20 - septiembre - 2024

Un día verán los hombres cómo nace de ella el mar. Poemas de David Hevia

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Poemas de David Hevia de su libro «Anoche el día».

LA HACEDORA DE MUJERES

Ella planta los relojes,

lleva la tierra en los pies

imponiendo comisuras

a ese empeño que no aguarda

el anuncio de la brecha

ni la pausa constelada.

Su linaje, vaivén de agua,

viene esparciendo las vulvas,

historia impresa del rumbo,

brochas de húmedo corcel

que monta desde la arena

hasta su implacable mano.

Emplaza hijas en el huerto

y una tijera ha hundido

ese oleaje capilar,

pero tiene ojos de costa

la hacedora de mujeres.

Y si hay ninfas en la ninfa,

un día verán los hombres

cómo nace de ella el mar.

En la foto: Gabriela Jatib y Camila Varas Brash

BOSQUEJO

Las mujeres son desnudas.

Asesoras de la aurora

y voceras de los dedos,

establecen sus rodillas

el repliegue del vestuario

con que inclina la bahía

una alianza por Levante.

Al contrario de los hombres,

nace adulta la conjura

de esos cuerpos donde amplías

el regreso la antesala,

la cintura su jornada

y la arena descifrando

la tersura de cabellos

que redactan en el viento

onduladas simetrías

de jardines marineros.

Apremiadas por las horas,

corretean en la costa

indagando qué captura

y qué pierde la mirada

cuando posan los contornos

para el hombre que averigua,

-siendo flores sus deberes-,

peregrino de las aguas

donde nacen las mujeres

 

TU TRASLUZ

 Hoy la imaginación

volvió a cobrarme

la velocidad

de su montura.

 

Vino, como siempre,

desde el sur,

atravesando ombligos

para detenerse

en la fértil insistencia

del ovario.

 

Nubló de asedio

el astillero del día

hasta desgajar

las sombras contenidas

de la uva,

pero esta vez

le respondí

con el árbol.

 

Quiso morder

el viento

sin escuchar

los bostezos

de la locura lenta

y cuando, febril,

me reprochó

la observable puntualidad

de mis piernas,

yo le recordé,

con ternura,

que la fiesta

abrazada aquí

por los colores

se debe todavía

a la disciplina

de la luna.

 

 VALPARAISO

 Cierne su marcha un territorio

de tan sinuosa risa náutica,

que cada mañana el espejo

baja del cerro a perseguir

la nueva expresión de su rostro

y derrocar todo preámbulo

mordiendo el torso de la playa.

 

Viene el arco de insignia nómade

tensando un canto de gaviota

que posa en la marea alianzas

entre calles que ya anduvieron

la conjetura de los hombres

y botellas que, cuando beben,

terminan dando el cuerpo al puerto,

previendo desde qué ventana

contemplar a la noche amar.

 

La mesa ha puesto en la bahía

la escala ágil de ese atuendo

con que van a vestir los pueblos

el acceso a la madrugada.

 

Llegan a su fin los regresos

porque la lluvia merodea,

después de abandonar el cielo,

exigiendo ser invitada.

 

Valparaíso, asomo en fiesta.

Palpar ahí sombras y vientos,

la invicta argucia del rocío

donde se extravían los viajes

que la ola rompe contra el tiempo.

 

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