¿El teatro posdramático tiene futuro en América Latina o está agotada la innovación teatral?
Por Fernanda del Monte, (Ciudad de México, 1978) es dramaturga, escritora de narrativa y ensayo, directora teatral e investigadora.
Muchos desconocen la estética posdramática y el origen teórico de este concepto, inaugurado por Hans Thies Lehmann en 1999. En términos muy generales, se trata de un tipo de teatro que rompe con la idea de ficción y donde el texto dramático deja de ser central para la puesta en escena, además de que los elementos materiales (iluminación, escenografía, objetos, cuerpos, voz, espacio) se configuran para que ya no estén supeditados en crear una atmósfera realista. Este tipo de juegos escénicos, de exploraciones materiales, han llevado al teatro de los últimos treinta años a encontrar poéticas —tanto en el texto dramático como en la escena— de nuevas estructuras que muestren un teatro de la percepción, de las imágenes, de los cuerpos y, por lo mismo, más cercano a lo performativo y al arte conceptual.
Este tipo de teatro no es hegemónico, en ningún país algún tipo de teatro ha sido del gusto de todos los públicos. Ante la pregunta de una alumna en el último taller de dramaturgia escénica que impartí, sobre qué va a pasar con los dramaturgos, la respuesta es que siempre habrá quienes vean sus textos en escena y quienes no. Habrá obras que funcionen mejor para el tipo de estética posdramática y habrá otras que sean más afines a una puesta realista. Lo cierto es que la literatura dramática sigue siendo parte de la producción escénica y la ficción, una de las formas del teatro más populares en cuanto a número de espectadores y boletos vendidos, tanto en México como en Estados Unidos o países como España o Canadá.
Entre las compañías y artistas escénicos que podrían entrar dentro de esta estética no ficcional se encuentran Needcompany, She She Pop, René Pollesh, Angélica Lidell, Rodrigo García, Emilio García Wehbi, Periférico de Objetos (años ochenta y noventa), Pina Bausch, (noventa), Romeo Castellucci, Jan Fabre entre muchos otros. En México podríamos hablar de Lagartijas Tiradas al Sol, Alberto Villarreal (actualmente), Teatro Ojo y Teatro Línea de Sombra; en el caso de esas dos compañías, sus últimos trabajos rompen con los parámetros de lo que conocemos como «espectáculo» para ahondar en las líneas de la realidad, teatro documento y otras estéticas que tienen que ver con la inmersión de la compañía en una comunidad y su labor dentro de ella.
El teatro posdramático ha estado presente en el trabajo de algunos grupos mexicanos desde hace varias décadas, aunque es hasta ahora que realmente se puede definir y nombrar dicho concepto (que a muchos disgusta y a otros tantos asusta), ya que es común observar cómo en la práctica de los jóvenes creadores, se toma de referente este modelo sin tratar de copiar las formas de las compañías mencionadas anteriormente, es decir, pareciera que el texto sigue siendo importante, la fábula sigue siendo central, es más, diría que la narración sigue siendo la base de la puesta en escena y que a partir de ella los juegos teatrales (donde los actores rompen con la ficción para hablar al público, o donde los textos van de un género a otro sin ningún empacho) son justamente las poéticas y narrativas a las que asistimos en el teatro joven.
Aunque esta estética se vuelve nuestra y las formas poéticas del teatro joven mexicano se ven claras —aunque un poco diversificadas—, no están vinculadas hacia la dramaturgia escénica, sino hacia la puesta de un texto de forma contemporánea que innova en el canal mediático y tecnológico por el que llega la historia al espectador.
Así, en respuesta a la pregunta de qué pasará con los dramaturgos, considero que la escritura teatral en México sigue estando más cercana a los modelos clásicos de la literatura dramática que a la «revolución posdramática» de la que algunos hablan. Es más parecida a un intercambio de estéticas, un collage donde los jóvenes creadores toman ideas de compañías extranjeras, o de algunos creadores mexicanos con propuestas innovadoras, para hacer sus propias búsquedas aunque éstas permanecen todavía cercanas a la narraturgia, y a la actuación realista, tal es el caso de las formas convocadas por Alejandro Ricaño —tanto en texto como en puesta en escena con toques de posmodernidad— que se repiten en otros creadores. Quizá por ello, veo una pobreza de propuestas por parte de los directores escénicos que siguen siendo más puestistas que creadores.
El afán de nutrirse del teatro de otras latitudes (ya que la apertura a otros métodos es indispensable para la propia creación), la diferencia entre el concepto de teatro posdramático y otras teatralidades, es que no se trata de alguna estética vanguardista, es decir, no se trata de una escuela de actuación en donde hay un maestro que enseñe tal o cual técnica, pues el desarrollo estético del teatro de las últimas décadas también ha ido de la mano con la posmodernidad. En esta posmodernidad ya no hay escuelas ni maestros que guíen y que enseñen un tipo de teatro específico, se trata de creadores que muestran su trabajo sin vínculos pedagógicos ni comunitarios; las grandes búsquedas como el teatro surrealista o el teatro brechtiano no existen más en nuestros días. Hoy nadie intenta cambiar el mundo con el teatro, tampoco se intenta cambiar la mentalidad ni educar a nadie.
Estas circunstancias nos llevan a zonas de confusión y sobre todo nos llevan a cuestionarnos sobre el arte mismo. ¿Qué tipo de actuación debo aprender para hacer teatro contemporáneo? ¿Qué tipo de preparación técnica me ayudará a poder crear en escena sin copiar los modos realistas?, ¿qué tipo de escritura me ayudará a crear estructuras fuertes para la creación de un estilo propio como escritor? ¿Conviene escribir primero, o escribirlo directamente en la escena?, ¿se vale escribir acotaciones de dirección en un texto?
Todas estas preguntas ya no encuentran una respuesta porque ya no hay un canon o escuela a la que uno pueda inscribirse, y si esto es tomado desde la libertad creadora puede convertirse en un puntapié para la innovación de la escena, si por otro lado, el miedo de no pertenecer a ningún grupo apabulla a los creadores, entonces no indagar en la propia creación hace que se caiga en un lugar común del teatro mexicano: la endogamia.
Renovarse o morir, dicen por ahí, yo hablo desde una generación que comenzó a hacer teatro en este milenio, habrá que ver lo que sucede con los creadores que llevan ya treinta o cuarenta años trabajando. Algunos como David Olguín, Antonio Zúñiga, Ximena Escalante o Giménez Cacho experimentan, buscan vivir en el 2015; otros hacen montajes que se sienten viejos, como si no tuvieran más ganas de seguir buscando, de entender que hoy la tecnología es muy importante, que el público y sus alumnos son gente que creció con internet, y que sus gustos y niveles de concentración son otros. Así que el teatro posdramático —al menos en teoría— ha sacudido, y ojalá siga sacudiendo, las telarañas de muchos profesores y creadores para ver si así despiertan un poco de esta modorra que a veces, con tanta beca y apoyo, parece que logra aletargar los sueños innovadores de muchos.
Tierra adentro