22 - septiembre - 2024

El ninguneo al escritor Hernán Castellano Girón y la triste, mísera y vergonzosa historia de su gran novela Calducho

hernancg

El gran escritor y pintor chileno Hernán Castellano Girón ha fallecido recientemente en su casa de Isla Negra. Había nacido en Coquimbo en 1937. El primer libro que publicó fue el volumen de cuentos, Kraal, en 1965. En 1998 Planeta publicó su monumental obra Calducho o las serpientes de calle Ahumada. Pero con este libro pasó alguno muy misterioso. Hernán Castellano Girón escribió un jugoso artículo sobre los avatares del mundo literario en el año 2009, a raíz del libro  de memorias del editor de Planeta, Carlos Orellana, Informe Final, publicado por Catalonia. Allí Castellano Girón  cuenta como su libro fue discriminado y perseguido y como desapareció en las tinieblas librescas de Santiago. El autor habla de  “asesinato editorial y cultural” y de operaciones de invisibilización en el mundo editorial. Según afirma, con excepciones, -Alfonso Calderón, Omar Pérez Santiago, Dario Osses, Cristián Cisternas, Ana Inza- el libro no tuvo mayor recepción crítica.

Calducho o las serpientes de Calle Ahumada

por Hernán Castellano Girón, Isla Negra, 2009
“Conocido es otro caso: el de aquellos a quienes,  a pesar de sus reales valores, el medio rechaza porque los considera peligrosos, conflictivos, poco afines a los valores dominantes, nada recomendables o simplemente molestos, por su obra o por su práctica social, y son en consecuencia perseguidos, vilipendiados, despreciados o ninguneados. Hasta que fallecen y les son entonces abiertas las puertas de la gloria”  (Informe Final, 240)
“…confirmando el pecado nacional de la desmemoria, ya nadie recuerda. Algo similar ocurre con Calducho [título incompleto], otra gran novela de Hernán Castellano Girón que también ha vivido largos años en los Estados Unidos…”
(comentario inserto en el párrafo dedicado a Muriendo por la dulce patria mía, de Roberto Castillo Sandoval, Informe Final, 260)
Se han cumplido diez años de la publicación de Calducho o las serpientes de calle Ahumada en julio de 1998, y observado en la perspectiva  en este tiempo no parece haberse cumplido el sombrío veredicto / vaticinio de olvido expresado por Carlos Orellana en sus memorias Informe Final (ver parte uno de este artículo).
Pero igual   creemos que vale la pena puntualizar algunas cosas y rememorar la alucinante saga de una obra que sin duda —y no es una opinión mía— ha sido un  producto excelso de la editorial, y que recibió un trato inaudito por parte de los editores, pasando por lo mismo casi desapercibido (aunque muchas veces deliberadamente ignorado por instancias externas a la editorial pero muy probablemente conectadas a ella).
Estos hechos de hace casi doce años ahora cobran un sorprendente sesgo al  recibir el decepcionante anuncio del rechazo de mi proyecto de reedición de Calducho,  presentado al Consejo del Libro  ahora en 2009.
El proyecto fue evaluado —en una participación que obviamente está completamente viciada—por el mismo Carlos Orellana de la edición original, quien adjudicó a su amaño notas muy bajas al conjunto de factores y puntos a evaluar, haciendo que el proyecto quedara muy por debajo del mínimo requerido.
Las notas siguientes tal vez pueden explicar las razones por las que consideramos viciado dicho fallo.
Mi proyecto fue sostenido por cuatro egregios intelectuales chilenos, Premios Nacionales de Literatura, los señores Alfonso Calderón (ahora fallecido), Gonzalo Rojas, José Miguel Varas y Raúl Zurita y por los profesores de reconocimiento internacional don Cristián Cisternas y Luis Andrés Figueroa, quienes han estudiando mi obra a fondo y  dieron contundentes e irrefutables razones para urgir al Consejo Nacional del Libro y la Lectura a otorgar los fondos que se necesitaban para reeditar  Calducho como obra de patrimonio nacional por parte de la muy prestigiosa editorial LOM, líder en el ámbito continental en cuanto a editoriales independientes.  El proyecto fue revisado y elaborado en conjunto con los ejecutivos de LOM en cuanto a sus aspectos técnicos y financieros.
Por lo tanto son injustificables las bajas calificaciones de don Carlos Orellana, otorgadas a un proyecto que llenaba con creces todos los requisitos para obtener los modestos fondos necesarios.
Ignoramos las razones de tanto encono y odio discriminatorio, pero sólo podemos decir que el fallo es escandaloso y una muestra de que la vieja  actitud que no expresa fallos valóricos sino arbitrarios  y personalistas, está muy lejos de ser eliminada de entre los vicios inveterados de los concursos públicos de la cultura chilena.
Tal vez lo que siga pueda explicar en parte este rechazo por parte de un evaluador/jurado único y moralmente descalificado para actuar como tal, para empezar, con las  dificultades  experimentadas por su autor ya en 1998 con la misma persona que en 2009 aparece evaluándolo.
El veredicto final de Orellana expresa que la publicación de Calducho  es “demasiado reciente” como para reeditarse, afirmación totalmente absurda dadas las características de la novela;  que su difusión fue nula en la primera edición y que hay incontables personas que han expresado al autor el deseo de adquirirla, siendo imposible sin una reedición como la que habría hecho LOM, si la decisión arbitraria y vendicativa  del jurado menos idóneo que podía encontrarse para ejercer esta función en el caso deCalducho, no lo hubiera frustrado.
Pero describamos un poco la historia que desde sus entretelones de 1998 ha culminado con el infame fallo de 2009.
Calducho tuvo una gestación  de obra mayor: diez años de escritura propiamente tal, con seis cuadernos de cuatrocientas páginas c/u,  pero su “período de incubación”  fue de al menos treinta años. Ya en los 50 había concebido al proyecto de una novela infinita y total e incluso escribí largos fragmentos (la mayoría perdidos) pero ellos más bien pertenecen al texto que después proyecté como secuela de Calducho, o sea En una niebla.
Estaba claro para mí que la primera parte debía cubrir los años de la adolescencia especialmente en el Instituto Nacional. Desde el principio su escritura tuvo este carácter de speculum mundi, ambicioso proyecto para un escritor también adolescente.
Pese a todo lo que considero indispensable decir aquí, y a lo mucho más que todavía podría decirse, debo gratitud a Planeta y muy especialmente a su gestor Carlos Orellana, porque por lo menos ello permitió que existiera como un libro real y no como un manuscrito gigante.
Dicho esto, es inevitable decir también que Planeta y sus ejecutivos actuaron en bloque como un padre desnaturalizado con su libro editado, un Saturno papelero que no tuvo escrúpulos en devorar a su propio hijo, si es que la  desaforada metáfora/parábola tiene algún sentido.
Es extraño e incongruente que un libro calificado como “caro” en el momento de su publicación ($15.000) y “difícil” por su dimensión (a pesar de que otros autores publicaban y promovían sin problemas sus “ladrillos” y recibían un trato de respeto por parte de los editores) una vez en librerías haya sufrido un alucinante desprecio y ninguneo, incluso una actitud  negativa respecto de comercializarlo, como si la novela fuese un elemento tabú.
El episodio más increíble de todos ocurrió en la Feria del Libro de Santiago en octubre de 1998, el principal evento literario y comercial de Chile, donde caía “de cajón” que la presencia de una novela de la envergadura y características de C, merecía que la editorial le hubiera reservado un lugar destacado y ella y su autor tenían capacidad suficiente para ofrecer un más que atractivo evento para la concurrencia.
Todo esto se trató con Orellana y pese a su actitud ambigua y reticente (seguramente motivada por lo que él sabía pero no podía ni quería decirme), decidí gestionar en mi universidad Cal-Poly en California el permiso necesario para asistir a la feria, cosa que me fue concedida de inmediato, porque en este sentido los norteamericanos son muy responsables y comprendieron que era un compromiso único por estar el libro recién en librerías.
Ni ellos ni yo podrían haber pensado el alucinante cariz que iba a tomar mi participación en ese evento.
Al llegar a la Feria, el día pactado con Planeta para mi “aparición”, me llevé una mayúscula sorpresa, muy desagradable por decir lo menos. Junto al stand de Planeta estaban puestas las mesas para los escritores que firmaban libros, con sus respectivos posters de gran tamaño y había ya algunas de las estrellitas que Orellana menciona en sus memorias, instalados y vendiendo sus obras, bajo la sombra protectora de sus portadas a todo color.
Sorprendido de que no había nada reservado para mí y Calducho, me acerqué al stand buscando algún responsable, pero no logré explicación alguna.
Es más: mi libro, aunque parezca y de hecho es increíble, no estaba a la venta en la Feria.  Me dediqué a recorrer la Feria y más tarde me topé con Bartolo Ortiz en el stand de Planeta  y le reclamé por lo que estaba pasando. Manifestó su extrañeza y me dijo que “todo estaría listo para el día siguiente”. Imaginaba que por ese “todo” se entendía los libros en buena cantidad, mi mesita con el poster, anuncios, etc.
¡No podía imaginar lo ingenuo que estaba siendo!
Al día siguiente  tampoco había nada, Calducho no aparecía y como reclamara bastante airadamente a los encargados —que tampoco tenían culpa, obviamente todo era una orden dispuesta desde arriba— llamaron a las bodegas y trajeron un paquete que dejaron botado debajo de un mesón.
Entonces perdí la paciencia, yo mismo abrí el paquete y puse ejemplares entre los libros dispuestos en el mesón delantero. Pregunté cuando sería mi turno para firmar y si iban a ponerme un escritorio como a los otros escritores (algunos estaban ya firmando bajo sus posters emblemáticos) se miraron desconcertados porque al parecer yo era ahí un pájaro más raro que pinguino en el Sahara. Hubo otras llamadas y entonces se me señaló la mesa de Ariel Dorfman  —ahí tuve el gusto de verlo y hablarle después de veinticinco años — donde habían puesto una sillita a su lado y algunos ejemplares de Calducho.
Pasé un par de horas junto a Ariel que firmaba y firmaba sus libros, porque evidentemente todo había sido anunciado y preparado con dedicación y respeto, y porque sin duda Ariel es un escritor muchísimo más conocido que el suscrito. Pero ello no justifica esta acción deliberada y profesionalmente degradante por parte de la editorial respecto de un escritor y una obra que en ese momento tenía toda las posibilidades y los valores como para ser ampliamente reconocida y vendida (era lo único que les interesaba, pero hasta ahora es para el suscrito un misterio por qué esa regla básica de todo producto editorial o comercial fuera violada tan estúpidamente por razones que hasta hoy ignoro).
En los días siguientes pasé frecuentemente por la Feria sólo para encontrar que el libro desaparecía regularmente de los mesones de ventas o era exhibido en lugares poco visibles para el público.
Finalmente tuve que desistir de luchar contra esa muralla de negatividad, pero todavía me esperaban más sorpresas. Uno de estos días encontré por casualidad al director de la Feria de 1998, mi estimado amigo Cristián Warnken. Se sorprendió al verme porque me imaginaba en California, y yo le conté brevemente lo sucedido. Casi se fue de espaldas de la sorpresa, y me dijo textualmente que “jamás había sido contactado por Planeta en nada que concerniera a C y de haber sido así, ya que él conocía sobradamente la importancia y las posibilidades de la novela, habría ciertamente organizado un importante evento, una mesa redonda, etc., pero a esas alturas era ya imposible”. Cristián, con el generoso espacio que me antes me había ofrecido con un programa completo de La belleza de pensar, fue la única honrosa excepción en ese tiempo de lanzamiento, que no ignoró o menospreció mi novela como un «libro de la nostalgia».
Planeta no había hecho NADA para cumplir su compromiso conmigo en la Feria, pese a saber que yo iba a venir de los EE.UU. pagando mi pasaje y estadía.
La  discriminación hacia mi novela y la falta de respeto hacia mi persona, fue total y descarada. Además de no haber hecho el poster de promoción con la portada y un marcalibros, como había ocurrido con todos los otros libros promovidos durante la Feria, la explicación dada por Ortiz fue absurda e insultante: la portada era demasiado complicada para eso. Eso era como tratarme como a un niño o un idiota.
Al año siguiente, y sólo para el otorgamiento del premio que Cal Poly entrega a los académicos que publicaron  libros cada año anterior, se hizo un poster semejante al que Planeta se negó a hacer para ahorrarse unos pesos, como también hicieron en nuestra espartana presentación de libros “al alimón” con Roberto Castillo Sandoval y su Morir por la patria mía.
Cada día que pasé por la Feria, el libro había desaparecido de los que se exhibían para la venta y tenía que armar barullo y literalmente pelear para que lo repusieran.
¿Quién ordenaba retirar el libro, autocensurarlo, asesinarlo en buenas cuentas? ¿a qué insensata política de ventas obedecía ese acto?
Desde el comienzo de las tratativas de publicación me resultó evidente que había una pugna entre “calduchistas” y “anticalduchistas”.¿Por qué? Misterio nunca resuelto.
Nunca estará claro para mí quién dio la verdadera batalla para lograr la vía libre para la publicación por parte del encallecido grupo ejecutivo. Tengo entendido que el comité lector estuvo integrado por Carlos Cerda, José Miguel Varas y (posiblemente) Sergio Gómez.
El veredicto de este comité fue favorable, ya que de otro modo mi novela no hubiera existido. Por supuesto que Orellana apoyó la publicación, él había estimulado su escritura desde los lejanos días de Araucaria de Chile, y esa actitud contrasta evidentemente con la de la segunda parte del proceso, a libro publicado.
Las verdaderas razones y entretelones de todo este desastre o mejor dicho “asesinato editorial y cultural” seguramente permanecerán siempre en la sombra de  la conciencia de sus protagonistas, esto es los ejecutivos de Planeta que tuvieron que ver con ello.
Sin embargo, intuyo en base de mi experiencia al tratar esa gente,  que la presencia del entonces gerente de Planeta  Bartolo Ortiz tuvo mucho que ver con lo ocurrido Ortiz era un tipo enigmático, de mirada huidiza y personalidad insondable. Daba la impresión de ser un Fumanchú a cargo de una funeraria y parecía ser cualquier cosa, menos un gerente de sucursal en la más importante editorial del idioma español en Chile.
Orellana nos confidencia en Informe Final, que antes de ser gerente de Planeta, era buhonero y que “sólo al llegar a Planeta supo de la existencia de los autores”. Su característica principal como persona era ser amarrete, virtud managerial por excelencia como también el arribismo, porque “le encantaba fotografiarse con personalidades” (272) .
Después de la Feria del Libro 1998 el ninguneo fue total, se dejó de solicitar reseñas y todo lo que posteriormente se logró se hizo por mi gestión personal, y no fue poco.
Nuestro recordado amigo Antonio Avaria había preparado un estudio para la Revista de los Libros de El Mercurio, pero jamás se le dio el vía de publicación por un veto que nunca supe de donde venía.
Yo había propuesto a Carlos Orellana que gestionara un espacio en el programa Show de los Libros de Antonio Skármeta. Las posibilidades de hacer un programa atractivo, inteligente e interesante con Calducho, eran muchísimas: se podía recrear una fiesta de calducho en el Instituto Nacional, hacer las mímicas de Al Jolson que aparecen en ellos, filmar el barrio original de Simón Bolívar / Manuel Montt / Antonio Varas (que incluso ahora resiste a la acción criminal de las inmobiliarias apoyadas desde la Alcaldía de Ñuñoa), etc. etc.
Cuando Carlos Orellana me comunicó la negativa de Skármeta a realizar algo con Calducho , lo hizo riéndose  con sorna, como si en vez de sentirlo le provocara un extraño y sádico placer.
Tiempo después, ya en California, vi un programa del Show de los Libros donde se reseñaban algunas novelas publicadas contemporáneamente a Calducho . En la pila de los libros comentados se alcanzaba a ver el borde inconfundible de la portada de Calducho: ¡lo habían utilizado de repisa para apoyar los otros libros, éstos sí dignos de mención!
Son actitudes que hasta ahora me resultan inexplicables, tanto por parte de Orellana como de Skármeta, amigo de otra época.
Entre lo que yo gestioné personalmente se puede mencionar al profesor Domenico Maceri del Allen Hancock College de California, quien publicó una reseña general en el prestigioso World Literature Today, y a través del egregio hispanista profesor José Schreibman de la Washington University de Saint Louis, Missouri, me puse en contacto con Luis Andrés Figueroa, entonces estudiante graduado en esta universidad, quien hizo un muy completo estudio de los aspectos históricos, culturales, linguísticos y sociales de la novela, que posteriormente sería publicado en Mapocho.
Luis Andrés también usó Calducho en un curso destinado a estudiantes de arquitectura donde pasó revista a los innumerables aspectos arquitecturales que aparecen en las descripciones del Santiago de los años cuarenta y cincuenta.
Aquí y allá, Calducho fue recogido por comentaristas avispados como Omar Pérez Santiago, quien reseñó aspectos importantes de la “picaresca” de Calducho, y hasta “el tren de los curados” aparece reseñado por Darío Oses en un artículo extenso dedicado a la casi desaparecida cultura ferroviaria de Chile.
El profesor Cristián Cisternas —que además de experto en literatura modernista y vanguardista es un erudito y difusor del jazz— es uno de los pocos especialistas de mi obra en general, y en sus cursos avanzados en el Departamento de Literatura de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile, se ha estudiado regularmente Calducho, y su estudiante Ana Inza realizó en 2004 una tesis de licenciatura sobre aspectos de la ciudad y la memoria colectiva en Calducho.
En este aspecto, no puedo quejarme porque eminentes académicos y jóvenes profesores de literatura han difundido mi obra, pero cabe acotar que Orellana, la última vez que conversamos, me manifestó claramente que a los responsables editoriales en Planeta la crítica académica no les importaba un bledo. La venta era para todos ellos la única medida del éxito o del fracaso de una obra. Lo trágico y absurdo es que si Calducho no se vendió fue porque Planeta desde el principio lo condenó  a eternizarse en las bodegas, no hicieron nada para promoverla en el nivel que merecía, y finalmente, claro sólo quedaba la liquidación final, que “Fumanchú” Ortiz efectuó con diligencia extrema, el mismo día en que se cumplían los dos años que estipulaba el contrato.
De la edición original de mil ejemplares, se vendió algo más de la mitad (tengo documentación de todo eso, pero muy poco interés en revisarla) lo cual no deja de ser notable, considerando que la editorial no hizo nada para que ello ocurriera. Debo pensar, entonces, que tengo una buena cantidad de amigos y lectores fieles, a Deo gratias.
De ahí Calducho desapareció en las tinieblas librescas de Santiago. Tenía fundadas aprensiones de que los ejemplares no vendidos serían convertidos en pulpa celulósica, pero Ortiz me aseguró que nunca ocurrió ni nunca ocurriría. Igual el destino de esos más de trescientos ejemplares (yo pude afortunadamente comprar cien a mil pesos la unidad) resulta un misterio como el de las osamentas de Drácula. A veces aparecen ejemplares de Calducho en las librerías de viejo, y me apresuro a comprarlos.
Lamento inmensamente no haber dispuesto de más dinero contante para comprar todos los ejemplares no vendidos en la liquidación, operación ésta que pareció infundir a Ortiz un placer semejante al de Gog, el personaje de Papini, que gozaba viendo contraerse corazones de cerdos en frascos de cristal.
En esta triste, mísera y también vergonzosa historia por parte de los editores de Calducho, me cabe agradecer, paradójicamente, a Carlos Orellana porque él fue sin duda el promotor y el que “dio la pelea” (al menos la primera y decisiva batalla) por su publicación, y trabajó incontables horas en reducir y afinar el manuscrito original —mucho más voluminoso— hasta llegar a la versión finalmente aceptada. Sobre el desastre de ninguneo, segregación y deliberado postergamiento del propia libro terminado, no puedo saber quienes fueron el o los  responsables, posiblemente estaban a nivel administrativo más alto que Carlos Orellana.
En una frase que pretende ser elogiosa pero en verdad es insultante, pues condena a Calducho al olvido eterno, doliéndose con lágrimas cocodriláceas del “injusto olvido” comercial de dos novelas, la mía y la de Roberto Castillo Sandoval, lanzadas al mismo tiempo para ahorrarse un cocktail.
La verdad es que nos proponemos, a diez años de ese nacimiento abortado, dar vida a Calducho o las serpientes de calle Ahumada, en nuevas ediciones, traducciones, lo que sea necesario, porque un libro de sus características no merece el olvido decretado en IF con palabras que se fingen melosas.
Sobre todo, sinceramente esperamos que el ilustre Consejo Nacional  del Libro y la Cultura reconsidere el injusto, arbitrario y aun  insultante fallo de don Carlos Orellana  (y de otros que pueden haber participado en él) y permita que mi obra pueda ser reeditada y distribuida dignamente.
Hay que devolver a Calducho al lugar que merece, por encima de la chatarra publicada y promovida a toneladas, las consagraciones hechas entre compinches y refrendadas por criticastros que saben menos de literatura que de videojuegos.
Deseo que Calducho sea honrosamente reeditado, en virtud de la pasión literaria, la autenticidad, la naturalidad y el honor martiano que animan todas y cada una de sus páginas.
Quisiera terminar rindiendo un homenaje a Alfonso Calderón, gran amigo y maestro quien, en  sus inolvidables talleres literarios y como consejero y mentor literario, contribuyó fundamentalmente,  a lo largo de cuarenta años de mi vida de escritor, a afianzar mi autoestima y a capear el ninguneo y la descalificación provenientes de individuos  de muy diferente calidad humana.

Hernán Castellano Girón
Isla Negra, agosto  2009

[gs-fb-comments]
spot_img

Últimas Informaciones

Artículos Relacionados