La llegada hoy domingo de Barack Obama a Cuba y el concierto de los Rolling Stones el 25 de marzo en La Habana refleja un cambio lento pero decisivo de una nueva época en América Latina.
No crea usted que está viviendo un hecho anodino; está viviendo hechos de gran importancia histórica.
La gente en América latina ha mejorado sus condiciones de vida en las últimas décadas. Los índices de pobreza han disminuido. Entre 70 y 90 millones de personas han dejado atrás la pobreza en la última década, según el Banco Mundial. Una nueva clase media ha surgido. América Latina ha vivido un progreso económico gracias a la subida del precio de las materias primas impulsada en buena medida por la demanda de China y la fuerte entrada de capitales extranjeros.
Hay aún profundos bolsones de pobreza y desigualdad. La CEPAL estimaba que en 2014 el 28% de los latinoamericanos vivían en la pobreza. Son 167 millones de personas, de los cuales 71 millones viven en la indigencia, al límite de la subsistencia, que se sitúa en los dos dólares al día.
Por otro lado, el 10% más rico de América Latina posee el 71% de la riqueza, según un informe reciente de Oxfam y Cepal. Entre 2002 y 2015, las fortunas de los multimillonarios de América Latina crecieron en promedio un 21% anual, es decir, un aumento seis veces superior al del PIB de la región.
Por otro lado, la generalización de la corrupción en América Latina es un índice de que el dinero y las grandes compañias han manipulado y sobornado a los políticos para sus intereses.
Si América Latina va a superar positivamente esta época de desigualdades, se necesitan liderazgos democráticos fuertes. Y para ello, hay que rogar, en primer lugar, que la corrupción sea castigada y volver a rogar para que salga este mal, que como una garrapata maligna se ha anidado en el corazón de América Latina.
No se saca nada comportarse como los maleados y acusar a campañas del enemigo para justificar el mal actuar. No se saca nada aducir razones de geografía sentimental. O decir, miren, allá también son corruptos. O acogerse a una ley tácita de que las cosas deben permanecer o desenvolverse así como estaban o transcurrían.
Hay que reconocer el problema de la corrupción como un asunto político central, y que engendra el mal.
Lo peor son aquellos políticos que creen tener razones superiores de moral. Para este tipo de especímen la corrupción o el soborno fue un pequeño error en su historial glorioso de servicio público, o un simple detalle en su vida política y que que no afecta su quintaescencia superior.
Quieren salir impunes.
No hay que ser ingenuos.
Si no se asume, la corrrupción tendrá consecuencias delirantes para toda América Latina.
Es inquietante, es triste y da pena.
Hay que tener la convicción de que vamos a derrotar la corrupción, para poder proyectarnos hacia el futuro.
Muchos políticos están metidos en su propia trampa, de los cual les costará mucho salir. Habrá muchos políticos que no oirán lo que está pasando, se han quedado sordos.
Habrá muchos otros que desean mantener las respuestas y las discusiones que han dado por décadas. Nada es más poco amable que la realidad que atropella visiones oxidadas, como cacharros carcomidos por el aire. Muchos políticos mantendrán los tics que les conviene.
Los políticos corruptos deben ser apartados de sus cargos. Ya la ciudadanía no debe aceptar más a los políticos ladrones. La emergente clase media ya se cansó.
Hay nuevas tendencias positivas, nuevas oportunidades. America Latina está moviendose y está algo convulsionada.
América Latina necesita liderazgos democráticos y probos para la llamada buena gobernanza.