La economía cíclica, la democracia directa, la gestión colectiva de los bienes comunes… muchas de las herramientas de los nuevos movimientos sociales tienen su origen en el mundo rural.
Por Gustavo Duch
Noviembre de 2017
En los últimos meses las imágenes se han multiplicado. En televisión y en revistas hemos visto reportajes de pueblos fallecidos por impactos de modernidad. Retratos de casas deshechas que, como dice el poeta Héctor Castrillejo, en realidad están volviendo a su morada: “Estas casas están hechas con la carne del planeta / con tierra. / Son tierra y son Tierra”.
Los pueblos pequeños y quienes los habitan solo son noticia cuando se extinguen, como los guepardos y los linces. El ideal urbano nos impregna, también a las tintas de la prensa alternativa. ¿Pensamos que en los pueblos solo hay entrañables ancianos y agricultores enfadados? ¿Alguien sabe si se llenaron sus plazas en el 15M? ¿Puede lo rural ser un revulsivo de ruptura e inspiración? ¿Resuenan palabras como economía social, decrecimiento, buenvivir en los teleclubs de los pequeños pueblos?
John Berger decía que “la transformación con la que sueña el campesino es la que lo hará volver a ser el campesino que fue una vez”. Mientras las luchas obreras y progresistas miran hacia delante y sueñan con un futuro mejor, las luchas campesinas miran hacia atrás; su deseo es escapar de la dominación de los terratenientes o de las multinacionales, “vivir en paz lejos de la civilización dominante, percibida como una grave amenaza al orden social”. Así lo explica Silvia Pérez-Vitoria en su libro El retorno de los campesinos (Icaria, 2010), y esta es una de las claves para entender la distancia que separa históricamente lo rural y lo campesino de las revoluciones.
Sin embargo, es necesario romper estos estereotipos y prestar atención a las innumerables experiencias y valores que germinan y se reproducen en el medio rural, y que pueden ser una referencia para la construcción de nuevos mundos.
ECONOMÍA CIRCULAR
Jaime Izquierdo, autor de La Casa de mi padre (KRK 2012), recuerda que lo que hoy llamamos economía cíclica o circular hace miles de años que la inventaron las comunidades campesinas. Lo vemos claramente en la gestión de las unidades productivas, que integraban agricultura y ganadería y cerraban los ciclos energéticos. Mientras en la ganadería industrial las deyecciones de los animales son un problema difícil de gestionar, en la finca es el ingrediente mágico para devolver fertilidad a la tierra. Mientras en una ciudad se produce una cantidad ingente de despilfarro alimentario, gran parte del cual acaba en vertederos, las basuras de un hogar campesino alimentan al ganado o, bien compostadas, enriquecerán el suelo donde crecerán las verduras en el próximo ciclo agrario.
Daniel Boyano, paisano de Sanabria, sostiene que es imprescindible mirar las tradiciones del medio rural si queremos de verdad recuperar valores como la sostenibilidad y la democracia. “Hoy en día ni la ciudad ni sus movimientos sociales conocen el funcionamiento histórico de los pueblos, pero ‘reconociéndonos’ aparecerían sinergias en el camino del aprendizaje”. Un buen ejemplo que Daniel estudia y difunde es la forma de organización en Concejo Abierto y su democracia directa, que ha funcionado durante siglos en el medio rural y que especialmente a partir del 15M se pone en práctica en barrios urbanos.
DEMOCRACIA KILÓMETRO 0
Los Concejos Abiertos o Juntas Vecinales son asambleas de autogobierno de los vecinos y vecinas donde se toman decisiones sobre el patrimonio comunal y otras cuestiones que afectan a la comunidad. Bajo el tejo del pueblo o en la plaza de la villa, se daba una gobernanza de kilómetro cero. Las decisiones más importantes sobre sus bienes vitales (montes, agua, caminos…) se tomaban oyendo la voz de toda la vecindad sin excepción.
Y no es solo una fórmula de ‘democracia real’ y paritaria (las mujeres siempre pudieron asistir como representantes de su casa) sino una respuesta al dilema de cómo administrarnos. “Algunas personas confían en que el Estado controle estos recursos para impedir su desaparición; otras creen que su privatización resolvería todos los inconvenientes”, explica Daniel, “sin embargo, ni el Estado ni el mercado han logrado con éxito que la sociedad mantenga un uso productivo, a largo plazo, de dichos bienes naturales”. Existen otras formas de organización social que han regulado los recursos durante siglos de manera comunitaria, asamblearia y directa, con grados razonables de éxito. “Es la articulación ambiental, económica y social de los grupos humanos y sus pautas culturales, no meramente la legislación, lo que explica su dinámica”. Jaime Izquierdo añade un ejemplo muy claro: “La atmósfera es un bien de la humanidad y la ausencia de una perspectiva de gobernanza comunal a nivel planetario para el clima está llevando al mundo a un laberinto”.
APOYO MUTUO
Los campesinos y campesinas son, en boca de Eric R. Wolf, una suerte de “anarquistas naturales”. Decisiones a pequeña escala, gestión de lo común, y ahora, añadamos: apoyo mutuo. Tres consignas presentes en todos los ateneos libertarios de las ciudades. El auzolan en Euskal Herria o el A tornallom del País Valencià son el equivalente a las mingas latinoamericanas. Es el famoso hoy por ti y mañana por mí que ha permitido levantar ermitas, asegurar puentes y limpiar ramblas, y que contrasta fuertemente con el individualismo y la competitividad.
Sin embargo, flaco favor hacemos a los códigos rurales si los idealizamos. Belén Verdugo, feminista y campesina de Piñel (Valladolid), señala que los pueblos y el sector agrario en general son grandes reservas de patriarcado y que este tema debe dejar de ser un tabú. “Es lo que se ha llamado la ‘memoria social patriarcal milenaria’; el medio rural es el lugar donde se ha conseguido conservar lo injusto sabiendo que lo es”, dice.
El feminismo tiene, por tanto, también mucho trabajo en el medio rural, un ámbito con una economía y unas prácticas que tradicionalmente ha puesto la reproducción de la vida en el centro, observando y adaptándose a los ciclos naturales para no alterarlos irreversiblemente. Las economías campesinas han sido conscientes de nuestra interdependencia y ecodependencia, por ello es importante rescatar esos saberes y ponerlos a dialogar con lo que hoy se trabaja, por ejemplo, desde la economía social y solidaria. También las economías campesinas, recuerda Jaime Izquierdo, tenían en muchos casos su carta de principios, un código cultural de comportamiento recogido en unas ordenanzas locales, “en realidad una especie de constitución al estilo de la que tienen los Estados modernos, donde se educa a las niñas y niños en valores como los que ahora reclamamos para la nueva sociedad”.