“Moscú, 1886.
¡Te me has quejado a menudo de que la gente “no te entiende”! Goethe y Newton no se quejaban de eso… solo Cristo se quejaba de eso, pero Él estaba hablando de Su doctrina y no de Sí mismo… La gente te entiende perfectamente bien. Y si tú no te entiendes a ti mismo, no es su culpa.
Te aseguro como hermano y como amigo que te comprendo y que te percibo con todo mi corazón. Conozco tus cualidades tan bien como conozco los cinco dedos de mi mano; las valoro y las respeto profundamente. Si quieres, y para demostrar que te entiendo, puedo enumerar dichas cualidades. Creo que eres amable hasta la dulzura, magnánimo, generoso, dispuesto a compartir hasta el último céntimo; no sientes envidia ni odio, eres simple de corazón, compadeces a hombres y animales, eres confiado, sin rencores ni estratagemas, y no tienes nada de maldad… Además, has recibido un don que mucha otra gente no: tienes talento. Tu talento te sitúa por encima de millones de hombres, pues en la tierra solo uno de cada dos millones de personas es artista. Tu talento te coloca aparte: si fueras un sapo o una tarántula, incluso así, la gente te respetaría, pues por el talento todo se perdona.
Solo tienes un defecto, y la falsedad de tu situación, y tu tristeza, y tus gastroenteritis se deben solo a eso. Y es tu falta de cultura. Perdóname, por favor, pero veritas magis amicitia… Ya sabes, la vida tiene sus condicionantes. Para sentirse cómodo entre gente refinada, para estar en su casa, para ser feliz con ellos, uno debe culturizarse hasta cierto punto. El talento te ha metido en ese círculo, perteneces a él, pero.. al mismo tiempo te sientes expulsado y vacilas entre estar con la gente culta o quedarte con sus inquilinos.
La gente cultivada debe, en mi opinión, cumplir las siguientes condiciones:
1. Respetan la personalidad humana y, por eso son siempre amables, gentiles, educados y dispuestos a ceder ante los otros. No discuten por un martillo o una pieza perdida de caucho indio. Si viven con alguien que no les gusta y lo dejan, no dicen “nadie podría vivir contigo”. Perdonan el ruido y la carne seca y fría y las ocurrencias y la presencia de extraños en sus hogares.
2. No sólo tienen simpatía por los mendigos y los gatos. Les duele el corazón por aquello que sus ojos no ven. Se levantan en la noche para ayudar a P., para pagar la universidad de los hermanos y comprar ropa a su madre.
3. Respetan la propiedad de otros y, en consecuencia, pagan sus deudas.
4. Son sinceros y temen a la mentira como al fuego. No mienten ni siquiera en las pequeñas cosas. Una mentira significa insultar a quien escucha y ponerlo en una posición más baja a ojos de quien habla. No aparentan: se comportan en la calle como en su casa y no presumen ante sus camaradas más humildes. No suelen barbotear ni fuerzan a nadie a escuchar inconveniencias. Por respeto a los oídos de los demás, callan más frecuentemente de lo que hablan.
5. No se menosprecian para despertar compasión. No tensan las cuerdas de los corazones de los demás para que se sientan culpables y hagan algo (o mucho) por ellos. No dicen “Soy un incomprendido” o “Me he vuelto un segundo plato” porque todo eso es demasiado facilón, es vulgar, rancio, y falso.
6. No tienen vanidad superflua. No se preocupan por esos falsos diamantes conocidos como celebridades, por estrechar la mano del ebrio P.*, por escuchar los arrebatos de un espectador extraviado en un espectáculo de imágenes, o ser reconocido en las tabernas… Si ganan unos centavos, no se pavonean como si estos valieran cientos de rublos, y no alardean de poder entrar donde otros no son admitidos… Los verdaderamente talentosos siempre se mantienen en las sombras entre la muchedumbre, tan lejos como sea posible del reconocimiento. Incluso Krylov** dijo que el barril vacío da un eco más sonoro que el lleno.
7. Si tienen un talento, lo respetan. Le sacrifican el descanso, las mujeres, el vino, la vanidad … Se sienten orgullosos de su talento. Pueden llegar incluso a ser molestos.
8. Comienzan por desarrollar el sentido estético en sí mismos. No pueden ir a dormir con la misma ropa que usaron durante el día, ni ver las grietas de las paredes llenas de insectos, ni respirar un aire viciado, ni caminar por un suelo recién escupido, ni cocinar sus alimentos sobre una estufa de aceite. Intentan por todos los medios contener y ennoblecer el instinto sexual. Lo que quieren en una mujer no es una compañera de cama… No piden inteligencia ahí donde se manifiesta la mentira constante. Quieren, especialmente si son artistas, frescura, elegancia, humanidad, el instinto maternal. No tragan vodka a todas horas, día y noche, no olisquean el armario de la cocina en busca de bebida, porque no son cerdos y saben que no lo son. Beben sólo estando libres y en ocasiones especiales. Porque ellos quieren mens sana in corpore sano.
Y así sucesivamente. Así es como son las personas cultivadas. Para ser culto y no quedar atrás, no es suficiente con haber leído ‘Los papeles del club Pickwick‘ o haber memorizado el monólogo de ‘Fausto’ ... Lo que necesitas es trabajar constantemente, día y noche, leer constantemente, estudiar, ejercitar tu voluntad. Cada hora es preciosa para ti. Ven con nosotros, tira la botella de vodka, descansa y lee… Turgenev, si quieres, a quien además no has leído.
Tienes que deshacerte de tu vanidad, ya no eres un niño… pronto tendrás treinta.
¡Es hora!
Te espero… Todos nosotros te esperamos”.
Anton Chejov