24 - noviembre - 2024

A pesar de las salmoneras, en Chiloé todavía soñamos

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La siguiente columna fue escrita por una residente de Chiloé, quien describe los devastadores efectos que ha tenido sobre la gente y el territorio de la isla la crisis por la contaminación del mar. A su juicio, este no es un evento aislado y, basada en su propia historia familiar y vecinal, explica cómo la relación de los chilotes con los recursos naturales fue cambiando tras la llegada de las plantas de salmonicultura: “Así como de niña aprendí a dividir la vida antes y después del terremoto, diremos ahora antes y después de que la industria salmonera contaminara nuestro mar”.


Por: Katia Velásquez – desde Ancud
Tomado de ciperchile.cl


Cada martes un grupo de soñadores activos hemos acordado interrumpir antes de lo habitual nuestra vorágine laboral para adentrarnos en el pensamiento del Quijote de la Mancha, y a poco andar nos tropezamos con esa utopía tan bien descrita de la Edad dorada:

“Dichosa edad a la que los antiguos denominaron dorada no por el oro sino porque los que en ella vivían ignoraban las palabras de tuyo y mío. Eran de aquella santa edad todas las cosas comunes…todo era paz entonces, todo concordia…no había fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y la llaneza…las doncellas y la honestidad andaban como tengo dicho sola y señera…”

Una larga arenga que da cuenta de un tiempo de justicia, honestidad armonía plena del hombre con sus semejantes y un respeto magnífico por la primera madre como llama Cervantes a la tierra.

Una de las soñadoras dice: es un discurso ecológico, comunista dice la otra y yo no digo nada, pero pienso en el paraíso, en el reino de justicia al que aspiramos los creyentes y no pocos de los que se dicen no agnósticos.

Solo unos pocos días después de hallar este relato ocurre la peor catástrofe ecológica de la que tenga memoria.  Detectan marea roja en toda la costa del Pacífico de nuestra isla, pero no solo eso, además, hay grandes extensiones de playa con una mortandad impresionante de machas, picorocos, almejas, y algo más insólito: aparecen peces, aves muertas, algas contaminadas, ballenas.

¿Es solo marea roja?  Vemos solo la punta del iceberg,  pero basta investigar un poco y el panorama se aclara.

Hace años que algunos científicos, biólogos, médicos y ecologistas vienen denunciando que la industria salmonera en Chiloé y en la región trabaja en condiciones sanitarias inadecuadas que destruyen el medio ambiente. Cultivan esta especie introducida en espacios pequeños utilizando substancias prohibidas en otros países, como verde malaquita, cristal violeta y metales pesados que también provocan alteraciones medioambientales. Usan grandes cantidades de antibióticos para prevenir las infecciones que más afectan a estos salmones que crecen en condiciones de stress.

En los últimos meses la mortalidad de salmones ha sido extremadamente alta por diversas infecciones y esos peces muertos son tratados con acido fórmico para acelerar la descomposición.  Miles de toneladas de salmones muertos fueron vertidas en la costa norte de la isla de Chiloé.  El papirotazo final, el aporte perfecto de materia orgánica, de nitrógeno para que los quistes de dinoflagelados ya presentes en la zona se activen.

Asistimos a la peor catástrofe de la que tengo memoria. ¡Todo nuestro mar contaminado!  Así como de niña aprendí a dividir la vida antes y después del terremoto, diremos ahora antes y después de que la industria salmonera contaminara nuestro mar.

Y nosotros los chilotes no entendemos la vida sin el mar. Este no es solo un problema de los pescadores y recolectores de orilla: nos atañe a todos. Nuestra comida más típica es el curanto, no entendemos las celebraciones sin curanto en olla o en hoyo, los mariscos, pescados y las algas forman parte de nuestra identidad.  El turismo se nutre de la gastronomía  y hasta ahora hemos estado orgullosos de nuestra fauna marina.

Hoy día el mercado y la feria están cerrados, la costanera desierta, no hay botes en la bahía ni en el río Pudeto. Y mientras nuestra isla se llena de banderas negras, yo escribo en un décimo día de toma de las carreteras mientras se conjugan o se distancian el aullido de los pescadores y un pueblo con la sordera e indolencia de las autoridades.

Sigo con la edad dorada y recuerdo: nací en una isla al sur de Chile, a orillas del mar, aprendí a mariscar de pequeña sacando navajuelas con un pequeño movimiento de los pies. Todos íbamos al mar con la marea baja sacando lo justo para el consumo y había gran variedad de mariscos. Mi padre recolectaba algas para abonar la tierra y sembraba papas, avena, trigo y alfalfa. Los trabajos eran comunitarios, mediante mingas y días cambiados. Había medan y tiraduras de casa.  Los jóvenes trabajaban y aprendían de los padres, los chilotes sabían de todo, podían construir una casa, sembrar, cocinar, y conocían de la pesca.

En tiempos de Pinochet llegaron las salmoneras y cambiaron todo, los jóvenes olvidaron como trabajar la tierra y aprendieron a trabajar asalariados aun con sueldos miserables, poco a poco aprendieron a endeudarse y olvidaron el cuidado de la tierra y el mar.

Siento como si hubieran asaltado mi casa. Nuestra isla ha sido saqueada, pero no en un día, ni dos, no en una semana: ha sido una labor de joyería instaurada por la dictadura y avalada por los gobiernos de turno. Un proceso lento, siempre con un caramelo por delante: se bonificó la plantación de eucaliptos, la extracción desmedida del pompoñ y la industria salmonera contaminó primero el mar interior y ahora el Pacífico.

¿Cuánto tiempo tardará el mar en recuperarse? ¿Cuántos años? ¿Puede hacerlo con la industria salmonera actuando como lo ha hecho hasta ahora? ¿Y quiénes deben fiscalizar? ¿Quiénes deben ocuparse de que se cuide el medio ambiente?

Para  grandes problemas debiéramos generar grandes soluciones, crear una sola gran conciencia y, como dice Cervantes, a la  primera madre cuidarla y respetarla .

Entre todos nosotros, ciudadanos de esta tierra chilota, podemos y debemos exigir a las autoridades que privilegien el bien común y a las personas por sobre el interés económico de unos pocos.

Nuestra isla es hermosa y aún podemos recuperarla, volviendo a nuestra esencia de solidaridad y de vida sencilla.  No invito a que nos volvamos caballeros andantes, pero sí a creer que es posible construir un mundo mejor.

Cervantes a cuatrocientos años de su muerte sigue vigente, luminoso, orienta en profundidad cómo debiéramos vivir. Ahora más que nunca debemos aspirar a una edad dorada.

“Soñar con un mundo mejor… creer lo imposible lograr…”.

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