17 - septiembre - 2024

«Chile es un cocktail explosivo», Enrique Pérez Arias, antropólogo de la Universidad de Malmö

Sin título
Por Jorge Calvo, escritor
http://www.cactuscultural.cl
¿Qué ocurre cuando viajamos de un lugar conocido y seguro a otros desconocido e impredecible? ¿Qué buscamos cuando nos sometemos voluntariamente a la emoción de compartir una dicha infinita con alguien desconocido en un momento fugaz? ¿Cómo enfrentamos la posibilidad del amor perenne con el dolor de no poder retenerlo? Estas son algunas de las interrogantes que cruzan la lectura del volumen de cuentos “Amores peregrinos” presentado a fines del mes de octubre del año 2014 en el salón de honor de la SECH por Enrique Perez Arias, Antropólogo social chileno, residente en la ciudad de Malmö, en el sur de Suecia, donde se desempeña, entre otras funciones, como académico de la Universidad de Malmö, Suecia.

El libro fue presentado por los escritores Jorge Calvo y Malena de Mili.

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Cactuscultural.cl en Entrevista con Enrique Perez Arias.

Cactuscultural: Sin duda muchísimas cosas han cambiado en el mundo desde que tuve la suerte de conocer a Enrique Perez Arias en la ciudad de Malmö a fines del año 1986, aún así y considerando los valores y propósitos que han gobernado tu vida, en tu condición de antropólogo social ¿consideras todavía que es posible esperar una mejora en las condiciones sociales de vida de los seres humanos?

Enrique: Soy pesimista. Hay grandes procesos en marcha que no somos capaces de resolver favorablemente para tener una vida mejor. Uno de ellos es el cambio climático y sus consecuencias para la vida de la población más pobre en el mundo. Otro hecho es el surgimiento de una serie de conflictos militares que no encuentran una solución satisfactoria para las poblaciones locales. La intervención norteamericana en el Medio Oriente ha desestabilizado totalmente la región y ha provocado, de nuevo, una catástrofe humanitaria de grandes dimensiones. Por otro lado las esperanzas que se provocaron con los movimientos democráticos y las elecciones, como en Egipto, llevaron de nuevo a la intervención y a una dictadura militar. El conflicto israelita – palestino es otro factor. Recientemente el gobierno sueco decidió reconocer un estado palestino, y lo mismo han hecho los parlamentos de España, Reino Unido e Irlanda. Parece ser que la Unión Europea está decidida también a ejercer más presión a Israel para que avance en las negociaciones que les brinden la posibilidad a los palestinos de construir su propio estado.

Vivimos un momento de tránsito, de una hegemonía de los EE.UU., en crisis, al establecimiento de una hegemonía multipolar, que seguramente en los próximos años y antes de que se logre consolidar, significaran mayores conflictos, parecidos a lo que ocurre hoy en Ucrania. Todo puede terminar muy mal, con más nacionalismo, chauvinismo y conflictos bélicos.

Por otro lado, aunque los datos son contradictorios, por una parte bajan los índices de pobreza en algunos países al mismo tiempo que aumentan los niveles de desigualdad en todo el mundo. Vivimos en un mundo de mayores desigualdades, los ricos son más ricos y los pobres son más pobres. Esto explica que tengamos más de 200 millones de personas que se trasladan de un lugar a otro, arriesgando muchas veces sus propias vidas, para intentar llegar al “mundo desarrollado” donde se les cierran la mayoría de las puertas.

Los mejores negocios en el mundo hoy en día son la venta de armas, de drogas y de seres humanos. Hemos vuelto a la época del esclavismo, con la venta de seres humanos y con la sobreexplotación de millones de seres humanos propiciados por la globalización neoliberal capitalista.

Cactuscultural: En la ceremonia de tu libro “Amores Peregrinos” a fines de octubre de 2014 en la SECH de Santiago de Chile por un lado se mencionaron palabras y conceptos tales como; “choque cultural”, “alteralidad” “empatía” la existencia y la presencia de aquel “otro” que a veces resulta amenazante y por otra parte tenemos hoy una clara preferencia entre los jóvenes por carreras como las ingenierías comerciales y económicas y una baja en las preferencias humanísticas: ¿Consideras en cuanto antropólogo que vivimos una crisis en lo que respecta a “valores humanos” en la actual sociedad?

Enrique: No, no estoy seguro de que sea así. Pienso que hay una enorme tensión y variados conflictos entre los seres humanos en su vida cotidiana producto del avance en el reconocimiento de los derechos humanos de muchas más personas que antes no eran reconocidas. El reconocimiento “del otro”, como yo mismo, con los mismos derechos. En este sentido soy un poco más optimista que en la pregunta anterior. Me explico. Hasta en una sociedad tan tradicional, conservadora y machista como es la sociedad chilena no se puede evitar que se les reconozca a los homosexuales en sus exigencias por tener los mismos derechos que los heterosexuales. O que las mujeres tengan los mismos derechos que los hombres. O el derecho de la mujer a decidir por su propio cuerpo, y tener derecho al aborto. Por supuesto hay una gran cantidad de idiotas retrógrados que se oponen a esto, de allí que aumente la violencia contra las mujeres. A tropiezos avanzamos a una sociedad más pluralista, democrática e igualitaria. Y los tropiezos los superaremos solo con la movilización, la politización de la vida cotidiana y el compromiso de los jóvenes para construir una nueva sociedad.

Cactuscultural: También como antropólogo social pareciera que existen temas susceptibles de ser abordados desde la perspectiva de los papers académicos y muchas otras experiencias que en ocasiones resulta mejor abordarlas desde un punto de vista literario: ¿Qué determina que decidieras abordar ciertas experiencias desde un punto de vista narrativo y cuentístico por así decirlo?

Enrique: Hoy tenemos una ampliación del mundo académico a todos los temas. Desde hace ya más de veinte años que se ha desarrollado la así llamada antropología de los afectos. Están de moda los estudios sobre sexualidad. Y recobraron nuevos ánimos los temas de la sociología de la vida cotidiana. Pero a pesar de la irrupción del postmodernismo, y de la crítica al positivismo, en el mundo académico el esfuerzo principal es hacer “ciencia” y las exigencias formales y metodológicas muchas veces limitan los alcances que algunos estudios sobre fenómenos sociales puedan tener. Se limita la creatividad. Yo me decidí a intentar escribir algunas experiencias en forma literaria por una entretención, para liberarme de las exigencias académicas. Y siempre he admirado a los investigadores que se dejan llevar por momentos de creatividad y son capaces de provocar interés por la lectura de sus tesis y a los escritores que son capaces de levantar preguntas relevantes en sus novelas.

Cactuscultural: Podríamos decir que “Amores peregrinos” señala tu debut como cuentista, ¿Cómo te sientes haciendo esto? ¿Piensas continuar abordando estos temas desde una perspectiva ficcional y literaria?

Enrique: Bueno, fue una gran satisfacción haberlo hecho, escribir por primera vez cuentos, recibir las críticas y comentarios y darme cuenta de que es posible hacerlo. Aprender de todo ese proceso. Yo no tengo ningún problema en aprender, en escuchar. Y si, pienso seguir haciéndolo. Ideas no me faltan, pero necesito un tiempo que por el momento no tengo. Algunas de esas ideas efectivamente tienen que ver con las tareas que tengo en el mundo académico.

Cactuscultural: Hasta fines de los 80 conceptos como “solidaridad” y “empatía” eran valiosos para la sociedad sueca: ¿En qué medida los últimos cambios experimentados por el sistema y
la sociedad han influido en esto?

Enrique: Lo que se llamó el “modelo sueco” se fundaba en una idea generosa de iguales derechos para todos y en una redistribución de los ingresos. El concepto socialdemócrata “la casa del pueblo” resumía muy bien esos propósitos. Pero, el desarrollo social y económico fue creando una serie de aspiraciones individuales legitimas que se conjugaron con la influencia neoliberal de “invierte en ti mismo”, a comienzos de la década delos 80.

Luego, a comienzos de la década de los 90 y sobre todo después de una crisis económica el año 1994, se tomaron una serie de decisiones políticas impulsadas por los mismos socialdemócratas que llevaron paulatinamente a la marginalización de grandes grupos de personas. Un ejemplo, la comunalización y privatización del sistema escolar, que aumento la segregación de las escuelas. Sin un modelo único de educación y con menos recursos públicos ciertas escuelas comunales ubicadas en los barrios marginales han dejado de desempeñar su importante papel de integración social. En mi opinión la socialdemocracia perdió la brújula, no solo en Suecia sino en toda Europa. Los últimos 8 años hemos tenido en Suecia un gobierno de derechas que propiciaron cambios al modelo de bienestar con la sugerente idea de la “libertad de elección”, propiciando de esta manera soluciones cada vez más individualistas a las necesidades personales.

Se podría decir que los cambios en la sociedad sueca han influido negativamente en la solidaridad pero al mismo tiempo es necesario decir que todavía existe una mayoría de la población que está a favor de resguardar el papel del sector público para garantizar el sistema de bienestar y que existe, sobre todo entre los jóvenes, un compromiso y una solidaridad con los sectores más desprotegidos o discriminados. El movimiento antirracista por ejemplo es fuerte, pero al mismo tiempo tenemos un partido racista en el parlamento, que juega con la idea de expulsar a los inmigrantes que no se asimilen. En mi opinión los conflictos se agudizaran y se necesitara de movimientos sociales todavía más fuertes, mejor organizados y con mayores recursos y sin dependencia política o estatal.

Cactuscultural: Has vivido un largo periodo en Europa y en Suecia, casi cuatro décadas, y viajas mucho a diferentes partes del mundo: Cuéntanos un poco, a partir de este último viaje ¿Cómo ves a Chile y la sociedad chilena, cómo la evalúas y que consideras que puede deparar el futuro?

Chile es un cocktail explosivo que tiene de todo. Primero, no tenemos que olvidarnos del “tratamiento de schock” que propició la dictadura militar con la ideología neoliberal y que Naomi Klein describe muy bien en su libro así titulado The schock doctrine. Es el modelo del capitalismo salvaje. Se basa en el dominio del capital financiero y del mercado, de los grandes grupos económicos que concentran el capital, de un crecimiento económico permanente sin tomar en cuenta los derechos de los trabajadores, y en general los derechos humanos de las personas, el medio ambiente o la calidad de vida. Ese modelo ha sido muy bien administrado por los gobiernos de la Concertación, que crearon una serie de bonos y beneficios sociales para mantener el control social de la población, sin cambiar nada substancial.

Las movilizaciones estudiantiles desvelaron el sistema pero no lograron los objetivos que se propusieron. El nuevo gobierno de Michelle Bachelet, ahora con la coalición Nueva Mayoría, seguirá implementando cambios parciales sin cambiar nada de fondo. Si bien en algún momento la Asamblea Constituyente parecía ser la solución a los problemas de fondo, de una democracia jibarizada o controlada por los poderes fácticos, hoy parece ser que ya no existe como posibilidad. Hay una tenaza institucional que impedirá los cambios de fondo. Esta es la base fuerte del cocktail.

Hay que hacerse una pregunta, ¿cuál sociedad chilena? ¿Existe una sociedad chilena? Chile es un archipiélago de islas. Tú puedes encontrar de todo. Un nivel de vida de países avanzados en Vitacura o Las Condes junto a un nivel de vida paupérrimo en algunas comunas en el sur de Chile. Lo que yo veo son grupos facticos, grupos económicos, familias que vienen desde la época de la colonia y que siempre han sido los favorecidos, lo que yo veo son grupos religiosos muy bien organizados en sus propias iglesias, lo que yo veo son partidos políticos que representan grupos endógenos con muy poca democracia interna, lo que yo veo son grupos de influencia, y un patriotismo y nacionalismo trasnochado. Este es el componente que cada grupo le pone a su propio coktail.

A esto hay que agregarle un programa de idiotización generalizada, promovida por los medios de comunicación, principalmente la televisión. Cunde la noticia liviana, la conversación inocua, la farándula, las teleseries, las noticias negativas. Como hacer para no quedarse hablando solamente de futbol? Hay también una trivialización en el uso del idioma, no sé si habrá algún estudio pero me parece que los chilenos son los que hablan peor el idioma castellano. Y aquí el trago se echó a perder.

Pero, en medio de todo esto hay una vida cultural intensa, y los chilenos se siguen destacando por su poesía, por la literatura, a veces por el cine que hacen, o algunos (no muchos) destacados científicos. Esa es la parte dulce del trago. Si tienes algunos recursos económicos en Chile se puede elegir vivir en un lugar no contaminado, tener una vida cultural entretenida, formar tu propio grupo y comunicarte por Facebook.

Hay otros componentes amargos del cocktail. Hay estudios que indican que los chilenos son en América Latina los que menos confían en sus pares. Algunos sectores de la sociedad chilena están enfermos. Los índices y cifras sobre enfermedades vasculares, o sobrepeso, o alcoholismo, o suicidios, o stress laboral, son también proporcional y comparativamente muy altos. Por otro lado, como observador desde fuera de la vida cotidiana, me parece que los chilenos están afectados emocionalmente. Me llama la atención el nivel de irritabilidad en la gente, la afección que tienen, la falta de tolerancia por opiniones que no comparten o el hedonismo. Hay que pasarlo bien. Si hay que ir de fiesta, hay que hacerla a concho. Si hay que endeudarse de por vida para ir al mundial a gritar como loco, hay que hacerlo. O endeudarse para ir a escuchar al último concierto de moda. La deuda privada en Chile es muy alta y los sueldos son bajos, entonces para poder consumir o enviar al hijo a una escuela privada y de moda, hay que tener dos o tres trabajos. Esos son los otros componentes del cocktail que provocan una vida muy intensa pero sin mayor sentido.

Soy pesimista también del futuro de la sociedad chilena, a no ser que de nuevo el movimiento estudiantil, y otros movimientos sociales le devuelvan cierta respetabilidad a la sociedad, sean capaces de proponer otro modelo de sociedad, crear una nueva comunidad nacional y transformar las estructuras económicas, políticas y sociales. La tarea es enorme y deberían estudiar y aprender de los procesos democráticos impulsados por movimientos sociales en Bolivia, Ecuador, Uruguay, Brasil y otros países de América Latina.

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A continuación publicamos uno de los cuentos reunidos en el volumen “Amores Peregrinos”

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Miro nacer la tempestad

“Yo, pecador, a orillas de tus ojos

miro nacer la tempestad.”

Responso del Peregrino,

Alí Chumacero

Lloraba desconsolada y desesperadamente y yo no sabía qué hacer, aparte de escucharla y tratar de orientarme en la oscuridad. Intentaba también darme cuenta del ambiente y de si había alguna amenaza latente en contra de ella y en último término me afectara a mí. Sólo vislumbraba sombras que se movían de un lado a otro. Cada ciertos segundo volvía a preguntarle qué le ocurría, pero ella no podía hablar, no podía contestar de desconsuelo.

Yo la miraba y también las sombras que se movían en esas piezas mal alumbradas, me mantenía alerta. Su llanto no era de miedo o de sentirse amenazada, — lo que me daba cierta tranquilidad —, sino más bien de un gran desamparo. Así como se llora cuando se pierde un ser querido inesperadamente. O como cuando ocurre una gran catástrofe y uno no se puede explicar las razones de por qué tanta gente tiene que sufrir de esa manera. Era un llanto de impotencia.

Desde que llegamos y nos sentamos me pareció un lugar lúgubre y de grandes contrastes; la algarabía de la música alegre del caribe no se reflejaba en esos anónimos rostros de mujeres y sobre todo de hombres que parecían descorazonados. Uno de ellos había rondado nuestra mesa varias veces y murmuraba algo incomprensible. No quise darme vuelta a mirarlo, porque recordé que una vez que lo hice me encontré con un sicópata que creyó que yo lo perseguía e intento matarme a machetazos. Pero a éste, de todos modos, lo seguía de reojo, alerta a sus movimientos. Deduje que tenía algún problema, mas no quise mostrar mi inseguridad y cierto temor que me producía su presencia y esperé a ver qué ocurría.

De pronto ella comenzó a balbucear… ¿por qué?, ¿por qué?…. diciéndoselo a sí misma. Esperaba que se pusiera a hablar y a explicarme qué le pasaba, pero no decía nada. Mi paciencia se agotaba, por eso le propuse que nos fuéramos. A ella apenas la conocía. Yo había llegado algunos días antes a ese país, a trabajar con amigos que me había encontrado en una universidad nórdica, junto a una gran cantidad de voluntarios de distintos orígenes quienes pretendían ayudar a resolver las necesidades básicas de los más pobres. Algunos buscando una buena razón para vivir, otros huyendo del materialismo, unos cuantos aprendices de revolucionarios, otros profesionales haciendo su aporte técnico. La labor de casi todos era encomiable y eso fue lo que me motivó.

Esa noche salimos un grupo a comer. Cenamos y los comensales se fueron retirando uno a uno, hasta que quedamos tres; uno de los directores de la organización, quién me recogió unas horas antes con el compromiso de devolverme a mi residencia, ella y yo. Los dos estaban un poco alterados por la cerveza y el ron, la comida criolla, el calor, el ambiente festivo que no aplacaba las discusiones, los recuerdos, las recriminaciones, los falsos elogios, la admiración mutua no reconocida. Era un ambiente caldeado, no sólo por el calor ambiental y la efervescencia

de ellos mismos, sino además por todos los que rondaban esa mesa manifestando falsos halagos.

Cuentos
Llevaban mucho tiempo allí y ya estaban acostumbrados. Para mí todo era nuevo y mantenía cierta distancia, tratando de entender rá­pidamente algunos acontecimientos. Me habían advertido de una serie de peligros que amenazaban en la ciudad. Había un sector relativamente seguro y con muchos policías en los que se podía confiar. Había otro sector que lo separaban las líneas del tren al cuál no se podía ir solo, porque a uno lo asaltaban. Más allá de los suburbios y donde la periferia urbana se comenzaba a confundir con la selva, definitivamente no se podía ir sin escolta militar, porque desde allí operaba la contrarevolución y las bandas de narcotraficantes que no le perdonaban la vida a ningún extranjero. También me habían dado sabios consejos sobre la manera de divertirse de los lugareños y de seducir que tienen, pero en ese caso los consejos no bastan, valen más las propias experiencias y yo no tenía ninguna y ningún apresuramiento de tenerlas.

A pesar de que los tres hablábamos el mismo lenguaje, cuando ellos conversaban entre sí, era para mí difícil entender. Eran códigos, hasta el momento, indescifrables. En un momento acordaron ir a la discoteca y yo no pude dar mi opinión, ni siquiera me preguntaron. Apenas llegamos me di cuenta de que algo no andaba bien en ese lugar. Era como un laberinto de corredores mal iluminados, con varias piezas pequeñas medio oscuras, con la música tropical a alto volumen y muy pocas personas bailando. También noté que mis compañeros pasaron de un estado de seguridad y algarabía que tenían antes a un nerviosismo inexplicable para mí.

Cada uno por su lado buscaba algo con la mirada y no se man­tenían tranquilos en sus asientos, cada cierto tiempo desaparecían en la oscuridad y me dejaban solo por largo rato. Cada uno por su lado se iba y se perdían por los corredores y luego volvían. Por el ruido de la música no se podía conversar y yo lo único que quería era irme de allí, estaba de más. De pronto el director se paró nuevamente y dijo “ya vuelvo” pero esta vez no lo hizo, desapareció en la penumbra.

Y allí estaba yo cansado de escuchar como ella sollozaba intermi­tentemente, sin querer hablar y yo sin saber cómo hacer para llegar sano y salvo a mi pieza. Seguía preguntándose: “¿por qué? ¿por qué?” Y sin que yo le dijera nada, por primera vez me miró con la mirada vacía y siguió hablando entrecortadamente.

—Ese hombre… ese hombre que me sacó a bailar… me dijo que me conocía… que me había visto muchas veces… que me había seguido con la mirada durante años, que se había enamorado de mí desde la primera vez que me vio… que había estado en varios lugares que yo frecuentaba… me habló de los lugares, de la ropa que yo llevaba, ¿cómo puede ser posible?… si yo no recuerdo haberlo visto… ¿por qué?, ¿por qué? Por qué el hombre que yo amo no me dice lo mismo, ¿por qué me lo dice un extraño?

La escuchaba con atención, aunque estaba decidido a sacarla de allí o irme solo. Mi respuesta fue una propuesta:

—Vámonos —y ella afortunadamente la aceptó.

Caminamos por los pasillos buscando la salida, ella seguía desconsolada, totalmente derrumbada, apenas movía los pies, pero yo tenía que seguirla a ella, porque a solas no hubiera sido tan fácil encontrar la salida.

No era la mujer que me habían presentado sólo una par de días antes; esbelta, orgullosa, segura de sí misma, hermosa a su manera, elegante, delicada a veces, agresiva otras, indiferente de vez en cuando, profesional y dedicada a su trabajo. Ese tipo de mujeres que se destacan donde sea que estén y que causan la admiración de algunos hombres y las envidias de muchas féminas. Todo eso lo había visto los primeros días. Ahora estaba descontrolada, con el pelo desgreñado, de tanto llorar los ojos se le habían secado y el rimmel había corrido por sus mejillas ensuciándole la cara, su boca estaba enjuta y sus labios casi no se le veían, sus brazos estaban fláccidos y todo su cuerpo se había desmoronado. No era la misma, ahora parecía una anciana derrotada por la vida.

Salimos finalmente a la calle y al aire, a la noche iluminada por la luna cálida, al bosque de estrellas silenciosas, la tranquilidad, todo ese espacio exterior pareció relajarla, a mí me devolvió las escasas energías. Caminamos unos pasos. Ella tenía su land rover en un aparcamiento

privado, para que no se lo robaran. Quería dejarlo allí, pero no se podía ir caminando sola a su casa y yo tampoco porque ni siquiera sabía por dónde ir. Si lo sacaba, podría llevarme a mi casa, para mí la mejor solución. Pero no quería. Podríamos entonces irnos los dos caminando a la casa de ella, que quedaba más cerca, pero tampoco quería.

—A él no le gustaría, dijo de una manera seca, recuperando un poco la compostura.

Entonces comenzaron los problemas de verdad. Nunca había escuchado ese pronombre personal pronunciado con tanta veracidad. “Él”, se transformó para mí en un objeto mitológico, parecía sentir su presencia, aunque yo sin saberlo, pronto se comenzaría a transfigurar en un figura humana borrosa, desconocida y amenazante.

Estábamos en un callejón sin salida. Yo insistí en que la mejor solución era buscar el vehículo y que ella me fuera a dejar. Ella se dejó convencer, porque ya no le quedaban fuerzas para nada. El aparcamiento estaba cerrado y el cuidador dormía, pero el perro policial alemán se despertó y ladró alertando a todo el vecindario. Finalmente estábamos en el vehículo, retrocedía pacientemente y yo comenzaba a convencerme de que todo terminaría bien. Cuando llegábamos a la calle, se escuchó un ruido de un motor de alta potencia.

—Es él —dijo ella. Yo no veía nada, pero sentía el ruido, que se acrecentaba cada vez más.

Ella puso su vehículo en la dirección del tránsito, cuando de pronto sentí que el ruido venía detrás de nosotros. Nos bajamos, el automóvil se acercaba a gran velocidad y el riesgo de que chocara el land rover o que aplastara a alguno de nosotros era evidente. Me retiré para tener la opción de reaccionar si finalmente se decidía a aplastarnos, lo que parecía era la intención. Ella no, se quedó en medio de la calle como amenazándolo o provocándolo, incitándolo a que lo intentara, sabiendo de que él no lo iba a hacer, o…

Frenó en el último momento y sin salir del vehículo el profirió algunos gritos que no pude entender, ella también le gritaba, pero para que se la llevara, le gritaba obscenidades, para que jugara su rol de macho, pero él la despreció, puso el pie en el acelerador y antes de que partiera, ella se agarró del volante con una mano, él no se detuvo, aceleró y ella se mantuvo aferrada algunos metros más hasta que cayó embestida por la velocidad.

Pensé ayudarla a ponerse de pie pero no fue necesario, se levantó como una fiera, había recuperado todas sus energías ancestrales y arreglándose un poco sus ropas, me mandó a subirme al land rover.

—¡Vamos a seguirlo a este hijo de la gran puta!, dijo con un tono que me horrorizó.

No sé en qué mundo estaba yo, porque obedecí sus órdenes sin reparar en los peligros de la situación. Por un momento no pudo encontrar las llaves de su vehículo y perdió la iniciativa, no recordaba si las había dejado puestas o las había sacado. Preciosos segundos para ella. Cuando las encontró ya lo había perdido de vista. Se quedó en la intersección de las calles, con el motor en marcha y aguzando los oídos para escuchar el ruido del motor. De pronto pasó raudamente por la siguiente calle un vehículo que yo no pude distinguir.

—Es él, es él, volvió a repetir y se transfiguró totalmente de nuevo.

Comenzó una persecución por las calles vacías, era un juego mortal. En cada cruce de esquinas el riesgo de una gran colisión era manifiesto. Él era, por supuesto, un gran conductor y no le permitía a ella acercarse. Cada cierta cantidad de cuadras cambiaba de dirección, pero ella no le perdía los pasos.

—Va con una muchacha, fue el siguiente comentario.

Yo estaba mudo. Era peligrosamente ridículo todo, pensé que en este trayecto se me iba la vida. La había arriesgado algunas veces, pero por razones valederas, y otras en que lo hice por una mujer estaba involucrado y dispuesto a asumir las consecuencias. Pero ahora no tenía nada que ver. Era un espectador inocente.

La persecución continuó hasta que ella agotada detuvo el vehículo en medio del camino y se puso a llorar de nuevo. Luego soltó el manubrio, recostó su cabeza en el asiento, cerró los ojos y se quedó dormida.

Faltaba mucho para que aclarara.

Del libro de cuentos “Amores Peregrinos”.
114 páginas.
ISBN: 978-956-8251-10-9.
Aura latina, 2014.

Enrique Pérez Arias

Enrique Pérez Arias es antropólogo social. Trabaja en la Universidad de Malmö, en Suecia. Se ha dedicado a estudiar el rol del sector público en la integración social de los inmigrantes, y ha escrito varios libros dentro de su labor profesional. Además ha escrito en castellano el libro autobiográfico”La búsqueda interminable” y su versión en sueco “Ett helt liv men ändå inte riktigt”.

Ha sido profesor invitado en varias Universidades de Europa y de América Latina.

Es redactor invitado de la revista Magasin Nic de la Escuela Superior Popular en Malmö, Suecia. Así como de la revista de Ciencias Sociales del Centro de Estudios Sociales Latinoamericanos de la Universidad de Varsovia. Es miembro de la Sociedad de Escritores del sur de Suecia.

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