19 - septiembre - 2024

Reconstruyen la forma como murió Tompkins en la Patagonia

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El relato que sigue es la reconstrucción que pudo hacer la periodista Loreley Gaffoglio del diario argentino LA NACION según los testimonios de estrechos colaboradores de Tompkins que asistieron a su inhumación en Chile, en el cementerio de una estancia que él soñaba con convertir en el parque nacional Patagonia. Durante tres días, los testigos escucharon, noche tras noche, los relatos pormenorizados de los sobrevivientes.


 

El grupo utilizaba kayaks de mar, más largos y estables que los de río, provistos con timones en los pedales. Avanzaban siempre bordeando la costa oeste del lago y en el tercer día de travesía ya habían recorrido unos 40 km, cuando las condiciones metereológicas se tornaron extremas. No hubo preaviso. A las 10.30 am, un viento cruzado y huracanado empujaba los kayaks hacia el centro del lago. Estaban dispersos. Unos adelante, otros rezagados como Ridgeway y Tompkins, que tenían averiado el timón, lo que les impedía cortar las olas, de 80 cm de altura. Venían luchando contra ellas cuando una ola gigante tumbó y dio vuelta al kayak.

Ni Tompkins ni sus compañeros usaban traje seco o neoprenes para evitar la hipotermia. En el agua intentaron cuatro veces estabilizar el kayak, subirse para poder remar contracorriente. La embarcación estaba inundada y las olas, como latigazos, los doblegaban. En ese combate estéril, ambos se miraron. Sabían que en el agua su supervivencia era de no más de 30 minutos. La corriente los seguía alejando hacia el corazón lacustre. Podían permanecer con sus salvavidas aferrados al casco tumbado y esperar que alguno de sus amigos, lejos del alcance de su vista, se percatara de la situación y los socorriera. O podían tomar una decisión drástica: decidieron soltar la embarcación e intentar nadar hasta la costa. Con la fuerte corriente y el oleaje era prácticamente imposible lograrlo.

Hipotermia

Ridgeway comenzó a sufrir la hipotermia: no sentía sus extremidades y supo que su suerte estaba echada. Observó que Tompkins daba pelea: braceaba y continuaba en la lucha. Pero Ridgeway sintió que nada podía hacerse. Comenzaba a desvanecerse. Tenía la certeza de que se ahogaría. Y se entregó. Por unos minutos, aceptó la muerte. Sus ojos se iban entrecerrando cuando vio que Ellison y Álvarez, con vientos de 80 km/h, se acercaban con su kayak doble para rescatarlo. Detrás, venía Boyles para socorrer a Tompkins, que había dejado a Chouinard en la costa, de manera de contar con un lugar vacío en la embarcación. Ridgeway se aferró con sus manos a una cavidad de popa. Toda su concentración se posaba en sus manos, para no soltarse. Temía que la potencia del oleaje lo desprendiera de la embarcación. Luchando contra la flotación de su salvavidas, optó por intentar sumergir el cuerpo mientras era arrastrado hasta una roca. En algún momento de esa batalla, hipotérmico, perdió el conocimiento. Cuando lo recobró, estaba con la ropa seca, al lado de un fuego.

Desconocía el paradero de su amigo. Tampoco se lo divisaba desde la costa. Boyles -contó luego en la intimidad-, logró llegar hasta Tompkins, que continuaba dando pelea en el agua. Intentó subirlo al kayak una y otra vez. Fue imposible. En una de esas maniobras, perdió el remo. Aferró a Tompkins a un costado de la embarcación. Fiel a su carácter, el ecologista le iba dando indicaciones al más joven sobre cómo maniobrar el timón para estabilizar el kayak. Hasta el último minuto en que estuvo consciente intentó dirigir el salvataje.»Doug estuvo consciente y aportando fuerza e indicaciones por más de 40 minutos», afirmó a LA NACION Sofía Heinonen, presidenta de CLT (Conservation Land Trust).

Había visto la muerte de cerca innumerables veces y en las más variadas geografías. Conocía todos los lagos y ríos patagónicos y esa seguridad de deportista experimentado lo empujó a su peor desacierto: vestía un pantalón beige, una remera y un polar en el torso.

Cuando Tompkins perdió el conocimiento, Boyles lo mantuvo sujeto con una mano de la ropa, intentando mantener su cabeza fuera del agua. Con la otra, remaba como podía. Estuvo a punto de zozobrar infinidad de veces.»Fue un milagro que no me diera vuelta», contó en la intimidad. Conmovida, mientras escuchaba todos esos intentos sobrehumanos, Kris Tompkins le agradeció mil veces a Boyles que hubiera arriesgado su vida para salvar a su marido. El joven, de Colorado, continúa sin consuelo.

El helicóptero

Había transcurrido más de una hora cuando un helicóptero privado del lodge Terra Luna, convocado por el piloto de Tompkins, a quien Ellison había llamado desde su teléfono satelital, divisó a los náufragos. Con una cuerda, primero arrastró el kayak hacia la costa. Los acantilados de roca complicaban la maniobra. Cuando el piloto y el copiloto otearon la playa, tiraron un arnés para Tompkins, que Boyles le colocó. Con vuelo rasante, la nave lo arrastró hasta allí. Y lo dejó unos instantes. El piloto saltó luego a socorrer a Boyles, quien también estaba hipotérmico y buscó al resto del equipo para que entre todos pudieran cargar a Tompkins, puesto que esa maniobra debía realizarse con el helicóptero levitando al ras del suelo. Luego, volaron 120 km hasta el hospital de Coyhaique.

Tompkins arribó a las 13.30 con una temperatura corporal de 16 grados. De forma muy paulatina, según el protocolo consensuado entre médicos y familiares, le fueron incrementando la temperatura corporal. Cinco horas después, a las 18.30, falleció.

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