13 - septiembre - 2024

Cuba en el Mundo: Una reflexión equilibrada sobre el legado de Fidel Castro

En medio de las mezquinas y odiosas caricaturas de sus enemigos, y el lloriqueo laudatorio de sus adoradores, es difícil encontrar una reflexión serena y equilibrada sobre Cuba y la gigantesca figura política de Fidel Castro. Por eso ofrecemos una crónica de Jean Mendelson, que fuera Embajador de Francia en Cuba durante cinco años. Jean Mendelson fue Primer Secretario de la Embajada francesa en Chile durante los últimos años de la dictadura. Hombre generoso y solidario, dejó en Chile una huella imborrable. Su reseña ofrece una visión equilibrada, más cercana a la realidad que a los sueños.


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Por Jean Mendelson – Ex embajador de Francia en Cuba (2010-2015)


«Durante decenios, cada cual se preguntaba lo que ocurriría el día de la muerte de Fidel. Ahora ya nadie se plantea la pregunta, porque se sabe lo que ocurrirá: Se organizarán los funerales”. Esta humorada la escuché en el 2010 en La Habana. Desde hacía cuatro años Fidel Castro ya no ejercía el poder.

En América Latina, la emoción es sin duda sincera; se ve a Fidel Castro sobre todo como el símbolo de la independencia y la resistencia a los EEUU. Durante décadas Fidel Castro le permitió a numerosos latinoamericanos practicar el anti americanismo por persona interpuesta. Además, la presencia solidaria de los cubanos en América Latina, en medio de las catástrofes naturales, sigue siendo una realidad tangible. Como en África, en donde se recuerda además la confrontación entre los ejércitos cubano y sudafricano que, más allá del conflicto de Angola, permitió la independencia de Namibia, y contribuyó al mismo tiempo a la caída del régimen del Apartheid (lo que afirmaba Nelson Mandela quien, de manera significativa, reservó su primera visita de hombre libre fuera de África, a Fidel Castro).

Una imagen internacional y una política extranjera son raramente factores determinantes en el sentimiento de una población por sus dirigentes. ¿Cómo pues estimar las reacciones de los Cubanos al anuncio de la noticia de la muerte de «Fidel»?

Obligado por la enfermedad, tal vez también por decisión personal, Fidel Castro está casi completamente retirado desde hace más de diez años; la población cubana tuvo pues el tiempo de aprender a “vivir sin Fidel». Sin duda hay que distinguir entre las generaciones, sin negar la emoción natural que acompaña la desaparición de toda figura histórica de tal magnitud. Para la población de más de 60 años, que conoció el régimen de Batista (y que representa una parte importante de Cuba, cuya pirámide demográfica es una de las debilidades más inquietantes para el futuro del país) o para la “juventud” de menos de 60 años que pierde la figura tutelar que la acompañó durante toda su existencia, se puede imaginar la importancia del traumatismo. Más ambivalente es probablemente el sentimiento de los jóvenes cubanos, para quienes el Líder máximo es una curiosa mezcla: algo entre un abuelo represivo y algo chocho, objeto frecuente de innumerables chistes a veces hostiles, y un símbolo de orgullo patriótico.

Fidel Castro fue el joven jefe romántico de una gesta heroica, devino el jefe de Estado de un país que sigue siendo dirigido por un partido único, en donde la oposición no tiene existencia legal, y permaneció durante 47 años en el poder con el apoyo de una parte de la población imposible a estimar, pero probablemente muy importante.

¿Es posible hacer un balance sin olvidar que las recientes transformaciones que ha conocido Cuba son frecuentemente posteriores al retiro del “Comandante en jefe”, pero se hicieron con su acuerdo o al menos sin que nunca haya mostrado hostilidad hacia ellas? Cuba no es, obviamente, un sistema totalitario: es un sistema de partido único, dónde el poder del partido comunista se ejerce sin contrapesos, en el que ninguna expresión colectiva puede existir contra el partido, sino sólo al lado (francmasonería, Iglesia católica, etc.). La expresión individual es, por su parte, más o menos libre. La población vive en una relativa pobreza, visible y muy igualmente repartida (pero sin la miseria que se puede ver en los países vecinos).

El maniqueísmo ambiente impide aproximarse a la realidad de la especificidad cubana. Es inútil analizar la naturaleza de un régimen político que escapa a las tipologías tradicionales. Cuba no corresponde a ninguna casilla: ni democracia representativa, ni dictadura. Cuba nunca fue una democracia parlamentaria; no es un verdadero Estado de derecho, a pesar de las apariencias y de un formalismo a menudo paralizante. Pero este sistema no es comparable con las dictaduras latinoamericanas aún presentes en nuestra memoria.

Por lo demás, Cuba tampoco tiene nada que ver con prácticas aún frecuentes en los países vecinos considerados como democráticos: en Cuba no hay ni asesinatos políticos, ni ejecuciones extra judiciales, ni secuestro o desaparición de estudiantes, de sindicalistas o de periodistas disidentes; desde hace cinco años, así parece, ya no hay condenados detenidos por motivo político en las prisiones cubanas.

Un moratorio sobre la pena de muerte existe desde hace más de trece años. No olvido el acoso sufrido por los disidentes, pero tampoco tomo por un valor seguro esos desfiles dominicales de las “Damas de blanco” que la prensa extranjera presenta como esposas, madres, hijas o hermanas de presos políticos; lo que ellas fueron durante el decenio precedente, lo que ya no son en esta década.

Si se la juzga a la luz de las esperanzas que puso en ella una generación en los años 1960, Cuba es un fracaso patente. Si, en revancha, se compara a Cuba con su entorno geográfico, o sobre todo a la imagen que se muestra en Europa –la de un gulag del Caribe-, solo se puede reconocer la incongruencia de las conclusiones apresuradas y fáciles: Cuba sigue siendo una sociedad relativamente igualitaria, en la que el acceso de todos a la cultura, a la educación, a la salud, constituye una garantía comúnmente reconocida, en la que las costumbres conocen libertades ampliamente en avance con relación a un continente aún muy conservador (derecho de las mujeres, evolución hacia la paridad, control de la natalidad, derecho al aborto, y también, a riesgo de sorprender, situación de la homosexualidad), y donde el lazo social sigue estando tan felizmente presente cuanto las libertades políticas están tristemente ausentes.

Salvo si se reducen los Derechos del Hombre a las libertades políticas, nada permite aceptar las incongruentes descripciones que hacen de Cuba una suerte de “Corea del Norte del trópico”.

Existen, es verdad, en el territorio de la República de Cuba, individuos detenidos, sin juicio, desde hace más de doce años, casos de tortura reconocidos e incluso reivindicados, una arbitrariedad que ninguna Justicia controla: es en Guantánamo, pero eso escapa al control del Estado cubano…

Fidel Castro proyectó su país de talla modesta al centro de la atención del mundo, lo que no es ciertamente una garantía de felicidad para su pueblo. Pero no sirve de nada oponer los brillantes éxitos políticos del dirigente cubano a sus graves fracasos económicos. La estatización de la casi totalidad de la economía cubana no constituye, evidentemente, un modelo à seguir. Pero es imposible contentarse denunciando este modelo sin tomar consciencia de la parte esencial del embargo/bloqueo ilegalmente impuesto por los EEUU (se busca la palabra exacta para definir esta política: más que un embargo, menos que un bloqueo, esta medida unilateral que le es impuesta a empresas de terceros países, y de la que se piensa a menudo erradamente que encuentra su justificación en la situación de los Derechos del Hombre en Cuba, fue lanzada ya en los años 1960/61 como una reacción à la nacionalización de empresas americanas).

El hombre que desaparece era un personaje fuera de normas, a veces entusiasmante y a veces insoportable, y que, como todas las figuras históricas de esta magnitud, pudo suscitar fascinación o rechazo, e incluso fascinación y rechazo. En la espera de un juicio histórico más sereno, se puede constatar que le dio a su país un lugar en el mundo, sin proporción con su peso demográfico y económico. Fue adulado en sus inicios, y denunciado más tarde, sin haber merecido sin duda “ni ese exceso de honor, ni esa indignidad”.

En Francia y en Europa, muchos de aquellos que se dejaron arrastrar por el sueño de una irreal Revolución cubana liberadora de su pueblo, luego del continente, se transformaron ahora en los celosos críticos de una suerte de “gulag del trópico” no menos irreal.

Porque, a fin de cuentas, el verdadero milagro es que Cuba haya resistido a contra corriente en tal contexto geopolítico, y haya devenido lo que es, aún cuando esté muy lejos de lo que soñaban quienes formaron parte de la generación revolucionaria de 1959.

Pero la realidad lo escucha con otro oído
Y es a su manera que hace maravillas
Tanto peor para los soñadores, tanto peor para la utopía

(Aragon – “Le roman inachevé).

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