Jesús Ortega vuela con alas de papel. Por Sergio Badilla Castillo.
Con alas de Papel. Por Juan Cameron
No tiene bordes la maravilla. Por Sergio Infante
Que nos dure este drama de buscarnos. Por Pablo Lacroix
Sublime malentendido. Por Rubén Aguilera
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Jesús Ortega vuela con alas de papel
Sergio Badilla Castillo, poeta creador de la poesía transreal
Conocí a Jesús Ortega, en el verano de 1986, cuando yo, con el Pelican Group of Arts, de Estocolmo, habíamos invitado a Suecia, al poeta Raúl Zurita. En compañía del poeta uruguayo, Roberto Mascaró y del artista Juan Castillo, viajamos todos juntos, en tren, alrededor de 600 kilómetros, hasta la sureña ciudad de Malmö, en cuya estación nos esperaba, Pancho Pérez, o mejor dicho, Omar Pérez Santiago. En la lectura que hicimos allí, estaba como, co-organizador del evento Jesús Ortega, quien estaba más interesado en sus propios textos que en la recepción de sus huéspedes. En esa ocasión Jesús, en su epifanía, no sólo leyó algunos poemas, sino que cantó, bailó e intentó seducir a algunas musas, cuyas edades eran la mitad de la del vate.
Por eso creo conveniente señalar y ahora haciendo hincapié en esta nueva obra de él, que Jesús Ortega es un poeta de la revelación, de la agudeza ecuánime y de la picardía incansable. Tal vez el único sin ser Parra que logra esos versos perspicaces con los ingredientes poéticos que caracterizan la obra ingeniosa de Nicanor Parra.
Aunque autor de pocos libros Ortega avecindado en Suecia desde hace cuatro décadas, es un poeta que mejor que muchos otros escaldos maneja con aticismo proverbial, los atributos esenciales de la construcción poética, como son el ritmo, la imaginería y la eufonía, agregándole además a sus texturas una reiteración lírica a manera de apotegma. En uno de sus poemas, Casualidad, escribe:
“Todo es milagro,
prodigio infinito:
no tiene bordes
la maravilla”
En este nuevo libro, “Con las alas de papel”, el poeta emplea una infinidad de instrumentos literarios, como, por ejemplo, el uso de una oralidad que se entremezcla en el paisaje épico de lo cotidiano con una pincelada de ironía. Asimismo, los versos son esmeradamente escogidos para no generar aspereza alguna, lo que constituye una asepsia del discurso poético, que demuestra, al mismo tiempo, la maestría del vate en la cimentación de sus textos, como en este poema, Jazz, que comienza así:
“Ganso gangoso
el ronco saxo,
que me vuela y maravilla.
me saca del vaso,
de la silla,
de la dama de mi afán.
Recuerdo de mi peineta niña
con papel celofán.”
Su enfoque reflexivo surge como una cadencia permanente en varios de sus versos (Niego el tiempo, enciendo encantadas primaveras que no pierden su color ni su gracia en este espejo de virtud, en que te miro ), esa negación temporal no se antepone a la expresión de amor irrefrenable que acapara la vida del poeta y las causas afectivas que se desnudan en sus textos de manera reiterada.
“Pasión o perversión es este gozo,
avaricia de amor si preservando
lo amado contra el tiempo y su destrozo
la dicha de los días fui salvando”
Cabe agregar que el intríngulis entre la impaciencia por estampar sus versos y la compactación textual que expresa el poeta queda de manifiesto en estos cuerpos poéticos donde, por momentos logra instantes de eminencia lírica, como en el poema Mundo aparte:
“Quedarte con tu gesto en el espejo,
pero, aunque tú pretendas
que en esa soledad
lo tienes todo
y ante la luna henchida
de su luz prestada,
te niegues a los dos asombros,
yo pienso que sospechas
que por encima de tu hombro
yo me asomo.”
Sin lugar a dudas también es la nostalgia la que enciende la luz reminiscente del poeta, como ocurre en La que se fue
“Pocas cosas se llevó con ella.
Acaso unas mañanas despeinadas.
El cuerpo se llevó, se llevó el alma.
No se llevó el hueco de su almohada,
que coincide con mi rostro hundido
en la honda fragancia disipada”.
La virtud de este libro de Jesús Ortega. “Con alas de papel” radica en la apuesta que establece el poeta de hacernos visible que su poética se encuentra plenamente vigente, como una propuesta interesante de la poesía que se escribe en las antípodas del mundo, allá donde las sombras son largas y frías.
“Con alas de Papel”
Por Juan Cameron, poeta y cronista
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Solamente el día de ayer me encontré con este nuevo libro de Jesús Ortega y tras de una primera lectura hallo muy pocos textos conocidos en forma inédita. Algunos de ellos me los mostró en el 2013, la última vez que nos tomamos un café en el Trianglen, en el Malmö de sus lares suecos donde vive, tras breves estadías por aquí y por allá, hace ya cuatro décadas.
Con alas de papel, editado por Aura Latina a fines de 2017, aporta a sus páginas los temas ya conocidos de Ortega: el amor, principalmente el amor, los elementos de ese contorno erótico, algunas quejas en torno a la miseria humana, al paso del tiempo y otras observaciones entreveradas con la ternura, la humanidad y el transcurso, a la manera de Omar Lara y muchos de su generación.
Encuentro ciertas curiosidades: sonetos, el ocasional uso de la rima consonante y, tamaña sorpresa, otra versión de un texto enviado por correo electrónico poco después de nuestra conversación donde replicaba mis observaciones a su poética. Es Publico poco Juan, lo reconozco, aparecido en la página 43.
Jesús Ortega se ha mantenido oculto para la desinformada poetancia nacional, agregándose así silencio a nuestra vanidad, ombliguismo y observación de avestruz. Allá afuera, en el mundo, el poeta ha girado no sin una particular extravagancia, propia más bien de un personaje que de un autor. Durante esta última década -y por desgracia olvidé la fuente- alguien me señaló recordarlo en un kibutz, en Palestina, por la década del 70 o primeros ochentas. Tal vez se trataba del Trac-trac del lobo estepario (Harry Haller), señalada por Herman Hesse:
“Érase una vez un individuo, de nombre Harry, llamado el lobo estepario. Andaba en dos pies, llevaba vestidos y era un hombre, pero en el fondo era, en verdad, un lobo estepario. Había aprendido mucho de lo que las personas con buen entendimiento pueden aprender, y era un hombre bastante inteligente. Pero lo que no había aprendido era una cosa: a estar satisfecho de sí mismo y de su vida”. Tal vez se trataba de otro judío errante por el mundo. Haller o Heller, en busca de sus raíces. Llevaba otro nombre de pila por entonces. Y algo no muy claro y a desgano respondió el poeta ante mi consulta.
Curiosamente su imaginación lo ha llevado a emprender los caminos más extraños sin proyectarse, como en caso de la mayoría, a construir un sistema de mitos en torno a su figura. Más bien el curioso lector se va encontrando con él en el camino. Así, cuando de jóvenes leíamos, en tiempos del Café Cinema, Las Pizarras del Mundo (Imprenta Arancibia Hermanos, Santiago, 1968) no vinculábamos a su autor con el personaje de Chaplin tan de moda en televisión por entonces. Ni siquiera sabíamos, por agregado, de su secreta labor de asistente de imagen del señor Presidente de la República, don Salvador Allende Gossens.
Gran amigo de Enrique Lihn en sus comienzos, compartía con él su formación en la Escuela de Bellas Artes en la capital. Jorge Edwards rescata estas imágenes en su novela La Casa de Dostoievsky (Planeta, 2008). Esta casa estaba ubicada en el centro, a media cuadra de la Alameda y al parecer Lihn era su okupa oficial. Edwards nos relata en la página 33:
“En el ala de la casa que él ocupaba, la del norte, que tenía más espacio que la otra pero que estaba más hundida, había otros escritores y artistas, locos de talento, en general, aunque tampoco faltaban los locos desprovistos de todo talento. En la primera categoría, en la de los locos de talento, había un pintor, un tal Jesús Ortega, y este Jesús Ortega, Chus Ortega, no falsificaba cuadros en el sentido estricto del término. Lo que hacía era pintar la pintura de un pintor que no había existido nunca, un pintor cuya biografía inventaba junto con inventar su pintura, un tal Ronsard, homónimo del poeta renacentista, francés como él, pero de la segunda mitad del siglo XIX”.
Es decir, Ortega se ganaba la vida falsificando a un pintor inventado por él. En una entrevista de hace ya veinte años, Jesús me cuenta de esa época:
“Si, era muy amigo de Lihn; con Jodorowsky, Palacios… era una pandilla. Palacios era profesor de filosofía y está en París ahora”. Se refiere a Jorge Palacios nacido en 1926 y fallecido en 2014. “Lihn, todavía lo veo caminando medio de lado, con sus dientes negros. Yo sé lo que hundió a Lihn, me parece. Yo creo que fue una mujercita sencilla y tonta. Las mujeres más lolitas liquidan un trasatlántico. Yo creo que fue ‘la paloma tonta’. Y Tellier quedó hecho mierda. ¡Estoy seguro que estas tragedias de los grandes escritores, que pasan por ser agonías literarias y artisticas, son dolores ocasionados por mujeres, nada más!”
Y hay otro Ortega en este mazo de naipes. De pronto está en España, de cantaor y hombre de teatro. El dúo integrado por María Knutsson y Jesús Ortega, de Möllevången en Malmö, no fue premiado en el Festival Anual del Circo, en Monte Carlo anuncia una mañana de febrero de 1989 el Arbetet, un matutino sueco. No podemos competir con cocodrilos, leones y trapecistas voladores, declara el afamado mimo Obregón. Pero silencia, de seguro, sus historias a lo Barón de Münchhausen y su antiguo sueño de trabajar alguna vez en el circo del futuro. No está derrotado, al menos como visionario. Le Cirque du Soleil aparecerá poco después.
Ninguna pérdida logrará derribarlo. El poeta siempre nos habla desde su pajarera, entre periscopios, cristales y estalactitas -de esas que nacen hacia el solsticio de invierno- nos relata una época de alegría, de besos y luminosidad, con un dejo de nostalgia como una costumbre azul, según nos dice, que aún no termina. En un texto ha poco escrito reafirma lo existencial y necesario y solicita, humildemente, ser incinerado con la intrínseca prenda de esa dama como un baluarte para ingresar, así un caballero provenzal, al reino del más allá.
Muchas gracias
No tiene bordes la maravilla.
Por Sergio Infante, poeta y profesor universitario.
Abordar un texto literario –con el fin comprenderlo– significa disponerse a cruzar el abismo que existe entre nuestra lectura y ese texto que otro ha producido. Cuando se trata de un libro de poesía ese esfuerzo envuelve unas exigencias específicas e intensas. Se abre el libro, aparecen unos versos y ya se ha activado el horizonte de expectativas que hace que esa lectura sea radicalmente distinta, por ejemplo, a la de una novela o un libro de ensayos. Implicará, si somos serios y apasionados lectores, nuestra disposición a encontrarnos con un artefacto lingüístico y cultural cuya trabazón es compleja: una constelación o convergencia de distintas figuras literarias, de sonidos en alianza con el sentido cuyo centro de gravedad es el ritmo, la metáfora fundamental, diría Octavio Paz. Un texto polivalente -como todos los literarios- que más que ningún otro exige no conformarse únicamente con una lectura horizontal sino que junto a esta se hace otra, vertical, capaz de observa los acoplamientos, dar cuenta de los elementos recurrentes, de las insistencias temáticas, de la posibles sinonimia y antinomias, etc., en fin, de las claves que permiten el proceso de explicación y de entendimiento.
Con alas de papel (Aura Latina, Santiago de Chile, 2017) es una selección de poemas inéditos de Jesús Ortega Heller, poeta chileno, nacido en Caracas en 1932 y que reside en Suecia desde hace décadas. Se advierte de inmediato en el libro una heterogeneidad debido a que aparecen diferentes formas de versificación, entre las cuales resultan dominantes el verso libre y el soneto (con endecasílabos siempre bien medidos y su acento principal a maiore, en la sexta). Huelga decir que estas expresiones distintas no desmerecen la obra pues cada una de ellas está realizada impecablemente y la lectura es grata en todo momento. De tal variedad, sin embargo, se puede conjeturar que los poemas provienen de, por lo menos, dos proyectos inéditos que se reúnen en esta selección, sin dar fechas ni dato alguno. Creemos que la manera de ordenarlos entremezclados intenta fusionar en un solo discurso el presente poemario, lo que no deja de constituir un riesgo pues este puede resultar demasiado variopinto y dispar. O, con todo, alcanzar, observado en su totalidad, una feliz cohesión y coherencia. Me atrevo a apostar que se logra esto último, veamos cómo.
El título del libro, Con alas de papel, parece llevarnos tanto al vuelo como a la escritura pues esta se ejerce en el papel, o en algún otro soporte que lo reemplace, y permite los vuelos a los mundos posibles propios de la literatura, a veces como evocación del mundo real; otras, como propuestas de realidades imaginadas, altamente simbólicas. Por eso he titulado este comentario “No tiene borde la maravilla”, verso que se encuentra en el poema “La causalidad”, donde se advierte que todo milagro singular es monstruoso y que solo cuando es plural tiene un sentido pues pasa a ser la maravilla. ¿Y si la maravilla no tiene límites cómo hacemos entonces para no perdernos en ella?
Pronto queda claro que para el hablante la pluralidad de milagro comienza cuando se forma el par, y prácticamente termina con las variaciones de este. La maravilla, según se advierte en la totalidad del libro son predominantemente las mujeres, miradas desde la nostalgia o a través de una pantalla. En “El embudo de Dios”, primer poema del libro y de temática erótica donde la mujer es el embudo divino que conduce al Paraíso, hay una palabra a la que se recurrirá en varios otros textos: “sésamo”, es el ábrete sésamo del viejo cuento de Alí Babá, la palabra mágica que despeja el umbral a lo maravilloso: “el embudo de Dios,/ el sésamo que abre/ de par en par/ el paraíso” (16). “Un computador o sésamo que me abre su caja de Pandora cada día” (54). La palabra “sésamo”, la que abre los pasos cerrados, tiene variantes que funcionan como sinónimos a lo largo del libro; por ejemplo, los ojos de la amada que permiten “el paisaje que yo solo no abarcaba” (46).
Otra palabra importante es “huso” como fuente del hilo que impide extraviarse en esa maravilla sin límites: “La causalidad es el huso/que enhebra el universo” (19), “Huso de coser/bajo la luna muerta/nieblas de espanto (30), “y esos tacos de huso con que enhebras/ tus pasos y mi vida” El huso se encuentra en una relación metonímica con el hilo y ese hilo metafórico, aunque nunca se lo mencione, es el de Ariadna. De modo que la(s) mujer(es) pasan a ser tanto la maravilla sin límites, donde uno puede extraviarse, como el rescate. El movimiento pareciera implicar un perderse maravillado hasta que alguna otra lo salve y lo sitúe en la nueva maravilla. Ortega arriesga –en nuestros días– a ser tratado de sexista pero parece no importarle y su hablante lírico rezuma transparencia y hasta sentido del humor como puede verse en el poema “Calendarios” que citamos completo:
Aquí te mando todos los meses del año/ que he sufrido por ti./ Te los mando cuidadosamente envueltos,/ con los días contados,/ sus signos rojos y negros,/ sus semanas de luto, / sus viernes de ceniza,/ sus días de guardar.//Yo los fui sufriendo uno a uno,/ sacándome estas hojas del pecho,/ deshojándome el alma/ bajo lunas menguantes. // No sé para qué te van a servir./ Si acaso hagas pajaritas de papel, /o los echas esos días al fuego,/ para que arda un instante/ lo que fue una vez la eternidad.// Tampoco a mí me sirven, por eso te los mando,/ son más tuyos que míos,/ tú colgaste ese almanaque en la pared. Le alzaste las faldas, lo marcaste con cruces,/ con citas, onomásticos y pagos,/ del 1 al 30 al 31, volteándole el paisaje,/ dejándole de espaldas en su clavo,/ así, tres estaciones que rodaron/ hasta el día funesto en que partiste/ dejándolo pegado en su noviembre. // Pero no te aflijas, /otros signos, rojos y negros,/ reanudan su voltear,/ porque otro calendario/ con sus paisajes nuevos, / sus pascuas,/ sus festivos,/ sus días menos pensados/ y sus domingos de gloria,/ otra mano amable,/ acaba de colgar.”
Pareciera que en ese transcurrir del tiempo, que está implícito en el plural Calendarios, siempre se estuviese buscando la mujer ideal: “Por la luz de su estrella verdadera/ la asignada, la amante, la debida/la única mujer, la señalada” (21) Hay un contrapunto entre la nostalgia por la que se tuvo y la esperanza de una nueva que colme aunque sea ocasionalmente lo anhelado. Pero da la impresión de que las hojas de los sucesivos calendarios han ido cayendo implacablemente y la presencia real de una mujer se desvanece.
Entonces se impone la soledad tristona de quien, sin perder el erotismo, recurre a la mujer virtual: “Así te vivo yo de amor poseso, /surgiendo de esta caja de Pandora/ donde no eres ya de carne y hueso” (35). ¿Hay goce en ello? Pareciera que sí aunque matizado por el estoicismo y la soledad.
Aparte de este tema centrado en la relación con la mujer, aparece el de la muerte, ahí también aparece huso como metonimia de un elemento generador de unión como puede ser el hilo, en este caso la raíz del ciprés, típico de los cementerios: “Ondulante a la vera/ de las tumbas/ barre suave el cielo,/ mientras bajo el suelo/ sus raíces enhebran calaveras” (30).
No es raro que Eros y Thanatos aparezcan en el mismo poema, como en los sonetos “Avaricia de amor” –donde el primer terceto se inicia con esta pregunta: “¿Es ambición o afán contra la muerte?”– y “Si no hubieran las amadas muerto”, toda una insistencia sobre el tema, así en el segundo cuarteto: “La elegía con su triste llanto/ negativo es de un canto que celebra/ el bien perdido que se amaba tanto,/ y versos con aguda espina enhebra” (47).
Ya nos hemos referido al comienzo que también aparece el tema de la escritura, que, como se sabe, es algo muy recurrente en la poesía contemporánea. Así en el poema “Árbol de palabras” leemos: “A este árbol/ vetusto, de flora distinta, no le corre savia/ lo surca una tinta y lo ofusca una labia” (31).
Notable es en este sentido el soneto “Publico poco Juan, lo reconozco” (43), dedicado al poeta Juan Cameron, quien además se ha encargado de escribir el prólogo del presente poemario.
Empeñado en dejar constancia del proceso escritural, Ortega enumera en “Arte poética” a algunos de sus maestro: Jonathan Swift, Pound, Neruda, Vallejo, Parra, Gabriela Mistral, Robinson; da razones en cada caso y concluye parodiando una receta de cocina: “Todo esto lo he metido en el caldero/ y revuelto con una cuchara de palo” (52). Pero el tema de la escritura, y no podría ser de otro modo, está también ligado al de la mujer. En el ya mencionado soneto “Si no hubieran las amadas muerto”, los tercetos dan cuenta irónicamente de ello: Sin el grano en la ostra, sin la pena,/ la alquimia que hace del acíbar mieles,/ sin Lesbia, sin Julieta, sin Helena,// sin la huida de las ninfas crueles,/ no hubiera tanta antología llena/ de ingratas, de altaneras y de infieles” (47).
Como puede verse Con alas de papel resulta ser un texto de una coherencia con respecto a su sentido semántico y de un nivel de calidad en relación con sus aspectos formales. Juan Cameron, en su prólogo, ha señalado con justeza que “Jesús Ortega es poeta del descubrimiento, la inteligencia iluminada y el juego permanente” (9). Y en este libro –a pesar de algunos gazapos que se colaron y que serán fáciles de remediar en una segunda edición– un Jesús Ortega de 85 años de edad no solo muestra la frescura juvenil de su bien logrado oficio sino que es capaz de plantearnos dentro de la ilimitada maravilla la llama del erotismo cuando todo parece ser nostalgia por lo ya perdido o la irremediable soledad frente a una pantalla.
Que nos dure este drama de buscarnos
Pablo Lacroix, poeta, profesor universitario, editor de Ajiaco ediciones.
Presentación de CON ALAS DE PAPEL de Jesús Ortega (Aura Latina 2017)
Aura latina se diferencia dentro del campo editorial chileno por su labor intercultural, específicamente por la formación de un catálogo que sostiene una cosmovisión dialógica entre dos culturas: la chilena y la nórdica. Dentro de su producción destacan títulos como MICHAEL STRUNGE-LEYENDA PUNK DANESA, una hermosa traducción de Omar Pérez Santiago sobre un ode los poetas malditos del viejo continente, y la novela ALLENDE EL RETORNO, narración escrita por Omar que configura una modernización o postmodernización de la figura del Presidente de Chile, como un paseante sin hábito, hípster y melancólico, que demolido por la Ucronía, despierta luego 40 años del Golpe y observa el futuro desde su pasado estático, que en esta novela, ya pos suposición lógica, comprendemos que Allende no murió.
Pero en este día nos convoca el libro de poemas de Jesús Ortega, escritor chileno, con toda una vida en Malmö, Suecia, que en esta publicación nos expone un viaje por las zonas sedientas y panegíricas del amor, junto a otros esqueletos del lenguaje. La poesía de Ortega me dirige dialógico de la tradición y la ruptura, batalla interminable, para algunos sentenciosa o trashumante, que perfila o destruye a todo poeta sin importar los choques y las dimensiones generacionales. En este volumen aparecen sonetos, reescrituras, poemas de verso libre, versiones y algunos poemas del yo, o con toques urbanos y propios de la cultura pop estadounidense, como también una línea vertebral que dirige al lector: me refiero a la mujer como cuerpo y espíritu de deseo, devoción y en reiteradas ocasiones el leviatán imperturbable del fracaso.
Ortega nos provoca al mencionar de modo estructural o bajo un campo de nominaciones y referencias, las lecturas que sostienen su trabajo poético. Menciona por ejemplo a García Lorca, dialoga con él, le hace señas, lo engomina para que dé una respuesta, o para que el lector compare. El poema NO SE MUERE EL MAR es una del poema CUERPO PRESENTE de García Lorca, espacio poético que se une a las elegías del libro LLANTO POR IGNACIO SANCHEZ MEJIAS (1935), amigo del escritor español y miembro de la Generación del 27. En el poema de Lorca aparecen los siguientes versos:
“Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido.
Duerme, vuela, reposa: ¡también se muere el mar!”
A lo que Ortega construye una negación de la imagen, y con ello una reformulación del sentido trágico y elegiaco por la muerte de un ser amado:
“No, García Lorca, por hondo que tú seas,
Por más que te guadañe la muerte
Y a ti te amargue la pena,
No se muere el mar.”
Engranando de esta manera una bilocación furtiva sobre la pérdida y la derrota. Este último punto, la bilocación, me parece un elemento que define a gran parte de los poemas. Aparece en cada momento un sentido doble del discurso, un diálogo, armónico o no, sobre una posición y otra.
Esta conducta doble se sobre-manifiesta mediante la óptica del hablante al figurar la imagen femenina. En CON ALAS DE PAPEL el deseo –erótico o no- se transforma en una batalla perdida por el olvido o la ausencia. La mujer es lejana, deseada, pero que se extravía y el hablante lo padece:
“Tus ojos que no me miran,
Me apagan el camino.”
La bilocación también emerge desde el lenguaje tradicional (como el soneto, la canción o la métrica española de mediados del siglo XIX y principio del XX) en contraposición a la versificación libre de la poesía contemporánea. En estas dos capas se evidencia un juego interesante; el poeta Ortega dialoga siempre, interpone líneas, presentando la hibridación de la voz literaria.
De esto modo CON ALAS DE PAPEL perfila matices, en que predomina el viaje, el sujeto femenino, pero también el roce de culturas, elemento que lo acerca con autoridad a la política editorial de AURA LATINA, que es el roce intercultural, como un espectro blanco que se llena de colores, o una metáfora inagotable que conecta dos continente.
Deseo un camino lleno de lecturas y encuentros para este libro, que estos poemas hablen con otros, que surja el contacto, que la palabra de Ortega sea entendida y apreciada por sus lectores. Que cobre vida en tiempo donde la cultura está muriendo, en tiempo como estos, donde un tenista facho balbucea lo que sea en el basurero massmedia y se transforma en voz política –agente del asco, claro está-, pero que cobra relevancia y contiene peso, por un pasado triunfalista, tal como ese pasado terrible, que ahora regresa bajo una máscara que por cuatro años más nos vomita la hiperdictadura.
Saludos a Jesús Ortega y le deseo a su libro un recorrido sin tormentos, a pesar que el terreno está lleno de piedras.
Pablo Lacroix, Casa del Escritor, SECH, diciembre 2017
Sublime malentendido.
Rubén Aguilera, poeta chileno residente en Suecia.
Después de muchos años, me reencontré, casualmente, con una antigua amiga de los primeros tiempos del exilio en Suecia, a mediados de los años 70 del siglo pasado. Ella se encontraba de visita en la ciudad de Malmoe, tras haberse mudado hacía décadas a la exótica ciudad de Oslo. Coincidimos en la nunca deseada situación de estar ayudándole a cambiarse de casa a un tercero. La labor había comenzado temprano y ya de tarde ocurrió que ella y yo quedamos a solas, mientras el resto de la cuadrilla se alejó con la última camionada de muebles y enseres hacia el nuevo destino.
Nos acomodamos en las últimas dos sillas y la única mesita que aún quedaban en el ya vacío departamento, alumbrados sólo por la luz crepuscular que entraba por una ventana. Como siempre ocurre en estas ocasiones, el diálogo se inició tentativo, quizás buscando una reconfirmación de la anquilosada amistad, si la existió, o, al menos, una actualización respetuosa de los respectivos destinos. De pronto, tras un embarazoso y prolongado silencio, ella, mirándome intensamente a los ojos parecía intentar hilvanar una pregunta que por razón ignota se resistía a dejar sus labios. Su rasgo más característico en los viejos tiempos, todavía de juventud, debe aclararse, era portar unos lentes ópticos gruesos y pesadísimos, sobre un rostro precioso y un cutis excepcionalmente lene, que todos envidiaban. Pero esta vez sus ojos estaban desnudos y parecían escrutarme minuciosamente. Mucho después me enteraría que se había sometido a una exitosa operación con láser. Pero en esta ocasión su mirada, al margen de todo, parecía taladrarme. De pronto estalló la pregunta:
-¿Has encontrado a Jesús?
Aliviado y hasta contento, pude contestarle que efectivamente lo había encontrado, lo que pareció provocarle una gran alegría. Cosa no extraña en todo caso, porque Jesús ya estaba en los ochenta, aunque perfectamente lúcido y sin achaques, salvo una pena de amor que paralizaba y a la vez inspiraba de su mismísimo corazón lo que él llamaba, leves plumillas poéticas. Por otra parte, al parecer es muy común que viejos conocidos al encontrarse tras mucho tiempo acostumbran a pasar revista, uno por uno, a los amigos y hasta conocidos de antaño, reaccionando con entusiasmo exagerado ante las buenas noticias y con igualmente exagerada aflicción ante las malas. Ante su positiva reacción, atrincherándome en la silla me preparé para explayarme sin restricciones en todos los beneficios de mi relación con el nombrado, cosa que era cierto. Debo advertir, en todo caso, que no acostumbro a hacer preguntas personales, quizás por un exceso de pudor o simplemente desinterés. Además, que todo el mundo que me conoce sabe que tengo la muy mala costumbre de llenar todos los silencios que se producen en toda conversación con largas descripciones o anécdotas que muchas veces no vienen al caso. Producto de un nerviosismo o simplemente, por falta de empatía.
Volviendo al tema, sin esperar nuevas preguntas, le expliqué de inmediato que, a pesar de saber de la existencia de Jesús, sólo había establecido una relación reciente con él. Cosa a la que ella pareció asentir, si no dar por obvia, porque sólo movió levemente la cabeza sin pronunciar palabra. Quizás era yo el desinformado, razoné para mis adentros, y esa era una verdad de Perogrullo. En ese punto del extraño diálogo, o monólogo, si se puede decir, comencé febrilmente a tratar de reconstruir aquellos primeros tiempos en el sur de Suecia y en la constelación, aunque pequeña, muy activa de los latinoamericanos entonces. Trataba, inútilmente, de imaginarme la conexión que mi interlocutora podía haber tenido con el citado y, sinceramente, no lograba encontrarla.
Para ganar tiempo, le aseguré que Jesús atendía su enorme familia, que lo era, sin preferencias o favoritismos. Cosa que al parecer a ella también le pareció obvia, aunque esta vez me miró con condescendencia. Más aún, le aseveré, un poco nervioso por su reacción o falta de reacción, que solía comunicarme a menudo con él. Le garanticé que era muy fácil convocarlo y encontrarlo en cualquier momento y en cualquier lugar. Además, de que su obra abarcaba todas las áreas de la creación. A estas alturas, no pude dejar de notar, sin embargo, que los ojos de mi interlocutora se comenzaron a llenar de una dulzura complaciente que nunca había visto en mi vida. En mi entusiasmo no se me ocurrió detenerme a tratar de entender su arrobo, su casi sublime contento ante mi relato.
Más a gusto con la situación, le conté que mi diálogo personal con Jesús, era a todas luces muy fructífero, toda vez que podía confesarle mis tribulaciones más íntimas, hasta mis desvelos más absurdos, una teja que se desprende o una cuchillada inesperada. En ese punto, logré recordar de repente, el momento exacto en que lo había visto o, más exacto, percibido por primera vez. Emocionado entonces le describí a mi escucha que eso había sucedido una tarde de invierno y en una desolada parada de bus. Y lo más importante era que, sin verlo físicamente, lo había escuchado decir que “más de una persona es ya una multitud”, puesto que él como vocero de toda una colectividad en momento de la confrontación con la autoridad y el poder, había sido completamente abandonado a su destino. Iba a completar mi relato diciendo que Jesús se había referido a una reunión de rutina con la dirección del centro educacional y cultural donde el trabajaba, cuando por primera mi interlocutora juntando emocionada las palmas de sus manos exclamó:
-¡Alabado!
Su reacción me dejó completamente estupefacto.
Decidí entonces hacer un esfuerzo extra para lograr recordar que tipo de relación ella podría haber tenido con él. No quise especular, pero se me vino a la mente la posibilidad que Jesús, la hubiese ayudado a ella en los primeros tiempos del exilio, puesto que su hogar disponible para cualquier emergencia. Incluso se me vino a la memoria un comentario que él hiciera con respecto a eso diciendo que si se hacía una limpieza profunda en su casa se podía encontrar desde damas adormiladas hasta cocodrilos. Me sonreí para mí mismo, pero decidí no decirle nada a ella, para no enredar más las cosas. En todo caso, mientras continuaba pensando, retomé enseguida mi relato, aprovechando su tan positiva disposición, porque, aunque yo no lo quisiera, a partir de sus reacciones ella resultaba más y más una persona apreciable y por qué no, una amiga recuperada.
Jesús es el verdadero creador, le dije, porque se entrega plenamente y sin dobleces a su quehacer y al mismo tiempo lo hace en todas las áreas posibles y simultáneamente. En este sentido, seguí diciendo, Jesús siempre ha sido un maestro de la comunicación sin palabras, alcanzando los corazones y emocionando a los más inconmovibles. Un cierto pantomimo, donde muchas veces bastaba su presencia para causar contento, además, con muchos discípulos y seguidores, que tras de haberse alimentado de su talento y sus enseñanzas pudieron seguir propagándolas por el mundo.
Dicho todo esto, creí notar en mi contertulia un encandilamiento desmedido, al punto que comencé a preocuparme, pero como ya estaba lanzado en este último razonamiento, agregué enseguida que Jesús también podía ser conocido por sus textos, además de sus obras. En sus textos, tanto de antigua data, como posteriores, se adivina un profundo humanismo, donde no hay contradicción entre la creencia y el compromiso social. Dicho en pocas palabras, un amor sincero por el ser humano, tanto en su grandeza humanista como, especialmente, su debilidad. Palabras escritas que trascienden lo meramente anecdótico conmoviendo las temáticas más fundamentales y difíciles de tratar sin caer en lo ideológico o panfletario. Palabras donde se combinaba una tremenda sensibilidad social, una denuncia consecuente del poder abusivo, cualquiera que este fuera y, también una reafirmación de la solidaridad entre las personas, a través, lo más importante, de una pureza estilística y una enorme economía de las palabras, como el oficio paciente y finísimo en el engarce de un collar de perlas. Estás ultimas creaciones de la propia naturaleza engarzadas en una obra refinada que las hace deslumbrantes.
Estaba tan concentrado en mi disertación que francamente me llevé un susto de órdago al observar, a pesar que la luz natural exterior se reducía a lo mínimo, que mi amiga parecía completamente absorta, casi en un estado de levitación subliminal, por lo que decidí bajar el tono y atenerme a una descripción más concreta.
En este punto, debo decirlo con absoluta sinceridad, en mi elucubración interior ya había llegado a la conclusión que no podía haber existido ninguna conexión posible entre Jesús y ella. Por lo que decidí provocar alguna confesión de ella que pudiera revelar la verdadera naturaleza de su interés por saber del estado de él. Decidí entonces referirme a anécdotas o aspectos más concretos de mi propia experiencia con mi amigo. Dicho y hecho. Rememoré la primera vez que lo había visto cantar, cosa que me había emocionado hondamente. Más aún, que la temática de su canto había ido variando perfeccionándose con los años. Al mismo tiempo destaqué las profundas y abarcadoras discusiones filosóficas y morales que acostumbrábamos a tener. La facilidad suya de pasearse por la literatura, recitando pasajes completos, especialmente en lo lírico. Más aún su conocimiento exhaustivo de la poesía inglesa, con hincapié en la norteamericana, todo siempre acompañado de la declamación de fragmentos completos que él había memorizado, a más de su rica experiencias teatrales desde muy temprano. Multifacético talento histriónico vitoreado en innúmeros escenarios del planeta.
En la medida que mi descripción se hacía más y más terrenal, mi acompañante pasó lenta pero decididamente del más sublimado arrobo a una creciente palidez. Sus rasgos relajados comenzaron por su parte a crisparse más y más.
Erradamente yo interpreté este cambio como un llamado a ser aún más concreto todavía, por lo que exageré mis descripciones develando detalles francamente prosaicos, que realmente no venían al caso. Sin detenerme y bastante nervioso me referí a su deliciosa pintura de variados temas y, cayendo sin querer en un tono pícaro, se me salió sin querer las innúmeras musas retratadas por Jesús a lo largo de los años, representadas en todos los matices y muchas veces exquisitamente desnudas. Tan nervioso estaba, debo confesarlo, que seguí enumerando anécdotas cada vez más subidas de tono cayendo irremediablemente en el chascarro, cosa que yo mismo desprecio, pero así fue no más, caí allí adornando con morbosidades de mi propia cosecha cosas oídas a través de terceros, que nunca son buenas.
En ese punto, mi interlocutora parecía contener intencionalmente la respiración, por que pasó del rojo encendido al granate, mientras sus rasgos ya crispados comenzaron a temblar y sus manos a moverse descoordinadamente entre su falda, la silla, deteniéndose a momentos en lo que parecía ser un escapulario colgado en su cuello, detalle del que no puedo estar seguro por la casi plena oscuridad que ya invadía el departamento, hasta posarse finalmente sobre la mesa, como queriendo acumular fuerza para lanzarse en una acometida que yo no me podía imaginar. Sonó, de pronto, como las trompetas celestiales ofreciéndome redención, la potente bocina del camión de mudanzas, acompañado de la algarabía de los amigos que daban por terminada su labor. Yo mismo, dando por entendido, que era la hora de irse, me alcé sumándome al alborozo, lo que terminó en que acompañé al chofer a dejar el vehículo a la empresa de arriendos de camiones.
No es necesario decir que mucho después me enteré que mi interlocutora, poco antes del incidente de la mudanza, había ingresado a una secta religiosa seguidora de Jesús.
Por otro lado, mi amistad con Jesús, continúa de viento en popa. Hace poco, el día dos de noviembre del año en curso, más exactamente, nos dimos la alegría de realizar una obra colectiva con un grupo de jóvenes creadores de la ciudad de Malmoe, aprovechando la venida de nuestro colega Amante Eledín Parraguez. Bajo el tema “El Proceso o laberinto de la creación”, Jesús participó, a más de su poesía cada vez más incisiva y hermosa, con un hermoso cuadro de una madona, pintada al óleo, en una superposición de planos y volúmenes, , abstractos y a la vez sensuales, que puede interpretarse también como una musa.