No se trataba, claro está, del austero pez de antaño, sino de un monstruo hinchado por los antibióticos y la harina de pescado.
Por: Jaime Luis Huenun
Hace apenas tres décadas, los ríos de la provincia de Osorno todavía proveían al pueblo llano de truchas, salmones, pejerreyes y esos deliciosos choritos de agua dulce llamados “quilmahues”. Obreros y peones rurales pescaban sin apuro a orillas del Bueno, el Rahue, el Pilmaiquén o el Contaco. No era el paraíso, pero los cauces aún daban peces limpios que se comían con goloso júbilo y bíblica equidad. Nada de eso es posible hoy, cuando los ríos del antiguo Chaurakawin sufren lentas agonías ocasionadas por la avispada y letal avaricia de aquellos que gustan autonombrarse “emprendedores” u “hombres con visión de futuro”.
El lábil progreso neoliberal llegó a esta provincia -y a todo el sur de Chile- de la mano de una inédita carrera universitaria: ingeniería en acuicultura. En los laboratorios del que fuera el Instituto Profesional de Osorno, hoy Universidad de Los Lagos, se fraguó el metódico oficio de sembrar y criar alevines en metálicas jaulas marítimas y fluviales. Hablo aquí de mediados de los años ochenta, etapa final de la dictadura. Como imberbe alumno de dicho instituto, fui testigo del crecimiento paulatino de esa carrera y de las ambiciones que sus estudiantes y académicos irradiaban.
El éxito de la nueva disciplina no fue inmediato, pero la apuesta se ganó con creces cuando Chile se convirtió en el egundo exportador mundial de salmónidos. Durante los primeros diez o doce años del nuevo siglo y a pesar de la catástrofe provocada por el virus ISA, todo iba a pedir de boca. El apetecido pescado se constituyó en la carta de presentación del país en las más conspicuas mesas del mundo. Cobre, vino, salmón y billetes por montón. A tal punto triunfó la industria piscícola que sus ganancias del año 2014 alcanzaron la friolera de 4.500 millones de dólares.
Desde entonces la belleza salvaje y lluviosa de los ríos y mares de la región fue mutando de trecho en trecho. En sus costas y riberas se instalaron factorías, campamentos, balsas, basurales y depósitos de riles, con la consiguiente fetidez ambiental y creciente contaminación acuática. De vez en cuando campesinos o pobladores nostálgicos lograban atrapar con sus anzuelos algún gigantesco salmón escapado de su celda. No se trataba, claro está, del austero pez de antaño, sino de un monstruo hinchado por los antibióticos y la harina de pescado.
El otrora “pez de oro” es un producto que sólo piden los turistas, pues los nativos saben que tan apetecible carne no es otra cosa que una espléndida manzana envenenada. Pigmentados con astaxatina y tratados con ingentes y descabelladas cantidades de ácido oxolínico y flumequina, los rosados salmones del sur son, hoy por hoy, el producto estrella en el glamoroso menú de la muerte.
Este articulo fue publicado por su autor en su sitio de facebook bajo el titulo COBRE, VINO, SALMÓN Y BILLETES POR MONTÓN. En el texto original aparece Chile como el cuarto exportador de salmón, pero en realidad hace más de una década es el segundo exportador después de Noruega.