Cuánta falta de pudor humano y episcopal, cuánta ausencia de respeto a sí mismo, cuánta falta de dignidad… Así asume el jefe de la iglesia católica en Osorno.
Por: Reflexionyliberacion.cl
Marzo de 2015
Una mañana inédita para la historia de la Iglesia chilena y latinoamericana se vivió en la Catedral de Osorno.
Una jornada triste, sobre todo por el testimonio de división que fue elocuente. Una división provocada por el empecinamiento de una persona que no escuchó el clamor del pueblo de Dios.
Seguro que algunos querrán atribuir la división a aquellos osorninos que mayoritariamente han rechazado a Juan Barros, porque no le conceden autoridad moral para estar a la cabeza de una diócesis que tiene olor a santidad desde sus orígenes.
También habrá otros que querrán victimizar a Barros por la reacción de un pueblo que se resiste a aceptar como obispo a un cómplice y encubridor de uno de los delitos más sancionados moralmente por la sociedad.
La verdad de fondo es otra.
Las verdaderas víctimas de hoy son aquellas personas que un día, siendo niños y jóvenes, se acercaron a la parroquia El Bosque buscando a Dios, buscando ayuda y consejo, y se encontraron con un verdugo que destruyó sus vidas.
Quién para perpetrar sus delitos contó con la complicidad de hombres como Juan Barros, y que para mantener su impunidad, consiguió que éste fuera nombrado secretario personal del cardenal Juan Francisco Fresno. De esa manera, el mentor de Barros se blindaba ante las acusaciones que pudieran llegar al arzobispo de Santiago.
Esta vil estrategia de la red de protección a Karadima les funcionó por años.
Efectivamente las acusaciones llegaron a la autoridad eclesiástica, pero se encontraron con un muro infranqueable. La maldad estaba blindaba férreamente. Cuando después de muchos años, los delitos pudieron ser denunciados en la justicia penal chilena, y después que la jueza Jéssica González los acreditara, no pudo sancionarlos porque el verdugo fue beneficiado por la prescripción de sus delitos.
Así, la complicidad y el obstruccionismo fueron determinantes en la prescripción de la maldad.
Entonces, lo ocurrido hoy el Osorno es grave. Y constituye un acto de violencia que afecta directamente a las victimas que en un pasado lejano fueron violentadas. Se replica de esta manera la figura de la re-victimización de los inocentes, porque con lo ocurrido hoy en Osorno las víctimas de ayer vuelven a ser victimizadas en el presente con la inicua investidura de Juan Barros Madrid como obispo de Osorno.
Así se comprende el impactante testimonio compartido por Juan Carlos Cruz a la radio Bío Bío, justo cuando Barros asumía en Osorno.
Así se logra aquilatar la emoción dolorosa de una victima abusada, que con la ceremonia de Osorno vuelve a abrir una punzante herida en el alma, por el recuerdo de hechos intrínsecamente perversos. Por esto, las palabras entrecortadas de Juan Carlos Cruz estremecían a los oyentes de Chile hasta la impotencia.
Al volver la mirada a los acontecimientos de Osorno la contradicción era evidente.
Un obispo que llega de madrugada a la catedral, a escondidas del pueblo, custodiado fuertemente por policías y guardias privados armados, con el acceso del templo restringido a los fieles, recorriendo después una procesión bochornosa, que era acompañada de un de coro de desconcierto lleno de dolor e impotencia, mezclada con aplausos.
Cuánta falta de pudor humano y episcopal, cuánta ausencia de respeto a sí mismo, cuánta falta de dignidad.
Mientras la expresión de un rostro inmutable no hacía sino violentar el ambiente, mostrando el mismo desparpajo y cinismo con que ha negado los hechos que las víctimas han descrito con horror.
¿No será éste el retrato del perfil sacerdotal de los seguidores de Karadima?: descaro, impudicia, cinismo, desvergüenza, inmutabilidad, la misma que se requería para ser testigo de tanta atrocidad criminal, callando hasta la complicidad sin fin.
Así, Juan Barros Madrid, asumió como obispo de Osorno, pero no podrá ser pastor.
Consejo Editorial de Revista Reflexión y Liberación (14 – 3 – 2015).