Quizá se firme un Protocolo de París sobre este asunto, pero quizá no sea equivalente a las grandes expectativas que la comunidad planetaria espera de sus líderes. Quizá debamos esperar a la próxima COP 22 o a las siguientes para que nuestros decidores de políticas climáticas globales hagan lo correcto. Pero, quizá sea demasiado tarde.
Por Luis Alberto Gallegos – editorial Boletín GAL – Santiago, Chile, miércoles 2 de diciembre de 2015,
Los procesos sociales y ambientales complejos como el que actualmente se desarrolla en París con la COP 21, no tienen certezas de resultados ni es posible pronosticar sus productos a priori. Son tantas las variables en juego que para cualquier observador o analista desde dentro o desde fuera, resultaría una aventura o una irresponsabilidad adelantar finales.
No obstante, sobre lo que sí es posible reflexionar es respecto a las dos grandes opciones que se visualizan en el escenario global sobre un solo tema: mitigación de emisiones.
No vamos a incursionar en los otros temas de agenda de la COP 21 debido a que sus componentes son muy complejos y es previsible que las correlaciones de fuerzas en juego puedan incidir en diversas resultantes.
Nos restringiremos en dos alternativas: o la COP 21 aprueba acuerdos de mitigación que posibilite el registro de indicadores globales menores a los 2°C, o la COP 21 no logra aprobarlo y la temperatura planetaria se dispara por encima de los 2°C, los 2,7°C e incluso más.
La ciencia y los expertos del IPCC han señalado que, con las actuales circunstancias de calentamiento global y con el registro de las Contribuciones previstas y determinadas a nivel nacional, INDC, que los países individualmente han informado a la CMCC, resultaría inevitable que la temperatura planetaria ascienda 2,7°C.
¿Y qué significa llegar a los 2,7°C?
Sin pretender ser catastrofista, sino sujetándonos a los modelos y proyecciones científicas de los expertos ante esta eventualidad, los impactos serían los siguientes:
Derretimiento de los glaciares: Extinción de las grandes reservas de agua a nivel global y muy probable fragmentación del permafrost del Ártico y Antártida. En zona central de Chile desaparición, entre otros, del glaciar Echaurren que provee de agua a la Región Metropolitana.
Aumento del nivel del mar: Inundación de los archipiélagos, islas densamente pobladas, pequeños atolones-estado; los habitantes de Maldivas, Tuvalu, Kiribati, Salomón -integrantes de la Alianza de Países Insulares Pequeños (AOSIS)-, tendrían que emigrar y evacuar sus territorios. En Chile las ciudades más inundadas serían La Serena y Valdivia, entre otras.
Acidificación del agua del mar: Por la absorción de CO₂ en los componentes orgánicos marinos, se incrementará el factor ácido del pH bajando el umbral neutro de 7,0 a niveles de acidez que destruiría a especies que viven del carbonato de calcio en sus organismos. En Chile ello afectaría a la biodiversidad marina que hoy nutre a nuestra población.
Desertificación y sequía: Aumento de la escasez de agua a nivel planetario, carencia de alimentos, conflictos hídricos, migraciones masivas, desnutrición, enfermedades y plagas. En Chile, extensión de los procesos de aridez y desertificación de los suelos hacia el centro y sur del país.
Aumento de los incendios forestales: Destrucción de grandes bosques en el Mediterráneo, Amazonia y Centroamérica, entre otras regiones. En Chile incremento de los riesgos de desastres de fuego en zona central y costera del país.
Intensificación de huracanes: Aumento de eventos extremos que multiplicarán su presencia y poder destructor en El Caribe y la costa atlántica de los EEUU y América Latina.
Desastres climáticos: Hambre, desplazados, conflictos, estrés hídrico, extinciones de especies, entre otros. En Chile, muy probable repetición de los aludes y catástrofes como las ocurridas en las regiones del Norte.
Alteraciones en la agricultura: Cambio en los ciclos productivos y de cosecha de cultivos de zonas cálidas, reducción o extinción de las abejas como polinizadoras, migraciones de sistemas agropecuarios. En Chile, alteraciones en los sembríos y procesos agrícolas de trigo, maíz, papa y migraciones hacia el Sur de las viñas y productoras de vino, entre otros impactos.
De vida o extinción
Por tanto, elegir en la COP 21 entre mantener el actual régimen de emisiones globales que podría conducirnos a los fatídicos 2,7°C de temperatura planetaria, u optar por un acuerdo vinculante, audaz y con coraje sobre un consenso de no superar los 1,5°C, es crucial. No hay otra forma.
Y esto no es ciencia ficción ni argumentos catastrofistas, ni convencer a mandatarios y líderes mundiales ni a nadie sobre este tema. Todos, todos ellos lo saben, simplemente porque sus asesores técnicos y los científicos del IPCC les han informado acerca de todos estos datos de la ciencia climática y de sus proyecciones y resultados.
Aquí no existe ignorancia ni ingenuidad. TODOS los actores que hoy negocian en la COP 21 tienen absoluto conocimiento de toda esta información. Para eso son mandatarios de países y técnicos negociadores.
Aquí se trata de voluntad y decisión política. Se trata de optar entre las pretensiones o ambiciones propias –legítimas o no- de cada país, en particular de las grandes potencias, y los intereses globales de sobrevivencia de una humanidad.
Pesimismo y Esperanza
Ante este escenario, por cierto que a quienes observamos la COP 21, desde Le Bourget o a la distancia, nos asaltan aprensiones, dudas y escepticismos acerca de la posibilidad de que en esta materia de la reducción vinculante y evaluada de las emisiones nacionales y globales, se pueda obtener grandes logros.
Los intereses económicos y geopolíticos de los actores de las grandes potencias emisoras y de las corporaciones petroleras son poderosos. Todos ellos tratarán de hacer causa común por preservar los actuales estándares establecidos y comprometidos por las INDC. Y difícilmente aceptarán modificaciones a sus metas y, menos, veedores que los fiscalicen o evalúen el cumplimiento de sus propios compromisos.
Quizá se firme un Protocolo de París sobre este asunto, pero quizá no sea equivalente a las grandes expectativas que la comunidad planetaria espera de sus líderes. Quizá debamos esperar a la próxima COP 22 o a las siguientes para que nuestros decidores de políticas climáticas globales hagan lo correcto. Pero, quizá sea demasiado tarde.
No obstante, somos partícipes del Espíritu de Job: perseverantes, esperanzados y luchadores. Tenemos la íntima esperanza que en algún momento de estos días de diálogo, hermanamiento y solidaridad con los sufrientes de nuestra Tierra, los mandatarios y sus negociadores podrían mostrar al Mundo y a las generaciones que vienen que, en este siglo XXI, hubo líderes que tuvieron el valor, la ética y el coraje por tomar decisiones sabias y heroicas. Confiamos en ellos, una vez más. Ojalá no nos defrauden. (FIN).