel (1973), sobre el rapto de un diplomático latinoamericano.

Pero fueron los cuentos de Cortázar los que más directamente reivindicaron su fascinación por lo fantástico. Su cuento más conocido fue la base para el film homónimo de Antonioni Blow-Up. A la fecha han aparecido cinco colecciones de sus cuentos en inglés, y la más reciente es Queremos tanto a Glenda. Justo antes de su muerte fue publicado un diario de viaje, Los autonautas de la cosmopista, en el que colaboró con su esposa Carol Dunlop durante un viaje de París a Marsella en una camping van.

Publicado simultáneamente en español y en francés, Cortázar le cedió todos los derechos de autor y los royalties al gobierno Sandinista de Nicaragua; el libro devino desde entonces un éxito de ventas. También fueron publicadas dos colecciones póstumas de sus artículos políticos sobre Nicaragua y Argentina.

A lo largo de sus años de exilio en París Cortázar vivió en diferentes barrios. En la última década los royalties de sus libros le permitieron comprar su propio apartamento. Éste, en el ático de un edificio situado en un área de comercios mayoristas y tiendas chinas, podía haber sido el escenario para uno de sus cuentos: espacioso, aunque atestado de libros, sus muros forrados con cuadros de sus amigos.

Cortázar era un hombre alto, 1,93 m, aunque más delgado de lo que revelan sus fotos. Los meses anteriores a esta entrevista habían sido particularmente difíciles para él, habida cuenta que su última esposa, Carol, treinta años más joven que él, había muerto recientemente de cáncer. Además, sus extensos viajes, especialmente a Latinoamérica, obviamente lo habían dejado exhausto. Había estado en casa apenas una semana y estaba finalmente descansando en su silla favorita, fumando su pipa mientras hablaba.

ENTREVISTADOR

En algunos cuentos de su más reciente libro, Deshoras, lo fantástico parece invadir el mundo real más que nunca. ¿Ha Ud. sentido como si lo fantástico y lo corriente estuviesen deviniendo uno?

JULIO CORTÁZAR

Sí, en estos cuentos recientes tuve la sensación de que hay menos distancia entre lo que llamamos fantástico y lo que llamamos real. En mis cuentos anteriores la distancia era mayor porque lo fantástico era realmente fantástico, y algunas veces tocaba lo sobrenatural.

Desde luego, lo fantástico acepta metamorfosis; cambia. La noción de fantástico que teníamos en la época de las novelas góticas en Inglaterra, por ejemplo, no tiene nada que ver con nuestro concepto de hoy. Ahora reímos cuando leemos el Castle of Otranto de Horace Walpole –el fantasma vestido de blanco, los esqueletos que caminan haciendo ruido con sus cadenas. En estos días, mi noción de lo fantástico está más cercana a lo que llamamos realidad. Tal vez porque la realidad se aproxima a lo fantástico cada vez más.

ENTREVISTADOR

En los últimos años mucho de su tiempo ha sido invertido apoyando varias luchas de liberación en América Latina. ¿Eso no le ha ayudado también a acercar lo real y lo fantástico, y a hacerle más serio?

CORTÁZAR

Bueno, no me gusta la idea de “serio”, porque no pienso ser serio, al menos no en el sentido en que uno habla de un hombre serio o una mujer seria. Pero en estos últimos años, mis esfuerzos relativos a ciertos regímenes latinoamericanos –Argentina, Chile, Uruguay, y ahora sobre todo Nicaragua– me han absorbido a tal punto que he usado lo fantástico en algunos cuentos para tratar estos temas, en un modo que es muy próximo a la realidad, en mi opinión.

De modo que me siento menos libre que antes. Esto es, hace treinta años escribía cosas que me venían a la cabeza y las juzgaba sólo con un criterio estético. Ahora, aunque continúo juzgándolas con criterio estético, primero que nada porque soy un escritor, soy un escritor atormentado, muy preocupado por la situación en Latinoamérica; por consiguiente eso se desliza a menudo en mi escritura, en modo consciente o inconsciente. Pero a pesar de los cuentos con muy precisas referencias a cuestiones ideológicas y políticas, mis cuentos, en esencia no han cambiado. Siguen siendo cuentos sobre lo fantástico.

El problema para un escritor engagé (comprometido. N del T), como les llaman hoy, es seguir siendo un escritor. Si lo que escribe se transforma en simple literatura con un contenido político, puede ser muy mediocre. Eso es lo que le ha ocurrido a muchos escritores. De modo que la cuestión es el equilibrio. Para mí, lo que hago debe ser siempre literatura, lo mejor que puedo… para ir más allá de lo posible. Pero al mismo tiempo, tratando de ponerle una mezcla de realidad contemporánea. Y ese es un equilibrio difícil. En el cuento Deshoras sobre las ratas, “Satarsa” –que es un episodio basado en la lucha contra las guerrillas argentinas– la tentación era la de quedarse pegado solo al nivel político.

ENTREVISTADOR

¿Cuál ha sido la respuesta a esos cuentos? ¿Hubo mucha diferencia en la respuesta que obtuvo de los literatos y la que provino de los políticos?

CORTÁZAR

Por supuesto. Los lectores burgueses en Latinoamérica que son indiferentes a lo político, o aquellos que se alinean con la derecha, en fin, ellos no se preocupan con las cuestiones que me preocupan a mí -los problemas de explotación, de opresión y otros. Esa gente lamenta que mis cuentos adquieran a menudo un giro político. A otros lectores, sobre todo los jóvenes –que comparten mis sentimientos, mi necesidad de lucha, y que aman la literatura– les gustan esos cuentos. A los cubanos les gusta “Reunión”. “Apocalipsis en Solentiname” es un cuento que los nicaragüenses leen y releen con mucho placer.

ENTREVISTADOR

¿Qué ha determinado su creciente compromiso político?

CORTÁZAR

Los militares en América Latina, son ellos los que me hacen trabajar más. Si fuesen removidos, si hubiese un cambio, entonces podría descansar un poco y trabajar en poemas y cuentos que fuesen exclusivamente literarios. Pero son ellos los que me dan que hacer.

ENTREVISTADOR

Ud. ha dicho varias veces que, para Ud., la literatura es como un juego. ¿En que sentidos?

CORTÁZAR

Para mi, la literatura es una forma de juego. Pero siempre agregué que hay dos formas de juego: el futbol, por ejemplo, que es básicamente un juego, y luego juegos que son profundos y serios. Cuando los niños juegan, aunque se divierten, lo toman muy en serio. Eso es importante. Es tan serio para ellos ahora como será el amor dentro de diez años. Recuerdo cuando era un niño y mis padres decían “Ya está bueno, ya jugaste bastante, ahora ven a bañarte”. Yo encontraba eso completamente idiota, porque, para mí, el baño era una tontera. No tenía ninguna importancia, mientras que jugar con mis amigos era algo serio. La literatura es como eso, es un juego, pero uno en el que podemos poner la vida. Uno puede hacer cualquier cosa por ese juego.

ENTREVISTADOR

¿Cuándo se interesó Ud. por lo fantástico? ¿Cuándo era muy joven?

CORTÁZAR

Empezó en mi niñez. La mayor parte de mis compañeros de curso no tenían el sentido de lo fantástico. Tomaban las cosas como eran… esto es una planta, esto es un sillón. Pero para mí, las cosas no estaban tan bien definidas. Mi madre, que aun vive y es una mujer muy imaginativa, me estimuló. En ves de decir “No, no, tienes que ser serio”, le gustaba que yo fuese imaginativo; cuando me giré hacia el mundo de lo fantástico me ayudó dándome libros a leer. Leí a Edgar Allan Poe por primera vez cuando tenía sólo nueve años. Robé el libro para leerlo, porque mi madre no quería que lo leyese; ella pensaba que era demasiado joven y tenía razón. El libro me aterró y estuve enfermo durante tres meses, porque creí en él… dur comme fer (creer ciegamente. N del T) como dicen los franceses. Para mí, lo fantástico era perfectamente natural; no tenía ninguna duda. Así eran las cosas. Cuando le pasé ese tipo de libros a mis amigos decían “No, no, prefiero leer novelas de cowboy”. Los cowboys eran muy populares en ese tiempo. Yo no lo entendía. Prefería el mundo de lo sobrenatural, de lo fantástico.

ENTREVISTADOR

Cuando Ud. tradujo las obras completas de Poe años más tarde, ¿descubrió cosas nuevas para Ud. en esa lectura tan cercana?

CORTÁZAR

Muchas, muchas cosas. Exploré su lenguaje, que es criticado por los ingleses y los americanos porque lo encuentran demasiado barroco. Como no soy no inglés ni americano, lo vi con otra perspectiva. Sé que hay aspectos que han envejecido, que son exagerados, pero eso no significa nada comparado con su genio. Escribir, en esos tiempos, “La caída de la casa de Usher” o “Ligeia”, o “Berenice”, o “El gato negro”, cualquiera de ellos muestra un verdadero genio para lo fantástico y lo sobrenatural. Ayer, visité a un amigo en la calle Edgar Allan Poe. Hay una placa en la calle que dice, “Edgar Poe, escritor inglés”. ¡No era inglés! ¡Tenemos que cambiarlo, tenemos que protestar!

ENTREVISTADOR

En sus escritos, además de lo fantástico hay real calor y afección por sus personajes.

CORTÁZAR

Cuando mis personajes son niños y adolescentes, tengo mucha ternura para ellos. Pienso que están muy vivos en mis novelas y en mis cuentos; Los trato con mucho amor. Cuando escribo un cuento donde el personaje es un adolescente, soy el adolescente mientras estoy escribiéndolo. Con los personajes adultos es otra cosa.

ENTREVISTADOR

¿Están muchos de sus personajes basados en gente que ha conocido?

CORTÁZAR

No diría muchos, pero hay unos pocos. Muy a menudo hay personajes que son una mezcla de dos o tres personas. Compuse un personaje femenino, por ejemplo, de dos mujeres que conocí. Eso le da al personaje en el cuento o el libro una personalidad que es más compleja, más difícil.

ENTREVISTADOR

¿Quiere Ud. decir que cuando siente la necesidad de espesar un personaje, combina dos en uno?

CORTÁZAR

Las cosas no funcionan así. Son los personajes los que me dirigen. Esto es, veo un personaje, está ahí, y reconozco a alguien que conocí, u ocasionalmente dos que están un poco mezclados, pero luego eso para ahí. Enseguida, el personaje actúa por sí mismo. Dice cosas… Nunca sé qué es lo que alguno de ellos va a decir cuando estoy escribiendo diálogos. Realmente, ellos deciden. Yo, yo estoy apenas dactilografiando lo que están diciendo. A veces lanzo una carcajada, o descarto una página y digo, “Ahí, ahí Uds. están diciendo tonterías. Fuera!” Y pongo otra hoja y recomienzo una y otra vez con su diálogo.

ENTREVISTADOR

Entonces, ¿no son los personajes que ha conocido los que lo impulsan a escribir?

CORTÁZAR

No, de ningún modo. Frecuentemente, tengo una idea para un cuento, pero aún no hay ningún personaje. Voy a tener una extraña idea: algo va a ocurrir en una casa en el campo, veo… soy muy visual cuando escribo, lo veo todo, veo cada cosa. De modo que veo esta casa en el campo y de repente, abruptamente, comienzo a situar los personajes. En ese punto, uno de los personajes podría ser alguien que conocí. Pero no es seguro. Al final, la mayor parte de los personajes son inventados. También, desde luego, estoy yo. En Rayuela, hay varias referencias autobiográficas en el personaje de Oliveira. No soy yo, pero hay mucho que proviene de mis primeros días de bohemia en París. Pero los lectores que lean Oliveira como Cortázar en París estarían equivocados. No, no, yo fui muy diferente.

ENTREVISTADOR

¿Esto es porque no desea que su escritura sea autobiográfica?

CORTÁZAR

No me gusta la autobiografía. Nunca escribiré mis memorias. Me interesan las autobiografías de los otros, desde luego, pero no la mía. Si escribiese mi autobiografía, tendría que ser veraz y honesto. No podría contar una autobiografía imaginaria. De ese modo estaría haciendo el trabajo de un historiador, siendo un auto-historiador, y eso me aburre. Porque prefiero inventar, imaginar. Por supuesto, muy a menudo cuando tengo ideas para una novela o un cuento, situaciones y momentos de mi vida se sitúan naturalmente en ese contexto. En mi cuento “Deshoras”, la idea del niño enamorado de la hermana mayor de su amigo está, en realidad, basada en una situación autobiográfica. Entonces, hay una pequeña parte de él que es autobiográfica, pero de ahí en adelante, es lo fantástico o lo imaginario que domina.

ENTREVISTADOR

¿Cómo comienza sus cuentos? ¿Con una entrada especial, una imagen?

CORTÁZAR

Conmigo los cuentos y novelas pueden empezar en cualquier sitio. En lo que toca a la escritura, cuando comienzo a escribir, el cuento ha estado rondando a mi alrededor por un tiempo, a veces durante semanas. Pero no es claro en todos los sentidos; es una suerte de idea general del cuento. Tal vez esa casa donde hay una planta roja en una esquina, y sé que hay un viejo que camina en la casa. Eso es todo lo que sé. Sucede así. Y luego están los sueños. Durante este periodo de gestación mis sueños están llenos de referencias y alusiones a lo que va a haber en el cuento. A veces todo el cuento está en un sueño. Uno de mis primeros y más populares cuentos, “Casa tomada”, es una pesadilla que tuve. Me levanté inmediatamente y la escribí. Pero en general, lo que proviene de los sueños son fragmentos y referencias. Esto es, mi subconsciente está elaborando un cuento cuando estoy soñando, está siendo escrito allí. Luego, cuando digo que empiezo en cualquier parte, es porque no sé qué, en ese punto, va a ser el principio o el fin.

Cuando comienzo a escribir, es el principio. No he decidido que el cuento tiene que empezar así; sencillamente comienza allí y continua, y frecuentemente no tengo una idea clara sobre el fin, no sé lo que va a pasar. Es solo gradualmente, a medida que el cuento avanza, que las cosas se aclaran y abruptamente veo el final.

ENTREVISTADOR

¿De modo que Ud. descubre el cuento mientras lo está escribiendo?

CORTÁZAR

Eso es. Es como improvisar en el jazz. Ud. no le pregunta a un músico de jazz, “¿Qué vas a tocar?”. Se reiría de Ud. Él tiene un tema, una serie de acordes que tiene que respetar, y luego toma su trompeta o su saxo y comienza. No es una cuestión de idea. Él toca a través de una serie de diferentes pulsos internos. A veces viene bien, a veces no. Es lo mismo conmigo. A ratos me siento aun poco mal al firmar mis cuentos. Las novelas no, porque en las novelas trabajo mucho; hay un montón de arquitectura. Pero mis cuentos, es como si me fuesen dictados por algo que está en mí, pero yo no soy el responsable. Bueno… como parece que son míos aún así, ¡supongo que tengo que aceptarlos!

ENTREVISTADOR

¿Hay aspectos en la escritura de un cuento que siempre le planteen un problema?

CORTÁZAR

En general, no, porque como estaba explicando, el cuento ya está hecho en algún sitio dentro de mi. Tiene su dimensión, su estructura; si va a ser un cuento muy corto, o uno más o menos largo, es como si estuviese decidido de antemano. Pero en los últimos años he comenzado a experimentar algunos problemas. Reflexiono más frente a la página. Escribo más lentamente. Y escribo en un modo más sobrio. Algunos críticos me lo han reprochado, me han dicho que poco a poco estoy perdiendo flexibilidad en mis cuentos. Parezco estar diciendo lo que quiero decir con una mayor economía de medios. No sé si es para mejor o para peor, en todo caso ahora estoy escribiendo así.

ENTREVISTADOR

Ud. decía que en las novelas hay una arquitectura completa. ¿Quiere decir que trabaja en un modo totalmente diferente?

CORTÁZAR

Lo primero que escribí en Rayuela fue un capítulo que ahora esta en el medio. Es el capítulo en el que los personajes ponen un tablón atravesado de una ventana de un apartamento a otro. Escribí eso sin saber por qué lo estaba escribiendo. Vi los personajes, vi la situación, era en Buenos Aires. Hacía mucho calor, recuerdo, y estaba cerca de la ventana con mi máquina de escribir. Vi esa situación de un tipo que trata de hacer atravesar el tablón a su mujer –porque él mismo no lo va a hacer– para ir a buscar alguna tontera, unos clavos. Escribí todo eso, que es largo, unas cuarenta páginas, y cuando terminé me dije, “Está bien, ¿pero qué hice? Porque no es un cuento. ¿Qué es?” Luego entendí que estaba lanzado en una novela, pero que no podía continuar desde allí. Tuve que parar, volver atrás, y escribir toda la sección en París que viene antes, que es toda la historia de Oliveira, y cuando llegué finalmente a este capítulo sobre caminar en el tablón, entonces avancé desde allí.

ENTREVISTADOR

¿Revisa mucho cuando escribe?

CORTÁZAR

Muy poco. Eso viene del hecho que las cosas ya han estado trabajando dentro de mi. Cuando veo los borradores de algunos escritores amigos , donde todo es revisado, cambiado, desplazado, y hay flechas por todos lados… no, no, no. Mis manuscritos son muy limpios.

ENTREVISTADOR

José Lezama Lima, en Paradiso, le hace decir a Cemí que “lo barroco . . . es lo que tiene real interés en España y en Hispano América.” ¿Por qué piensa que es así?

CORTÁZAR

No puedo responder como un experto. En verdad, lo barroco es muy importante en Latino América, en el arte y también en la literatura. Lo barroco puede ofrecer una gran riqueza; deja dispararse la imaginación en todas sus caracoleantes direcciones, como en una iglesia barroca con sus ángeles decorativos y todo eso, o en la música barroca. Pero desconfío del barroco. Los escritores barrocos, muy a menudo, se dejan ir demasiado fácilmente en su escritura. Escriben en cinco páginas lo que uno podría muy bien escribir en una. Yo también debería haber caído en lo barroco porque soy latinoamericano, pero siempre desconfié de eso. No me gustan las frases ampulosas, voluminosas, llenas de adjetivos y descripciones, ronroneando y ronroneando en la oreja del lector. Sé que es muy encantador, desde luego. Es muy bonito, pero no es lo mío. Yo estoy más bien en el lado de Jorge Luis Borges. Él siempre ha sido enemigo de lo barroco; apretó su escritura, como con alicates. Bueno, yo escribo de manera muy diferente a la de Borges, pero la gran lección que me enseñó es la de la economía. Me enseñó cuando empecé a leerlo, cuando era muy joven, que uno tiene que tratar de decir lo que uno quiere decir con economía, pero con una bella economía. Es la diferencia, tal vez, entre una planta, que sería considerada barroca, con su multiplicación de hojas, a menudo muy bellas, y una preciosa gema, un cristal, que para mí es aún más bella.

ENTREVISTADOR

¿Cuáles son sus hábitos de escritura? ¿Hay algo que haya cambiado?

CORTÁZAR

Lo que no ha cambiado, y no cambiará nunca, es la anarquía total y el desorden. No tengo absolutamente ningún método. Cuando tengo ganas de escribir un cuento, abandono todo lo demás; escribo el cuento. Y a veces cuando escribo un cuento, el mes o los dos que siguen voy a escribir dos o tres más. En general los cuentos vienen en series. Escribir uno me deja en un estado receptivo, y luego agarro otro. Ud. ve la suerte de imagen que uso, pero es así; el cuento cae dentro de mí. Pero después puede pasar un año en que no escribo nada… nada. Desde luego, estos últimos años he pasado mucho tiempo en la máquina de escribir, escribiendo artículos políticos. Los textos que he escrito sobre Nicaragua, todo lo que he escrito sobre Argentina, no tienen nada que ver con la literatura, son cosas militantes.

ENTREVISTADOR

Ud. ha dicho varias veces que fue la revolución cubana la que lo despertó a las cuestiones de Latinoamérica y sus problemas.

CORTÁZAR

Y lo digo nuevamente.

ENTREVISTADOR

¿Tiene lugares preferidos para escribir?

CORTÁZAR

En realidad, no. Al principio, cuando era joven y físicamente más resistente, aquí en París por ejemplo, escribí gran parte de Rayuela en los cafés. Porque el ruido no me incomoda y, por el contrario, era un lugar muy simpático. Trabajé mucho allí, leí o escribí. Pero con la edad me puse más complicado. Escribo cuando estoy seguro de tener algún silencio. No puedo escribir si hay música, eso está absolutamente excluido. La música es una cosa y la escritura es otra. Necesito una cierta calma; pero, dicho esto, un hotel, un avión a veces, la casa de un amigo, o aquí en casa, son lugares donde puedo escribir.

ENTREVISTADOR

¿Y París? ¿Qué le dio el coraje para recoger todo y mudarse fuera de París cuando lo hizo, hace más de treinta años?

CORTÁZAR

¿Coraje? No, no necesitó mucho coraje. Simplemente tuve que aceptar la idea que venir a París y cortar los puentes con Argentina en ese tiempo quería decir ser muy pobre y tener problemas para ganarse la vida. Pero eso no me inquietaba. Sabía que de un modo u otro lo lograría. Vine a París primeramente porque París, la cultura francesa como un todo, ejercía en mí una fuerte atracción. Había leído la literatura francesa con pasión en Argentina, así que quería estar aquí y conocer las calles y las plazas que uno encuentra en los libros, en las novelas. Ir por las calles de Balzac o de Baudelaire… fue un viaje muy romántico. Yo era, soy, muy romántico. En realidad, tengo que ser más bien cuidadoso cuando escribo, porque suelo dejarme caer en… no diría el mal gusto, tal vez no, pero un poco en la dirección de un romanticismo exagerado. En mi vida privada no necesito controlarme. Soy realmente muy sentimental, muy romántico. Soy una persona tierna; tengo mucha ternura para dar. Lo que le doy ahora a Nicaragua, es ternura. También es la convicción política que los Sandinistas tienen razón en lo que hacen y que están conduciendo una lucha admirable; pero no es sólo el ímpetu político, es que hay una enorme ternura porque es un pueblo que amo, como amo a los cubanos, y amo a los argentinos. Bueno, todo eso hace parte de i carácter. En mi escritura tuve que vigilarme yo mismo, sobre todo cuando era joven. Escribí cosas entonces que eran lacrimógenas. Eso era verdadero romanticismo, la novela rosa. Mi madre los leía y lloraba.

ENTREVISTADOR

Casi todas las obras suyas que conoce la gente datan de su llegada a parís. Pero Ud. había escrito mucho antes, ¿no? Algunas cosas ya han sido publicadas.

CORTÁZAR

He estado escribiendo desde la edad de nueve años, durante toda mi adolescencia y mi primera juventud. En mis primeros años de juventud ya era capaz de escribir cuentos y novelas, que me mostraban que estaba en el camino correcto. Pero no quería publicar. Era muy severo conmigo mismo, y sigo siéndolo. Recuerdo que mis colegas, cuando habían escrito algunos poemas o una novelita, buscaban inmediatamente un editor. Yo me decía, “No, tú no publicarás, tú te aguantas”. Guardé algunas cosas y otras las tiré. Cuando publiqué por la primera vez ya tenía más de treinta años de edad; fue justo antes de mi partida a Francia. Ese fue mi primer libro de cuentos, Bestiario, que salió en 1951, el mismo mes en que tomé el barco para venir aquí. Antes de eso, había publicado un pequeño texto llamado Los reyes, que es un diálogo. Un amigo que tenía mucho dinero, que hacía pequeñas ediciones para él mismo y sus amigos, había hecho una edición privada. Y eso es todo. No, hay otra cosa –un pecado de juventud– un libro de sonetos. Lo publiqué yo mismo, pero con un seudónimo.

ENTREVISTADOR

Ud. es el letrista de un reciente álbum de tangos, Trottoirs de Buenos Aires. ¿Qué lo llevó a escribir tangos?

CORTÁZAR

Bueno, yo soy un buen argentino y sobre todo un porteño—esto es, un habitante de Buenos Aires, porque es el puerto. El tango era nuestra música, y yo crecí en una atmósfera de tangos. Los escuchábamos en la radio, porque la radio llegó cuando yo era pequeño, y ahí fue tango tras tango. Había gente en mi familia, mi madre y un tío, que tocaban tangos en el piano y los cantaban. A través de la radio comenzamos a escuchar a Carlos Gardel y los grandes cantantes de la época. El tango se hizo parte de mi consciencia y es la música que me envía de regreso a mi juventud y a Buenos Aires. De modo que estoy muy inmerso en el tango, aún siendo muy crítico, porque no soy uno de esos argentinos que cree que el tango es la maravilla de las maravillas. Pienso que, tomando todo en cuenta, el tango, especialmente comparado con el jazz, es una música muy pobre. Es pobre, pero es bella. Es como esas plantas que son sencillas, que uno no puede comparar a una orquídea o a un rosal, pero que tienen una extraordinaria belleza en ellas mismas. En los últimos años, mis amigos han tocado tangos aquí; el Cuarteto Cedrón son grandes amigos, y un buen bandoneonista llamado Juan José Mosalini, así que hemos escuchado tangos, hablado sobre el tango. Luego un día un poema me vino así, y pensé que podría ser puesto en música, realmente no sabía. Y entonces, mirando los poemas no publicados (la mayor parte de mis poemas no han sido publicados), encontré algunos poemas breves que mis amigos podían musicalizar, y lo hicieron. También hicimos lo contrario. Cedrón me dio un tema musical para el cual escribí la letra. Así es que lo he hecho de las dos maneras.

ENTREVISTADOR

Las notas biográficas de sus libros dicen que Ud. es también un trompetista aficionado. ¿Ha tocado alguna vez en algún grupo?

CORTÁZAR

No. Eso es una leyenda que fue inventada por mi muy querido amigo Paul Blackburn, que desafortunadamente murió muy joven. Él sabía que yo tocaba un poco la trompeta en casa, principalmente para mí mismo. Así es que siempre me decía, “Tú debieses juntarte con algunos músicos para tocar con ellos”. Y yo le decía, “No, como dicen los americanos ‘No tengo lo que hace falta’”. No tenía el talento; tocaba sólo para mí. Ponía un disco de Jelly Morton, o Armstrong, o el joven Ellington, donde la melodía es más fácil de seguir, especialmente el blues que tiene un esquema dado. Y me divertía escucharles tocar agregando mi trompeta. Tocaba siguiéndoles… ¡pero ciertamente no tocaba con ellos! Nunca osé acercarme a los músicos de jazz; ahora mi trompeta está perdida en algún lugar en la otra habitación. Blackburn puso eso en las contratapas. Y porque hay una foto mía tocando la trompeta, la gente pensó que yo podía tocar bien. Así como nunca quise publicar antes de estar seguro, fue lo mismo con la trompeta, nunca quise tocar antes de estar seguro. Y ese día no llegó nunca.

ENTREVISTADOR

¿Ha trabajado en alguna novela después de Libro de Manuel?

CORTÁZAR

Desgraciadamente no, por razones que son muy claras. Se debe al trabajo político. Para mí, una novela necesita una concentración y un cierto tiempo, al menos un año, trabajar tranquilamente y no abandonar. Y ahora no puedo. Hace una semana no sabía que estaría viajando a Nicaragua en tres días. Cuando regrese no sabré qué ocurrirá enseguida. Pero esta novela ya está escrita. Está ahí, en mis sueños. Sueño todo el tiempo con esta novela. No sé qué ocurre en la novela, pero tengo una idea. Como con los cuentos, sé que será algo larga, con algunos elementos de lo fantástico, pero no muchos. Será en el género de Libro de Manuel, donde los elementos fantásticos están mezclados; pero no será un libro político. Será un libro de pura literatura. Espero que la vida me dará una suerte de isla desierta, aunque la isla desierta sea esta pieza… y un año, pido un año. Pero mientras esos bastardos –los hondureños, los somocistas y Reagan– están destruyendo Nicaragua, no tengo mi isla. No podría comenzar a escribir, porque estaría constantemente obsedido por ese problema. Eso exige alta prioridad.

ENTREVISTADOR

Y puede ser muy difícil, como lo es equilibrar la vida y la literatura.

CORTÁZAR

Sí y no. Depende del tipo de prioridades. Si las prioridades son, como aquellas que acabo de mencionar, y tocan la responsabilidad moral de un individuo, estaría de acuerdo. Pero conozco mucha gente que siempre se está quejando, “Ah, me gustaría escribir mi novela pero tengo que vender la casa, y luego están los impuestos, ¿qué voy a hacer?” Razones como, “Trabajo en la oficina todo el día, ¿cómo quiere que escriba?” Yo, trabajaba todo el día en la UNESCO y después llegaba a casa y escribía Rayuela. Cuando uno quiere escribir, escribe. Si uno está condenado a escribir, escribe.

ENTREVISTADOR

¿Trabaja Ud. aún como traductor o intérprete?

CORTÁZAR

No, eso se terminó. Llevo una vida muy simple. No necesito mucho dinero para comprar las cosas que me gustan: discos, libros, tabaco. Así es que puedo vivir de mis derechos de autor. Me han traducido a tantos idiomas que recibo suficiente dinero para vivir. Tengo que tener un poco de cuidado; no puedo ir y comprarme un yate, pero como no tengo ninguna intención de comprarme un yate…

ENTREVISTADOR

¿La fama y el éxito han sido agradables?

CORTÁZAR

Ah, escuche, diré algo que no debiese decir porque nadie lo creerá, el éxito no es un placer para mí. Estoy contento de poder vivir de lo que escribo, así es que tengo que aceptar el lado popular y fundamental del éxito. Pero era más feliz cuando era desconocido. Mucho más. Ahora no puedo ir a América latina o a España sin ser reconocido cada tres metros, y los autógrafos, los abrazos… Es muy conmovedor, porque hay lectores que suelen ser muy jóvenes. Soy feliz de que les guste lo que hago, pero es terriblemente angustiante para mí en el ámbito de la privacidad. No puedo ir a la playa en Europa; en cinco minutos hay un fotógrafo. Tengo una apariencia física que no puedo disfrazar; si fuese pequeño podría afeitarme y ponerme gafas de sol, pero con mi estatura, mis largos brazos y todo eso, me descubren desde lejos.

Por otra parte, hay cosas muy bonitas: estaba en Barcelona hace un mes, caminando una tarde en el Barrio Gótico, y había una chica americana, muy bonita, tocando la guitarra muy bien y cantando. Estaba sentada en el suelo cantando para ganarse la vida. Cantaba un poco como Joan Baez, una voz pura y clara. Había un grupo de jóvenes de Barcelona escuchando. Me detuve a escucharla, pero me quedé en la sombra. En un momento, uno de esos jóvenes de unos veinte años, muy joven, muy apuesto, se me acercó. Tenía una tarta en su mano. Me dijo: “Julio, toma un trozo”. Así es que tomé un pedazo y me lo comí, y le dije: “Gracias por venir y dármelo”. Me respondió, “Escucha, te he dado muy poco comparado con lo que tú me has dado a mí”. Dije, “No digas eso, no digas eso”, y nos abrazamos y él se fue. Bueno, cosas como esa, son la mejor recompensa para mi trabajo de escritor. Que un joven o una chica se acerque a hablarte y te ofrezca un pedazo de tarta, es maravilloso. Vale la pena la molestia de haber escrito.

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