Solamente Pancho Villa y el almirante Isoroku Yamamoto habían atacado a EEUU en su territorio. Los hispano-parlantes, con el idioma como única arma, lo hacen de nuevo. Pero también hieren su propia lengua nativa con el dialecto llamado ‘spanglish’
Escribe Arturo Alejandro Muñoz Los últimos gobiernos chilenos han coincidido en alentar el aprendizaje del idioma inglés en niños, jóvenes ya adultos, como una necesidad inherente al proceso de globalización que, bien lo sabemos, copa las principales actividades del mundo occidental minimizando las identidades locales al superponer una capa de mediocridad cultural a los acervos locales. Mientras esto ocurre acá en nuestro país, en el norte híper desarrollado la cuestión es muy distinta: la preocupación se centra en “la defensa del idioma inglés”, aparentemente amenazado por lenguas sureñas que han ido ganando espacio y público, cuestión que se observa cotidianamente en el comercio y en la prensa, de manera específica y principal en la televisión. “En muchos lugares de EEUU el inglés y el español están en la cama juntos, un contacto que es al mismo tiempo productivo y excitante”, afirmó el escritor Junot Díaz, un dominicano con nacionalidad estadounidense, ganador del codiciado Premio Pulitzer el año 2008. No piensan lo mismo Trump y sus asesores; tampoco lo hacen millones de ‘blancos’ estadounidenses que luchan con denuedo rayano en el racismo por preservar incólume la herencia de “los padres fundadores” de esa república. En Estados Unidos de Norteamérica ya son más de 50 millones las personas que hablan castellano, idioma que ocupa el segundo lugar mundial en la tabla de posiciones después del chino mandarín (898 millones), y por sobre el inglés (372 millones), el árabe, el hindú, el bengalí, el portugués, el ruso y el alemán. Este tema –el idioma español, que avanza con velocidad de crucero– comienza a desesperar a Donald Trump y a los gringos de la llamada “supremacía blanca”, porque se trata de una batalla en la cual no tienen espacio las armas y hay escaso espacio disponible para una arremetida bélica. Es una cuestión de números. Cada día son más los individuos que hablan castellano en los dominios del tío Sam, incluyendo a muchos anglosajones que por necesidad comercial –o por simple curiosidad– se acercan a la lengua cervantina. A decir verdad conversan y socializan mayoritariamente con cubanos y mexicanos, lo que en realidad ameritaría una nota aparte, pues con la participación de miles de centroamericanos, un nuevo lenguaje nació en las tierras de Elvis y Marilyn, –el “spanglish”–, que podría instalarse también en los primeros lugares. “Spanglish”: forma de locución usada por grupos de hispanos residentes en los Estados Unidos de Norteamérica, que deforma elementos del vocabulario y gramática del español y del inglés, creando una especie de dialecto con el cual se comunican rutinariamente y se identifican como comunidad. En esta lucha soterrada, algunas autoridades norteamericanas han llegado a extremos, como proponer “silenciar legalmente” las emisiones de programas en castellano, tanto en la televisión como en las radioemisoras, y prohibir la circulación de diarios, revistas y música en ese idioma. Hasta hoy, no han tenido éxito en sus objetivos de detener la expansión de la lengua cervantina, pues esta –de acuerdo a estudios realizados por expertos canadienses– es hablada en una veintena de países y, además, ha invadido terrenos de naciones angloparlantes llevando el idioma hispano a competir con la lengua shakesperiana urbi et orbi. En esta batalla sin armas, Donald Trump le pone cortapisas a la expansión idiomática señalada. Pronto sabremos de un proyecto emanado del salón oval que exigirá a todo inmigrante que desee obtener su residencia legal, hablar, escribir y conversar perfectamente en inglés. Además, una veintena de estados norteamericanos han legislado que el único idioma oficial es el inglés. Un ejemplo de ello lo encontramos en Iowa, el cual oficialmente es un estado de “english-only”. Sin embargo, más allá de las disquisiciones y pataletas estadounidenses por este asunto del embrollo lingüístico, para los hispano parlantes amantes del correcto uso de nuestro idioma existe una situación que alienta la desesperanza. Es el ya comentado “spanglish” que muy sólidamente se está imponiendo en las comunidades latinas residentes en Estados Unidos, preferentemente en California, Nuevo México, Florida y Nueva York. Es una especie de dialecto desglosado del castellano y del inglés, pero puede tener diferencias también; ello obedece al lugar donde ese ‘spanglish’ asiente sus reales, ya que no es lo mismo el vocabulario latino utilizado en Los Ángeles no es igual que el escuchado en Miami, o en Albuquerque. La música, a través de ritmos como el reggaetón (creado por músicos populares portorriqueños) y temas como el ya insoportable “Despacito”, es un aliado potente para la imposición del dialecto ‘spanglish’ en las comunidades latinas. A tanto ha llegado la expansión de ese pseudo lenguaje que en algunas librerías de estados como California, Nuevo México y Florida, es posible encontrar novelas y cuentos escritos en “spanglish”. La verdad es que no se requiere viajar hasta el hemisferio norte de este continente a objeto de certificar lo que en estas líneas se ha expuesto, ya que basta realizar un recorrido por nuestro país –por sus locales comerciales, su televisión y prensa, sus colegios y plazas– para constatar que en estos rumbos también hay una especie de ‘spanglish’ que alcanza cumbre y cima en los patios de comida de los diferentes centros comerciales y en la arrolladora publicidad audiovisual. Si en EEUU la “supremacía blanca” enciende luces de batalla contra la expansión del castellano y del ‘spanglish’, acá en Chile tenemos el semáforo con luz verde para que transiten a voluntad los anglicismos, argentinismos y otros ‘ismos’ que coadyuvan con eficacia a nutrir de elementos insospechados a nuestro viejo y querido castellano vapuleado por una juventud iconoclasta y globalizadamente tecnológica. Un diálogo simpático entre dos boluditos que espikean el inglitch… Pincha aquí: Espiker |