El poeta nicaragüense de 92 años de edad ha declarado que “Estamos en una dictadura y soy un perseguido político de la pareja presidencial, y no te puedo hablar más”, frente a la demanda de la justicia de pagar 800 mil dólares por supuestos daños y perjuicios por supuesto incumplimiento de contrato de unos terrenos en Solentiname.
En 1966 Cardenal fundó una Asociación en la isla de Solentiname para enseñar a los campesinos a pintar y a escribir poesía. En la década de 1990, la Asociación decidió convertir uno de sus centros en un hotel.
Ernesto Cardenal, premio Reina Sofía y Pablo Neruda, una de las glorias de la literatura latinoamericana, considera que esto es parte del hostigamento del gobierno de Ortega.
Ernesto Cardenal ha recibido la solidaridad de muchos escritores de todo el mundo. La escritora nicaraguense Gioconda Belli dijo que Ernesto Cardenal era «un poeta esencial que no merece más que amor».
El escritor chileno Luis Sepulveda escribió una sentida columna de solidaridad con el poeta Cardenal:
LA CABRONADA MAYOR
Luis Sepúlveda
Eso es lo que el matrimonio Ortega, los dueños de Nicaragua y de lo que quedó de la revolución sandinista le están haciendo a Ernesto Cardenal. Una cabronada. La mayor de las cabronadas.
Tras una farsa de juicio a medianoche lo condenan a pagar una multa de 800 mil dólares y como no puede ni debe hacerlo, le quitarán -si es que ya no lo han hecho- su casa, sus libros, sus recuerdos.
La casa del gran Poeta nicaragüense no es un palacio . Un par de habitaciones, unas mecedoras, una cama, una hamaca, muchos libros y fotos de los muchachos, de sus muchachos caídos por una Nicaragua mejor. Eso es todo.
Ernesto Cardenal paga el precio de tener voz, de ser muy grande y consecuente, de no callar ante los abusos de quienes vendieron y prostituyeron la revolución sandinista. Lo castigan por no agachar la cabeza ante el poder del clan de los Ortega.
Menos mal que Ernesto Cardenal tiene un vecino, Sergio Ramírez, que ya lo visitó para decirle «te vienes a mi casa, Poeta».
Me une a Cardenal el cariño que une a los que se conocieron en los años duros, en los años de plomo, y por eso le escribo para también decirle «vente a mi casa, Poeta, que también es la tuya».
Y si es necesario lo voy a buscar ahora mismo.
El escritor Sergio Ramírez publicó en su facebook el siguiente artículo
LOS JUECES DE CAIFÁS
Sergio Ramírez
Apenas he sabido este domingo que Ernesto Cardenal ha sido notificado por medio de una cédula judicial que debe pagar 800 mil dólares en un proceso que le inventaron hace tiempo, cruzo la calle para irlo a ver. Somos vecinos hace tiempo.
Esta casa es el único bien que Ernesto posee sobre la tierra, y nunca ha querido más. Cuando los jueces la subasten, no servirá de mucho para abonar esa deuda de inquina y odio que le cobran. No servirá que sepan que por su puerta entraron un día Günther Grass, Graham Greene, García Márquez, Julio Cortázar, Harold Pinter.
Es la misma casa donde ha vivido por casi cuarenta años, desde el triunfo de la revolución, y desde hace tiempos necesita una mano de pintura. Adentro lo que hay es penumbra, las mismas mecedoras de mimbre en la sala, y en las paredes las fotos desleídas de los muchachos de Solentiname, hijos espirituales suyos, que cayeron en combate o fueron asesinados en las cárceles de Somoza. Y unas cuantas esculturas, cactus, garzas, peces, armadillos, en las que sigue trabajando a sus 92 años, y que son su principal fuente de ingreso.
Entro a su dormitorio conventual. Un catre de monje, otra mecedora, un estante de libros. Por la ventana se mira el verdor del patio. Lo encuentro sentado en el borde de la cama, donde hace sus meditaciones, la primera de ellas a las cuatro de la madrugada. Ha sido fiel con lo que cree, y la pobreza lo acompaña.
Cuando vengan los jueces de Caifás con sus tasadores oficiales a levantar inventario de lo que hay en esta casa para confiscarlo todo, encontraran muy poco. Los mismos viejos muebles, sus libros en los estantes, esos sí, muchos, pero que seguramente no servirán a la voracidad de quienes quieren despojarlo por venganza. Tirria, decimos en Nicaragua. Le tienen tirria por ser tan grande y por hablar tan alto, por no callarse nunca.
Recuerdo a los jueces de Caifás, porque recuerdo su poema de Gethsemani, Ky:
Es la hora en que brillan las luces de los burdeles y las cantinas. La casa de Caifás está llena de gente. Las luces del palacio de Somoza están prendidas. Es la hora en que se reúnen los Consejos de Guerra…
Al poeta más grande de Nicaragua le han notificado la sentencia condenatoria, urdida a medianoche, por medio de cédula judicial, como a alguien que no tiene domicilio conocido. El juez que lo ha condenado va a ordenar que lo saquen de esta casa para entregarla al demandante inventado por el poder que quiere humillarlo. Ninguna otra cosa puede esperarse. La pretensión es dejarlo en la calle.
No hay más, poeta, le digo, son unos pocos pasos, se viene para mi casa con sus cuatro bártulos, y sus libros, si es que no le secuestran sus libros. Tulita mi mujer estará feliz de recibirlo. Imagínese lo bien que la vamos a pasar, conversando.
Eso sí, agrego, prepárese para una gran disputa, porque serán miles en Nicaragua los que querrán llevárselo a vivir con ellos también, un honor así no pasa tan fácilmente desapercibido, como no pasa desapercibida esta injusticia colosal a la que lo someten los jueces de Caifás.
Fernando Butazzoni es un escritor, guionista y periodista uruguayo, ex combatiente del FSLN, ex oficial del Ejército Popular Sandinista. ha escrito una:
CARTA ABIERTA A DANIEL ORTEGA
Fernando Butazzoni
Daniel: ¿Te acordás cuando me dijiste, allá en El Chipote, que admirabas a Ernesto Cardenal y que él era una gloria de Nicaragua? En aquel momento todos estábamos felices porque El Chipote, en el mismo corazón de Managua, ya no era un lugar siniestro. Estaba por fin lleno de luz, de muchachos y muchachas que no tenían miedo. Hasta las aguas de la laguna de Tiscapa parecían menos oscuras.
Eso fue por agosto o septiembre de 1979, cuando la revolución recién empezaba. Aquella tarde viniste al campamento con Javier Pichardo, el Emilio del Frente Sur, y con otros compañeros comandantes. También estaba el flaco Alejandro, y estaba la China a mi lado, un poco asustada, y estaba el Braulio, que después fue embajador, y la hermana de Marisol que parecía una niña disfrazada de soldado. ¿Te acordás?
Luego resultó que tu admiración por el poeta Ernesto Cardenal se convirtió en odio y persecución. Y ahora, casi cuarenta años después, vos y tu mujer siguen ensañados con él, y con trapisondas legales lo quieren humillar sacándole los pocos reales que pueda tener, confiscándole la casa donde vive y dejándolo en la calle. Por cierto que él es un opositor a tu gobierno, pero la revolución sandinista se hizo también para eso: para que los opositores no tuvieran que andar escondidos, para que no los persiguieran ni los torturaran allí, justo allí, en El Chipote donde vos habías estado preso. Vos dijiste que la revolución se hizo para la libertad. ¿Qué pasó, Daniel? ¿Te olvidaste de todo aquello?
En 1979 vos y yo éramos jóvenes. El flaco Alejandro, la China y el Braulio también. Pero Cardenal ya era un cincuentón de barba blanca, un cura flaquito y siempre tímido. Él ya era un patrimonio nacional. Por eso lo nombraste ministro de Cultura, porque su prestigio engalanaba tu gobierno.
Hoy él es un anciano de 92 años, y es un patrimonio del idioma y de toda América latina. Tiene mucho más prestigio ahora que en 1979. A vos, Daniel, no te pasa lo mismo, aunque tenés mucho más poder y mucha más plata que en aquel entonces. Él es un cura decente, pobre y revolucionario, admirado en todo el mundo. Vos sos apenas un reyezuelo atrapado en su palacio, dizque casi un príncipe consorte.
Todos sabemos que bastaría un gesto emanado de tu corte para que cesen los acosos y el encarnizamiento contra Ernesto Cardenal. Somos miles los escritores y artistas que, en todo el mundo, te exigimos desde hace años que dejes en paz al poeta. Muchos piensan que reclamártelo una vez más es un gesto inútil. En todo caso es un gesto de dignidad que bien merece el pueblo de Nicaragua. Te pido que lo consideres.
Sé que una carta abierta es un método de comunicación bastante reprobable. Pero en este caso es la única manera de intentarlo, ya que tu embajador en Montevideo, el hijo de Licio Gelli, no me merece ninguna confianza, y allá en tu palacio me tienen prohibida la entrada.