El periodista Fernando Quilaleo sostiene que el Pueblo Mapuche defendía su país porque lo valoraba, porque no quería abandonarlo; cada uno de los habitantes lo sentían como propio y no estaba dispuesto a perderlo como si hubiese sido algo ajeno. El país se defendía no sólo por un abstracto “amor nacionalista” como se suele exacerbar, sino por el valor material que implicaba su existencia. Se defendía un país con una economía de abundancia y relaciones políticas consolidadas que nadie estaba dispuesto a abandonar.
Breve Historia Económica del Pueblo Mapuche
Por Fernando Quilaleo, periodista
La población mapuche estimada a la llegada de los españoles superaba con facilidad los dos millones de personas. En un país que se extendía desde las orillas del océano atlántico hasta las agitadas aguas del mar pacífico. Desde las secas tierras del norte aymara y el borde guaraní hasta los bosques australes de la América original.
Una economía consolidada que permitía la comunicación, el intercambio, el acopio e incluso sostener guerras de resistencia a las invasiones de los inkas. La economía mapuche original fue una economía de abundancia. Una naturaleza exuberante permitía la sustentación casi sin dificultades, pero a esto se debe sumar una agricultura vigorosa cuyos principales productos era el wa-maíz; la poñi-papa, la kinwa y el zengil-poroto; eran parte también de la dieta alimenticia el charki, la chuchoka, chuño; alimentos en abundancia que muchas veces debieron ser escondidos para protegerlos de los saqueos y asaltos del invasor. Desde comienzos de la guerra fue una costumbre del invasor la destrucción constante de las cosechas del pueblo mapuche, referencias a este proceso se encuentras los cronistas de la época, como Alonso de Ovalle o Diego de Rosales. La economía mapuche permitió resistir guerras extensas. ¿Por qué resistió tanto el Pueblo Mapuche a la invasión? La respuesta de la historiografía oficial, por muchos años, ha sido porque éramos una “raza guerrera”. Esa respuesta es injusta. El Pueblo Mapuche defendía su país porque lo valoraba, porque no quería abandonarlo; cada uno de los habitantes lo sentían como propio y no estaba dispuesto a perderlo como su hubiese sido algo ajeno. El país se defendía no sólo por un abstracto “amor nacionalista” como se suele exacerbar, sino por el valor material que implicaba su existencia. Es llamativa la ausencia de estudios sobre la economía y las relaciones políticas mapuche en el periodo anterior a la invasión. Quizás una mejor respuesta podría ser que se defendía un país con una economía de abundancia y relaciones políticas consolidadas que nadie estaba dispuesto a abandonar.
La estructura política se parecía más a la corteza de un pewen que a un pirámide con cúspide. Se parecía más a las modernas matemáticas fractales, es decir una estructura geométrica mínima reiterada y amplificada por la repetición que da origen a un modelo final de complejidades extraordinarias; como la diferencia fundamental que existe entre un bosque y una plantación de pinos. Las cortezas del pewen-araucarias disponen de una forma fraccionada como sistema de protección para evitar los incendios y quemarse de una vez. En el sistema político mapuche las familias (lof) formaban comunidades (lofche) y estos se agrupaban en depuradas relaciones políticas (fvtanmapu); cada uno administraba un territorio específico y entre todos se protegían de los peligros. Las grandes reuniones, asambleas, en tiempos de paz (GvlanMapu) se dinamizaban ante las amenazas transformándose en reuniones de territorios aliados de los cuatro puntos cardinales (Meli Wichan Mapu). No había cárceles, no había la forma dinero, no había manicomios, no había policía, no había pobreza y tampoco había ejército permanente. No había trabajo asalariado y, por ende, no había capital, y no había acumulación de trabajo pasado del cual apropiarse. Si había un alto grado de valoración de la familia como productora de riqueza y, por su extensión, del valor del territorio.
La economía era de apropiación familiar y no de propiedad comunitaria. La tierra, como el aire o las aguas del mar, no le pertenecían a nadie; pero el producto del trabajo era de posesión familiar. No era el individuo el centro de la filosofía mapuche sino un espacio colectivo formado por redes de parentesco directo. No se nacía como un “individuo”, tan propio de cultura cristiano-occidental, sino inserto en una bien desarrollada red de relaciones y coordinación de relaciones, como diría Maturana. ¿Era un paraíso idílico? No, claro que no. Era una sociedad bien desarrollada en sus expresiones artísticas como la palabra y su expresión mayor de sofisticación se encontraba en la interacción humana de las relaciones sociales y políticas; la política como el “hábitat humano por excelencia” como dijera Hannah Arendt. El modelo económico de apropiación familiar-colectivo sentó las bases para la existencia de un sofisticado espacio de materialización de la “polis” que en mapuche se conoce como Gvnen, soportado sobre solidad bases comunicativas que eran al mismo tiempo historia, palabra y política: Nvxam. Este ciclo milenario terminaría 1536.
Contra ese sistema político arremetió la conquista europea. La avanzada representó la expansión de la racionalidad moderna y de la novísima economía capitalista que la sustentaba. Pero como suele suceder en la historia humana, no sería ni la poderosa metafísica judeo-cristiana, ni la filosofía individualista de la rationis ni las relaciones de apropiación económica, las que darían la victoria a los europeos sobre los pueblos americanos, sino la pólvora y el acero transformados en armas de guerra. La vieja tékhne griega puesta al servicio de todo lo anterior. La tecnología de guerra que apagaría, casi para siempre, diversas formaciones socioculturales independientes en la primera América. Sin embargo, esa capacidad militar tecnificada se ahogaría en los pantanos de la administración económica-política mapuche. La guerra se extendería por siglos, transformando la sociedad mapuche en una economía volcada a la resistencia, a la sobrevivencia, a la venganza por el daño causado y a rechazar la agresión. La guerra declarada concluyó con las Paces de Kvyen en 1641. De ahí en más, el pueblo mapuche reconstituyó su economía basada en la ganadería. Ésta, gracias a las nutritivas praderas y extensiones territoriales, cobró rápida influencia en la lógica cultural de la sociedad mapuche, que vivió en relativa autonomía, con relaciones de frontera fijada en el río BíoBío. La guerra no sería retomada y la Corona Española respetaría al Pueblo mapuche como otra nación, otro estado y sobre todo, otro país.
Los españoles instauraron un sistema económico que, al mismo tiempo, imbricaba al menos tres formas de producción: el esclavismo propio de los lavaderos de oro, de una incipiente industria extractiva; un modelo feudal que fue establecido en la encomiendas y en los pueblos de indios; y, por último, un incipiente capitalismo en el comercio de mercancías, producto de artesanos y otros oficios. El carácter de la conquista española abrió importantes debates intelectuales en Chile y América a mediados del Siglo XX: José Carlos Mariátegui, Alejandro Lipschutz, Hernán Ramírez Necochea, Julio César Jobet, Volodia Teitelboim, Luis Vitale y una lista más o menos extensa de intelectuales se preocuparon por dar cuenta de las estructuras económicas y las relaciones sociales que impuso la invasión de América. Digamos, grosso modo, que los europeos implantaron una formación económica mixta exportadoras de materias primas, o como se llaman hoy commodities (mercancías), con orientación al mercado internacional y un sistema de relaciones sociales segregado y de opresión a los pueblos indígenas.
El pueblo mapuche vivió su autonomía, recomposición y florecimiento cultural cimentado en una base económica ganadera entre 1641 y 1883; fecha en que se completó la guerra de ocupación militar del país mapuche. Como está documentado, el fin de la autonomía mapuche ocurrió con esta ocupación militar, con la apropiación del territorio del país mapuche a manos de los Estados de Chile y Argentina. No sólo fue apropiado el territorio, como la ha explicado con solvencia Pablo Mariman, sino también de la base material de su economía: el ganado. Con lo que la economía mapuche ahogada en una porción de territorio que no superó las 500 mil hectáreas; sin los bienes materiales y su cultura perseguida y despreciada por la razón moderna, verá sucumbir su “voluntad de poder” y quedará sumida en un largo periodo de secretismo de su política y filosofía.
La estructura principal del Estado de Chile se instaló mucho antes que el sentido de nación. De hecho Chile no terminó de completarse sino hasta fines del Siglo XIX en que por fin controló el territorio minero del Norte Grande, diluyó La Frontera, se apropió de tierras generosas y aseguró el Sur Austral por la violencia. De pasó obsequió las pampas patagónicas a Argentina, como compensación por su apoyo en la causa independentista. El sentido de igualdad que enarbolaron los jóvenes revolucionarios independentistas periclitó al poco andar. Las familias fundadoras del estado, como diría Schmidt, se apropiaron soberanas de los destinos de nuevo orden.
El modelo económico Chileno reproduciría y daría continuidad al destino extractivo y exportador de recursos naturales casi sin antagonismo hasta nuestros días. Pero en su interior desde fines del siglo XIX se incubó un foco de resistencia que se fue ampliando. Desde las mancomunales y mutuales de obreros de diversos rubros, del siglo XIX, hasta la creación de los brazos políticos de los trabajadores asalariados: los partidos obreros. El movimiento obrero cobró fuerza en la primara mitad del siglo XX y se opuso a las propuestas aristocráticas de explotación desenfrenada de recursos naturales que pasaban casi sin traba a manos de capitales extranjeros. Se organizó una práctica y una teoría, que centró su objetivo político en el control del poder y, su expresión material, el aparato del Estado. Se persiguió un modelo alternativo de economía comunitarista o socialista.
Todas las luchas quedaron subsumidas debajo de la contradicción principal que era, sin contrapeso teórico, la del Trabajo y el Capital. No había espacio para la diversidad sexual, para los reclamos feministas ni menos para la diversidad cultural del pueblo mapuche que, según la cosmovisión política imperante, no era discriminado en tanto por su condición de origen cultural sino en función de su condición de clase. La identidad mapuche quedó atrapada en la portentosa tradición económica y filosófica marxista de sociedades antagónicas. Los mismos pensadores mapuche abandonaron su reclamo de autonomía, salvo contadas excepciones, superada por la condicionante de la estructura de la producción en donde los mapuche eran parte de la figura del campesinado o el pobre del campo, los asalariados del campo y la ciudad; los proletarios mapuche.
El reclamo de la tierra mapuche usurpada fue central a todas las organizaciones políticas obreras. Pero no como territorio perteneciente a un país distinto sino en tanto campesinos. El movimiento obrero, sus partidos, sumados a la rica expresión cultural de los sectores postergados, dio origen a un expansivo movimiento popular que puso, por fin, a uno de los suyos en La Moneda, el presidente Salvador Allende. No se trataba de cambiar un mandatario por otro, se trataba de cambiar una sociedad por otra, una sociedad antagónica por una sociedad solidaria.
Años antes el economista Aníbal Pinto había advertido, con asombrosa anticipación, que Chile era un caso de desarrollo frustrado porque las condiciones políticas ampliamente desarrolladas y democratizadas no tenían un correlato económico que les diera sustento. Si bien había un sistema político que demandaba cambios de la estructura de poder, había una base económica que prácticamente no había sufrido cambios en su estructura concentrada en 150 años. Por lo tanto, no podía haber, para evitar la frustración del proceso chileno, sino un cambio radical de los factores productivos o una salida violenta y represiva que ahogaría con crímenes a los sectores que buscaban la trasformación de la sociedad. Asombroso porque lo dijo en 1957. Tuvo razón.
El pueblo mapuche sufrió el mismo castigo que los sectores populares. Pero a diferencia de pueblo chileno que vivió el fin de un esfuerzo de un siglo, el pueblo mapuche vio apagarse la concepción de lo mapuche como un “campesinado chileno con diferencias culturales”. Había que explicarse ahora el fenómeno de otra manera, la ubicación en la estructura de la producción no bastaba. El conflicto no había sido sólo un problema de clases, también el Estado de Chile seguía representando a un sector social que quería hacer desaparecer a los mapuche en tanto identidad, prácticas culturales y formación económica distinta. Eso quedó muy claro con la entronización del capitalismo abierto al mundo, el nuevo modelo neoliberal impuesto por la Dictadura, que persiguió la supresión absoluta del otro mapuche con la división de las pocas comunidades indivisas que aún existían en 1979, con el Decreto 2.568.
El pueblo mapuche se encontraba de nuevo con su propiedad territorial mermada casi hasta el mínimo. La posesión de tierras mapuche había disminuido, según datos del DASIN, a unas 200 mil hectáreas a través de diversas estrategias de usurpación legal. Esta situación no pudo ser corregida ni siquiera por la Reforma Agraria que en poco menos de nueve años devolvió tierras a las comunidades mapuche. La Dictadura reasignó las tierras confiscadas a los “asentados” mapuche para la instalación de la nueva industria forestal. Los títulos de merced eran un recuerdo ardiente en la terca memoria mapuche, ahora convertida en demanda e imaginario político.
La demanda para recomponerse se articuló en torno a las tierras usurpadas provenientes de los 3.078 títulos de merced. La economía mapuche, el vestigio de la soberana y rica economía ganadera mapuche, estaba convertida en una pequeña producción de autosubsistencia, la mitad de su población había emigrado a las ciudades donde se instalaba la nueva noción del mapuche urbano y el campo seguía rindiendo el mínimo para la reproducción de la fuerza vital.
Retornada la democracia la demanda mapuche y de los derechos de los pueblos indígenas tuvo acogida, en parte, gracias al enorme apoyo internacional que gozaba la causa de la diversidad en todas sus formas en el mundo. La economía impulsada por el Estado de Chile fue una continuidad del modelo económico abierto al mundo, exportador de materias primas, que buscó la superación de la pobreza que alcanzaba a la mitad de la población del país por la vía del crecimiento económico. Ese crecimiento se sustentó en la explotación de recursos naturales; recursos naturales que se encontraban, paradojalmente, en las “áreas de refugio” donde, a duras penas, sobrevivían los pueblos indígenas. La historia luego de cinco siglos se repetía. Llegaban los europeos buscando el oro, coincidía con los 500 años en 1992.
El capitalismo ya había aprendido mucho del elevado costo de sus incursiones de expansión a toda la faz de la Tierra. Ya no sólo el modelo económico era importante, como en el modelo colonial, ahora para que fuera duradero venía agregado a un modelo de democracia y, sobre todo, de respeto a la diversidad. Este enfoque se llamó multiculturalismo. Por su parte el Pueblo Mapuche vivió una doble relación, padeció la expansión del modelo y se nutrió de él para recomponerse materialmente. Las políticas públicas, la superación de la pobreza y la valoración de su identidad diferenciada sirvieron al Pueblo Mapuche para reinstalarse con otra perspectiva, con otra mentalidad, con otro imaginario político.
Ahora se trataba de recomponer la identidad de un pueblo distinto, de una nacionalidad. ¿Cuánto queda de la economía mapuche original?, es una pregunta de difícil respuesta. Probablemente de todo quedé algo: del antiguo modelo de trabajo comunitario agrícola, de la economía ganadera; de las formas de comunidades recolectoras y sus relaciones sociales, como los pewenche o lafkenche. Un importante segmento de asalariados del campo, un grupo no menor de emprendimientos y pequeños comerciantes; un incipiente clase media intelectual y de funcionarios. Sobre esta base material se levanta una propuesta política de derechos del pueblo mapuche.
Toda la historia económica mapuche podría resumirse como una práctica para la defensa de la política y la defensa de los recursos naturales que soportan la filosofía y la identidad de su gente. Por último, y parafraseando a Mariátegui: un pueblo de millones de hombres y mujeres, consciente de su número, no desespera nunca de su porvenir. Esos mismos hombres y mujeres, mientras no sean una muchedumbre dispersa sino un conjunto consciente sí mismo y de su destino, serán capaces de decidir su rumbo histórico, más temprano que tarde.
Fernando Quilaleo
periodista
Fuente: http://kilaleo.blogspot.com/2013/05/breve-historia-economica-del-pueblo.html?spref=tw