Los privilegios de clase y la rentabilidad del capital de la blanquitud son realidades cotidianas reproducidas por muchas teóricas o “intelectuales” feministas frente a las otras. Así como el marxismo (por ser hijo del occidente) anuló la diversidad identitaria de los sujetos revolucionarios, y aún no asume a los pueblos indígenas como actores sociopolíticos plenos, así también los feminismos, centrados en la meritocracia y la filosofía occidental, explícita o implícitamente se niegan a reconocer a mujeres o colectivos indígenas como actoras auténticas de sus procesos de emancipación integral.
Por: Ollantay Itzamná
Rebelión.org 07/03/2015
“Yo no me considero feminista. No es odiando a los hombres que vamos a resolver nuestros problemas. Cómo voy a rechazar a mi padre sólo porque es varón. Si él es a la persona a quién más amo”, comenta una postgraduada indígena maya contrariada cuando se le pregunta sobre si ella es feminista o no.
Esta es una reacción compartida por muchas mujeres indígenas cuyos procesos de profesionalización no lograron configurarlas completamente como individuos autónomas (occidentalizadas).
Las diferentes corrientes feministas, planteadas únicamente como teorías autonomistas, o políticas antipatriarcales, y no tanto como concepciones metodológicas para la construcción comunitaria de nuevos conocimientos eco interculturales (epistemologías), continúan siendo occidentales. Por ello, sus categorías de compresión y de análisis de la realidad, específicamente de las relaciones de poder, son esencialmente euronorteamericanas. Centradas exclusivamente en el sujeto (actor) individual desligado, armado de su libertad y autonomía. Con dichas categorías se puede analizar y comprender sociedades (donde prima el individuo sobre el interés comunitario), más no comunidades (donde el interés comunal prima sobre lo individual).
Esta promoción de la supremacía del interés individual sobre lo comunal colisiona con la lógica indígena de la interdependencia (interrelación) que rige no solo la vida de la comunidad humana sino también de la comunidad cósmica. En la filosofía occidental el sujeto pleno es el individuo autónomo. En las filosofías indígenas la felicidad consiste en la interrelación equilibrada en la comunidad humana y cósmica. Por ello, para diferentes corrientes feministas la complementariedad entre varón y mujer es vista como un vicio, pero para las mujeres indígenas es una virtud porque la plenitud es “con el otro” (equilibrio). Esto no es heteronomía (dominación), ni autonomía, sino ontonomía (interrelación complementaria sentipensante). Yanantin, diríamos los quechuas.
Otra dificultad que encuentran algunas corrientes feministas en los diferentes mundos de mujeres indígenas es la desacralización del cuerpo y de su función reproductiva. Por el predominio del eros sobre ágape, en la gestión corporal que hacen o explican dichas corrientes, anulan la dimensión espiritual-mística del cuerpo humano y lo reducen a un simple campo de disputa de poder, desligado de la comunidad cósmica. De este modo, el hedonismo termina por vaciar, no sólo estructuras axiológicas comunales, sino el sentido ecoespiritual del ser humano como la materialización más próxima de la identidad y conciencia de la Pachamama.
No es sólo el individualismo metodológico y el antropocentrismo euronorteamericano de las corrientes feministas lo que alienta la apatía de muchas mujeres indígenas, sino también, en la medida que algunas indígenas se adentran en los círculos feministas, aquellas se dan cuenta que “algunas” mujeres son más iguales que el resto de las mujeres. Especialmente cuando aquellas son feministas tituladas, blancas y ricas.
Los privilegios de clase y la rentabilidad del capital de la blanquitud son realidades cotidianas reproducidas por muchas teóricas o “intelectuales” feministas frente a las otras. Así como el marxismo (por ser hijo del occidente) anuló la diversidad identitaria de los sujetos revolucionarios, y aún no asume a los pueblos indígenas como actores sociopolíticos plenos, así también los feminismos, centrados en la meritocracia y la filosofía occidental, explícita o implícitamente se niegan a reconocer a mujeres o colectivos indígenas como actoras auténticas de sus procesos de emancipación integral.
El marxismo y el liberalismo se autoproclamaron tutores de los pueblos indígenas (no ciudadanos), así también algunas compañeras, en su intento de liberar a las mujeres subalternizadas, terminan definiendo lo que es bueno y malo para todas las mujeres, como si todas fuesen occidentales, sin contemplar no sólo la diversidad de racionalidades que rigen la vida de los pueblos, sino anulando también las epistemologías diferenciadas.
El feminismo, en su sentido amplio, es una propuesta epistemológica de liberación del dominio del colonialismos, occidentalismo, patriarcalismo, clasismo, racismo y especismo. Por ello, el ecofeminismo se constituyó (en un determinado momento) en un método de liberación para la Madre Tierra presa de la devastación del sistema-mundo-occidental. Pero, infelizmente muchas corrientes feministas, presas del paradigma de la simplicidad antropocéntrica, que sacrifica el todo por concentrarse en las partes, se han abocado únicamente en la autonomía, derechos sexuales, cuotas biológicas de poder para la mujer, etc.
Varones y mujeres estamos permeados por el machismo, y lo reproducimos en diferentes grados, pero no todos/as estamos dispuestos a asumirnos, ni nos asumiremos, como individuos, autónomos, desligados de la comunidad humana/cósmica. Urge desoccidentalizar los feminismos y repensarlos dentro del paradigma de la ecointerculturalidad si acaso deseamos hacer del feminismo un aporte para la liberación de la Madre Tierra y de la humanidad.