Los gastos de adquisición tienen que reducirse. El personal tiene que reducirse. El margen de ganancias tiene que aumentar. Los impuestos tienen que bajar. La privatización tiene que aumentar. La solidaridad tiene que redefinirse. El amor tiene que materializarse. La vida tiene que comercializarse. Y aquel que grita su: “¿Adónde diablos…?” tiene que ser silenciado.
Imagen del cuadro de Roberto Matta "Donde mora la locura A". Del ciclo: "El proscrito deslumbrante" 1966. Óleo sobre lienzo, 205 x 203,5 cm. Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.
Por: Melker Garay*
escritor
En el parque juegan algunos niños, levantan sus brazos como si fueran molinos de viento y yo les escucho cuando ríen. Alguna vez también lo hicimos. Pero fue hace mucho tiempo. Hace tanto tiempo que apenas lo recordamos. Porque desde pequeños somos introducidos lentamente en el mundo de los adultos. En una sola dirección; de niño a adulto, de una vivaz fantasía a una razón descolorida; desde una inocencia despreocupada hasta una experiencia seria y pesada. Mas ¿adónde diablos se fue la fantasía?
El rebelde que llevamos dentro también ha sido domado. La sumisión ha tomado su lugar. Intentamos protestar. Pero no vale la pena. La sumisión es el eje principal en la monstruosa máquina que nosotros mismos hemos construido. Una máquina que solo quería nuestro bien y que con el tiempo fue elevada hasta algo inviolablemente sagrado. Ahora, ¿qué diferencia hay entre un día de otro, cuando la rutina es el precio que pagamos para mantener la máquina? Y qué sucede el día que nos preguntamos: ¿Adónde diablos se fue la alegría?
¿Cómo podemos adquirir una visión de conjunto de la máquina, cuando cada vez nuestras miras son más estrechas? ¿Y cómo voy a concebir un pensamiento completo sin ser perturbado por el bullicio incesante del mecanismo de la máquina? ¿Y cómo mi propio Yo seguirá siendo el mismo cuando la máquina paulatinamente penetra en mí? Porque la máquina crece, crece y crece porque quiere mi bien. Sí, así es, pues se dice que la máquina quiere mi propio bien… y mañana voy a sentirme mucho mejor. Pero, al finalizar, grito: ¿Adónde diablos se fue el sentido de nuestra vida?
La máquina tiene vida propia. Allí está impulsada por EL TENER QUE, que una vez le entregamos. Los gastos de adquisición tienen que reducirse. El personal tiene que reducirse. El margen de ganancias tiene que aumentar. Los impuestos tienen que bajar. La privatización tiene que aumentar. La solidaridad tiene que redefinirse. El amor tiene que materializarse. La vida tiene que comercializarse. Y aquel que grita su: “¿Adónde diablos…?” tiene que ser silenciado.
* Melker Garay es escritor. Sus novelas tratan sobre asuntos teológicos, filosóficos y existenciales. Nació en 1966 en la ciudad de Tocopilla que está situada en el norte de Chile. Legó a Suecia en 1970, a la edad de 4 años, y actualmente vive en Norrköping. Tiene formación académica y ha participado en amplios estudios universitarios en cuanto a ciencias sociales y humanísticas. El año 2009 fue elegido como miembro por la Asociación de Escritores de Suecia, 2012 obtuvo el ingreso al Club PEN de Suecia y desde noviembre 2014 fue elegido como miembro por la Asociación de Escritores de Chile.
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