EL GRAN SALMON, CUENTO DE ALDO ASTETE CUADRA
“Mente Suicida y otras muertes” (Cinosargo 2012)
—¿Podrías encender el televisor?, quiero ver el pronóstico del tiempo antes de ir a dormir.
—¡Claro, no hay problema, Cárdenas!
Había pocas personas en el para funcionarios de la , algunos jugaban truco mientras hacían tiempo para ir a dormir. El del estaba bajo por lo que Cárdenas se levantó para aumentarlo. El le servía la .
—¿Por qué tanto interés en ver el tiempo?
—Quiero dormir tranquilo. —respondió Cárdenas.
—¿Cómo es eso?
—Sabiendo cómo va a estar el tiempo mañana, puedo dormir más relajado, ya que al menos sé para qué me tengo que preparar.
—Pero si los días han estado buenos, continúa soplando el sur y seguro, mañana estará igual.
—Entiendo, pero prefiero ver el tiempo —esto lo dijo en tono grave, con la intención de no continuar hablando. Tomó la cuchara para comer sin quitar la vista del televisor. El cocinero se retiró esbozando una sonrisa forzada. Conocía lo suficiente a Cárdenas como para saber que ya había completado su cuota diaria de conversación.
A Cárdenas poco le importaba comunicarse con sus compañeros de trabajo, éstos no le entendían y se preocupaban de cosas superfluas. “Son como lobos de mar —decía—, comen, se mueven lentamente y les encanta dormir al calor del sol”.
El pronóstico televisivo ratificó lo dicho por el cocinero, 24 grados para Chiloé y un cielo completamente despejado. Cárdenas se fue a dormir preocupado. En septiembre la temperatura máxima habitual no supera los 12 ó 16 grados, pero 24° es una temperatura que ni en verano se alcanza por estas zonas australes.
—Algo malo va a pasar, esto no es normal —pensaba mientras se desvestía para acostarse.
Aquella noche Cárdenas durmió mal. Soñó que mientras se dirigía en la panga hasta su tren con jaulas, una inquietud le perturbaba.
Al mirar hacia arriba observa una bola de fuego que cruza velozmente el cielo matinal para ir a estrellarse contra una montaña de roca madre. Al ver esto, intenta regresar al atracadero, pero la onda de choque lo lanza inconsciente al agua. Al recuperarse flotaba gracias al chaleco salvavidas.
La panga se incendiaba a unos cien metros de él. El agua estaba tibia y el sol ya no iluminaba, un crepúsculo cubría todo. Se preguntaba cuántas horas llevaría en el agua, aunque en realidad sólo habían pasado segundos de la explosión.
De pronto, vino lo peor. Una pared de la montaña se derrumba con estrépito formando una gran muralla de agua que levanta por completo sus jaulas con salmones, y éstos salen despedidos cual misiles a gran velocidad y en todas direcciones, blanqueando el cielo con miles de escamosos estómagos blancos. Todo estaba perdido, nada quedaría después de esto. La muralla se acercaba gigantesca y su terror aumentaba, la ola cubrió todo a su paso.
Al sumergirse irremediablemente por la fuerza de las turbulencias, logra divisar a cientos de personas flotando inanimadas con sus miradas perdidas. De pronto, desde la oscura fosa abisal emerge un gigantesco salmón que comienza a engullir a las personas, acabando con todos. La bestia gira dirigiéndose hacia él y muy cerca se detiene para vomitar los restos desmembrados de las personas ingeridas. Finalmente, se mueve convulso, muriendo con su gran barriga blanca hacia arriba, formando remolinos a su alrededor.
Despertó transpirando y con sed. Meditó el resto de la noche sobre el significado de tan insólito sueño, hasta que la claridad le indicó que ya era hora de levantarse. El desayuno fue en silencio, como siempre lo hacía, pero esta vez ni siquiera miró a su alrededor; se fue a su panga para zarpar con rumbo a su tren de jaulas. La mañana estaba tal cual en su sueño, pero el meteoro no apareció en el horizonte. Navegó sin problemas hasta recalar al borde del pontón de alimentación, su lugar de trabajo.
Cárdenas llevaba 15 años en la empresa Salmosud. Se había iniciado como buzo de mortalidad en 1995, luego trabajó calando redes y fondeos de balsas salmoneras en casi toda la Isla de Chiloé. Finalmente, luego de un accidente laboral, lo dejaron a cargo de la alimentación de los salmones del tren A-20 F-12; éste era el tren más grande de la empresa con 24 jaulas de 30 X 30 X 17 metros. En cada una se alimentaba a unos 30 mil ejemplares.
Antes de que la tecnología se aplicara a la engorda, este trabajo era realizado por cuatro personas durante 12 horas diarias, ahora trabajaba él solo, debiendo presionar botones y cargar las tolvas, restándole tiempo suficiente para meditar y leer. Era tanta la identificación con la empresa y el amor por su trabajo que ya había enviado informes que mencionaban el sostenido aumento de las temperaturas de las aguas, pese a encontrarse en un canal con buena rotación, pero no recibió respuestas. Al norte de la Isla se hablaba del virus ISA o de la marea café, es más, meses antes se produjo un brote en su mismo tren, pero se solucionó eliminando a los enfermos y liberando parte de la biomasa.
Llevaba siete años trabajando tranquilo, le acomodaba su turno de siete días por tres de descanso. Es por eso que no le gustaba hablar con los demás, pues llevaban menos tiempo y estaban inconformes con muchas cosas. Él no estaba de acuerdo, sabía que si no fuera por las salmoneras muchas personas no tendrían trabajo y menos qué comer.
El día avanzaba y la temperatura subía rápidamente. Al salir a almorzar hacían 24 grados a la sombra, no se veían nubes en el cielo y el poco viento era templado. La mortalidad había aumentado considerablemente de 850 a unos 2000 peces.
—¡Algo sucederá!, tengo que informar esta situación. Hay que hacer algo, ignoro qué, pero no se puede sostener este escenario así como está —pensaba Cárdenas.
Al llegar a la base llamó por radio a la central de Quellón y solicitó hablar con el gerente de operaciones, éste no se encontraba. De todos modos Cárdenas informó su situación. Le pidieron que esperara unos días, pues ya se había programado la visita del veterinario en jefe para observar los acontecimientos en terreno.
—¡Unos días! —exclamó Cárdenas— es que no comprenden, puede ser demasiado tarde, ¡están muriendo los salmones!
—Cálmese hombre, es normal que con el calor mueran más salmones, pero esto va a pasar. Recuerde que estamos en Chiloé.
—Está bien —respondió a pesar de estar seguro de lo contrario.
Cárdenas almorzó más taciturno que nunca. Recordaba el sueño, el meteoro, la destrucción de sus jaulas, los salmones volando por el cielo, las personas inanimadas y el gran salmón devora humanos. Las imágenes lo atormentaban.
—Éste es un designio —pensó en voz alta, sin advertir la presencia del cocinero.
—¿Cómo? —Replicó éste.
—Creo que algo malo va a ocurrir. —Habló de mal humor y sólo para que el cocinero no pensara que estaba loco.
—¡Sí, yo creo lo mismo! Tenías razón Cárdenas, es muy raro que llevemos una semana con temperaturas por sobre los 20 grados. Hoy llevamos 28 y todavía no son la una de la tarde. Seguro habrá un terremoto, siempre ocurren cuando el tiempo cambia de forma tan extraña…
Cárdenas dejó de escucharlo cuando el cocinero mencionó la temperatura. No lo podía creer.
—¿Qué dijiste?
—Que se viene un gran terremoto…
—¡No, me refiero a la temperatura! —interrumpió al cocinero que no entendía nada.
—28 grados y aumentando
—¡No puede ser!
—Verifícalo entonces —respondió molesto el cocinero y se fue dejando el postre de helado derretido sobre la mesa.
Cárdenas salió del comedor sintiendo de inmediato el bochorno en el exterior. El día presentaba una bruma cálida, similar a cuando se producen incendios forestales.
—Algo malo va a ocurrir, algo malo va a pasar —decía en voz alta y nerviosa mientras subía a su panga y zarpaba en dirección a su tren. El mar estaba completamente liso y se dibujaban corrientes lechosas en una y otra dirección. El canal parecía un desierto, nada vivo se dejaba ver.
Desde lejos divisó el desastre, las jaulas parecían tener un mantel blanco en la superficie y el hedor fétido contaminaba el ambiente. Bajó del bote nervioso quedando estupefacto al ver miles de salmones barriga arriba. Algunos aún boqueaban intentando sacar de algún lado el oxígeno necesario, otros yacían tiesos y muertos. Cárdenas tomó una quecha y frenéticamente removió a los salmones, pero el blanquecino y viscoso desastre continuaba algunos metros por debajo de la superficie. Corrió a otras jaulas y el espectáculo era el mismo.
—¡No puede ser!… ¡éste es el fin!… —gritó en la soledad de su tren en medio del canal. Las montañas respondieron con un eco larguísimo. Cárdenas sintió su voz amplificada como si fuera una onda de choque.
Cayó en la pasarela del tren recordando nuevamente su sueño. Si bien el sol radiante hería sus ojos, la oscuridad lo acechaba como a los cientos de personas que sobreviven gracias a los salmones que hoy perecen por millares. Con cuántas ansias deseaba que el gran salmón emergiera en ese momento engulléndolo rápidamente.
No supo cuánto tiempo estuvo tirado en la pasarela, seguramente se desmayó, pero un motor lejano le hizo incorporarse. A toda velocidad se acercaba una lancha que reconoció enseguida, era la lancha de la empresa. Bajó el gerente de operaciones y el veterinario en jefe. Los saludó, pero no había nada más que decir; 720 mil salmones perecerían ese día tan sólo en su tren; las pérdidas millonarias se reflejaban en el rostro de las autoridades. Éstos hablaron largo rato mientras el olor putrefacto aumentaba. La temperatura llegaba a los 31 grados.
Cárdenas estaba en su pontón con el ánimo destrozado, sin lograr dar crédito a lo sucedido. La naturaleza algún evento catastrófico gestaba, ahora estaba completamente seguro. Observó al gerente realizar un llamado con un teléfono satelital. Durante unos diez minutos caminó de un lado para otro gesticulando. Al terminar de hablar, llamaron con un silbido a Cárdenas.
—Lamentablemente no hay nada que hacer, es una pérdida total. Vendrás por la noche y cortarás las redes loberas y luego las de las jaulas para que parezca un accidente; la corriente hará el resto. Mañana no te aparezcas en el tren, espera instrucciones. Te llamaré para que sepas qué es lo que tienes que hacer —ordenó el gerente.
—Está bien señor, como usted diga —Respondió Cárdenas.
Los hombres subieron a su embarcación y continuaron por el canal para ver los demás trenes. La situación sería idéntica.
Por la noche salieron cinco pangas a cumplir con las órdenes. Luego de varias horas, los hombres volvían en medio de un mar pestilente, viscoso y blanco amplificado por el reflejo lunar. Al siguiente día, todos regresaron a Quellón, nadie quedó en las instalaciones de la empresa.
Durante las semanas que continuaron a la catástrofe, las habladurías eran muchas. Cárdenas se mantenía en silencio esperando órdenes, estaba seguro que lo finiquitarían y junto con él a otros cientos. Finalmente, le comentaron que su tren estaba sumergido y que ese era el destino de todas las jaulas de la empresa. También se enteró que Salmosud y las demás salmoneras estaban abriendo centros en Aysén. Al día siguiente le llamaron, por fin conocería su destino.
—Señor Cárdenas, usted continúa trabajando con nosotros, esto gracias a su fidelidad y bajo perfil. Mañana zarpará trasladado rumbo a Puerto Aysén a cumplir con su trabajo de alimentador.
—¿Y qué pasó con mi tren y mi pontón señor? —preguntó con los ojos humedecidos por la gratitud.
—No se preocupe Cárdenas, en Aysén tendrá uno más cómodo y moderno, hasta luego.
—Adiós… —La voz apenas le salió.
Mientras preparaba su equipaje poco a poco su ánimo fue mejorando. Tendría trabajo nuevamente, volvería al mar, a su rutina, pero ¿qué sucederá con las demás personas?, ¿qué pasará con todas esas familias?, se preguntaba retornando a su tristeza. Se durmió preocupado y esta vez soñó con cientos de personas paradas en las veredas de la calle principal de Quellón. Niños, mujeres, ancianos y trabajadores, todos con bolsos y maletas mirando hacia el centro de la calle como autómatas.
Por Avenida Ladrilleros, una triste comparsa con música de marcha fúnebre y con murgeros disfrazados de salmón, con el vientre hacia arriba, seguían a un gran salmón mecánico que imitaba los movimientos del pez cuando está fuera del agua. Éste, de tanto en tanto, golpeaba con su cola al público, dejándolos tendidos en el piso y en otras ocasiones atrapaba y engullía a los asistentes que continuaban observando como si nada les importara. Despertó sabiendo perfectamente el significado de su sueño.
Cuando Cárdenas salió temprano en dirección al muelle, vio a personas de distintas edades esperando en los paraderos de buses con las miradas perdidas hacia el lugar de donde debía aparecer el bus, madres con sus bebés en brazo, niños desanimados sentados sobre maletas, bolsos y sacos. Cárdenas vio el bus aparecer en la avenida.
Un sentimiento desconocido lo detuvo, algo que no podría olvidar jamás ocurriría. No debió esperar mucho para observar como las personas eran engullidas una a una, con calma morbosa, por el gran bus color salmón, para no regresar jamás.
Aldo Astete Cuadra
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Aldo Astete Cuadra
Profesor E.G. B.
Profesor E.G. B.
Magíster en Literatura Hispanoamericana Contemporánea
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