20 - septiembre - 2024

Martillazo en la nuca. Rector Peña trata de payaso a Sebastián Piñera en El Mercurio

En El Mercurio de hoy domingo el rector Carlos Peña ha publicado su columna dominical bajo el título El Político circense, un martillazo directo a la nuca del actual candidato a la presidencia, Sebastián Piñera. Faltando una semana para la realización de las primarias, Carlos Peña descalifica a Sebastián Piñera afirmando  que tiene «una extraña compulsión por la  conducta de tipo circense».

Cabe recordar que Carlos Peña ya había dedicado el año pasado una columna con titulo similar al hermano de Sebastián Piñera, el economista José Piñera, demostrando así que, en opinión de Carlos Peña,  el mal del payaso es un mal familiar. «José Piñera, artista circense».

El político circense

Por Carlos Peña

El problema del chiste que hizo Piñera no proviene del contenido de lo que dijo -en cualquier caso del todo inadecuado para una sociedad interesada en la igualdad de género-, sino del hecho de que él revela un notable rasgo de su personalidad.

Se trata de su extraña compulsión por la conducta de tipo circense.

No es que él sea machista, no más al menos que el promedio; tampoco que desconozca o no comparta la agenda de género; menos que sea inconsciente del rechazo que provoca el abuso sexual; ni siquiera que sea descuidado o negligente al preparar sus intervenciones.

No.

Lo suyo no es ideológico.

Su problema es que solo sabe relacionarse con los demás como si todos quienes lo rodean, lo escuchan, lo miran o le hablan no fueran sino un público imaginario ante el cual él debiera hacer alguna gracia, alguna contorsión siquiera lingüística, pronunciar alguna enumeración sorpresiva, exhibir alguna destreza, ejecutar lo que en su imaginación equivale a una pequeña genialidad, a un malabarismo que saca aplausos. Hanna Arendt observa que, al revés de lo que creyó buena parte de la filosofía, lo más propio del animal humano no es ser esto o aquello, sino aparecer en un ámbito ante la vista de los demás, mostrarse. Por eso, insinúa, los niños en sus primeros años se muestran y se esmeran en llamar la atención de quienes los rodean como si el mundo no fuera sino un escenario.

Si Hanna Arendt hubiera conocido a Sebastián Piñera, no habría necesitado argumentar para demostrar su tesis: le bastaría haberlo señalado.

Pero lo más notable es que los frecuentes tropiezos del ex Presidente -las conocidas como «piñericosas», a las que se acaba de agregar una perla- no son, como livianamente pudiera creerse, fruto ni del descuido ni de la improvisación. Al revés. El problema es que son el resultado de la más estricta planificación, de la más cuidadosa y racional deliberación. No hay en ellos nada de improviso.

Lo que ocurre al ex Presidente es que el resto de los seres humanos (incluidos sus ministros y asesores) existen para él solo como público. Para una personalidad como la suya, los demás no son seres que interactúan, sino espectadores que lo miran para censurarlo o aplaudirlo. El resultado es que él, al planificar sus intervenciones, no logra imaginar un interlocutor. Y como no lo hace, sus performances pierden todo sentido comunicativo y se transforman en una cosa levemente maquinal, deslavada, que a veces roza lo absurdo. Y es que cuando un automatismo se delibera -y la comunicación es un automatismo-, en realidad se le suprime.

Ese rasgo de la personalidad del ex Presidente -esa personalidad que experimenta a cada paso la necesidad de hacer una gracia, de ejecutar un desplante, una pequeña destreza- podría constituirse en un rasgo puramente idiosincrásico suyo, carente de toda importancia, si no fuera que él cumple el rol de un líder político cuya labor no es exhibir destrezas reales o imaginadas ante el público que reverbera en su imaginación, sino mostrar ideas, persuadir acerca de su bondad a la ciudadanía y brindar reconocimiento.

En especial brindar reconocimiento.

La gente, la ciudadanía, actúa a veces como público, es verdad; pero las más de las veces espera encontrar en el político, en su discurso, en la forma en que diagnostica la realidad o promete mejorarla, alguien capaz de validar la idea que ella se ha hecho acerca de su propia trayectoria vital. Y en el caso de los grupos medios de Chile, lo que ellos esperan es que se valide y reconozca la mejora de todos estos años que ellos viven, con quejas y todo, como el fruto de su propio esfuerzo.

Ahora bien, la compulsión del ex Presidente por esa conducta circense (circense no porque haga chistes, sino porque todo en él, incluso lo más serio, es actuación ante un ruedo de espectadores) lo hace incapaz de llevar adelante esa tarea que pudiera llamarse terapéutica de la política, la de conferir reconocimiento a las formas de vida y las trayectorias vitales de la gente.

Los grandes políticos como Frei o De Gaulle, por nombrar a dos que se inclinan a la derecha, fueron excelsos en esa labor y por eso tuvieron tanto éxito, que fueron capaces de modelar más allá de sí mismos la vida colectiva. Pero el político circense que cree que la comunicación consiste en hacer piruetas de variada índole en el escenario y repetir maquinalmente parrafadas ante la prensa (como le ocurre con demasiada frecuencia al ex Presidente Piñera) podrá sacar aplausos, pero nunca logrará estirar la realidad más allá de sí mismo.

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