La Cátedra Indígena de la Universidad de Chile publicó una columna de opinión del periodista Fernando Paulsen en que afirma al leer las crónicas del libro Esa Ruca llamada Chile, del periodista Pedro Cayuqueo, confiesa «con mucha vergüenza, que mientras leía y leía cada uno de esos relatos, solo en mi propia ruca de hormigón y ascensores, un sentimiento se me venía encima como una avalancha. “Me siento como un cómplice pasivo”, pensé. Y a cada nueva lectura ese concepto se agigantaba. Ya no sólo aplicable a mí, sino a toda esa fisonomía diversa, que ignora o niega su mezcla indígena, y que, desde su ilusión caucásica, compone la gran mayoría poblacional que denominamos chilenos».
Cómplices Pasivos- Columna de Opinión “Esa ruca llamada Chile”,
por Fernando Paulsen
http://www.uchileindigena.cl/complices-pasivos/
Releí con cuidado las 60 crónicas escritas por Pedro Cayuqueo, entre el 2012 y este 2014, y que componen este libro “Esa ruca llamada Chile”
Tengo que confesar, con mucha vergüenza, que mientras leía y leía cada uno de esos relatos, solo en mi propia ruca de hormigón y ascensores, un sentimiento se me venía encima como una avalancha. “Me siento como un cómplice pasivo”, pensé. Y a cada nueva lectura ese concepto se agigantaba. Ya no sólo aplicable a mí, sino a toda esa fisonomía diversa, que ignora o niega su mezcla indígena, y que, desde su ilusión caucásica, compone la gran mayoría poblacional que denominamos chilenos.
Fue el ex Presidente Sebastián Piñera quien aplicó ese concepto, cómplices pasivos, en la conmemoración de los 40 años del Golpe Militar, a quienes durante la dictadura y estando en posiciones de poder, pudiendo saber lo que pasaba prefirieron no saber, y pudiendo hacer algo para evitarlo, no lo hicieron. Un mazazo conceptual tremendo, brutal.
Tengo que confesar que, pese al respeto que le tengo al ex Pdte, siempre dudé que una idea tan potente como la de los cómplices pasivos haya sido fruto de su creación. Y me puse a investigar. Así llegué a conocer la obra de Otto Dov Kulka y la fuerte polémica entre historiadores del nazismo sobre el papel que cumplió el pueblo alemán en el llamado Holocausto.
Otto dov Kulka nació en lo que antes era Checoslovaquia. De origen judío fue llevado junto a sus padres al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Tras ser liberado al final de la guerra se radicó en Israel y, convertido en historiador, se dedicó a investigar el tema del antisemitismo moderno. Una de las principales preguntas que se hacían varios académicos tras la guerra era “¿cuál había sido el papel que el pueblo alemán jugó frente a la decisión nazi de la Solución Final, es decir el exterminio de los judíos?”.
El británico Ian Kershaw había impuesto la idea de que para los alemanes el destino de los judíos no era prioridad y que, más bien, estaban preocupados de la situación económica y su reputación ante el mundo. Bajo esta lectura, los alemanes no-nazis asumieron una actitud de “indiferencia” ante lo que decidieran hacer los alemanes nazis con los judíos.
Kulka rechazó ese predicamento neutral de indiferencia y opuso el concepto de complicidad pasiva de los alemanes. Bajo esta idea, Kulka señaló que los alemanes internalizaron los prejuicios y estereotipos sobre los judíos, difundidos por años por los nazis. Como un telón de fondo, a juicio de Kulka, el pueblo alemán prefirió no cuestionar esas imputaciones contra los judíos, porque en gran medida se había convencido de ellas. Y al apartarse, de esta forma, sicológicamente de la suerte de los judíos, el pueblo alemán había permitido tácitamente la Solución Final.
De ahí viene la idea de cómplices pasivos. De la tolerancia tácita del crimen porque se atacaba a quienes se había asumido que no tenían valor o eran una amenaza.
En el libro de Pedro Cayuqueo, los protagonistas son mapuches de todas las épocas, y autoridades nacionales de todo tipo, desde presidentes a carabineros, pasando por fiscales, parlamentarios, jueces, jefes de servicio. Esta cronología literaria nos transporta a la época en que O’Higgins trataba en sus declaraciones al pueblo mapuche como un estado que debía cooperar con el otro estado chileno, pasando por los numerosos parlamentos que todavía consideraban a los mapuche como dignos interlocutores. También en el libro se relata la creciente ningunización oficial de los mapuche previa a la Pacificación de la Araucanía, evento a partir del cual la línea de represión y abuso deja de tener zig zags y pasa a ser una línea recta hasta hoy.
En todo ese recorrido, me pregunté por los grandes ausentes del libro, los chilenos en general, que no son autoridades ni mapuches, entre los cuales me cuento. Y me acordé de la definición de Otto Dov Kulka de su idea de los “cómplices pasivos”: aquellos que no están personalmente envueltos en los crímenes, pero cuya consciente pasividad permite que sigan ocurriendo.
Cuánto de toda la verborragia histórica de estereotipos y prejuicios sobre los mapuche y su historia habremos internalizado para que nos hayamos convertido en cómplices pasivos del drama que aflige a todos en la Araucanía. La ausencia ensordecedora de los chilenos en el libro calza con otras variables preocupantes. Aunque parezca extraño, salvo por contadas escenas de violencia en la zona, no genera gran rating discutir sobre lo que pasa en la araucanía por televisión. Cada vez que el tema se propone para los contados programas de opinión existentes, se discute si cabe o no traer a alguien, tomando en cuenta que el tema mapuche es un bajador de rating. La pasividad de la audiencia respecto de esto no tiene parangón con la súbita actividad de esa misma audiencia para temas de reciente instalación, como los movimientos sociales, los temas medioambientales y los abusos contra consumidores.
Leer el libro de Pedro Cayuqueo es también un bofetazo a la historia de chile que se enseña en los colegios, ahora que todos dicen estar tan preocupados por la calidad de la educación. Si en la PSU de historia se preguntara de qué se trató el Tratado de Tapihue de 1825, habría que contestar al achunte entre las posibilidades, porque ese tratado de límites entre la nación mapuche y la naciente república de Chile no digamos que está en la boca de todos los profesores escolares. Y así como se ignora de tratados, se ignora de cultura, idioma, la historia misma de los mapuche. ¿Cómo se puede resolver un problema bicentenario cuando no se tiene idea de la historia completa del problema? ¿O cuando lo que se enseña y se traspasa de una generación de chilenos a la otra es una selección entre mitológica, paternalista e interesadamente parcial de la historia?
El libro de Pedro Cayuqueo golpea donde duele: a través de este goteo incesante de relatos de hechos ignorados u olvidados, con datos que hacen que la historia incompleta se complete, Pedro interpela al lector para que rebaraje su apreciación de lo que creía unidimensional y definitivo. Y con los nuevos datos y los nuevos argumentos, en condiciones de buena fe, revise el tema de nuevo y saque sus conclusiones. En pocas palabras, Pedro exige al lector chileno que desafíe su pasividad inducida desde la cuna respecto del tema mapuche. Que lea y se deje sorprender por la información que va a recibir.
Porque la sorpresa de lo que no se sabía y ahora se sabe inicia el camino de derrota de la complicidad pasiva. Todo parte en la sorpresa y eso ofrece el libro de Pedro Cayuqueo.
Después de leerlo, recuerde las palabras de Ortega y Gasset: “asombrarse, dijo el español, es comenzar a entender”.
Fernando Paulsen.