Sergio Infante Reñasco es escritor que cultiva la poesía, aunque ha incursionado asimismo en la novela. Por más de 20 años fue profesor del Departamento de Español, Portugués y Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Estocolmo. Sergio Infante realiza aquí una lectura del reciente libro de Jesús Ortega, Con Alas de Papel.
Abordar un texto literario –con el fin comprenderlo– significa disponerse a cruzar el abismo que existe entre nuestra lectura y ese texto que otro ha producido. Cuando se trata de un libro de poesía ese esfuerzo envuelve unas exigencias específicas e intensas. Se abre el libro, aparecen unos versos y ya se ha activado el horizonte de expectativas que hace que esa lectura sea radicalmente distinta, por ejemplo, a la de una novela o un libro de ensayos. Implicará, si somos serios y apasionados lectores, nuestra disposición a encontrarnos con un artefacto lingüístico y cultural cuya trabazón es compleja: una constelación o convergencia de distintas figuras literarias, de sonidos en alianza con el sentido cuyo centro de gravedad es el ritmo, la metáfora fundamental, diría Octavio Paz. Un texto polivalente -como todos los literarios- que más que ningún otro exige no conformarse únicamente con una lectura horizontal sino que junto a esta se hace otra, vertical, capaz de observa los acoplamientos, dar cuenta de los elementos recurrentes, de las insistencias temáticas, de la posibles sinonimia y antinomias, etc., en fin, de las claves que permiten el proceso de explicación y de entendimiento.
Con alas de papel (Aura Latina, Santiago de Chile, 2017) es una selección de poemas inéditos de Jesús Ortega Heller, poeta chileno, nacido en Caracas en 1932 y que reside en Suecia desde hace décadas. Se advierte de inmediato en el libro una heterogeneidad debido a que aparecen diferentes formas de versificación, entre las cuales resultan dominantes el verso libre y el soneto (con endecasílabos siempre bien medidos y su acento principal a maiore, en la sexta). Huelga decir que estas expresiones distintas no desmerecen la obra pues cada una de ellas está realizada impecablemente y la lectura es grata en todo momento. De tal variedad, sin embargo, se puede conjeturar que los poemas provienen de, por lo menos, dos proyectos inéditos que se reúnen en esta selección, sin dar fechas ni dato alguno. Creemos que la manera de ordenarlos entremezclados intenta fusionar en un solo discurso el presente poemario, lo que no deja de constituir un riesgo pues este puede resultar demasiado variopinto y dispar. O, con todo, alcanzar, observado en su totalidad, una feliz cohesión y coherencia. Me atrevo a apostar que se logra esto último, veamos cómo.
El título del libro, Con alas de papel, parece llevarnos tanto al vuelo como a la escritura pues esta se ejerce en el papel, o en algún otro soporte que lo reemplace, y permite los vuelos a los mundos posibles propios de la literatura, a veces como evocación del mundo real; otras, como propuestas de realidades imaginadas, altamente simbólicas. Por eso he titulado este comentario “No tiene borde la maravilla”, verso que se encuentra en el poema “La causalidad”, donde se advierte que todo milagro singular es monstruoso y que solo cuando es plural tiene un sentido pues pasa a ser la maravilla. ¿Y si la maravilla no tiene límites cómo hacemos entonces para no perdernos en ella?
Pronto queda claro que para el hablante la pluralidad de milagro comienza cuando se forma el par, y prácticamente termina con las variaciones de este. La maravilla, según se advierte en la totalidad del libro son predominantemente las mujeres, miradas desde la nostalgia o a través de una pantalla. En “El embudo de Dios”, primer poema del libro y de temática erótica donde la mujer es el embudo divino que conduce al Paraíso, hay una palabra a la que se recurrirá en varios otros textos: “sésamo”, es el ábrete sésamo del viejo cuento de Alí Babá, la palabra mágica que despeja el umbral a lo maravilloso: “el embudo de Dios,/ el sésamo que abre/ de par en par/ el paraíso” (16). “Un computador o sésamo que me abre su caja de Pandora cada día” (54). La palabra “sésamo”, la que abre los pasos cerrados, tiene variantes que funcionan como sinónimos a lo largo del libro; por ejemplo, los ojos de la amada que permiten “el paisaje que yo solo no abarcaba” (46).
Otra palabra importante es “huso” como fuente del hilo que impide extraviarse en esa maravilla sin límites: “La causalidad es el huso/que enhebra el universo” (19), “Huso de coser/bajo la luna muerta/nieblas de espanto (30), “y esos tacos de huso con que enhebras/ tus pasos y mi vida” El huso se encuentra en una relación metonímica con el hilo y ese hilo metafórico, aunque nunca se lo mencione, es el de Ariadna. De modo que la(s) mujer(es) pasan a ser tanto la maravilla sin límites, donde uno puede extraviarse, como el rescate. El movimiento pareciera implicar un perderse maravillado hasta que alguna otra lo salve y lo sitúe en la nueva maravilla. Ortega arriesga –en nuestros días– a ser tratado de sexista pero parece no importarle y su hablante lírico rezuma transparencia y hasta sentido del humor como puede verse en el poema “Calendarios” que citamos completo:
Aquí te mando todos los meses del año/ que he sufrido por ti./ Te los mando cuidadosamente envueltos,/ con los días contados,/ sus signos rojos y negros,/ sus semanas de luto, / sus viernes de ceniza,/ sus días de guardar.//Yo los fui sufriendo uno a uno,/ sacándome estas hojas del pecho,/ deshojándome el alma/ bajo lunas menguantes. // No sé para qué te van a servir./ Si acaso hagas pajaritas de papel, /o los echas esos días al fuego,/ para que arda un instante/ lo que fue una vez la eternidad.// Tampoco a mí me sirven, por eso te los mando,/ son más tuyos que míos,/ tú colgaste ese almanaque en la pared. Le alzaste las faldas, lo marcaste con cruces,/ con citas, onomásticos y pagos,/ del 1 al 30 al 31, volteándole el paisaje,/ dejándole de espaldas en su clavo,/ así, tres estaciones que rodaron/ hasta el día funesto en que partiste/ dejándolo pegado en su noviembre. // Pero no te aflijas, /otros signos, rojos y negros,/ reanudan su voltear,/ porque otro calendario/ con sus paisajes nuevos, / sus pascuas,/ sus festivos,/ sus días menos pensados/ y sus domingos de gloria,/ otra mano amable,/ acaba de colgar.”
Pareciera que en ese transcurrir del tiempo, que está implícito en el plural Calendarios, siempre se estuviese buscando la mujer ideal: “Por la luz de su estrella verdadera/ la asignada, la amante, la debida/la única mujer, la señalada” (21) Hay un contrapunto entre la nostalgia por la que se tuvo y la esperanza de una nueva que colme aunque sea ocasionalmente lo anhelado. Pero da la impresión de que las hojas de los sucesivos calendarios han ido cayendo implacablemente y la presencia real de una mujer se desvanece.
Entonces se impone la soledad tristona de quien, sin perder el erotismo, recurre a la mujer virtual: “Así te vivo yo de amor poseso, /surgiendo de esta caja de Pandora/ donde no eres ya de carne y hueso” (35). ¿Hay goce en ello? Pareciera que sí aunque matizado por el estoicismo y la soledad.
Aparte de este tema centrado en la relación con la mujer, aparece el de la muerte, ahí también aparece huso como metonimia de un elemento generador de unión como puede ser el hilo, en este caso la raíz del ciprés, típico de los cementerios: “Ondulante a la vera/ de las tumbas/ barre suave el cielo,/ mientras bajo el suelo/ sus raíces enhebran calaveras” (30).
No es raro que Eros y Thanatos aparezcan en el mismo poema, como en los sonetos “Avaricia de amor” –donde el primer terceto se inicia con esta pregunta: “¿Es ambición o afán contra la muerte?”– y “Si no hubieran las amadas muerto”, toda una insistencia sobre el tema, así en el segundo cuarteto: “La elegía con su triste llanto/ negativo es de un canto que celebra/ el bien perdido que se amaba tanto,/ y versos con aguda espina enhebra” (47).
Ya nos hemos referido al comienzo que también aparece el tema de la escritura, que, como se sabe, es algo muy recurrente en la poesía contemporánea. Así en el poema “Árbol de palabras” leemos: “A este árbol/ vetusto, de flora distinta, no le corre savia/ lo surca una tinta y lo ofusca una labia” (31).
Notable es en este sentido el soneto “Publico poco Juan, lo reconozco” (43), dedicado al poeta Juan Cameron, quien además se ha encargado de escribir el prólogo del presente poemario.
Empeñado en dejar constancia del proceso escritural, Ortega enumera en “Arte poética” a algunos de sus maestro: Jonathan Swift, Pound, Neruda, Vallejo, Parra, Gabriela Mistral, Robinson; da razones en cada caso y concluye parodiando una receta de cocina: “Todo esto lo he metido en el caldero/ y revuelto con una cuchara de palo” (52). Pero el tema de la escritura, y no podría ser de otro modo, está también ligado al de la mujer. En el ya mencionado soneto “Si no hubieran las amadas muerto”, los tercetos dan cuenta irónicamente de ello: Sin el grano en la ostra, sin la pena,/ la alquimia que hace del acíbar mieles,/ sin Lesbia, sin Julieta, sin Helena,// sin la huida de las ninfas crueles,/ no hubiera tanta antología llena/ de ingratas, de altaneras y de infieles” (47).
Como puede verse Con alas de papel resulta ser un texto de una coherencia con respecto a su sentido semántico y de un nivel de calidad en relación con sus aspectos formales. Juan Cameron, en su prólogo, ha señalado con justeza que “Jesús Ortega es poeta del descubrimiento, la inteligencia iluminada y el juego permanente” (9). Y en este libro –a pesar de algunos gazapos que se colaron y que serán fáciles de remediar en una segunda edición– un Jesús Ortega de 85 años de edad no solo muestra la frescura juvenil de su bien logrado oficio sino que es capaz de plantearnos dentro de la ilimitada maravilla la llama del erotismo cuando todo parece ser nostalgia por lo ya perdido o la irremediable soledad frente a una pantalla.