Todos fuimos Charlie. Felicidades, Andreas Lubitz, lo has conseguido. Todos fuimos Germanwings, todos fuimos el Airbus A320. ¿Por qué nadie es Kenia?
El 7 de enero de 2015 el mundo se estremecía ante la masacre de once periodistas de Charlie Hebdo en París. Crespones negros, condenas de todos los líderes internacionales, portadas, detalles del ataque, je suis Charlie, todo el mundo lo era. En casi todos los rincones del mundo se escribía sobre la libertad de expresión, sobre el desarrollo del islam y la integración de los musulmanes en la Francia laica. Se hablaba de sociología, de historia, de psicología: verborrea inaudita. Manifestaciones multitudinarias, todos a la calle, hay que condenar el atentado. Todos fuimos Charlie.
El pasado 24 de marzo, la agenda informativa nos deparaba otro mazazo para el espíritu: el vuelo 9525 de Germanwings, filial de Lufthansa, se estrellaba en los Alpes dejando 150 fallecidos. Muertos y muertas que nos dolieron, por la esencia de la tragedia. No fue un accidente, fue una acción deliberada de un copiloto kamikaze decidido a ocupar un nombre en la historia de la aviación. Felicidades, Andreas Lubitz, lo has conseguido.
Nos estremecimos y continuamos haciéndolo a medida que la investigación avanza. Un arsenal de expertos ha invadido los medios de comunicación durante estas dos últimas semanas: psiquiatras y psicólogos, pilotos, expertos en selección de personal y demás especialistas que se han querido subir al carro. Y nos parece bien. Todos fuimos Germanwings, todos fuimos el Airbus A320. Y lo continuamos siendo.
El 2 de abril otra tragedia nos golpea, aunque con menos fuerza: el asesinato de 147 estudiantes en la Universidad de Garissa, en Kenia, por parte de las milicias de Al Shabab. No abre portadas, se informa poco y mal, los corresponsales de los principales periódicos nacionales informan desde Burkina Faso, desde Sudáfrica, desde Madagascar, a miles de quilómetros. Hacen lo que pueden. Pero… ¿Dónde están los enviados especiales? Muertos de asco pudriéndose en algún rincón de la redacción. No hay dinero para enviar a nadie. No a Kenia.
¿Dónde están los africanistas, los expertos en terrorismo o política internacional, los teólogos para tratar de explicarnos el por qué de la masacre en Kenia? En nuestros oídos Al Shabab, Boko Haram, Al Qaeda, el Estado Islámico… todo es lo mismo. Los especialistas (repito, especialistas, no los tertulianos) probablemente dirían que no es cierto, probablemente explicarían los motivos de este sangriento ataque (si es que puede haber motivos), el objetivo que persigue Al Shabab, la repercusión de este atentado. Pero eso no ocurrirá, Kenia nunca será portada, los líderes internacionales nunca saldrán a la calle para decir No al terrorismo en el subsuelo del mundo, nunca cientos de miles de personas saldrán a la calle para condenar algo que no les importa, que nos queda ¿lejos? Nunca nadie será Garissa, porque los muertos más allá de nuestro ombligo no interesan.
No nos interesan por lo que en periodismo se define como los criterios o factores de noticiabilidad, que hacen que una noticia interese más o menos, y en este caso, que se publique o no, que se le dé más o menos importancia. La actualidad, la proximidad tanto física (cuando el hecho es cercano al ciudadano) como psicológica o emotiva (cuando el hecho es lejano físicamente pero resulta próximo al interés de los ciudadanos), la prominencia o notoriedad (aquellos hechos en los que están involucrados personajes notables que generan interés), el conflicto o la pugna entre contrarios o diferentes fuerzas, el suspenso (aquellos hechos que mantienen vivo el interés del público o que se desarrollan en varios días: juicios, investigaciones policiales, negociaciones), la trascendencia (es decir, la magnitud o el alcance de los hechos: que repercutan más o menos en nuestra vida diaria o en algún sector de la sociedad), la rareza y la emoción (aquellas noticias que reportan hechos emotivos con bebés o ancianos abandonados, niños vagabundos, actos de injusticia o brutalidad). Algunos autores añaden factores como el interés humano, el factor vida/muerte o el interés de aquellos sucesos relacionados con el sexo o el dinero o el humor.
Vicente Leñero y Carlos Marín escriben que “intentar definir el interés público, el interés colectivo, es tocar el centro de la actividad periodística”. El interés colectivo para estos dos autores no es lo que le interesa a la gente sino también lo que “debe interesarle a la gente”. La clave del periodismo, pues, es intentar conciliar estas dos variables.
Estos factores, evidentemente, conforman una parte esencial de lo que en periodismo se denomina la teoría de la agenda setting y el framing, referentes a la relevancia que los medios de comunicación de masas otorgan a los diferentes sucesos y cómo esto influye directamente en la población. Los medios de comunicación priorizan unas informaciones u otras atendiendo a sus propios intereses, de esta manera, los temas que son importantes para la prensa, son importantes para el público y lo que no se publica, no existe.
Atendiendo a estos criterios, salta a la luz por qué no interesa la masacre de Kenia, ni a los ciudadanos, ni a los medios. No es rentable porque no produce emoción, no hay proximidad psicológica con los sujetos del suceso y porque a fin de cuentas… a nadie le interesa lo que pasa en África, desgraciadamente. Los medios de comunicación no están interesados en que nos interese lo que sucede en África.