El jueves 12 el escritor Omar Pérez Santiago hablará en la Fundación Neruda de Santiago sobre el arte de la traducción, a las 19 horas. Pérez Santiago ha publicado varios libros de traducción de poesía sueca al español, entre otros el premio nobel Tomas Tranströmer. En este artículo cuenta como fue su primer encuentro con el idioma y sobre sus profesores de sueco, en un artículo publicado recientemente en la revista sueca Sverigekontakt.
ELOGIO A MIS PROFESORES DE SUECO
Publicado en sueco en Sverigekontakt
Mi primer profesor de sueco fue un excelente profesor. Vivía en un pueblito llamado Lagan y estaba entre ríos y bosques de Småland. El segundo profesor de sueco era estricto, exigente y experimentado de la añosa Universidad de Lund en Skåne.
El año 1977 entramos con invitaciones falsas a la residencia del embajador de Venezuela en Santiago de Chile, don Enrique Azpúrua, durante una recepción diplomática. Con unos amigos pedimos asilo con barullo y escándalo. El palacete fue rodeado inmediatamente por militares. El embajador nos concedió asilo. Estuvimos largas semanas allí, huéspedes obligados, hasta que el embajador Azpúrua logró la autorización de la dictadura de Pinochet para salir de Chile. Finalmente, cruzamos Santiago en el auto del embajador para ir al aeropuerto, en enero de 1978, rodeados de carabineros en motoneta. En el aeropuerto nos subimos a un Boing 707. En París cambiamos a un avión más pequeño y aterrizamos en Copenhague. Y puesto que debimos esperar la conexión con otro avión, fuimos a conocer Copenhague, en un frío día de enero de 1978.
Eran las 11 de la noche cuando llegué al nuevo y pequeño aeropuerto de Växjö. La escenografía era fantástica y exótica. Hacía frío. Todo estaba nevado. A nombre de los exiliados chilenos, nos saludó cordialmente Igor Cantillana, actor chileno creador del teatro Sandino en Estocolmo. Funcionarios de inmigración nos llevaron en auto al pueblo de Lagan y nos hospedaron en el pequeño hotel de Lagan.
Al otro día yo estaba en una sala de la escuela del pueblo de Lagan, con un cuaderno y un lápiz para tomar clases de sueco.
Así suceden las cosas a veces.
Un día era refugiado en una embajada en Santiago con 30 grados de calor; y al otro día estaba a las 8:30 de la mañana en una escuelita de Lagan estudiando sueco con un grado bajo cero.
¿Vad heter du?
El profesor era sencillo y paciente. Nos pasó el libro Svenska for invandrare y una carpeta azul con ejercicios. Fue muy amable. Un día nos llevó a cenar a su casa. Su mujer también era profesora. En la sobremesa nos mostró sus fotos de familia. En algunas fotos estaba ella pariendo a su hijo. Eran Testigos de Jehová.
Desgraciadamente no recuerdo ni su nombre. Mas reconozco en él a un profesor de verdad, íntegro. Su acogida me dio seguridad afectiva. Después de clases paseábamos por un pequeño bosque de Lagan, o por las tarde intentaba desplazarme sin lograrlo en unos patines de hielo. Aún recuerdo esos porrazos sobre el hielo. En el ICA del pueblo leía o intentaba leer las portadas de los diarios Expressen y Arbetet. Grandes hits como Fernando y Money, Money, Money, del grupo pop ABBA, sonaban en las radios ese invierno.
Hacia la primavera, den blomstertid nu kommer, me mudé a Malmö y me inscribí en un curso de la universidad de Lund. El profesor era más viejo, más huraño y parecía siempre enojado. Pero era un profesional de absoluta excelencia. Recuerdo que traía recortes de series dibujadas. Un clásico sueco de 1920, como Adamson de Oscar Jacobsson, una serie dibujada que se expresa casi solo con mímica y que los alumnos debíamos explicarlas con palabras. Se dice que Homero Simpson es una copia del sueco Adamson. Y sí, se le parece mucho.
Fue una inspiración para mí, pues una de mis pasiones son los comics, como la argentina Mafalda. Pronto me fui a la biblioteca a leer las revistas francesas belgas de Asterix, Tintín y Lucky Luke que habían sido traducidas al sueco. Luego me atreví a leer clásicos suecos como el gato Pelle Svanslös y el conscripto 91:an.
No recuerdo ni sus nombres de esos dos maestros, pero quisiera elogiar a esos dos maestros suecos. El aprender sueco me ayudó con el tema de los verbos, los adjetivos y sus derivaciones y me dio más seguridad en español. Me dio claridad sobre el sujeto y el predicado. Me alejó algo del barroco latinoamericano, de las eternas frases subordinadas.
Con el tiempo empecé a escribir en sueco y a traducir poetas suecos al español. Cometía errores. Esas faltas me producían risa y la risa me daba coraje para seguir. Malmö era pequeño y mi relación con los escritores y poetas de Malmö me llevó a publicar un libro con sus poemas. Escribí en sueco para los periódicos de Skåne, Sydsvenskan y el ya fenecido Arbetet. Los editores siempre iluminaron mis errores. Me hice más humilde. Escribí una novela corta en sueco, Malmö är litet.
Volví a Chile a comienzos de los años 90. Sigo lidiando con los idiomas. Sigo cometiendo errores. Los traductores saben de lo que hablo. Reconocer que siempre podría quedar mejor, a pesar que las nuevas tecnologías ayudan mucho.
El año pasado en la Feria Internacional del Libro de Santiago, con la colaboración del Instituto Chileno Sueco de cultura, presentamos un libro sobre Tomas Tranströmer y traducciones de la mejor poesía sueca de Ekelöf, Tagnelius, Karin Boye, Gullberg, etc.
Y entonces recordé de nuevo a mis dos profesores en Småland y en Skåne, cuyos nombres recordar quisiera, maestros auténticos, honestos y dignos. Unos profesores que hace 38 años fueron unas luciérnagas que iluminaron en la oscuridad del refugiado. Ese refugiado era yo.
En ese preciso momento yo tenía 25 años y creía que lo había perdido absolutamente todo. En ese preciso momento en que yo no tenía idea que rumbo tomaría mi vida.
La Noche es la madre del día “Natten är dagens mor” (Stagnelius)