Por Jorge del Carmen Ripper y su análisis político.-
El Opus Dei y Los Legionarios de Cristo estarían muy nerviosas porque malician que Piñera estaría por sustituir de su entorno a sus miembros por personajes o actores no adscritos o extraños, como una infiltración de masones carbonarios o illuminatis.
Sebastián Piñera cae o se estanca en las encuestas de la carrera presidencial. Es sabido que Piñera odia perder y en este momento busca explicaciones. Dicen que se ha vuelto a comer las uñas, hasta el extremo de dejar la piel al descubierto. Dicen que ha necesitado comprarse uñas postizas. La onicofagia es un síndrome en Piñera que reaparece en él cuando está muy ansioso.
En el secretismo y en su astucia, Sebastián Piñera sospecha, que puesto que ha delegado tareas a ciertos asesores, ha ido perdiendo fuerza, lo que se demuestra en el decrecimiento en las encuestas, o por lo menos , en un claro estancamiento. Del 29 % en diciembre al 24 % de ahora en abril.
El último tiempo Piñera delegó tareas a algunos asesores, un gran esfuerzo para él, pues a él le gusta meterse en todo, para tener las cosas bajo su control pues, en el fondo, Piñera sólo confía en sí mismo.
Pero, por su carácter expansivo y los malos resultados en las encuestas, lo ha llevado de vuelta a meterse en todo. Piñera siempre oyó escuchar que no hay que meterse con mucha gente al mismo tiempo, porque cuando le llegue un golpe no va a saber de dónde viene el ataque.
En las reuniones bilaterales íntimas y secretas con sus asesores ha demostrado su incertidumbre y sospecha que hay gato encerrado, o que, muy típico de su jactancia, sospecha de que hay gente en su entorno que trabaja con ideas necias. Piñera le da vuelta a las cifras y a los datos y siente que algo no calza. Ha perdido su sentido de humor y se recusa su espíritu anímico. Vive en un estado permanente de aprensión.
Le cuesta aceptar su caída en las encuestas, cuando, según sus cálculos, todo le debía indicar que debería subir.
Su poderoso radar para detectar amenazas algo le dice, pero que él aún no descifra que es exactamente lo que le hace ruido.
Aunque sospecha de otras sectas poderosas como las órdenes del Opus Dei o Los Legionarios de Cristo. Estas sectas estarían muy nerviosas porque malician que Piñera estaría pensando en hacer una “revolución” en puntos clave de su entorno, o si no al menos, una sustitución de sus miembros por personajes o actores no adscritos o extraños y peregrinos. Una trama que conduce a la sospecha casi pornográfica o morbosa o diabólica de la potencial infiltración de masones carbonarios o illuminatis, que rompería la homogeneidad cultural de la derecha.
Esos miembros del Opus y de Los Legionarios también estarían escamados porque, en su profundo espíritu anti masón, consideran un evidente avance de los masones con Alejandro Guillier y su candidatura de centro izquierda.
Este miedo o desarreglo psicológico es, probablemente, lo que ha llevado a Piñera a comerse las uñas y a construir muy en secreto, (el antagonista no debe conocer sus estrategias), nuevas hipótesis algo delirantes o truculentas. Como por ejemplo, que “El Frente Amplio representa un camino de extremismo”, es decir, igual a seres alienígenos venidos de otro mundo.
A Piñera se le ha cruzado la fábula que el Frente Amplio de la periodista Beatriz Sánchez es una conspiración de encubrimiento de sensibilidades globalizadas. Piñera parece creer que todo es un silencioso complot en contra suya y de ese modo el expresidente impregna el debate con la desconfianza y el odio.
¡Menuda forma de mirar la política!
Sebastián Piñera en su confusión delinea burdamente el enemigo que le conviene: con malicia establece un modelo de enemigo que le lava el cerebro a la gente. Él intenta fabricar una historia maniqueísta, blanco o negro, buenos o malos, de una manera malvada. Predica una persecución despiadada de guerra ideológica como una cruzada. No quiere debatir los temas de fondo.
Piñera, come uñas. Onicófago.