Carolina Goic va a quemarse en una hoguera inútil, a diferencia de Juana de Arco que fue heroína
Por Jorge del Carmen Ripper.-
Juana de Arco era devota de la Virgen María. A los 14 años recibió llamados divinos que le ordenaban salvar a su nación en ruinas.
Un tío suyo la llevó ante el comandante del ejército. Este la envió ante el rey.
Políticamente, las cosas del rey de Francia estaban muy mal.
Los ingleses invadieron Francia. Sólo faltaba la caída de Orleans.
El rey Carlos daba perdida la guerra. ¡Qué más da! pensó. Y en actitud desesperada nombró a la mística Juana como capitana. Juana va a Orleans con 10 mil hombres insuflados de pasión y triunfaron en Orleans. Ganó fama y entonces, aparecen las corridas, los rumores, intrigas políticas obscuras, traiciones, y acoso. Ciertos mandarines le hicieron la guerra política.
Pero Juana de Arco está engrandecida y va a liberar París. Pero allí, ¡oh, los juegos de la política! le retiran las tropas a su mando. Juana es herida y cae prisionera de los Borgoñeses. Los franceses la vendieron a los ingleses por mil monedas de oro, los desgraciados.
Los ingleses acusaron a Juana de Arco de bruja y le aplicaron la hoguera. Juana de Arco era muy joven, tenía apenas 19 años de edad, cuando fue quemada viva. Quedó en la historia como santa y una heroína.
A Carolina Goic la nombraron capitana del agobiado partido demócrata cristiano. Ciertas voces de más arriba le dicen que su rol es salvar al partido.
Carolina Goic es joven y sin mucha experiencia política. Seguramente sueña, cuando está con su almohada, que la buena fortuna la acompañe. El destino, (o Dios, que es lo mismo) la ha puesto en una encrucijada difícil e inútil. Los optimistas tienen tendencia a pisar el palito.
Primero Carolina Goic, como Juana de Arco, quizá pensó triunfar en Orleans. Pero, ahora quiere ir a París.
Es decir, Goic opta por ir al sacrificio y la inmolación, sin darse cuenta que su proyecto es inviable e inútil.
Hace vista gorda de la profusión de cuchillazos entre los condes y subcondes de su partido, entre veteranos “guatones”, “chascones” y “colorines”. Tampoco esos viejos guatones, chascones y colorines, tampoco recuerdan muy bien por qué los lotes se llaman así. El paso del tiempo blanquea todo y los ojos tienen el color de la bruma. Uno se acuerda mal.
Es muy probable que un poco de sangre inútil corra en la Junta Nacional del fin de semana, y es muy probable que la gente que camine desprevenida por la vereda del Circulo español, escuche gritos adentro y vea gotas de sangre cuajada en el piso. Es probable.
Goic no será presidenta de Chile, no pasará a segunda vuelta. No levantará a la Democracia Cristiana. .
Pero los veteranos le hacen creer a Carolina Goic que esto es una marcha histórica, y le tararean en los oídos de la joven Goic, los himnos de la Patria Joven de Frei Montalva y los miles marchando en el Parque O’Higgins con banderas de la falange.
Es patético. Lo más triste es ver a un viejo moribundo y postrado que no quiere morir, porque cree que aún tiene algo que dar.
Todos los demás políticos miran con sorna el desconsolado espectáculo de esta pobre y deslucida marcha de los viejos estandartes.
Es ventajoso para todos, piensan por debajo los demás, pues la democracia cristiana perderá influencia, tome un camino u otro.
Carolina Goic quedará sin cargo político. No tendrá cargo parlamentario.
Y todos los veteranos, los viejos estandartes que la enviaron a París con el rango de capitana, la negociarán y le echarán a ella la culpa del desastre inminente.
Quizá la venderán por mil monedas de oro. O menos. Mucho menos, porque también son ávaros.
Juana de Arco resistió el asedio militar. La traicionaron, pero quedó en la historia como santa y una heroína de la patria.
Carolina Goic, en cambio, apenas será una línea en el capítulo del crepúsculo de la DC, cuando tenga que apagar las luces de la antes gloriosa Democracia Cristiana.
Triste solitario y final.
“Triste solitario y final” es el título de la hermosa, humorística y nostálgica novela de Osvaldo Soriano sobre la decadencia. El título es un intertexto. Soriano lo tomó de la novela El largo adiós de Raymond Chandler:
«Hasta la vista amigo. No le digo adiós. Se lo dije cuando tenía algún significado. Se lo dije cuando era triste, solitario y final».