Podríamos pensar que en las ciudades las cosas están mejor y están mejorando egoístamente su calidad de vida, pero lo que apreciamos en aquellas que visitamos, es lo contrario.
Peter Hartmann, Director CODEFF Aisén, Presidente Agrupación Aisén Reserva de Vida , El Divisadero – 04-04-2018
Mientras la atención está dirigida al cambio climático-calentamiento global y hasta se usa a éste como justificación para de todo (y sin hacer mucho para evitarlo), pasa medio desapercibida la tremenda degradación ambiental, cada vez más galopante que ocurre en nuestros rededores.
La semana pasada, conversando en Pirque con colegas emprendedores sociales de Ashoka en temas variopintos, nos fuimos enterando de aspectos de esos que a los medios de comunicación parecen no interesarles. Así nos enteramos de la plaga de cotorras argentinas que asola a la Región Metropolitana, de las ranas africanas que se tragan todo en el embalse de Rapel, de la eutrofización aparentemente irreversible del Lago Vichuquén, del vía crucis del mar central, de la prácticamente desaparición del bosque nativo en algunas regiones, de que tras los mega-incendios del verano 2017 las platas estatales para reforestación se han ido otra vez a las forestales y sus monocultivos de pinos y eucaliptus, esos que tienen en sequia a innumerables comunas, mientras el Ministerio de Medio Ambiente solo logró ofrecer proyectos del Fondo de Protección Ambiental para restauración.
Y que conste los informantes son personas súper positivas y optimistas. La verdad es que desconocíamos este panorama más bien oscuro de nuestro patrimonio natural nacional perdiéndose con tanta rapidez, a lo que podemos sumar lo leído en días anteriores, como el peligro de extinción del abejorro nativo y los peces endémicos del Lago Chungará y la construcción de un embalse en una Reserva de la Biósfera en Ñuble y que de paso afecta a los huemules mas septentrionales del país y que sobreviven ahí a duras penas.
Aunque en Aisén las cosas no están mucho mejor. De hecho, solo vale recordar el veranito de la marea roja (en buena parte organismos exóticos), tema misterio para la ciencia nacional al igual que la muerte de las ballenas del Golfo de Penas, mientras el financiamiento se va a la investigación para la producción de los exóticos salmónidos. Así fue como en Santiago, le contábamos a unas subdirectoras de Sernapesca sobre cómo solo en tres a cuatro décadas se ha degradado, con un abuso tras otro, el mar de Aisén. La verdad es que da una tremenda tristeza y cuesta no nos invada la rabia ante tamaña irresponsabilidad, en la cual indudablemente el Estado tiene harta complicidad. Solo unos días antes nos habíamos enterado de un grupo de pescadores, que en vista de lo mal que están las cosas en el sector de Puerto Aguirre, se pretenden trasladar al mar protegido de Tortel.
Y en esa ocasión nos preguntaban: ¿Cuál es la solución? Pensamos que mayor cultura ambiental e involucramiento (con calidad en la educación) y que la ciudadanía informada asuma su responsabilidad, se informe, se movilice y deje de echarle la culpa a otros. Por cierto, la situación en tierra no está mucho mejor, solo vale apreciar el avance de la desertificación, el avance inexorable de la fauna y flora exótica invasiva y los problemas que tienen las áreas “protegidas” y los huemules y otras especies en peligro.
En todo caso, no somos excepción a nivel global, desde donde cada día más, llegan noticias como la peste del plástico, la pérdida de bancos de coral el avance de desiertos y la cada vez más rápida extinción de especies.
Y podríamos pensar que ya que los humanos últimamente están cada vez mas urbanos, en las ciudades las cosas están mejor y están mejorando egoístamente su calidad de vida, pero lo que apreciamos en aquellas que visitamos, es lo contrario. Pareciera ahí también se hace lo posible por extinguir la vida en detrimento del pavimento y la máquina. Para que hablar de si hay al menos aún hay espacio para las especies nativas, inclusive los pueblos originarios, mientras estos citadinos se las andan dando de nacionalistas.