De los primeros años de los gobiernos después de la dictadura civico-militar, hay mucha información que demandar, analizar, ay escribir. En los temas de la cultura, las artes y el patrimonio, recordamos algo de lo que fueron esos tiempos.
Por: Omar Pérez Santiago. Escritor.
Un iceberg que el gobierno de Patricio Aylwin trasladó al pabellón de Chile en la Expo Sevilla. Esa es la imagen que recuerdo del gobierno de Patricio Aylwin sobre su gestión cultural. Parece una acertada metáfora de la gestión de su gobierno en el arte y la cultura. El efecto iceberg.
A fines de los años 80 había un poderoso e insumiso movimiento artístico en Chile, que se enfrío o lo enfriaron durante el gobierno de Aylwin. Fue una operación de congelamiento realizada por sociólogos picahielos, para, de un día para otro, se lograra una idea descabellada, convertir a Chile en una especie de país nórdico. O chilenos sanitizados. Era una idea descabellada y da risa, aunque los transfondos sean serios.
El año 1992 el gobierno trasladó al pabellón de Chile en la Expo Sevilla, España, un iceberg antártico de 60 toneladas, proveniente de la Antártida. Fue transportado por el buque Galvarino de la Armada de Chile, dentro de contenedores especialmente refrigerados. Una escultura helada de siete metros de altura y ocho de ancho fue expuesta en una jaula refrigerada. La idea de los organizadores era mostrar a Chile como un país eficiente en el intercambio comercial. El arte al servicio de la venta de frutas y salmones.
«Si podemos transportar este hielo, podemos transportar productos frescos chilenos, como frutas o salmón, a cualquier parte del mundo con la misma eficacia.» Eugenio García, director de la compañía que organizó el efecto del proyecto. (Diario El País, 28 de noviembre de 1991).
La dirección artística la tuvo Guillermo Tejeda.
Ese fue el mayor y más polémico debate sobre arte y cultura en el gobierno de Aylwin. La idea era muy práctica y clara. Fortalecer un modelo de exportación de materias primas: frutas y salmón. Y un silencio y renuncia a los dolores y esperanzas de Chile.
GOLPE: 11 de septiembre de 1973
La polarización del país culminó con el golpe militar el 11 de septiembre de 1973. La Moneda en llamas, el presidente Allende muerto. Aylwin, tal vez por omisión, bendijo inicialmente las bayonetas.
Comenzó una nueva etapa de ceremonias unánimes, un régimen restrictivo y vigilado, persecutorio con los vecinos, con lugares de detención, exilio y centros de torturas. 1.800 personas desaparecerían. La represión imperó en todo el país. Usurparon la vida social y la lucidez.
Entre el año 1973 y el 76 las medidas represivas son extensas y directas. La gente estaba atemorizada, los presos torturados, asesinados y, según reconoció el Ejército chileno después de 27 años, lanzados al mar. Luego, los asesores civiles, inventarían los controles políticos burocráticos: bandos y decretos reglamentarios y la censura previa que se ejerce durante una década hasta el año 1983. El bando militar 107 del 11 de marzo de 1977 estableció que el jefe de Zona de Emergencia puede autorizar la fundación, edición y circulación de nuevas publicaciones. La distribución en librerías y kioscos fue controlada, así como lo fue todo el quehacer cultural, en una lógica de guerra, que es una lógica de la destemplanza.
Esos años son años culturalmente perdidos. Alfredo Jocelyn-Holt Letelier realizó un resumen del apagón cultural con algunos índices: el 50% de los periodistas en Santiago se encontraba cesante en 1974. Las importaciones de libros cayeron. Los libros editados bajaron abruptamente. La Editorial Nacional Quimantú fue allanada e intervenida por los militares. Las estrenadas autoridades le cambian el nombre por Editorial Nacional Gabriela Mistral. Se exonera a 800 trabajadores de los 1.6000. El general (R) Diego Barros Ortiz es nombrado gerente general. El año 1977 la empresa es subastada y adquirida por un empresario privado. En 1982 las maquinarías son rematadas.
Nuevas vanguardias ochenteras
Tendrían que pasar unos años, ya en los ochentas, para que surgiera un atrayente y nuevo movimiento cultural.
La nueva generación artística, concentrada en su rigor, no podía ser de otro modo, estaba signada por su condición de alternatividad y polémica y, también de afectación. Se desarrolló una cultura de los márgenes, era el underground chileno. Los nuevos artistas, metidos en las superticiones de la época, inician su trabajo con la conciencia de ruptura. Hay un poco de pesadilla y de patético, a la vez, de misticismo o de insomnio, en el reciclamiento de la tradición artística. El artista como hechicero o taumaturgo. Esto, al parecer, ocurre con todos los géneros artísticos.
En la música, verbigracia, el grupo de rock “Los Prisioneros” de San Miguel destapan la olla. En el teatro de Ramón Griffero, el teatro de la dignidad de Juan Radrigán y el teatro posmo de Marco Antonio de la Parra. La poesía atraviesa también por un sello experimental. Por ejemplo, la poesía singular de Juan Luis Martínez, el caso ejemplar de Diego Maquieira y la obra de Raúl Zurita.
La narrativa emergente asumió un compromiso con la realidad inmediata sin tener clara su relación con las promociones precedentes, silenciadas o dispersas. También hay un notable resurgimiento de la actividad fotográfica chilena. Proliferan exposiciones, talleres y gran oferta de equipos y materiales, surge el fotoperiodismo, la fotografía artística se vincula con los contenidos de la realidad. Y por su puesto, las nuevas revistas de cómics. Todo muy anárquico y antisistémico. Apoyado por un vasto y enorme movimiento cultural exiliado.
Durante los años 80 la producción artística fue densa: se hurgaron los temas de la memoria, la crisis de la historia, el golpe militar, lo latinoamericano, el feminismo, los asuntos de género, la representación, los desaparecidos, etc. El arte chileno dispone una valiente y poderosa proximidad con la política, con las narraciones, con los sueños colectivos, con la libertad. Parecía que todo era posible.
El cierre de la época estaría marcado por un contexto escatológico: el fin de la dictadura. Era el fin de una época. La restauración de la libertad fue un alborozo para la mayoría de los habitantes del país.
En la Medida de lo Posible. Entra el billete…
El presidente Aylwin sollozó en la televisión. En nombre del Estado Chileno pidió perdón a las víctimas de la dictadura.
La cultura desde el gobierno fue una plataforma de sociólogos que ocuparon los puestos o las asesorías del Gobierno en el área de la cultura. Los nuevos mandarines de la cultura del gobierno de Aylwin no tenían relación directa con el arte. No les interesan la nueva poesía, ni la pintura de la transvanguardia. Nada de arte. Pues, los operadores eran, principalmente, sociólogos y periodistas: Eugenio Tironi, Manuel Antonio Garretón y Paulina Gutiérrez eran sociólogos. Ana María Foxley y Eugenio Llona, periodistas; José Rodríguez era abogado y Marta Cruz Coke, profesora.
Aún así, estaban muy orgullosos de sí mismos y su inmodestia les hacía creer que lo sabían todo sobre tendencias sociales, y proyecciones, etc.
Eugenio Tironi, director de comunicación y cultura del gobierno de Aylwin lograba definir: “el patrón actitudinal básico de las personas en relación consigo mismas y la sociedad, al presente y al futuro”. (Ana María Foxley y Eugenio Tiróni, editores: La Cultura Chilena de Transición, 1990-1994. Ministerio Secretaria General de Gobierno ).
Su pregón era fácil: mirar el futuro y modernizar. Dar vuelta la hoja.
Hubo una luz: El gobierno creó fondos y estímulos para la cultura. Hubo dinero que antes no había. El gasto estatal en cultura aumentó 22 veces en 1993, comparado con el año 1992. Su eje fue el Fondart, el Fondo de Arte y Cultura del Ministerio de Educación. Numerosos municipios abrieron Casas de Cultura.
Sin embargo, contradictoriamente, hubo entumecimiento artístico.
Esta opinión era compartida por Bernardo Subercaseaux: “nos parece que la vida cultural de Chile durante la transición ha sido más bien plana, carente de vuelo, pasiva, sin núcleos visibles de energía cultural”. (Chile país moderno?. Ediciones B, pagina 154. 1996.)
Era la opinión también de Milan Ivelic, el que fue Director del Museo de Bellas Artes: “El hecho de estar gobernados por un régimen militar, dictatorial provocó un discurso de resistencia que revitalizó el escenario de la plástica. El problema es que, cuando se recupera la democracia, este contra discurso se quedó sin tema, sin motivación, sin lucha. Eso perdura hasta hoy” (¿Podemos seguir soñando?, Entrevista a Milan Ivelic, El Mercurio, domingo 1 de abril de 2001.)
Eugenio Tironi, director de Comunicación y Cultura, disculpó este hecho con una notable oscuridad. Dijo que ninguna transición es propicia para el auge artístico, “porque son períodos en que las sociedades destinan sus mejores energías a reconstruir el orden político que regulará su convivencia”, ( Foxley y Tironi, La Cultura Chilena, 1990-1994, MSGG, 1994)
La forma de hacer la transición –negándola- marcó también el arte, la literatura, la pintura, y por supuesto el cómic. Hubo un vacío.
Una irregularidad cultural que aburrió al país
Por algún motivo, se produjo un agujero en el desarrollo cultural que se había desarrollado durante los años 80.
Las artes se encapsularon. Se encriptaron. Para algunos se transformó en una beatería y se embotellaron en tribus o cenáculos. Desearon ser originales, mas, perdieron grados de autenticidad. Querían inscribirse rápidamente en una supuesta red de circulación de sus obras. Buscaban la presencia social y su visibilidad. Aparecer. Se sometían a pensar en lo que quiere el mercado. Pensaron más en como romper una brecha en el mercado, que en como encantar a los verdaderos amantes del arte. Además, dentro de sus objetivos, se propusieron realizar obras que no ahuyentaran al posible empresario y su aporte en publicidad, el sponsor.
Una época para mostrarse: La era de los Media Event. Consecuentemente, algo marcó esta época: los media event, una fórmula de mostrarse, al estilo de los cantantes de rock, y hacer marketing directo. Una ansiedad permanente durante todos estos años.
La conversación se banalizó. Peor aún, los empresarios tampoco apoyaron. La industria cultural –que en otros países corta millones de dólares- nunca existió en Chile. Never. El círculo vicioso de la indigencia en el arte nunca se rompió. No era falta de talento, sino de escuela, de experiencia y tradición. ¿Por qué debía surgir todo de nuevo, por generación espontánea?
No se tomaron en cuenta los antecedentes
¿Y qué fue del arte?
Finalmente, no muy copiosa. Desgraciadamente.
Mas, como siempre ocurre en el arte, la balanza se equiparó por donde siempre se equipara: por los grados de autenticidad y de aplicación de los proyectos.
Finalmente, el país se volvió sobre sí mismo. Las recriminaciones que se querían evitar, aparecieron una y otra vez, como el viejo cadáver que la familia tenía escondido en el ropero.