La Democracia Cristiana saldrá quinta en las elecciones presidenciales del domingo. Lo que significa una derrota definitiva del partido. Significa además la división del partido. Unos partirán hacia allá. Otros hacia el otro lado.
La DC, tal como la conocimos en la historia de Chile, se estrellará de frente contra la realidad y quedará fracturada. Esa noche será llevada a la posta de urgencia, con los dientes quebrados y la boca sangrante.
La DC no sacará más del 10 % de los votos.
Y esa noche será la más negra de la historia del partido.
No es el quiebre del Mapu, no es quiebre de la Izquierda Cristiana, no es la deserción del colorín Zaldívar.
No. Esta es la crisis terminal.
El domingo por la noche, Carolina Goic encerrada con sus pocos amigos más leales en una oficina, haciendo tiempo para salir a reconocer lo inevitable, el cierre histórico del partido.
En esa pieza, Carolina Goic mirará las cifras y llorará. Sus amigos le pasan un pañuelo y alguien maquillará lo mejor posible su piel blanca de croata.
Su estrategia de apoyar el camino propio del ala de derecha de la DC, será polvo y sangre.
Un grupo de militantes de base, por deferencia, esperarán el domingo por la noche, a Goic.
Habrán allí algunos pocos sargentos y casi ningún coronel. Uso conscientemente el lenguaje militar. El lenguaje aristocrático que les gustaba a los DC (de llamarse a sí mismos como príncipes y condes) ha terminado para siempre. No es chistoso, aunque lo parezca.
A la señora Goic, la nieta de inmigrantes croatas que colonizaron Punta Arenas, le ha correspondido el rol más amargo.
A sus 44 años, Goic bajará las escaleras con su traje azul de dos piezas y deberá enfrentar las cámaras.
¿Qué dirá Goic enfrentada a esta triste realidad?
¿Repasará el pasado histórico de un partido que fue grande?
¿Dirá Goic que no hay muerto malo?
¿Dirá Goic las palabras finales, la última palada frente a la tumba: Partido Demócrata Cristiano descansa en paz.
Lo cierto es que de ser un partido articulador, ahora serán unos señores, mayoritariamente en edad de jubilación, que buscarán negociar un rol más o menos decente en la política.
Confiarán aún en su muñeca política, pero simplemente como una manía de viejos mañosos. La mayoría del tiempo se les verá amurrados, como unos jubilados atribulados.
No es un buen modo de morir políticamente.
Claro que no. Es tan feo morir así.
El Mercurio los entrevistará a veces a dos páginas y ellos creerán que aún valen algo.
La mayoría de los actuales analistas políticos son unos profesores universitarios. Por razones de origen, ellos no dicen directamente lo que ocurrirá el domingo. No están acostumbrados a ser directos. Ellos deben conservar su limitada y pobre credibilidad académica. No pueden decir esto antes de las elecciones, porque sus puestos como profesores también son negociables. Es preferible decir ambigüedades que correr riesgos. Son las reglas de las universidades de pago.
Tampoco esos analistas universitarios reportean a las salidas de los partidos, o en las cafeterías cercanas. No se preocupan de escuchar el cahuín, donde las cosas se dicen por su nombre. Los viejos analistas políticos eran comanches que ponían la oreja en la tierra.
No. Los actuales analistas son fomes y sólo leen papers, estudios, estadísticas.
Pero, la verdad es que todos los rumores que corren en los comandos, los cahuines que se escuchan en las cafeterías, las cifras y encuestas que se manejan discretamente por los comanches que ponen la oreja en la tierra, es que el día aciago para la Democracia Cristiana, ha llegado.
RIP.