19 - enero - 2025

El amor y el odio entre las pandillas de Centro América y la Iglesia

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Ahora que pasó la euforia por la beatificación del arzobispo Óscar Romero, El Salvador está volviendo a la normalidad. Lamentablemente, lo «normal” en este pequeño país centroamericano incluye niveles de violencia que serían temibles en la mayoría de los otros lugares.



Por: John L. Allen Jr., publicada por el sitio Crux. La traducción es de Isaque Gomes Correa.
Tomado de Agencia Adital


El pasado 30 de mayo, las más importantes pandillas criminales de El Salvador abandonaron el cese al fuego que habían declarado para la beatificación, lanzando ataques contra residencias particulares de autoridades policiales, militares, jueces y fiscales. En cuatro de estos incidentes, por lo menos un miembro de una pandilla fue muerto y varias personas quedaron heridas.



 

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Iglesias y pandillas de El Salvador en el límite entre la paz y el conflicto.

Tales ataques son parte de la normalidad en El Salvador, país que tenía el dudoso privilegio de tener el mayor índice de asesinatos del mundo en 2014: 68,6 homicidios cada 100 mil personas, la mayoría de ellos nutridos por conflictos entre las principales pandillas rivales del país: Mara Salvatrucha y Barrio 18, y lo que equivale a una guerra abierta entre las pandillas en su conjunto contra la policía y los militares de El Salvador.

Muchas veces, las personas comunes son alcanzadas por el fuego cruzado. Los salvadoreños dicen que no van a ningún lugar sin pensar en los posibles peligros y sin prepararse para evitarlos.

Desde un punto de vista cristiano, todo eso hace de El Salvador un caso de estudio sobre las contradicciones.

El Salvador es un país predominantemente cristiano, en el cual los católicos representan el 50% de la población y una desconcertante variedad de movimientos evangélicos y pentecostales constituyen el 40%. En prácticamente cada esquina se encuentra una iglesia del tipo: «Iglesia de la Divina Profecía” o «La Comunidad de Jesucristo Salvador”.

El propio Óscar Romero es un reflejo de la profunda religiosidad del país: un pastor que literalmente dio su vida defendiendo a los pobres y a las víctimas de abusos de los derechos humanos, al principio de una guerra civil sangrienta, en la década de 1980.

Sin embargo, El Salvador es también un lugar de violencia crónica, prácticamente ubicua, donde las noticias sobre los asesinatos son presentadas en los noticieros nocturnos con la misma frecuencia y con el mismo sentimiento de normalidad que las actualizaciones sobre del clima y los deportes.

Con este telón de fondo, es inevitable que la relación entre las iglesias y las pandillas sea algo complejo.

Por un lado, las iglesias son enemigas naturales de las «maras”, como son conocidas aquí las pandillas. Se oponen al comercio de drogas, que es la base financiera de las pandillas; se oponen también a la violencia y a otras formas de ilegalidad. Son rivales en la conquista de los corazones y las mentes de los jóvenes salvadoreños que están escogiendo un camino en la vida.

Por otro lado, las pandillas también demuestran un respeto enorme por las iglesias. Los miembros de ellas dicen que hay sólo dos formas de salir de una pandilla: la muerte o una decisión genuina de cambiar de vida, algo que casi siempre involucra a la religión.

Por su parte, la mayoría de los pastores ven a las pandillas como un territorio misionero, y están dispuestos a confortar a los miembros necesitados y, generalmente, no actúan como agentes de la policía.

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Miembros de pandillas salvadoreñas lideran acciones de violencia e intimidación en el país, pero parecen respetar a líderes e instituciones religiosas.

 

En la tarde de la beatificación de Romero, el 23 de mayo, un ex participante de la pandilla «18th Street” – Barrio 18, así llamada a causa de una región de Los Ángeles donde nacieron las pandillas de El Salvador, en los años 1980– llegó con una escolta policial a un hotel en el Centro de San Salvador para hablar con los periodistas de Crux sobre la vida dentro de aquello que muchas personas consideran aquí como un «estado sombrío”.

«William”, pseudónimo que usa, no abandonó la pandilla a causa de una conversión religiosa. Fue detenido en 2010 y terminó proveyendo informaciones que llevaron a la detención a otros 30 pandilleros. Hoy está viviendo en una especie de programa de protección de testigos, y enfrenta una pena de muerte por traición a la pandilla a la que él alguna vez reconoció como su «familia”.

El policía que lo acompañaba también insistió en ser llamado por su pseudónimo, «Marcelo”, lo que refleja los riesgos de las represalias que son comunes en las unidades policiales especializadas en el combate a las pandillas.

William, 30 años, se unió a Barrio 18 en 1998, cuando tenía 13 años. Durante los 12 años en que participó en ella, trepó en las filas de la organización, alcanzando el nivel de jefe regional. Admite haberse involucrado directa o indirectamente en por lo menos 10 muertes.

Tal vez, el momento más escalofriante de la conversación con William fue cuando describió la organización de la muerte de un chofer de ómnibus que se había convertido en blanco por proveer información a una pandilla rival. William conocía personalmente al chofer y le dio el tiro final que lo mató.

Cuando se le preguntó si matar a alguien que él conocía era una tarea difícil emocionalmente, dijo: «Lo es, yo conocía al tipo, pero no me gustaba”.

William contó a Crux que fue bautizado en la Iglesia Católica, recibió la Primera Comunión y la Confirmación, y que mantiene un respeto residual por ella. Cuando se le preguntó si llevaría a cabo una orden de asesinar a un sacerdote, por ejemplo, respondió que no.

«Si me hubieran hecho este pedido, yo no lo hubiera llevado adelante porque, a cierta altura de mi vida, hice una promesa personal de jamás matar a un buen católico o a un buen cristiano”, dijo él. «Yo iba a encontrar una manera de manejar la situación, no iba a necesitar hacerlo”.

William dijo que en la cultura de las pandillas hay en realidad una fuerte deferencia hacia las iglesias. «La iglesia siempre fue respetada”, dijo.

«Algunas personas, en realidad, usan la iglesia como una especie de máscara”, dijo. «Van a la iglesia para parecer que no están, de hecho, en una pandilla, van para esconder lo que realmente están haciendo. Éstos siempre acaban muertos [por las propias pandillas], porque no está permitido hacer esas cosas con la iglesia”.

Marcelo estuvo de acuerdo.

«Las pandillas van a respetar su elección de rehacer, de limpiar su vida, por ejemplo, casándose y empezando una familia, o incluso convirtiéndose en una persona religiosa”, dijo William. «Por esas cosas ellos te dejan salir”.

Sin embargo, según él, esa tolerancia viene con una salvedad: «Ellos te van a observar y, si terminan dándose cuenta de que estabas mintiendo, que estás manteniendo un pie en la antigua vida, ellos vendrán por ti y te matarán”.

Mike y Jessica Brown, misioneros de la Asamblea de Dios, que viven en la ciudad salvadoreña de Santa Rosa, a una hora de San Salvador, confirmaron que ser auténticamente religioso engendra una admiración sorprendente.

Mike dijo que sintió un llamado de Dios 18 meses antes de salir para hacer el trabajo de misión en El Salvador, entonces, él, Jessica, y sus cuatro hijos vendieron la casa que tenían y todas sus pertenencias en Lancaster, Pensilvania, juntaron dinero para fundar una misión y se mudaron a una vecindad tomada por las pandillas.

Ex-miembro de la Marina estadounidense, Mike Brown dijo que publicó una especie de experiencia correccional para jóvenes salvadoreños, en el intento de alcanzar a los jóvenes antes de que se involucren con las pandillas. Ex-trabajador de la construcción civil, él y su equipo de misioneros también construyen casas para los pobres, inclusive para miembros de pandillas.

«Cuando descubren que uno es una persona de Dios, ellos no te incomodan”, dijo. «Ellos muestran un gran respeto”.

Eso no quiere decir que los pastores en El Salvador, extranjeros o locales, no corran riesgos de vida. Marcelo, el policía que acompaña al entrevistado, dijo que en 20 años de experiencia, no sabe de ningún sacerdote católico que fuese blanco de las pandillas, pero que conoce casos de pastores protestantes que fueron muertos por cooperar con la policía.

Si un sacerdote hubiese hecho la misma cosa, él no tendría dudas de que las pandillas lo habrían matado de la misma manera. «No existe ninguna regla que dice que no se puede matar a un sacerdote”, dijo Marcelo. «Basado en este nivel de violencia que hemos visto, creo que sí, que es muy posible”.

En general, agregó Marcelo, las pandillas no ven a los sacerdotes como una amenaza porque la mayor parte de ellos tomaron una decisión estratégica en favor del diálogo.

«Ellos, normalmente, son vistos como quienes intentan ayudar a los jóvenes, incluyendo a los de las pandillas”, dijo. «Si un miembro de una pandilla llega para hablar con un sacerdote, si él quiere hablar sobre alguna situación, por ejemplo, los sacerdotes los acogen. Los sacerdotes van a visitarlos a la prisión y no informan a la policía sobre los miembros de las pandillas”.

Otra característica interesante de la relación entre las pandillas y las iglesias en El Salvador es que los especialistas locales estiman que nada menos que el 60% de los participantes de las pandillas viene de ambientes evangélicos y pentecostales, a pesar de la identidad tradicionalmente católica del país.

No hay ninguna explicación obvia para esto, aunque un factor pueda ser que los evangélicos y pentecostales tienden a ser más visibles en las comunidades carenciadas, donde los jóvenes están, en proporción, más propensos a terminar entrando en una pandilla.

«Tengo que decir: no veo a ningún sacerdote cuando paso por los barrios donde hacemos las visitas domiciliarias”, dijo Mike Brown.

A pesar del respeto que las pandillas demuestran aquí por la religión, no hay muchas evidencias de que las iglesias están teniendo un gran éxito en la reducción del nivel de violencia y criminalidad.

El reverendo Antonio Rodríguez es un sacerdote salvadoreño conocido por su trabajo social con las pandillas. Durante una brevetregua entre las pandillas, que se inició en 2012, Rodríguez fue condenado por asociación al delito después de, supuestamente, contrabandear teléfonos celulares para jefes presos, después de que fuera forzado a dejar el país.

Miembro de la Orden de los Pasionistas, Rodríguez dijo no creer que las iglesias tengan un gran impacto en el país. Él contó una historia de cuando llevó a una monja y al superior de su orden religiosa a visitar a un líder de pandilla a la cárcel.

«Ellos preguntaron qué podría hacer la Iglesia para cambiar la situación”, dijo Rodríguez. «Su respuesta fue: ustedes están atrasados. Si hubieran intentado hacer esto al comienzo, tal vez hubieran cambiado algo, pero no ahora”.

William, el ex-miembro de pandilla, estuvo de acuerdo. «Ellos han intentado diferentes estrategias”, dijo, refiriéndose tanto a las iglesias como al gobierno, «y nada viene dando buenos resultados”.

«Medidas enérgicas fuerzan a las pandillas a organizarse mejor, de forma tal que terminan fortaleciéndose”, dijo William. «Cuando hay una tregua, los líderes acuerdan entre ellos en no cometerdelitos mayores, pero los delitos pequeños se multiplican, porque es preciso hacer dinero, el mismo dinero que se está perdiendo”, dijo él. «No creo que las cosas vayan a cambiar”, dijo.

Mike y Jessica Brown, la pareja pentecostal, expresaron una visión más optimista. Mike contó la historia de un líder de pandilla llamado Enrique con quien hizo amistad. En la época en que se conocieron, la esposa de Enrique recién había tenido un bebé, y Brown lo invitó a traer al niño a la iglesia para que pudieran orar por su seguridad.

Mike y Jessica crearon el hábito de visitar la casa de Enrique, llevando regalos para el niño y expresando un interés genuino en su bienestar. Enrique comenzó a participar en la iglesia, dijeron, y está intentando traer a su esposa también.

Cuando se le preguntó si estaba a favor de un diálogo con las pandillas para construir una nueva tregua o de un abordaje de «puños de acero”, defendido por sectores más conservadores de la sociedad salvadoreña, Brown sugirió una tercera posibilidad. «¿Ya intentaron el amor?”, preguntó. «Les digo: según mi experiencia, es lo único que realmente funciona”.

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