09 - noviembre - 2024

“Piñera y los leones de Sanhattan”, del periodista Sergio Jara Román

En el sexto capítulo del libro “Piñera y los leones de Sanhattan”, el periodista Sergio Jara Román revela la existencia de grabaciones que reproducen diálogos entre el Presidente Sebastián Piñera y operadores de Banchile Corredora de Bolsa. En el siguiente extracto del libro se transcribe una parte de esos diálogos.

Lejana y metálica, como si estuviera hablando a través de un viejo radiotransmisor, se escuchó la voz de Sebastián Piñera al otro lado de la línea. Venía recién llegando a su oficina y apenas pudo tomó el control del negocio y comenzó a hablarle al micrófono de su teléfono.

Los tres operadores de Banchile que estaban al otro lado de Santiago atentos a lo que diría, abrieron sus ojos como huevos fritos y pegaron sus mejillas a los altoparlantes del aparato. Mediante infructuosos aletazos al aire trataron de hacer callar a sus compañeros de oficina. Pero el ruido era ensordecedor. Gritos, de todos lados, llamaban a comprar y vender acciones. La testosterona estaba, probablemente, en su más alto nivel, mientras millones de dólares pasaban por las pantallas de los computadores como si fueran bolitas de dulce. En ese infierno, atestado de ego y plata fácil, los tres operadores que atendían a Piñera se peleaban el parlante para escuchar sus instrucciones.

—Quiero tres millones —les dijo Piñera, luego de regatear el precio.

— ¿No me escuchaste? El gringo no quiere quebrar el paquete—retrucó Cristián Araya, el jefe de operadores en Banchile. —Pero hagamos algo. Yo compro todo, los seis millones. Una mitad para mí y la otra para ti.

—Pero, ¿cómo? ¿Eres mi competencia o el intermediador?—respondió Piñera.

—Te dije que el gringo no quiere quebrar el paquete. Yo pongo para tres millones y tú para los otros tres. ¿Entiendes o no? ¿Soy tu competencia o tu intermediador? —sentenció Araya.

Por el parlante se escuchó una risita cómplice. Piñera había aceptado la fórmula propuesta por el jefe de operadores de Banchile. Los corredores se palmotearon la espalda y comenzaron a tomar notas desesperados de los últimos detalles, de las últimas instrucciones. Estaban cerrando algo grande, uno de esos negocios que engordan sus cheques de fin de mes. La oficina entera esperaba noticias de esa operación. Unos cuarenta traders tecleaban en sus terminales y daban vueltas en círculos por los pasillos de Banchile, mientras se preocupaban de otros negocios y, como podían, escuchaban los susurros de Araya y los otros dos operadores. También querían su tajada. Mal que mal, era Piñera el que estaba comprando y seguir sus inversiones siempre les traía buenos réditos.

Conversé con dos ejecutivos de Bancard y tres de Banchile que participaron de esta operación y reconstruyeron paso a paso el negocio. Ese mismo día, me dijeron dos de ellos, horas antes de hablar con Piñera, Araya se las había arreglado para comunicarse con Carlisle Wysong, el gringo. Wysong era, en realidad, el manager de HBK, un fondo de inversión con base en Texas, Estados Unidos, que llevaba una semana vendiendo sus acciones de LAN a través de Banchile y Bear Stearns, su intermediario estadounidense que dos años más tarde sería la primera corredora de bolsa en desaparecer del mapa por la crisis de las hipotecas, también conocida como subprime.

Como el mercado responde a estímulos triviales, las ventas que había hecho Wysong impulsaban el precio de la acción de LAN a la baja. Entre más oferta hay de un producto o, en este caso, de una acción, más bajo es el precio que paga la demanda. Por eso, cada vez que Wysong ofertaba un pequeño paquete de acciones, lo hacía a un precio más bajo que el anterior. De ahí que el manager de HBK necesitara de un solo y gran comprador. Así podría vender todo el paquete en un único precio y evitaría nuevas caídas.

Araya sabía que esa era la fórmula. Había que hacer una gran venta. Por eso buscó comunicarse con Wysong vía Peter Natoly, el corredor de Bear Stearns a cargo del negocio en Estados Unidos. Araya se comprometió a comprar todo. El paquete entero. Así no sería quebrado, como había pedido Wysong. Piñera, uno de los controladores de LAN junto a los hermanos Cueto, era uno de los pocos en el país con el interés y dinero suficiente para comprar ese paquete, o el que fuera.

Pero ese día, lleno de sucesos extraños que hasta hoy no terminan de explicarse a cabalidad, el entonces empresario no iría por todo. Ese día Piñera solo se quedaría con la mitad. La otra quedaría en manos de Araya. Él sabría muy bien qué hacer con esa parte. Su oficina estaba llena de operadores ávidos por una tajada. Para ellos o para sus clientes, daba lo mismo. Si Piñera compraba, la acción subiría y todos tendrían una ganancia.

Piñera y Araya eran viejos conocidos. Por esos años, el entonces empresario ya era un millonario Forbes y una de las cuatro o cinco fortunas de Chile que apostaban en bolsa como si estuvieran en el casino. Lo hacía desde los años ochenta, cuando gerenciaba el Citicorp, y Araya se había convertido últimamente en su crupier favorito.

Por las manos del jefe de operadores de Banchile, además de los de Piñera, pasaban los millones de Julio Ponce LerouRaimundo “el paila” Valenzuela y los hermanos Cueto, entre otros. Araya era el corazón de la corredora de bolsa, la estrella de un mercado pequeño pero ambicioso. Era el hombre de confianza de las grandes fortunas del país, siempre con un buen dato o negocio entre sus manos. Era, en ese entonces, la joya de Andrónico Luksic, el dueño de Banchile, la corredora del Banco de Chile, empresa que había logrado controlar en 2001, tras el otro escándalo por uso de información privilegiada de Consorcio y Empresas Penta.

En la época que Araya operaba como corredor de Piñera todos confiaban en él, todos querían ser como él. Y quizás fue esa excesiva confianza la que cegó a todos los que participaron ese día de la operación.

La compra de acciones de LAN que hizo Piñera el 24 de junio de 2006 fue un negocio sucio, que más tarde les estallaría de vuelta en su cara. También se transformaría en una de las operaciones más oscuras del joven mercado financiero chileno. Una de esas operaciones que en los años noventa y la década siguiente eran parte del paisaje, gatilladas por datos confidenciales que nacían de conversaciones jugando golf o almorzando en el Club de la Unión y que nadie se atrevía a denunciar.

Muchos empresarios, amigos de Piñera incluso, lo habían hecho en reiteradas ocasiones. No había motivo para sospechar que esta vez sería diferente. Pero lo fue.

En enero de 2007 la Superintendencia de Valores y Seguros formuló cargos contra Sebastián Piñera por esa operación. En julio de ese mismo año le cursó una multa por 363 millones de pesos que él pagó sin apelar. Lo sancionaron por no abstenerse de comprar acciones de LAN estando en conocimiento de información privilegiada. Una sanción grave, aunque burda, de primerizo. Sobre todo, para alguien que había sido parte, mientras era senador, de la creación de la Ley del Mercado de Valores.

Piñera había caído en su propia trampa. Pero, como en muchos otros casos en los que se había visto involucrado, la sanción social poco le afectaría.

La mañana entera de ese lunes 24 de julio de 2006, brumosa y fría, como casi todo ese invierno, Sebastián Piñera se la pasó encerrado en una oficina revisando los estados financieros del segundo trimestre de LAN Airlines. Su empresa. Aprobó el documento a las 15:30 junto a otros seis directores de la aerolínea, entre ellos los Cueto, y luego partió hasta su otra oficina en Bancard, el marañoso holding de sociedades privadas mediante las cuales controlaba sus inversiones.

Un exoperador de Bancard recuerda que el ambiente era de excitación cada vez que Piñera entraba a la oficina. Más de una decena de jóvenes recién salidos de la Universidad Católica compraban y vendían acciones, bonos y otros papeles que se transan en las bolsas y mercados secundarios. Ese era el mandato que tenían del empresario. Maximizar sus inversiones entrando y saliendo de más de un centenar de empresas en pequeñas o grandes operaciones.

Esos jóvenes traders habían sido los nerds de su universidad, los con mejores notas, y Piñera los había reclutado por eso mismo, emulando lo que había hecho años atrás cuando levantó y dirigió Citicorp. Para ellos, Bancard era su primera experiencia laboral y hacerlo bajo las órdenes de Piñera era como hacer un magíster, un doctorado. O, quizás, todo eso junto. Era estar en la Meca de los negocios chilenos.

Por eso, cuando Piñera llegaba, todos esperaban consejos de él, una palmadita en la espalda, un gesto que les hiciera saber que iban por buen camino. Pero nunca había nada de eso. Ese lunes, apenas entró a su oficina, Piñera se puso a hablar con los operadores de Banchile y a las 15:59 concretó la denominada operación LAN.

Gran parte de la negociación ya la habían adelantado, precisamente, esos mismos traders de su oficina de inversión. Piñera tenía parte de la tarea hecha y solo debía acordar el precio y la cantidad final. Araya, el jefe de operadores de Banchile, le dio esos precios, cerró el negocio y se quedó con la mitad de las acciones para la cartera propia de la corredora. No habían quebrado el paquete de seis millones de acciones que les vendió Wysong, el gringo. El negocio estaba hecho.

Piñera había comprado acciones de LAN, su empresa, estando en conocimiento de información que nadie más tendría hasta dos días después, cuando se hiciera público el documento que había revisado y aprobado el lunes por la mañana, en la sesión de directorio de la aerolínea.

Francisco Armanet presiona play en YouTube y una voz en off dice, a modo de anuncio: “Présidents conduisent changements”. Luego surgen imágenes de Bill Clinton, Lula da Silva, José María Aznar, Ricardo Lagos y Mijaíl Gorbachov, entre varios otros. Después, entra en escena Armanet con La Moneda de fondo, hablando en perfecto francés, mientras varias banderas chilenas flamean a su alrededor.

“Pronto saldrá emitido en la televisión pública francesa”, dice mientras pone stop en el video que promueve su programa de entrevistas con expresidentes y premios Nobel. “Ya lo pusimos en el canal 13C, ahora hay que internacionalizarlo”.

Armanet se ha pasado cuatro horas hablando sobre lo que fue su incursión en el mercado de valores chileno durante los últimos treinta años. Recién se dio un respiro y le echó un vistazo a la nueva publicidad de su programa de televisión, en el que entrevista a expresidentes. Irónicamente, su paso por la bolsa estuvo marcado por la relación con Piñera, un presidente al cual nunca quiso entrevistar, pese a que se lo ofrecieron. Lo conoció joven, cuando le vendió su primera empresa zombi. Ya maduro, enfrentó a sus socios y amigos en negocios opacos, por decir algo. Y ya en su etapa final, cuando era gerente general de Banchile, le tocó administrar la crisis tras la compra de acciones de LAN.

– “Fue un desagrado, un desagrado tremendo”, mastica después de la pausa. “Yo no entendía al principio, pero me dijeron que se habían comprado acciones antes de que se publicaran los estados financieros de LAN. Cuando se informó públicamente la compra de esas acciones, el mercado financiero entero se paró en dos manos. Fue un desagrado”.

Armanet, al igual que Araya, es un viejo conocido de todo Sanhattan. Era el jefe de unos cuarenta operadores, entre los que estaban el propio Araya y los otros dos corredores del caso LAN, Renato Gennari y Sebastián García. Protagonizó grandes negocios y también grandes escándalos financieros que pasaron sin pena ni gloria por la prensa de la época, más preocupada en ese entonces de celebrar los negocios de los grupos empresariales que de la corrupción de cuello y corbata.

Hace cuatro años, cuando revisaba documentos antiguos en su caja fuerte, se puso a pensar en el caso LAN y se dio cuenta de lo que tenía en sus manos: antecedentes que debían permanecer resguardados al menos otros diez años. Armanet, sin quererlo, se había convertido en el guardián de uno de los secretos más reservados del mundo político, uno del que no se ha hablado nada durante la última década y que, desde 2007, ha estado juntando polvo en la oscuridad de su caja fuerte.

Lo que Armanet custodia con tanto celo es un CD, pero no uno cualquiera: en él hay antecedentes inéditos del negocio más polémico que realizó Piñera, aquel que le costó la millonaria multa de SVS y que aún podría abrirle un flanco ante la Securities and Exchange Commission, pues el fondo de inversión al que le compró las acciones estando en conocimiento de información privilegiada era de Estados Unidos.

El CD que protege Armanet contiene más de tres horas de grabaciones telefónicas entre Piñera, su equipo de ejecutivos de Bancard y los tres operadores de Banchile. Los audios, dice, dan cuenta de las negociaciones que hizo el entonces empresario y de las previas, aquellas que hicieron los traders de Bancard a su nombre mientras él participaba del directorio de LAN.

Armanet, cuando dejó Banchile, sacó las cintas de la corredora y luego las traspasó a un CD. Sabía que debía resguardarlas, porque ese día pasaron muchas más cosas. Cosas que no fueron parte de la sanción de la Superintendencia y que, según cree, podrían ser del interés de la autoridad de Estados Unidos. Armanet nunca más volvió a escuchar esas grabaciones hasta ahora.

“Esas grabaciones son nuestro único medio de prueba para liberar a la corredora, a nuestros ejecutivos que participaron en la operación, y a mí, de una eventual acusación de complicidad”, cree Armanet, y por eso, dice, aún conserva el CD.

La complicidad a la que se refiere tiene que ver, entre otras cosas, con las advertencias que hizo Banchile a los operadores de Bancard respecto de los riesgos de la operación, dado que Piñera conocía información financiera de LAN que aún no era revelada al mercado, información privilegiada.

Araya y Gienari, los operadores de Banchile, hablaron sobre ello antes de concretar la operación y transmitieron el mensaje a Bancard: consulten con sus abogados, esto puede ser riesgoso.

Ambos operadores sabían que Piñera tenía potentes ambiciones políticas. Era la primera vez que lograba constituirse como candidato único de la derecha a la presidencia del país. El triste y vergonzoso episodio de la radio Kioto, un escándalo de espionaje político que protagonizó en los noventa, había quedado atrás y su capital político, increíblemente, parecía estar saneado. Verse involucrado en un nuevo escándalo empresarial parecía una mala idea y eso hasta los corredores de Sanhattan lo sabían. De ahí que Araya y Genari hablaran de la complejidad de la operación y transmitieran el mensaje a Bancard.

En ese tiempo, Nicolás Noguera, el actual gerente general del holding de Piñera, estaba en Estados Unidos, cursando un magíster. En Chile había quedado a cargo de la oficina José Miguel Bulnes, jefe de operadores y actual socio del hijo de Piñera, Sebastián Piñera Morel, en BP Capital, y Francisco Larraín, el jefe de analistas, quien, en todo caso, ni siquiera analizaba LAN. Lo tenía prohibido, pues era la empresa de Piñera y, en términos reales, Larraín nunca sabría más que el propio Piñera de la aerolínea.

El jefe de ambos había sido José Luis Rivera, un prometedor ejecutivo que ese mismo 2006 se fue como socio a Moneda Asset Management. Años más tarde, ya radicado en Greenwich, un acomodado suburbio de Estados Unidos, Rivera haría noticia tras dilapidar en malas inversiones gran parte del dinero que administraba de otros chilenos ricos.

En Bancard, tras recibir las advertencias de Banchile, nadie hizo mucho. O, al menos, nada que sirviera para medir y controlar un negocio potencialmente sucio. Y como no hubo respuesta, como nadie hizo nada, todos siguieron adelante.

La historia oculta tras esta operación da cuenta de que, durante la investigación de la Superintendencia, Carlos Pavez, un funcionario del organismo que más tarde llegaría a ser el superintendente, fue quien lideró las pesquisas. Junto a otros inspectores del regulador bursátil, se instaló en las oficinas de Banchile para escuchar las grabaciones. Se las pidió a Armanet para llevárselas y anexarlas al expediente. Pero no se las entregaron. Enrique Barros, el abogado que asesoraba a Banchile y que más tarde sería presidente del llamado Comité de Buenas Prácticas de la Bolsa de Comercio de Santiago, habría recomendado no hacerlo.

Pavez no podía ocuparlas como prueba. Pero sí podía escucharlas. A la mala, pero era eso o nada. Precisamente, de esa grabación saldría una pregunta clave en el interrogatorio que le aplicó al empresario a casi dos meses de que se concretara la operación LAN.

Piñera fue interrogado el 26 de septiembre de 2006, a las 16:00. Como siempre lo hace con fiscales y funcionarios de la Superintendencia, él eligió el lugar para prestar declaración. Citó a Pavez en el Instituto Carlos Casanueva, un organismo educacional con tintes religiosos que es conocido simplemente como la Academia Cueto, debido a su fundador, Enrique Cueto Sierra, tío de los hermanos Cueto, los históricos socios y amigos de Piñera en LAN y otros negocios.

En la oficina 23 del instituto, junto a otros dos funcionarios de la Superintendencia, Pavez le preguntó directamente a Piñera si había sido advertido sobre el posible uso de información privilegiada en la operación LAN.

“Cuando se hizo la transacción no había consultado la opinión de ningún abogado porque me siento familiarizado con la Ley de Valores, tanto por haber participado de su elaboración y aprobación en el Congreso en mi carácter de exsenador y por mi activa participación en el mercado de valores. Llegué a la conclusión, por los antecedentes antes mencionados, que esta operación era plenamente legal y legítima ya que no involucraba uso de información privilegiada”, declaró Piñera.

Los operadores de Bancard con los que conversé sobre esta operación lanzaron una carcajada cuando les pregunté si Piñera pudo haberle pedido asesoría a un abogado.

“Piñera no le pide ayuda a nadie”, dijo uno de ellos. “Si crees que haría algo así, es porque realmente no lo conoces”.

Armanet tampoco cree que Piñera pidiera asesoría legal, y menos se explica por qué negó ante Pavez, un funcionario público, las advertencias que hicieron los operadores de Banchile. Como sea, las negociaciones y advertencias están registradas en las grabaciones, el único medio de prueba que Armanet dice tener y que solo hará público si un juez se lo pide.

—En este caso hubo dos transacciones. La primera transacción se realizó en Estados Unidos, bajo las leyes del estado de Nueva York y, tanto las leyes federales como las de ese estado, son sumamente estrictas y, si se dan ciertas condiciones, como en este caso se dieron, el plazo de prescripción es de veinte años, así que decidí guardarlas hasta que pase ese tiempo —dice Armanet.

—Pero van poco más de diez años desde que se realizó esa operación. ¿Por qué cree que hasta la fecha no se ha formado un caso en EE.UU., considerando que hay un deber fiduciario del fondo de inversión que vendió las acciones al señor Piñera?

—No lo sé. Pero a mí más que el fondo mismo, siempre me han preocupado los fiscales norteamericanos, que han actuado sin contemplación. Y, de hecho, en esa época ejercía ese rol el conocido fiscal Cuomo (Andrew Cuomo), de Nueva York, que era muy temido porque metía preso a todos los que se le cruzaban por delante.

Sebastián Piñera se ha pasado la vida tratando de sacarle rendimiento a sus negocios. Casi siempre le ha ido bien, pero ha dejado heridos en el camino. El caso LAN no fue la excepción. Según una carta que le envió a la SVS en el marco de su defensa, él no era quien elegía sus inversiones, como todo el mundo siempre ha pensado. Lo hacía, según dijo, un sistema computacional que tomaba las decisiones en función de complejas operaciones matemáticas.

En esa carta, Piñera dijo que dicho sistema funcionaba sobre la base de dos criterios. Así los bosquejó en su presentación:

Volúmenes de transacción significativos y;
i) Para comprar: precio cercano a 10 veces la utilidad de los últimos 12 meses.
ii) Para vender: precio cercano a 14 veces la utilidad de los últimos 12 meses.

Esos dos criterios se cumplieron el 24 de julio, el día de la transacción.

En lenguaje económico, esas operaciones se conocen como múltiplos y sirven para entender cuándo una acción es cara o barata. Piñera, avezado inversionista, como él mismo se definió ante la SVS, estaba diciendo que confiaba millones de dólares en inversiones en su principal empresa a un computador; que ni él ni su equipo de operadores tomaban decisiones realmente. Los dieciocho millones de dólares que había invertido en el paquete que Wysong, el manager de HBK, le vendió, eran producto de un algoritmo y no de la información privilegiada que había tenido a la vista en el directorio de LAN.

Para apoyar su tesis, convocó a medio Sanhattan para que declarara a su favor y encargó estudios económicos y en derecho. Aunque no tenían nada que ver con la operación ni conocían sus detalles, José Miguel Barros, Juan Andrés CamusCésar Pérez-NovoaJuan Guillermo AgüeroLeonardo SuárezJosé Ramón Valente y Michelle Labbé, entre otros, declararon en el caso como sus testigos.

Hasta Franco Parisi, un economista mirado en menos por sus apariciones en televisión y una lastimosa campaña presidencial, escribió un informe y testificó a su favor.

Pese a su carta y todos esos testimonios, aquello de que un computador decidía por él no era muy creíble. Sin embargo, era su defensa y la Superintendencia debía probar que cuando invirtió en LAN no solo contaba con información privilegiada, sino que también la había usado y que lo del computador era solo una coartada ridícula.

Pero la autoridad no lo pudo hacer. Solo acreditó que había comprado acciones estando en conocimiento de información privilegiada, algo similar a lo que les pasó a los corredores y empresarios de Empresas Penta y Consorcio cuando vendieron el control del Banco de Chile a Andrónico Luksic, en 2001.

Aquello implicó una multa en dinero, una mera sanción administrativa para Piñera. El caso penal por uso de información privilegiada estaba muerto y la apertura de una arista en Estados Unidos estaba supeditada a una denuncia que nadie hizo. Ni siquiera la Superintendencia.

Pero cuando Piñera aún estaba en eso, defendiéndose y enviando antecedentes a la SVS, también decidió jugar una segunda carta, por si la primera no funcionaba: apostar a la teoría del empate.

Cientos de empresarios, probablemente amigos de él, socios de él, habían hecho lo mismo y nadie los había perseguido y menos multado.

En un escrito que presentó su abogado, Juan Domingo Acosta, Piñera dijo que esos otros grandes empresarios y ejecutivos habían realizado setecientas treinta y seis operaciones que tenían características similares a las que él había concretado con LAN. El documento, titulado “Lista de transacciones para su revisión”, llegó a manos de Guillermo Larraín, el superintendente que multó a Piñera, y se transformó en la punta de lanza de nuevas indagatorias de la SVS por uso de información privilegiada en todo Sanhattan.

“Lo que hizo la Superintendencia fue analizarlas, dado que era una denuncia, y se le dio el tratamiento de tal. Por lo tanto, se inició un proceso investigador”, dijo Larraín cuando expuso ante la comisión investigadora que la Cámara de Diputados levantó para investigar la operación LAN.

Piñera, seguramente, no midió las consecuencias de lo que estaba diciendo, pues la SVS leyó esa presentación como una delación. Secreta, pero delación al fin y al cabo. Los alcances que pudo tener esa suerte de traición a sus pares, en todo caso, fueron acotados. La mayor parte de esas setecientas treinta y seis operaciones contenía información incorrecta o estaban, simplemente, prescritas.

Según información que obtuve por la Ley de Transparencia ante la SVS, solo cuarenta fueron investigadas finalmente y, de ellas, nueve terminaron en sanciones. Se trataba de nueve empresarios y ejecutivos que nada tenían que ver con la operación LAN, pero que gracias a Piñera fueron descubiertos y multados, al igual que él, por no abstenerse de operar con acciones estando en conocimiento de información privilegiada.

Le pregunté a Armanet, dada su experiencia en Sanhattan, qué opinión tenía del uso de información privilegiada, qué tan extendida estaba y cuánto daño hace al mercado. Esto me respondió:

—Desde el punto de vista del mercado, el uso de información privilegiada es uno de los delitos más graves y que más valor destruye. En términos simples, quien utiliza información privilegiada en beneficio propio, por ejemplo, comprando acciones, desde un punto de vista económico está robando, donde el ladrón es el que compra y la víctima es el que vende.

— ¿Así de simple?

—Sí, así de simple. Existen aristas, pero el concepto base se puede explicar con peras y manzanas. Y, en realidad, ni siquiera se necesitan las peras, solo con las manzanas se puede explicar.

Fuente: CIPER

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