María Bautista, Presidenta del Sindicato Runacay de Santiago, conversó con Mapuexpress acerca de cómo desarrollan su vida lejos de sus lugares de origen. “Nos encontramos con muchas situaciones de xenofobia y racismo, con nuestros hermanos peruanos, bolivianos… con nosotros, los indígenas”, afirmó. Agregó además que “Ama Richu mamita” (no te vayas mamita) y “kantallakinimary” (te extraño), son las palabras que se escuchan con más frecuencias en los terminales de autobuses, aeropuertos y umbrales de las casas de quienes ven a sus madres, padres, hermanas y hermanos cruzar fronteras nacionales y culturales, migrar en busca de un sueño.
Por: Angélica Valderrama Cayuman
Mapuexpress.org
24 de septiembre de 2015
Memoria Inmigrante es el tema que convoca al primer día del seminario “Diálogos de las memorias: Cruces temáticos para un país diverso”, que se realiza entre los días 22 y 24 de septiembre en la Biblioteca Nacional. Una de las invitadas a la mesa de conversación es María Bautista, indígena kichwa del pueblo Otavaleño, Ecuador. Hace dos años reside en Chile, donde preside el Sindicato de trabajadores indígenas Runakay, que quiere decir: ser indígena.
María inicia su relato memorioso con la vivencia particular del pueblo Kichwa otavaleño, ligado desde sus orígenes a la migración para la comercialización de sus productos artesanales. Nos cuenta que las primeras migraciones de otavaleños se produjeron alrededor de 1930, desde los pueblos hacia las grandes ciudades ecuatorianas. Muchos indígenas partían con sus maletas cargadas de tejidos con el fin de comercializarlos. Los más apreciados, nos indica, eran los ponchos, ponchos de doble faz que se caracterizan por su textura, fineza y calidad. Hasta el día de hoy la textilería otavaleña es ampliamente reconocida.
Aún con muchas diferencias, esta experiencia de movilización para la venta de textiles nos conecta con otras memorias indígenas. Ya en el 1928, hay testimonios de la venta de tejidos mapuche en las grandes ciudades chilenas, “…traen en venta cantidades de choapinos a la ciudad de Temuco y las venden a razón de 50 a 80 pesos el metro cuadrado”[1].
Esta migración otavaleña cruza las fronteras nacionales en los años setenta. María nos comparte el relato de José segundo Maldonado, indígena otavaleño que visitó Santiago a mediados del siglo pasado. Este relato, recopilado por su nieta Gina Maldonado, señala: “La primera vez que viaje a chile tenía diecisiete años… la gente nos saludaba, nos detenía en la calle, no trataba con mucho respeto, con curiosidad por saber de dónde veníamos, deseaban conocer nuestras vestimentas, me sentía tan elegante…”
Hoy, en Santiago de Chile, María Bautista constata y denuncia la situación que viven nuestros hermanos y hermanas:“Nos encontramos con muchas situaciones de xenofobia y racismo, con nuestros hermanos peruanos, bolivianos… con nosotros, los indígenas”. Relata la experiencia de un joven otavaleñoque se ha cortado la trenza tratando de escapar de los carabineros que querían detenerlo por vender en la calle, ellos lo han agarrado de la trenza y le han dicho “indio boliviano, lárgate a tu país”.
En Chile, hay alrededor de 6000 indígenas otavaleños. La mayoría de ellos vive en torno a la comercialización de sus productos artesanales, los que venden principalmente en la calle. “Tenemos derecho a trabajar”, nos dice María Bautista, y agrega “No es un delito vender en la calle”. Runacay es un sindicato que formado inicialmente por 40 socios hoy mantiene talleres de hilado y confección de textiles, y se propone generar un Centro de Acopio de productos artesanales.
Esta lucha del pueblo Kichwa otavaleño en su búsqueda de mejores condiciones exige“humanizar la mirada hacia la experiencia de migración” muchas veces ligada solo a los análisis económicos, y revisar, como nos propone Bautista, lo que sucede en Ecuador con el “Plan Nacional del Buen Vivir” y la ley de Movilidad Humanaque pretende dar respuesta a las demandas de quienes están en situación de movilidad humana, como: emigrantes, inmigrantes, retornados, refugiados, asilados, apátridas y víctimas de trata de personas. Las fronteras no pueden impedir el derecho a movilizarse.
[1] “Los tejidos araucano”, H. Claude Joseph, 1928.