¿Cómo podrían dos personas inteligentes, diametralmente opuestas en sus creencias sobre las nociones de la fe, convencerse la una a la otra en un asunto que no se puede medir ni pesar? ¿Quién puede, sin ser deshonesto con su propia razón, decir: “yo tengo la verdad sobre Dios y sobre las escrituras más sagradas”?
Fragmento de la pintura «El jardín de las delicias» del pintor holandés Hieronymus Bosch (El Bosco)
Por: Melker Garay
Escritor Sueco-chileno
¿Adónde se va el amor al prójimo cuando los artículos de fe de las religiones se convierten en la verdad absoluta? ¿Acaso no es terrible cuando la fe se convierte en algo tangible? En todas las pretensiones de ser dueño de la verdad existe un germen de intolerancia y violencia; exigencias que pueden lograr que un creyente levante una piedra y se la lance al que no tiene la verdadera fe.
¿Quiénes tienen la mayor responsabilidad por todo el daño que se causa en el nombre de las religiones? La respuesta está en mano de los líderes religiosos que no tienen el coraje de hablar de la necesidad de humildad ante las diferentes nociones de fe de las personas. Cuando los curas, imanes y rabinos permiten que una palabra sagrada o un sacramento sean predominantes en los principios morales, entonces cada cual de ellos, en su convicción religiosa, olvida que la moral no es algo que se pueda medir. Porque la moral es un discurso entre individuos, la moral es lo que une a las personas, la moral es aquello que nos dará un mundo en el que podremos vivir juntos y en paz. Pero cuando la moral se convierte en singular –cuando es una verdad– entonces hemos creado un “nosotros y ellos” y finalmente terminamos lanzándole piedras a quien no profesa la verdadera fe.
Fe es fe, y nada más que fe –prescindiendo de lo grande que sea y prescindiendo de la probabilidad rayana de ser certeza-. La fe jamás podrá ser un conocimiento. Porque, ¿cómo se podría demostrar una fe? ¿Cómo podrían dos personas inteligentes, diametralmente opuestas en sus creencias sobre las nociones de la fe, convencerse la una a la otra en un asunto que no se puede medir ni pesar? ¿Quién puede, sin ser deshonesto con su propia razón, decir: “yo tengo la verdad sobre Dios y sobre las escrituras más sagradas”?
Cuando los líderes religiosos omiten destacar claramente los límites de la fe, entonces las comprometedoras palabras de Dios y los sacramentos se han convertido en algo más importante que el amor a la humanidad.