Por Luis Eduardo Muñoz
Dibujo de Antonia Pérez
Aquella mañana de domingo el pito del zorro Barrera sonó como de costumbre indicándonos que debíamos concurrir a la cancha. Inconscientes de cualquier peligro, la cuarta, tercera, segunda y primera infantil del Club Deportivo Olímpico se presentó casi completa.
Mi mejor amigo ya se encontraba en Suecia, nadie sabía dónde ni cuándo había partido. Pero eso no le importaba a nadie, bueno al menos eso yo creía, hasta que un ruido ensordecedor y una polvareda nunca antes vista hizo darme cuenta que al parecer algo estaba por pasar.
Un tipo con brazalete amarillo con letras negras y un megáfono nos indicaba no salir del lugar
–¡Este es un operativo gueones así que ni intenten salir!
Y que íbamos a hacer con un helicóptero aterrizando en la cancha nadie entendía nada y yo reconozco que pensé lo peor….
Nos formaron en una sola hilera, la mala suerte estaba al último y se me ocurrió preguntar qué pasaba, a lo que un gordo, crespo de gafas con una uzi y su brazalete me respondió:
–Estamos buscando a la familia de un terrorista, sabemos que alguno de ustedes conoce a Claudio Alexis …(no me importó escuchar el apellido para entender de quien se trataba) –, sentenció a través del megáfono.
Un silencio sepulcral se apoderó del lugar; no sé por qué el ceneta se pegó conmigo y me insistió que yo lo conocía, yo le respondí que no
–¡Ah, no gueón, mira que ser amigo de los terroristas es un delito grave! ¡Ya desaparece no te quiero ver aquí!
–¿Y mi hermano? pregunté entre dientes.
–¡Saliste de acá te dije! Puta el gueón porfiado, los demás se van cuando yo lo determine, sentenció coronando la frase con un golpe de pie en la espalda baja.
Al salir de la cancha, mi sorpresa fue mayúscula. Dos filas de soldados pasando tiro a cada paso que daba, lento casi sin respirar.
–¡Tenís miedo maricón!..¡ Corre, dame el gusto de ponerte una bala conchetumadre! me decían mientras mi vista fija al frente veía borroso a los vecinos que los tenían contenidos en el dos poniente, para que no llegaran a la cancha donde estaban sus hijos, sobrinos, nietos o hermanos.
Por el llanto de algunas de la viejitas que estaban allí pensé que hasta ahí no más llegaba, pero seguía avanzando sin hacer caso a las provocaciones y masticando una mezcla amarga entre rabia y miedo. Una vez que pasé el último control, me escondí detrás de un poste. Tenía miedo por mi hermano de 8 años que seguía en la cancha y escuche un grito:
–¡Ya, váyanse mierda! Corriendo rapidito a sus casas sin hablar con nadie los gueones, los vamos a estar mirando.
Alcancé a tomar la mano a mi hermano escondido aún tras el poste y un silencio cómplice nos hizo respirar a ambos.
Al llegar a casa y tras exigir explicaciones de por qué a nosotros, si éramos unos niños. Explicaciones de lo inexplicable por lo demás. Mis abuelos sólo nos abrazaron en silencio y más de una lágrima corrió por sus mejillas
En una dictadura como la de Pinochet y sus colaboradores civiles, informantes pagados y traidores infiltrados en las poblaciones situaciones como esta fueron habituales.
Desde ese día, nuestra infancia se quebró de golpe y el silbato del zorro Barrera , se transformó en señal de reencuentro de los sobrevivientes, de los adolescentes conscientes y rebeldes del Club Deportivo Olímpico, Olim Olim …
Dedicado a una generación que pese a los años sigue conectada.