En los países desarrollados, la hidroelectricidad fue desechada y solo vista como una opción del mundo subdesarrollado, que al no contar con la tecnología necesaria para buscar otras vías de solución, caen en manos de las transnacionales poco éticas, que hacen en el tercer mundo lo que no pueden hacer en sus países de origen.
Por Andrés Gillmore
13 de julio de 2017
El concepto de riesgo lo reconocen los expertos, como el “riesgo que anuncia un desastre futuro”. En la actualidad lo podríamos proyectar como un alerta ante calentamiento global y el cambio climático. Entender el riesgo en la actualidad es una obligación que debemos reconocer, a través de las múltiples variables con que esta relacionado en las diferentes facetas con la que se describen los procesos del riesgo.
En lo que respecta al riesgo de la intervención humana en los territorios y su relación con el cambio climático. La producción de energía por medio de la hidroeléctrica, de por si es una variable tremendamente contradictoria, cuando desechamos los riesgos inminentes que debemos considerar. Siempre ha sido riesgoso intervenir el medio ambiente, porque al hacerlo le quitamos la estabilidad natural a los ecosistemas y alteramos la biodiversidad de los territorios, afectando la proyección de futuro del territorio y de las comunidades. Cuando los ríos son intervenidos con proyectos mal evaluados, ponen en riesgo la sustentabilidad y el futuro del país.
La diferencia actual con el pasado en lo que se refiere a Hidroelectricidad, es que hoy tenemos conciencia plena de lo que puede suceder y los riesgos asociados que significan y presuponen lo que ocurrirá. Entendemos científicamente las múltiples implicaciones negativas y a diferencia del pasado, sabemos que es una forma no renovable de producir energía, porque interrumpe el curso normal de los ríos, produciendo alteraciones en la flora y fauna de los ríos intervenidos. La intervención retiene las arenas que arrastra la corriente y la causa de la formación de los grandes Deltas que se forman en las desembocaduras de los ríos, alterando el equilibrio natural de los seres vivos que habitan el río. Tampoco es menor el impacto escénico que producen estas intervenciones, al inundar importantes extensiones de terreno, produciendo la pérdida de tierras fértiles aptas para la agricultura, la ganadería y el turismo.
La instalación de grandes centrales durante el siglo XX, demostraron que intervenir ríos no es la solución para el tema energético en los tiempos que corren, si se quiere sustentabilidad y proyección de futuro. En los países desarrollados, la hidroelectricidad fue desechada y solo vista como una opción del mundo subdesarrollado, que al no contar con la tecnología necesaria para buscar otras vías de solución, caen en manos de las transnacionales poco éticas, que hacen en el tercer mundo lo que no pueden hacer en sus países de origen.
A pesar de la constatación informada de lo destructivo que puede ser sustentar parte de la matriz energética con hidroelectricidad, en la actualidad están en carpeta una serie de proyectos Hidroeléctricos de tamaño mediano y pequeño en los valles de la precordillera y en la depresión intermedia del Bío Bío. En la región de Aysén, están planificados para el próximo gobierno, sacar adelante dos proyectos energéticos de grandes proporciones, que intervendrán cuatro ríos emblemáticos (Baker, Pascua, Blanco y Cuervo) con diques y embalses.
En los próximos años según las proyecciones del ministerio de Energía, se construirán cerca de 57 centrales de pasada en el BioBío, que aunque no intervienen los ríos con diques de contención y embalses como los que pretenden construir en Aysén; generaran profundos impactos en la biodiversidad y empeoran la calidad del agua de esos territorios, al desajustar las cuencas hidrográficas en sus procesos naturales, afectando a decenas de comunidades que dependen de su medio ambiente.