El 14 de marzo se cumplen 134 años de la muerte de Karl Marx. El destacado escritor chileno Omar Pérez Santiago recrea los hechos.
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Hace frío y cae una llovizna suave pero persistente, como es común en esta época del año en Londres.
Es el miércoles 14 de marzo de 1883 en Londres, centro del imperio británico.
A las dos y treinta de la tarde aparece por la esquina de la calle Maritland la figura alta y delgada de Friedrich Engels. Tiene 63 años y viene caminando erguido como acostumbra; impecablemente vestido y un sombrero de fieltro le otorga su fama de dandy o hipster. Entra a la casa con el número 41 de Maritland, la casa donde su extrañable amigo y camarada Karl Marx yace enfermo.
Al interior, lo recibe el desconsuelo. La joven hija menor de Karl Marx, Eleonora de 28 años y la mucama Helene están en lágrimas. Karl Marx ha sufrido una recaída tras una hemorragia y se encuentra en el duermevela del aquejado.
—Karl Marx está en su estudio, dice la criada de la familia, la señora Helene Demuth de 63 años con la que Karl Marx tuvo un hijo no reconocido.
—Entre, le dice a Engels.
Karl Marx está ciertamente en su sillón vestido de usual traje negro, en la soñera del agónico, pero ya no despertará más.
La muerte gótica, vestida también de riguroso negro, ya está serena a su lado.
Karl Marx ha esperado la llegada de su mejor amigo. Necesitaba que estuviese allí. Ahora siente que no está abandonado, no está solo.
Entonces, Karl Marx acepta a la señora Muerte sin ningún reproche, hasta con serenidad y sosiego, diría. Sobrio y sin lamento. Karl Marx ya sabía a que había venido a la vida, conocía el sentido de su vida.
Entonces.
¿Para qué gastar sobre tiempo ya en esta vida mezquina?
¿Salvarse? ¿Para qué?
Se ha ido ya Jenny, su mujer. Y hace sólo dos meses se ha ido su hija mayor, su amada Jennychen, a los 38 años.
No está mal morir. Es lo que hay que hacer en el momento indicado.
Levemente detuvo el pulso y la respiración:
Karl Marx ya ha muerto.
Respiramos y dejamos de respirar, en eso consiste morir.
Friedrich Engels suspira y saca su reloj de faltriquera de su chaqueta victoriana.
Son las 2:45.
Friedrich Engels tiene sentido de la historia.
Le enterraron el día sábado 17 en el cementerio de Highgate, en el lugar donde un año y medio antes habían enterrado a su mujer, Jenny von Westphalen, baronesa Westphalen.
El cementerio Highgate no queda lejos de Maritland, cerca de Hamspted Heath, donde Marx acostumbraba a dar un paseo con amigos y su familia.
A Karl Marx le gustaba caminar, como a los grandes pensadores.
El tiempo seguía lluvioso y frío, como es común en Londres, la ciudad donde Karl Marx pasó exiliado toda su vida, desde la oleada revolucionaria de 1848.
Ahora, hay en Londres un Marx Walking Tour, un paseo donde te explican a viva voz los domicilios de Marx en la ciudad y hacen turismo con la miseria helada, oh, la pobreza de los inmigrantes políticos.
11 personas acudieron al funeral:
Helene Demuth, la criada alemana;
la hija menor de Karl Marx, Eleonora.
Nueve hombres de riguroso negro y sombreros de copa:
Su amado amigo, epítome de la amistad, Friedrich Engels;
el biólogo naturalista británico, discípulo de Darwin, Ray Lankester;
los socialistas franceses, yernos de Marx,
Charles Longuet y Paul Lafargue.
La mayoría la componen sus paisanos alemanes, sus cinco amigos:
Wilhelm Liebknecht, fundador del Partido Socialdemócrata;
Friedrich Lessner, amigo con credenciales de activista;
Carl Schorlemmer, profesor de Química en Manchester;
Gottlieb Lemke, físico y matemático alemán, y
Lochner, antiguo miembro de la Liga Comunista.
Sobre el ataúd, el físico alemán Gottlieb Lemke dejó dos coronas con lazos rojos, una del periódico alemán Sozialdemokrat y otra de la Asociación de Trabajadores Alemanes de Londres.
Nulla crux, no había cruz.
Su yerno, Charles Longuet, el marido de su Jennychen, leyó telegramas de condolencia de los partidos socialistas de Rusia, Francia y España.
Wilhelm Liebknecht pronunció un discurso en alemán: “He venido desde el corazón de Alemania para expresar mi amor y gratitud a mi inolvidable maestro y leal amigo.”
Su viejo y noble compañero, Friedrich Engels, vestido de riguroso traje Victoriano gótico y pañuelo negro en el cuello, toma aire.
Friedrich Engels se propone realizar el rezo fúnebre; con temblor, sí, pero firme igual. El rito funerario de la despedida, es un modo de cerrar el círculo de la amistad.
Engels habla con vértigo desde el final de una vida intensa que ya termina.
Así fue la muerte de Karl Marx.
Digan ahora si me equivoco.