24 - noviembre - 2024

Francisco Coloane de Quemchi en Chiloé: «Volvamos al Mar», Escritores y el Mar

lobos_coloaneFrancisco Coloane: «Volvamos al Mar»


por  Omar Pérez Santiago, Escritores y el mar, Ecocéanos, 2002

Dibujo de Edwin Salinas


Llueve con furia. Una tenaz tormenta huracanada, nos boicotea a permanecer en el Chile continental y aguardar un día para cruzar el estrecho de Chacao.

Al otro día algo escampó. Cruzamos el canal en un transbordador que igual mareaba. Tomamos luego la ruta que lleva a la ciudad de Ancud y luego Castro. Allí almorzamos una paila marina en el restaurante que está encima de la playa sobre palafitos. Por la tarde avanzamos 49 kilómetros por una ruta de ripio por una solitaria carretera que discurría entre sombras de árboles soberbios a la luz de una singular alfombra de nubes aborregadas. Las ramas arañaban a los laterales del auto mientras las ruedas se hundían en la charcas enfangadas del camino. Llegamos a Quemchi. Las casa son de madera y muy humildes. La mayoría de las calles están sin pavimentar. En las quietas aguas del puerto se hallaban atracados pequeñas embarcaciones. Se me ocurre que el frío y la pobreza han vuelto a los 8500 quemchinos en gentes muy reservadas y nadie parece tener prisa, ninguna prisa, diría yo.

En la aldea de pescadores sólo hay dos hospederías. Digamos la verdad: casas de particulares en las que se alquilan habitaciones si uno presenta buena estampa y posee algunos pesos. La señora Carmen Reyes llevaba una fina cadena y colgaba de su cuello una runa tallada en fina madera.

-Es la runa Eohl, un talismán de protección, le dije.
-¿Cómo lo sabe?

Le vine con el cuento de que yo había estudiado las runas de las tribus nórdicas cuando viví en Suecia. El cuento le gustó y nos alquiló la habitación.

Es buscavidas el destino. Precisamente, Carmen Reyes es la maestra del pueblo y los maestros de pueblo son líderes de opinión. Obviamente conoce la historia de Francisco Coloane, el ícono de su aldea.

Sí, lo vi una vez cuando estuvo de visita. Lo nombraron Hijo Ilustre de Quemchi. Su casa estaba allá en la tierra de la punta, en Huite, en una casa construido sobre pilotes de maderas alquitranados, dijo apuntando al oriente.
Carmen nos orientó para que, al día siguiente, a la luz del día, localizáramos Huite.

Huite, a nueve kilómetros de Quemchi, ofrece una de las panorámicas más hermosas de Chiloé. Duele mirar lo bello, ese azul tan azul de la hermosa «Punta Arena» que se interna en el canal de Caucahué, rodeado de abundante flora y fauna. En este lugar nació el escritor Francisco Coloane. Efectivamente, Francisco Coloane nació con las olas. En la casa había una especie de puente de tablones para ir del comedor a la cocina. En la alta marea, el oleaje llegaba hasta debajo de los dormitorios.

Pero su casa ya no existe. Aún más. El terreno está hundido. El maremoto del año 1960 sumergió un metro todo el archipiélago. Fue algo inaudito. El reflujo del océano dejó al descubierto el fondo. Su marea se lo llevó todo. Coloane recuerda a un pescador que lo encontraron vivo arriba de un coigüe.

En 1910 habían 500 quemchinos. Su madre, Humiliana Cárdenas Vera, menuda, entrada en carnes, dio a luz a las cinco y media de la mañana de un día de invierno. En esos días, su padre, Juan Agustín Coloane Muñoz, andaba navegando, pues era capitán de barco de cabotaje, piloto de la escampavías Yelcho.

El ha dicho, poéticamente, que dos sonidos arrullaron su infancia: la voz de su madre y el rumor del mar. De madrugada ella le gritaba: «¡Panchito, arriba, está listo el bote!». Y Panchito se levantaba a regañadientes, tomaba desayuno, se embarcaba en un bote color plomo, de cuatro bogas, hecho de tablas de ciprés y cuadernas de cachiguas. Su madre se sentaba a popa, encajaba la caña en el timón, y tomaba los chicotes para gobernar.

Aquí, entre huesos de ballenas, conchas de moluscos gigantes, chelles y gaviotas, las cututas, las taguas y los patos silvestres, vio tempranamente morir a su padre. Panchito tenía sólo 9 años. Era un niño, pero sus últimas palabras de su papá lo acompañaron toda la vida: «Volvamos al mar», le dijo, «Volvamos al mar». Panchito soñó muchas veces con su papá.

«Después volví a soñar muchas veces con la muerte de mi padre. Los dos caminando por las colinas de Chiloé y de pronto me repetía: «Volvamos al mar. Entonces despertaba. Por eso, desde siempre llevo el deseo, como algo muy personal, muy íntimo, de volver al mar.

Levantamos la vista. Un poco más allá está Quicaví, la comarca de los brujos. Creo que allí se unen las cosas del cielo y de la tierra: peces y pájaros, bestias de agua, en el barro los cuchivilus, los traucos de la floresta, los camahuetos en los barrancos, las viudas volanderas, los millalobos, brujos y demonios de muchas orejas y colas.

También he escuchado historias de bases extraterrestres, avistamientos, abducciones y demonios que bloquean las comunicaciones de barcos.

Coloane tenía 13 años cuando hizo su primer viaje a Punta Arenas. Viajó desde Quemchi a Puerto Montt. Allí se embarcó en el Chiloé, donde su hermanastro era piloto a bordo. En Angostura Inglesa aparecieron tres canoas alacalufes. Gritaban: «cueri, cueri, cueri», Guachacai, guachacai, guachacai».

Los alacalufes cambiaban cueros de nutrias de foca por aguardiente. El barco se detuvo. Los indios subieron e hicieron sus trueques.

Con esta infancia y juventud es normal que Coloane sea un escritor de viajes y aventuras, de navegaciones y descubrimientos, del extremo más austral de la tierra, la provincia de Magallanes, especialmente Tierra del Fuego. En 1945 aparecen tres obras suyas: «Los conquistadores de la Antartida» (novela juvenil), «Golfo de Penas» (conjunto de cuentos) y «La Tierra del Fuego se apaga» (drama en tres actos, estrenada en Santiago en 1956 y llevada al cine en Argentina. Recibe el Premio Nacional de Literatura en 1964.

Coloane narra de audaces nutrieros y cazadores de lobos, hombres corajudos que en un barquichuelo se hacen a la mar con cuatro marineros y regresan con tres. O de un lugar tenebroso que al final de los canales lleva nombre tenebroso: Presidio de Ushuaia. Las sangrientas evasiones de presidiarios regaban por las islas, entre los indios a veces, hombres que conquistaron la libertad a tiro limpio.
Hay a lo largo de sus páginas, un canto poético a la naturaleza, al mar de Chiloé y de la Patagonia, que es también un canto de sus años de infancia y juventud.
Coloane se convirtió en un ecologista. Llegó al convencimiento de que ama a los animales, «porque lo principal para mí es la vida, es más importante que cualquier otra cosa. Es lo primero y lo último también».

Hoy la población quemchina se dedica principalmente a la pesca, la agricultura y a la extracción del salmón. Debido a la actual presencia de la industria salmonídea las playas están llenas de mugres, de tambores, de bidones y flotadores plásticos.
Carmen Reyes, la maestra líder, nos contó, mientras tomábamos once, que el Municipio de Quemchi interpuso ante los tribunales un recurso de protección a favor de las colonias de lobos marinos que están siendo exterminadas a balazos, a los lobos que se acercan a las balsas jaulas donde están los criaderos de salmones.

«La última vez mataron a cientos frente a mi escuela, donde mis niños presenciaron el sangriento suceso».

En fin…

Este es hoy Quemchi de Coloane. Mientras hacemos el camino de vuelta nos asalta el convencimiento que Quemchi necesita el apoyo de la conciencia ecologista

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